15.11.18

Algunas lecturas (en prosa)

Ya me he resignado a no consignar aquí como es debido las lecturas de algunos libros que uno lee y al cabo disfruta. Con todo, me permito dejar caer unos cuantos títulos que me han sorprendido en los últimos tiempos. Así, La bufanda roja, de Yves Bonnefoy (traducido por Ernesto Kavi para Sexto Piso) que son mucho más que unas memorias de infancia del extraordinario poeta francés del que, por suerte, existen numerosas versiones en nuestra lengua, tanto de poesía como de ensayo. Es un libro exigente, sí, de los lugares, pero del que, una vez que entras, ya no puedes salir. No esperaba tal cosa y eso siempre está bien cuanto te adentras en territorios desconocidos, por mucho que uno haya frecuentado sus versos. Palabras mayores. "Un mundo, lo que la escritura produce". Más claro, agua. Álex, Basilio, tomad nota (si no lo habéis leído ya). 
Jesús Munárriz y Fermín Herrero han ido reuniendo en el transcurso de los años numerosísimas citas de distintos autores (de los clásicos a los contemporáneos, y de toda la geografía mundial) en torno a la poesía, el poema y el poeta. Tras evitar la muerte por aplastamiento o avalancha, han logrado seleccionar no pocas en el volumen Poesía ¿eres tú? (Hiperión). Abren el conjunto, que hay que leer poco a poco para evitar un empacho lírico, dos breves textos de los compiladores o coleccionistas. Hay muchas joyas ahí dentro. Fragmentos e iluminaciones para reflexionar y, acaso, intentar definir o comprender eso que llamamos, alegremente, poesía.
Con mucha emoción y absoluta cercanía he leído (y, como en los casos anteriores, subrayado) los aforismos que agrupa el poeta Antonio Cabrera en Gracias, distancia. Todo un acierto de Cuadernos del Vigía, sin duda. Es su primer libro de ese género tan de moda. Pero cuidado, si algo se aprecia al leer los lúcidos y certeros de Cabrera (de formación, no se olvide, filosófica), es que no todos valen, que hay mucha ganga en ese mercado. No aquí, insisto. Al revés. El viento (como metáfora o símbolo), César Simón (y su casa en medio del páramo), la poesía (como indagación), la luz (sureña, mediterránea) o la pintura son el origen de sus asedios. Podría copiar muchos, y los lectores me lo agradecerían, pero será preferible que ellos mismos se acerquen confiados a estas sentencias que son, cómo no, pura poesía.
Otro libro que me ha sorprendido gratísimamente -y veo que a no pocos les está ocurriendo lo mismo- es el último en prosa de Vicente Valero, Duelo de alfiles (Periférica), después de dar a la imprenta Los extraños, El arte de la fuga y Las transiciones. Empiezas a leerlo y ya no puedes parar. Eso es al menos lo que me pasó a mí. Cinco escritores: Nietzsche, Rilke, Kafka, Benjamin y Brecht, y cuatro escenarios (y otros tantos viajes): a la isla danesa de Fionia, a Turín, a Múnich y a la aldea suiza de Berg am Irchel, le permiten componer una jugada narrativa perfecta que sólo a ese noble, inteligente juego de estrategias puede compararse. La autobiografía y el ensayo se funden en esta historia de historias con la misma, aparente naturalidad que evidencia el lenguaje utilizado. A estas alturas, uno no sabría decir si Valero es mejor poeta que narrador o viceversa. Lo que quiero decir es que se nos ha revelado como uno de esos raros escritores que parecen dominar distintos géneros o, tal vez, fundirlos en uno solo. ¡Qué lección!
Frecuenta uno desde hace años los diarios y la poesía de José Jiménez Lozano, rara avis de la literatura patria, grandes premios mediante (tiene el de las Letras y el Cervantes), autor para minorías, para lectores que transitan sendas apartadas y solitarias. La historia y la política, la religión, Port-Royal y el jansenismo, los pequeños viajes, Cervantes y El Quijote y, en general, los libros y sus lecturas son algunos de los asuntos que aparecen en entregas como ésta, Cavilaciones y melancolías (pulcramente editado por Editorial Confluencias), que reúne los diarios de 2016 y 2017. En la "Explicación" inicial dice: "tampoco esta vez quieren ser ni de lejos crónicas y testimonios, sino mero tema de conversación con el lector. Y mi deseo es el mismo que el tan repetido en volúmenes anteriores: ofrecer un instante de compañía y reflexión sobre algo leído o visto, pensado y sentido en diversas ocasiones, por si puede servir de alguna manera a alguien".
Uno prefiere, con estar de acuerdo, pongo por caso, en la denuncia de lo políticamente correcto, nefasta doctrina de nuestra época, sus apuntes del natural, digamos, cuando la naturaleza y el mundo rural en el que vive se imponen a otros desastres y la poesía brota de manera casi espontánea, como esos versos que, aquí y allá, adornan, en el mejor sentido, estas páginas. Paisajes, pájaros y flores que, insisto, nos humanizan. O cuando relata anécdotas y recuerda los viejos tiempos, los de su ya lejana infancia castellana. O los de su juventud, en la postguerra.
De un libro de George Santayana, rescata estas palabras que subrayo y hago mías: "Confieso que no me gusta gran cosa la poesía altisonante, ni la poesía que truena y sermonea. (...) A mi juicio es inútil tratar de embellecer las cosas, y eso es todo lo que hacen los poetas verbosos. (...) Pero la poesía es algo puro y secreto... Los verdaderos poetas recogen el encanto, el sortilegio de las cosas, y arrojan la cosa misma. Su sentir... sobre todo es involuntario".

Nota: Ilustra esta entrada un óleo de Guillermo Peyro Roggen, "Libros VII", de 2003.