15.11.18

Ida Vitale, trocar el duelo en canto

Foto: Abril Cabrera / Secretaría de Cultura Ciudad de México

No ha sido una sorpresa. O no del todo. A pesar de la tácita alternancia. Sí, tal vez le tocara a uno de aquí, pero sus lectores, nacionales y ultramarinos, llevaban mucho tiempo esperando que el Cervantes recayera en la uruguaya Ida Vitale. Era de justicia, no sé si poética. Otros galardones acaso lo anunciaban: el Octavio Paz, el Reina Sofía, el Federico García Lorca, el FIL de Guadalajara...
Dije “uruguaya” aunque su cosmopolitismo esté certificado. Tras el exilio, primero vivió en México y años más tarde, después de un nuevo periodo en su país natal, residió en Austin, Texas. Desde ese lugar regresó a Montevideo donde ha recibido la noticia.
No, Ida Vitale no es una desconocida para el lector español. Nos ha visitado con distintos motivos (para ofrecer lecturas y conferencias; en la Residencia de Estudiantes, por ejemplo) y ha estado vinculada a la Fundación Loewe, formando parte del jurado que concede su acreditado premio de poesía.
Tusquets publicó primero Reducción del infinito (un libro y algunos poemas más) y reunió el pasado año, también en la colección Nuevos Textos Sagrados, su Poesía Completa (1949-2015), en edición de Aurelio Major. En el catálogo de Pre-Textos están Trema y Mella y criba. También contamos con dos antologías básicas ("En un libro cabe el azar. En una antología reina"): una breve, Cerca de cien (Visor), y otra más extensa, la que publicó la Universidad de Salamanca con motivo de la concesión del Premio Reina Sofía: Vértigo y desvelo.
En una ocasión, Vitale dijo: "Aquello con lo que tropieza el lector impaciente, el misterio, objeto de fe en términos religiosos, debería ser, para el lector de poesía, objeto de fe poética y pensar que lo secreto y misterioso puede dejar de ser oculto; basta con que el entusiasmo y un cierto sentido poético se apliquen a descifrar y a entender”. No es mala receta para quienes se acerquen por primera vez al misterio de su poesía, aquello que la justifica y la hace fuerte frente a la banalidad de esta época, que sigue siendo la suya. La de Vitale ha sido, en términos líricos, una lucha constante, llena de fervor y paciencia, contra la verbosidad y la retórica, una de las líneas maestra, mal que nos pese, de la poesía occidental e hispanoamericana. “Si se puede decir en menos…”, ha escrito. “Es la desconfianza lo que me lleva a reducir o a concentrar. Siempre hay más seguridad cuando las palabras son más precisas. Cuando uno utiliza muchas palabras rodeando la idea que es esencial, simplemente puede ser que uno no haya encontrado la palabra que lo concentra todo”. En la economía verbal, en efecto, ha basado Vitale su tarea, lo que al cabo explica el porqué de su brevedad a pesar de lo dilatado de su vida, de la edad provecta que ha alcanzado y, además, en plena lucidez. Y ya que lo menciono, no está de más recordar su condición de profesora y de estudiosa, de crítica y ensayista (ya sea del español Antonio Machado, la brasileña Celilia Meireles o el italiano Giorgio Morandi, pongo por caso), algo del todo normal en una poeta de su tiempo (una lección que tal vez aprendió del citado Paz) que, de forma irremediable, ha de reflexionar sobre su propia escritura y, por añadidura, sobre la de sus contemporáneos, tengan los años que tengan.
“Para mí la poesía es eso que está lejos”, afirmó en otro momento. Y, sin embargo, qué cerca la sentimos, siquiera sea porque nombra espacios familiares, escenas cotidianas y, en fin, todo aquello que quien más y quien menos siente como propio. No es extraño que señalara que sus poemarios “son abiertos” y que “su unidad está en el lenguaje empleado, porque uno puede decir cualquier cosa pero no de cualquier modo. La clave está en buscar la palabra precisa y no abusar de los recursos ornamentales”. Es verdad, nada más lejos del preciosismo que sus versos, tan ajustados, tan exactos. Y al llegar aquí subrayaremos su condición de traductora y, por tanto, de persona acostumbrada a los adentros, digamos, del lenguaje, al contacto con el reducto más íntimo de la lectura.
En un viejo artículo escribí: “hablamos de una poesía que exige el esfuerzo del lector (uno está aburrido de esa poesía para tontos que nos hace más tontos todavía, tan de moda estos últimos años); de una poesía que destella inteligencia por todos sus poros; que demuestra una maestría técnica digna de quien conoce a fondo todas las tradiciones de la lírica; que, en fin, nos complica la vida (porque la existencia es compleja)”. Y en otro sitio: “Sin ninguna estridencia, con una naturalidad pasmosa, sus versos parecen venir de lo más profundo y secreto de la vida. El verano, el menisco, un poeta japonés en su jardín, el libro, el grajo o la sequía son elementos suficientes para componer, desde la soledad y el silencio, mucho más que meros artefactos lingüísticos”.
Vitale es una autora de la estirpe de los poetas “transparentes y profundos, conceptuales y cautivantes”, como se recalcaba en la presentación de Reducción del infinito. Buena prueba de ello, de esa fácil dificultad, son sus poemas, nítidos y memorables. Uno dedicado a Cavafis termina así: “eres / el derrotado, el triste, el solo / -no importa de qué tribu- / que trueca el duelo en canto”. Alta misión de la gran poesía. Un logro evidente de la que ha escrito Ida Vitale.

Nota: este artículo se ha publicado en El Cultural.