14.4.19

El camino en sí

“Nació en Canadá. La enseñanza del griego antiguo es su sustento de vida”. Esta es la escueta nota biográfica que aparece en la solapa del libro que comentamos, escrito por la poeta Anne Carson (Toronto, 1950) a partir de su viaje desde St. Jean Pied de Port hasta Finisterre siguiendo el Camino de Santiago. Pero antes de entrar en materia convendría recordar al lector que de esta profesora de varias universidades de su país y de Estados Unidos se han publicado no pocos libros en España. De poesía, La belleza del marido, Decreación, Hombre en sus horas libres y Autobiografía de rojo, traducidos, respectivamente, por Ana Becciu, Jeannette L. Clairond y Jordi Doce. En prosa, Eros, dioptrías, Albertine. Rutina de ejercicios y Nox, editado este mismo año también en Vaso Roto (como otros títulos citados), un libro singular no sólo en lo que se refiere a su formato: una caja que contiene “una reproducción xerográfica de un cuaderno elaborado tras la muerte del hermano de la autora que incluye texto, fotografías y cartas, impresiones de chorro de tinta pegadas a las hojas, manuscritos, pinturas y collages”, según el crítico Ben Ratliff. Además, sus páginas no están numeradas y el texto está doblado en forma de acordeón.
Tipos de agua lleva en el original inglés un subtítulo que no se corresponde exactamente con el de su edición española (la versión al castellano es, por cierto, de Sara Cantú Pérez de Salazar): An Essay on the Road to Compostela, es decir, que estamos ante un ensayo que, al mismo tiempo (si hay alguien innovador en la lírica contemporánea es Carson), participa del diario y de la poesía. En realidad formaba parte de Plainwater, un volumen publicado por primera vez en 1995, donde se reunían ensayos y poemas.
Si se me permite la digresión, cuando leí este libro tenía muy cercana la experiencia de un familiar argentino que había hecho el Camino. Gracias a las redes sociales, se podría decir que uno fue acompañándolo. Por otro lado, siempre he querido realizar ese mítico viaje. Esa es la ventaja del lector: a falta de emprenderlo, puede caminar por estas páginas como si aquello hubiera sido posible.
El ensayo está dividido en breves capítulos (que a veces pasan por poemas en prosa), uno por día y lugar, aunque algunos sitios se repitan. Cada fragmento del diario va encabezado por la cita de un poeta japonés con dos excepciones: sendos epígrafes de Antonio Machado.
La primera anotación es del día 20 de junio y se sitúa en St. Jean Pied de Port. La última, en Finisterre y el 26 de julio.
Otra cosa curiosa es que al final de muchos capítulos se alude a los peregrinos y, siguiendo la fórmula “Los peregrinos...”, se afirma o se concluye algo, en especial mirando hacia la tradición y el pasado. Con frecuencia, esas pocas líneas dan en un aforismo o una sentencia.  Por ejemplo: “Los peregrinos eran personas que amaban un buen enigma”. O esta otra, que parafrasea el solvitur ambulando de Fermor: “Los peregrinos eran personas que resolvían las cosas mientras caminaban”. Y: “Los peregrinos eran personas a quienes les sucedían cosas que sólo suceden una vez”.
Por lo demás, ella se considera una peregrina (“yo, una peregrina”) y va acompañada en su trayecto por un hombre, al que denomina “mi Cid”, interesado por los “aspectos históricos” de la ruta, lo que permite habilitar en el texto un juego entre sentimental y amoroso que constituye una de sus líneas centrales. “Caminamos codo a codo, en diferentes países”. “¿Quién es este hombre? No tengo ni idea”, dice. Y: “Temo que no te amo lo suficiente”. Lo califica de “amante nervioso”. Y añade: “yo solo tengo atisbos de su vida”. “El deseo carnal está ausente”, precisa. Duermen en habitaciones separadas.  “Cómo es la conversación de los amantes”, se pregunta. “Llegas a entender el viaje porque has tenido conversaciones, no al revés”. Y, en fin: “El amor es el misterio dentro de este caminar”. Su Cid, suele hacerlo delante de ella. Le gusta el calor (“Nací en el desierto”). Bebe vino. En un momento dado alude a la soledad de “dos personas que están sentadas en un bar, que no se aman”. “Hay un silencio que se apodera de dos personas”. Escribe: “Eres tú quien está sola”.
Por ser el que es, el viaje de Carson es, ante todo, un viaje interior. Eso no significa que no abunde lo exterior, la mirada (“Las formas de la vida cambian a medida que las observamos, nos cambian por haber mirado”): las descripciones del paisaje (acompasadas a su estado de ánimo), los cambios de clima (bastante frío y lluvioso para ser verano). La Meseta, la montaña de León, Galicia… En esa “vida viajera”, “te vuelves adicta al horizonte”, confiesa. “Hay un impulso de caminar. No se puede uno detener”. “Lo inesperado nos impele a avanzar”. Y ahí, la luz (“Todo es oro”, “La luz es asombrosa, un martillo”, que no se ve en las fotografías), la vegetación, la niebla, los lobos, las montañas, la luna, el agua: “Tipos de agua nos ahogan”, repite. “Nos filtramos hacia el oeste”. “Vivimos en aguas que brotan del corazón”. Más que una metáfora.
Mencioné antes la palabra aforismo y bien está que consignemos que menudean a lo largo del texto. Así, cuando afirma: “una conversación es un viaje”, “Un peregrino es una persona que está tramando algo”, “Las sorpresas nos transforman en niños”, “Las distancias guardan silencio”, “El conocimiento es un camino”, “Cada peregrino da en el clavo a su manera”, “El tiempo es un camino”…
La pareja llega a Santiago de Compostela el 25 de julio, fiesta del Apostol. Les recibe, en la catedral, “como un beso”, el Pórtico de la Gloria. Pero aún deben continuar viaje hasta Finisterre, por poco que le entusiasme a ella la idea. Allí está “el fin del mundo”.
Carson se pregunta en el libro: “¿Hay dos formas de conocer el mundo?” Y responde: “Una manera sumisa y otra devoradora”. Y concluye: “Ambas terminan más o menos igual”. Ella se retrata y dice: “Soy una peregrina (no novelista) y la única historia que tengo que contar es el camino en sí”. Luego vuelve a preguntarse: “¿Cuál es la vida de un peregrino después de que deja el camino?”.

Tipos de agua. El Camino de Santiago
Anne Carson
Madrid, Vaso Roto, 2018. 

Nota: Esta reseña se ha publicado en el número 129-130 de la revista TURIA