Andrés Sánchez Robayna
Galaxia Gutenberg, Madrid, 2019.
El profesor, traductor y ensayista Andrés Sánchez Robayna (Las
Palmas, 1952) reunió su obra poética en el volumen En el cuerpo del mundo (Galaxia Gutenberg, 2004). Después llegaron La sombra y la apariencia (Tusquets, 2010)
y las antologías: El espejo de tinta.
Antología poética, 1970-2010
(Cátedra, 2012) y Al cúmulo de octubre. Antología poética, 1970-2015 (Visor,
2015).
Por el gran mar,
número dos de la nueva colección de poesía de la editorial barcelonesa, se abre
con una cita del primer canto del Paraíso
dantesco (per lo gran mar dell’essere),
el del ser y el del tiempo, y consta de treinta y cinco fragmentos sin título
que componen un extenso poema iluminado, a partes iguales, por la memoria y el
deseo. Los lectores de Robayna advertirán de inmediato el parecido, salvadas
todas las distancias, con El libro, tras
la duna, su obra más personal y celebrada, de la que ahora, por cierto, Sexto
Piso publica una nueva edición con prefacio de Yves Bonnefoy. Como en aquella
(o en La roca), el imaginario insular
está muy presente. Nombres de árboles, plantas o aves de las islas, así como
algunos términos particulares de ese territorio que Robayna ha levantado a base
de palabras. Y la luz, el viento, los barrancos, la playa, las olas… Símbolos,
metáforas. Al fondo, “el mar de la infancia”. Y la casa familiar: la madre y la
campana, que tañe sin cesar desde el pasado: “El recuerdo no yace: gira y
gira”. “Me acerco hasta los lindes del recuerdo / como hacia el fuego el animal
nocturno”, escribe. Y: “El recuerdo / me lleva hasta el lugar al que regreso /
no en el presente, sino en la presencia”. El tiempo, su concepto –entre intempestivo
y detenido– es esencial aquí: “Amor mío, que el dios de lo imposible / deponga
su impiedad, destruya el tiempo”. Reminiscencia, una palabra clave. Así, “los
ojos / de un niño renacido en el recuerdo” miran ahora en él. Es el mismo niño
que, sin saberlo, “iba a amarte, muchos años más tarde”. ¿A quién? A una de las
protagonistas de este libro: la que fuera su mujer, pero con la que sigue
dialogando más allá de “la verdad de la muerte”. Ahí, el “férvido deseo, la
verdad de los cuerpos”. En medio del dolor. Robayna escribe: “No es tarde: amas
aún”. “Te vas y estás presente”. “Siento aún el calor de su mano en la mía”.
“Necesitamos un lenguaje para nuestra ignorancia”, leemos.
El que, hondo y misterioso, “bajo el sol
de la memoria”, gravita en estos versos que beben de la mística (se cierran con
una cita del Cántico espiritual), los
metafísicos ingleses (Herbert, por ejemplo), Leopardi y Valente. Del
Romanticismo, JRJ o el Eliot de Four
Quartets. Un lenguaje tan plástico como filosófico, meditativo y paradójico,
de la contemplación y los sentidos. Inspirado, sí, pero preciso, muy medido. Por
donde se desliza la leve aliteración, el elegante endecasílabo, el sutil
encabalgamiento. Porque “Escuchar es leer”.
“En la violencia de la luz” o bajo las estrellas y los
astros (“Ah, mañana nocturna”), la armonía se abre paso. De súbito. Y sorprende
al poeta y deja perplejo al lector. Como la abubilla “casi irreal” que “se
perdió en el aire de mayo. Y allí sigue, / giratoria y estática, / en lo
desconocido”.
Nota: Esta reseña se publicó el pasado viernes 12 de abril en El Cultural.