El crítico Enrique García Fuentes publicó ayer el suplemento Trazos del diario HOY de Extremadura esta reseña de Porque olvido. Gracias.
Para que recordemos
Para que recordemos
El lector encontrará
un repertorio de vivencias muy personales, algunas centradas en lo literario y
otras en el estricto ámbito de su vida familiar y profesional.
La
verdad es que con esto de los blogs uno (y ahora es el que firma quien
sustituye con el indefinido a la primera persona del singular, cosa que nuestro
Álvaro Valverde hace inveteradamente y ya es marca de la casa), uno, digo, no
sabe a qué carta quedarse. Dentro del ámbito estrictamente literario, algunos
de mis mejores amigos escritores lo tienen y lo airean con periodicidad (el
maestro Pecellín, Pérez Walias, Miguel Ángel Lama, Simón Viola –que me dijo
encarecidamente hace ya tiempo que yo me hiciera uno, cariñoso consejo al que
no hice caso–, Elías Moro, el propio Álvaro Valverde, Eduardo Moga y un montón
más que omito por dejar espacio). Del mismo modo, sin embargo, otros tantos de
mis más íntimos, insisto, en el ámbito literario, no lo tienen: Luis Sáez,
Marino González, José M. S. Paulete, Eduardo Achótegui, Pilar Galán –de quien
recuerdo su vitriólica opinión en contra de ellos–, Antonio Sáez, Jorge Márquez
o Juan Ramón Santos (aunque este me parece que algo tiene, o parecido). Seguro
que se me escapa alguno (de uno u otro lado), porque lo cierto es que,
habitualmente, no suelo seguirlos; me interesa más lo que escriben en papel: me
parece que los dota de más entidad como literatos. Nuestro invitado de hoy
también confiesa esta misma opinión y tal vez por eso (entre otras cosas)
decide, como ya han hecho otros (los ya nombrados Pecellín, Elías o Moga, por
decir algunos) convertir algunas de las entradas de su exitoso blog (que
acertadamente prefiere denominar «rincón» –alguna vez «bitácora»– y que se
llama Mayora) en este voluminoso ejemplar (con una de las portadas más
subyugantes que recuerdo en mucho tiempo) que el lector no debiera tardar en
tener entre manos.
Confiesa el autor
placentino en el prólogo de su libro (que, por cierto, titula con el lema que
preside su bitácora: ‘Solvitur ambulando’) la razón que le ha llevado a
publicar en internet sus impresiones y vivencias, en puridad la misma que le
conduce inexorablemente a la escritura en general y que se explicita
precisamente en el titulo escogido para esta compilación: ‘Porque olvido’. Y
adelanta que realiza para su publicación una enorme selección, una gran poda de
cuanto viene apareciendo en Mayora, (algo que desdecirían las cuatrocientas
páginas del libro, pero téngase en cuenta que la exitosa bitácora –con
aportaciones casi diarias y convertida en referencia ineludible para todo aquel
que quiera estar al día, no solo en las cuestiones literarias de la región,
sino, lo que es más interesante, del ámbito de la poesía mundial de la que
Álvaro es un experto catador– ha alcanzado ya los quince años de jugosa, y a
veces trepidante, vida). Declara también que ha preferido dejar al margen lo
que no considera estrictamente más personal, con lo que no espere el lector
opiniones políticas y consuélese con escasísimos comentarios de cuestiones muy
particulares de la vida pública y cotidiana en general. Sí lamento particularmente
que la poda se haya extendido a la práctica totalidad de sus siempre atinadas
reseñas poéticas porque es para lo que más suelo consultarlo.
En suma, que lo que
va a encontrar el lector gustoso es un repertorio de vivencias muy personales,
algunas centradas en lo
literario
(presentaciones de libros, actos de diversa índole en los que el autor nos
transmite la impresión –creemos que sincera– de que, paradójicamente, no parece
disfrutar mucho: queden como constancia de lo dicho sus continuas alusiones a las
rápidas escapadas y despedidas, casi a la francesa –«hacer un Valverde» lo
llama el cachondo de Jordi Doce–, que realiza de estos saraos) y otras
centradas en el estricto ámbito de su vida familiar y –escasamente– profesional
(Álvaro Valverde ha ejercido casi toda su vida como lo que siempre se llamó
«maestro de escuela») que son aquellas en las que encontramos su verdadera
dimensión de persona «humana» (a decir de los catetos) y para las que confieso
que admiro su valor a la hora de expresarlas tan descarnadamente, asomando su
interioridad a los demás en un ejercicio de exposición donde se notan
rápidamente los apuros, dudas, temores e incertidumbres en el momento de
afrontarlos. Y no solo por su exhibición tal cual, sino también por su plena
conciencia de ser (otro leit-motiv del texto) una persona anodina, sin
excesivas notoriedades en casi ningún ámbito y poco dada a emociones y a
salidas de tono. De verdad que a uno (yo) le costó creerse ese momento –que,
pleno de pudor, cuenta– en el que acaba dando botes con sus alumnos en la
fiesta de final de un curso.
Y una lamentación
sincera, por lo que nos toca a todos en realidad: muchas veces estos textos
aquí recopilados se acaban convirtiendo en un rosario de evocaciones de seres
queridos que nos van abandonando. Sea del exclusivo ámbito familiar y
conciudadano del autor, o respondan al recinto de lo literario y cultural
(omnipresencia del recuerdo de Ángel Campos y Fernando Pérez y cierre de
nuestra entrega con el óbito de Julián Rodríguez) entristece ver el importante
caudal de gente ilustre que le (nos) va dejando. Me quedo –con toda sinceridad,
porque también los comparto– con el de las aguas que contempla correr extasiado
en sus paseos por su comarca y la impresión siempre bienaventurada del trino de
los mirlos que con tanto gusto evoca en estas tan entretenidas como
emocionantes páginas.