El diario es el género más proteico y el que más claramente muestra la huella dactilar del escritor.
Más joven que la milenaria poesía, aunque su edad se cuenta ya por siglos, ha sabido como ella adaptarse a las nuevas formas de comunicación.
El tradicional diario o dietario, escrito en pequeños cuadernos o en grandes libros de contabilidad, se ha acomodado perfectamente al lenguaje de Facebook o de los blogs personales.
El poeta Álvaro Valverde, autor también de un par de novelas entre costumbristas y líricas, lleva desde 2005 un blog en el que da cuenta de sus lecturas, de su vida familiar y, sobre todo, de su vida profesional –digámoslo así-- como escritor. Ahora esos cientos de notas dispersas adquieren un nuevo sentido al reunirse en volumen. Ha habido una selección: quedan fuera los acuses de recibo de las novedades literarias y ciertas polémicas políticas (el autor ocupó algún cargo cultural del que fue desposeído con no muy buenas maneras). Lo que queda basta para retratar de cuerpo entero al autor: un hombre educado, cordial, que nunca se olvida de dar las gracias.
Álvaro Valverde es un escritor paradójico: nació y ha vivido siempre en una pequeña ciudad, Plasencia, presencia constante en su obra, pero no es un escritor local. Desde su apartado rincón –y cumpliendo gozosamente con su otra profesión, la de maestro-- ha sabido encontrar un sitio en el panorama nacional, ganar los más importantes premios, hacer oír su voz de lector atento en alguno de los más significativos suplementos culturales.
¿Cómo lo ha conseguido? Este nutrido volumen puede servir como un manual de buenas prácticas para la promoción literaria. Comenzó Valverde, allá por los años ochenta, encuadrado en las filas de quienes combatían a la llamada “poesía de la experiencia”. Bajo el magisterio de un desaparecido Felipe Núñez y del más conocido Aníbal Núñez, aplaudido por Antonio Gamoneda, quiso hacer una poesía conceptual que no condescendiera con los modos realistas y neotradicionales de quienes comenzaban entonces a triunfar: Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes, Andrés Trapiello.
Pronto, sin embargo, cambiaría de bando o, mejor, comprendería que lo mejor es estar a bien con todos los bandos, y encontró su camino en una poesía a a vez reflexiva e intimista, muy ligada a ciertas referencias culturales, evitando siempre cualquier disonancia.
Porque olvido abunda en detalladas crónicas de presentaciones y lecturas. Álvaro Valverde, tras el elogio de los presentadores, tiene buen cuidado de no olvidar el nombre de ninguno de los asistentes y de dedicarle a cada uno de ellos unas palabras amables. No faltará quien piense que esa parte del diario, cumplida su función, quizá hubiera debido quedarse en el espacio virtual. Pero no deja de tener su encanto ni su interés sociológico y psicológico.
Otra buena parte de las entradas pueden encuadrarse en el capítulo de las necrológicas: se despide de emocionada manera a escritores amigos (Santiago Castelo, Ángel Campos Pámpano) y también a familiares y conocidos sin trascendencia pública. Álvaro Valverde –local y universal-- acierta en no distinguir entre unos y otros, todos cercanos a su corazón.
De vez en cuando aparecen las referencias a su vida como profesor –una excursión escolar, un regalo de fin de curso--, evitando en lo posible cualquier aspecto negativo, como es ejemplar marca de la casa.
La vida familiar, si incurrir en incómodas intimidades, aunque con alguna concesión al sentimentalismo, siempre contenido, se muestra con frecuencia en estas notas que abarcan quince años, y en las que se percibe como el tiempo va dejando su huella.
No podían faltar las crónica viajeras. Casi todos los viajes de Álvaro Valverde son debidos a motivos literarios (una presentación, una lectura) y por eso entremezclan el agradecimiento a los anfitriones con muy precisas observaciones paisajísticas.
Después de Plasencia, la otra patria de Valverde se encuentra en Gijón, ciudad a la que vuelve con frecuencia por motivos familiares, y a la que dedica enamoradas páginas.
Un diario puede comenzarse a leer por cualquier página, también por la primera. Si leemos Porque olvido desde el principio nos encontramos con una minuciosa novela en la que un escritor y una pequeña ciudad son protagonistas principales, pero en la que abundan los personajes secundarios. A ratos nos resulta la lectura un tanto fatigosa, como en tantas novelas, pero pronto nos dejamos ganar por su atmósfera: en el microcosmos placentino cabe el mundo y el protagonista está lejos de ser un personaje plano, como pudiera parecer al principio.
Pero también hay otra forma de leer, la más frecuente en los diarios, abrir por cualquier parte, picotear acá y allá, y detenerse en las páginas que nos hablan de paseos solitarios, de amigos admirados, de recuerdos juveniles, de la vida que pasa.
Álvaro Valverde es el más educado, correcto, profesional, de los poetas españoles contemporáneos. Ese elogio es también la mayor censura que podría hacérsele. Al poeta, al hombre de genio, le conviene despeinarse de vez en cuando, perder los papeles. Álvaro Valverde nunca los pierde, al menos en este diario: si censura a algunos políticos, a algunos poetas de éxito en los medios, procura hacerlo sin dar nombres. Solo Eduardo Galeano y los independentistas catalanes se libran de esa cortesía.
Porque olvido tenía todas las bazas para ser un libro de interés regional y, sin embargo, misteriosamente, funciona fuera de las fronteras de Extremadura. La mejor manera de ser universal es afianzar bien los pies en la tierra que pisamos y desde ella contemplar el mundo.
Publicado, que a uno le conste, en El Comercio y El Diario Montañés, periódicos del Grupo Vocento, el 22 de mayo de 2020. En el diario HOY de Extremadura, debería haber aparecido el sábado 23, pero no se publica porque Enrique García Fuentes escribe también una reseña del libro con el título de "Para que recordemos". Coincidencias.