21.5.20

Canto guanche

Me entero ahora de que el pasado día 16 se fallaron los Premios de la Crítica Valenciana. En poesía, eran finalistas los libros: El dueño del fracaso, de Ramón Bascuñana; La mar desnuda, de Fernando Delgado; Llegar a casa, de José Iniesta; María Cambrils. El despertar de la conciencia, de Ana Noguera; Todas las batallas perdidas, de Joaquín Juan Penalva; Donde da la vuelta el aire, de Mila Villanueva; y Mis fantasmas, de Juan Pablo Zapater. Al final ganó el libro de Delgado. Porque, entre otras cosas, representa "la madurez de un escritor muy completo y diverso a la vez, y que en este caso nos muestra toda su destreza y maestría a través de unos elaborados y poderosos versos, con un ritmo grandioso y una sonora musicalidad", según el jurado.
Rescato esta reseña, que debió publicarse hace meses, sorprendido aún por la noticia. Los premios, ese misterio. 

Fernando Delgado
Pre-Textos, Valencia, 2019. 100 páginas. 

“Es norma generalizada que en España el que es poeta no puede ser otra cosa. O si uno escribe novela ¡ay de él si se le ocurre escribir poesía!”, comentó en una entrevista Antonio Colinas. Sí, aquí es difícil compaginar géneros y a cada escritor se le cataloga sin tener en cuenta esa alternancia. A Delgado (Santa Cruz de Tenerife, 1947) se le ha asignado, junto a la de periodista (fue director de RNE y premio Ondas), la categoría de narrador y, con serlo (ha publicado trece novelas y ganó el Planeta), también es autor de los libros de poesía Urgente palabra, Mísero temploProceso de adivinaciones, Autobiografía del hijo, Presencias de ceniza, El pájaro escondido en un museo  y Donde estuve
La mar desnuda es un libro singular que reúne una primera parte de ocho poemas (acaso la mejor, donde aparece el mar –léase “La mirada del mar”, un diálogo con Sorolla– y los ríos; la carnalidad, el amor y el sexo; la Iglesia de algunos que toman el nombre de Dios en vano o la obra escultórica de Chirino) a la que sigue un extenso libreto para una ópera inconclusa que, como se explica, le encargó el compositor Rodolfo Halfter,” inspirada en la historia de un mencey guanche”, Tanausú, que “optó por la muerte en el mar a favor de su libertad y la de los suyos”. Conforman su estructura varias partes: la inaugural (“El agua vuela”) y cinco más, además de una final (“Epílogo”, esto es, “Paisaje de Millares”, el pintor de las arpilleras, donde el cuadro adquiere la condición de metáfora del relato).
Lo mítico, épico y telúrico –prima lo esdrújulo– se unen para cantar las hazañas del héroe. Abundan los nombres propios (de lugares, personajes o dioses) y las palabras clave: caldera, drago, mar, águila, isla, roque, volcán… Al lector le faltan acaso referencias, pues la teatral cantata carece de notas.
Por otro lado, la inspirada historia legendaria de los aborígenes guanches humillados por el ejército invasor de los Reyes Católicos de España puede que cause cierta fatiga en ese lector ahíto de imaginarias vindicaciones patrióticas.
Destacan, en positivo, más allá del indudable esmero del lenguaje, la fuerza del amor (entre Tanausú y Acerina: “que ya no vivo en mí / sino contigo”), la virtud del fracaso, la denuncia de la traición, la resistencia ante el destino y, sobre todo, el valor de la libertad.