Geoffrey Hill
Edición,
traducción y prólogo de Andreu Jaume
Lumen,
Barcelona, 2010. 456 páginas. 27 €
Hill (Bromsgrove, 1932-Cambridge, 2016) estudió en Oxford, donde culminó
su vida académica como Professor of
Poetry. Antes enseñó en Leeds, Cambridge y Boston.
Poeta
insólito y resistente, su figura se aloja, según Jordi Doce, en “un lugar
aparte de la escena poética angloamericana”. A pesar de su enorme prestigio
(críticos como Bloom o Steiner lo confirmaron) su obra no había llegado al
lector español del modo que la de contemporáneos como Hughes o Tomlinson. Sólo
conocíamos Veintisiete poemas e Himnos de Mercia,
traducidos por Doce, el segundo en colaboración con Jiménez Heffernan.
Aunque su poesía completa, reunida bajo
el título de Broken Hierarchies (2013), consta
de 992 páginas, la edición de Jaume remite a Selected Poems, una muestra realizada por el poeta en 2006, donde
no figuran poemas de su última etapa. Téngase en cuenta que Hill publicó cinco
libros entre 1959 y 1983, pero que a partir de 1996, tras salir de una profunda
depresión y tratarse con litio, dio a la imprenta otra decena.
Más cerca del modernism (del primer Eliot) que del Movement (de Larkin, su “contrafigura”),
la poesía de Hill se caracteriza por su formalismo (Doce alude al término
juanramoniano redondocerradas para
referirse a la precisión de sus composiciones) y por su oscuridad (un lema de
Pound abre Jerarquías rotas: “En la
penumbra, el otro congrega luz contra sí mismo”).
Hill es un poeta doctus (Siles dixit), un “gran fabbro”,
según Jaume, “que hizo de la dificultad un estandarte”. Alguien absolutamente
preocupado por el lenguaje (“Quisiera proponer seriamente una teología del lenguaje”),
al que pretende salvar, con meditado fervor, de la banalidad alejándolo del
habla cotidiana, tan corriente en la poesía conversacional británica. Al fondo
late una ineludible cuestión moral (y política y religiosa), pues no en vano
pertenece a la generación que sobrevivió al nazismo, la Guerra y el Holocausto,
tan presente en su obra. Su poesía es, por decirlo con el editor, “hija de las
catástrofes del siglo XX”. Pura historia. Combinada con mayúscula y con
minúscula, precisa Siles, “al modo trágico”. “Poeta del dolor” y “lo Sublime”, “el
más blakeano de los poetas modernos”, afirmó Bloom, “su asunto, como su estilo,
es la dificultad”. “Nos obliga a cada uno de nosotros a poner a prueba su
propia fuerza como lector”. Su alto nivel de exigencia, su acendrado rigor,
convierten sus versos en auténticos artefactos herméticos que es complicado,
cuando no imposible, desentrañar. “Somos difíciles”, aseveró. A este hombre se
le estudia, no se le lee. Es normal que su recepción haya tardado tanto. Por
eso es tan loable el titánico esfuerzo de Jaume por verterlo al español, aunque
cueste escucharlo en nuestra lengua.
Las notas que sus poemas incluyeron en su momento, desechadas después,
resultarían útiles a quien carece de los debidos pertrechos intelectuales (no
digamos si no es de origen inglés) que esta poesía, opaca casi siempre, requiere.
Con todo, libros como King Log, donde
está “Ovidio en el Tercer Reich”, “Anunciaciones” (“el poema corto fundamental”
de su promoción, según Bloom), “Canción de septiembre”, “Cuatro poemas acerca
de la resistencia de los poetas” (que incluye el homenaje a Miguel Hernández) o
“El cancionero de Sebastian Arrurruz”; Himnos
de Mercia, escrito en versets, donde
lo autobiográfico (“Mi rica y austera infancia” en los Midlands) se mezcla con
lo medieval y arqueológico; Tenebrae,
donde apreciamos la honda influencia de los metafísicos ingleses y los poetas
barrocos y místicos españoles (traduce un soneto de Lope); o poemas como
“Acedera”, “El funeral de Churchill”, “Pisgah” u otros posteriores, nos
permiten afirmar que Hill es un poeta legible y, con la debida insistencia,
gustoso, al que podemos comparar con el Valente de los setenta, traductor de
Celan (al que aquél dedica un poema) o Jabés.
“Hasta ahora,
como un erudito serio, / reúno fragmentos, más allá de la conjetura /
estableciendo verdaderas secuencias de dolor”, dejó escrito quien definió la
poesía como “un triste y colérico consuelo”.
NOTA: La reseña de la poesía de Hill se publicó en El Cultural el pasado viernes 8 de mayo de 2020. Eso sí, la que doy aquí es la primera versión que envié al suplemento, sin el leve recorte que sufrió a última hora.