14.5.20

La poesía de González Iglesias



JARDIM
  
Jardín Gulbenkian
Juan Antonio González Iglesias
Visor, Madrid, 2019

La batalla de los centauros
Juan Antonio González Iglesias
Libros de Canto y Cuento, Jerez de la Frontera, 2019


Juan Antonio González Iglesias (Salamanca, 1964) publicó en 2010 su poesía reunida en Del lado del amor; esto es, los poemas de La hermosura del héroe, Esto es mi cuerpo, Un ángulo me basta, Olímpicas, Eros es más y el inédito Selva de fábula. Cinco años después llegó Confiado. También en Visor aparece Jardín Gulbenkian y, de nuevo (tras ganar el de la Generación del 27, el Ciudad de Melilla y el Loewe), gracias a un galardón de la editorial madrileña: el Gil de Biedma. Su salida coincide con la de otro libro suyo: La batalla de los centauros.
Jardín Gulbelkian toma el título del que rodea el Museo Calouste Gulbenkian de Lisboa, “el jardín más bello que conozco”. Saint-John Perse, corresponsal y amigo del filántropo, escribió: “El jardín es la piedra angular de su trabajo, porque es el secreto más vivo, más íntimo y sensible, mejor guardado para sus sueños”.
Al jardim lisboeta dedica el primer poema y otros, los que conforman el cuerpo central de la obra. A ese jardín moderno, sí, pero también al concepto literario clásico (topoi) que, como símbolo, representa: “El jardín recorta sobre la superficie un fragmento de mundo bien hecho, que acaba equivaliendo al mundo”. Así, en “Academia”, el jardín griego al que viaja Horacio, que, junto a los nombres de Plutarco, Homero o Virgilio, refuerza la elegante erudición, el nada impostado culturalismo que caracteriza esta natural, meditativa, rítmica y sentenciosa forma de decir: “Estoy con el lenguaje. Soy lenguaje. Esto es”. Una suerte de teresiano desasimiento.
Su poética es, ante todo, una ética. De la cotidianidad y la sencillez: “A pesar de lo que pudiera parecer, / lo complicado no prevalecerá”. Aunque “También en lo sublime / está lo más sencillo de la vida”. Y de la verdad, que “es pequeña, y su belleza / orientará al que está desorientado”.
No falta, claro, el agua (“Es uno de los nombres de Dios”). “Y así el lenguaje busca también el agua”, dice. La del estanque, el surtidor, el hontanar o el río: el Tajo, el Tormes, el Cuerpo de Hombre. O la del “regato”, que le lleva a Pessoa y al padre. Ni otros asuntos habituales en su poesía: el deporte, los cuerpos jóvenes, el amor, la lectura (“Leer es mejor que escribir, mejor que hacer, / mejor que todo”), la trascendencia (“Y niego que seamos / materia nada más, solo energía”). La suya es una mirada “hacia Poniente”, “no Poente” de Sophia.
Diecisiete consistentes poemas componen La batalla de los centauros. “Animal incompleto” se titula el primero: “que haces pesas / y necesitas botas/ y en una biblioteca guardas libros”. Observa “desde tu ángulo”, un guiño al título de una de sus entregas más apreciadas.
En “Consejos a un poeta cachorro”, leemos: “Lo único seguro es que el poema / es absoluto solo de amor y de lenguaje”. “Don’t innovate. / Imitate.”, concluye.
Luego, Epicuro (y Francisco de Asís y Yourcenar), los colegas del gimnasio, Burdeos y el vagabundo (esto es, Europa), gente tatuada en Benidorm, centauros en bicicleta, chicos que practican parkour (“Los obstáculos forman parte de la belleza”), un mapamundi e Ispania, los persas de “Soneto de amor”… Y Pablo García Baena, dedicatario del libro: “Me gusta imaginar a Dios parecido a ti”, retratado en un poema memorable. Como él, “Será lenguaje y será poeta / sin más, completamente”.
Con un autorretrato (“Horacio, Epístola, 1, 20”) se cierra el libro. El lector, como el poeta latino, puede concluir “Que, despojado / de todo, el único refugio, el único / jardín que le quedó fue la poesía”. Porque “jardín significa paraíso”.

Nota. Esta reseña se ha publicado en la revista digital El Cuaderno
En la imagen, Juan Antonio González Iglesias fotografiado por David Arranz.