JARDIM
Jardín Gulbenkian
Juan Antonio González
Iglesias
Visor, Madrid, 2019
La batalla de los centauros
Juan Antonio González
Iglesias
Libros de Canto y Cuento,
Jerez de la Frontera, 2019
Juan Antonio González
Iglesias (Salamanca, 1964) publicó en 2010 su poesía reunida en Del lado
del amor;
esto es, los poemas de La
hermosura del héroe, Esto
es mi cuerpo, Un ángulo me basta, Olímpicas, Eros es más y el inédito Selva de fábula. Cinco años después llegó Confiado. También en Visor aparece
Jardín Gulbenkian y, de nuevo (tras ganar el de la Generación del 27, el Ciudad de Melilla y el
Loewe),
gracias a un galardón de la editorial madrileña: el Gil de Biedma. Su salida coincide
con la de otro libro suyo: La batalla de los centauros.
Jardín Gulbelkian toma el título del que rodea el Museo Calouste Gulbenkian de
Lisboa, “el jardín más bello que conozco”. Saint-John Perse, corresponsal y
amigo del filántropo, escribió: “El jardín es la
piedra angular de su trabajo, porque es el secreto más vivo, más íntimo y
sensible, mejor guardado para sus sueños”.
Al jardim lisboeta dedica el primer poema y otros, los que conforman
el cuerpo central de la obra. A ese jardín moderno, sí, pero también al
concepto literario clásico (topoi) que, como símbolo, representa: “El
jardín recorta sobre la superficie un fragmento de mundo bien hecho, que acaba
equivaliendo al mundo”. Así, en “Academia”, el jardín griego al que viaja
Horacio, que, junto a los nombres de Plutarco, Homero o Virgilio, refuerza la
elegante erudición, el nada impostado culturalismo que caracteriza esta natural,
meditativa, rítmica y sentenciosa forma de decir: “Estoy con el lenguaje. Soy
lenguaje. Esto es”. Una suerte de teresiano desasimiento.
Su poética es, ante todo, una
ética. De la cotidianidad y la sencillez: “A pesar de lo que pudiera parecer, /
lo complicado no prevalecerá”. Aunque “También en lo sublime / está lo más
sencillo de la vida”. Y de la verdad, que “es pequeña, y su belleza / orientará
al que está desorientado”.
No falta, claro, el agua (“Es
uno de los nombres de Dios”). “Y así el lenguaje busca también el agua”, dice. La
del estanque, el surtidor, el hontanar o el río: el Tajo, el Tormes, el Cuerpo
de Hombre. O la del “regato”, que le lleva a Pessoa y al padre. Ni otros
asuntos habituales en su poesía: el deporte, los cuerpos jóvenes, el amor, la
lectura (“Leer es mejor que escribir, mejor que hacer, / mejor que todo”), la
trascendencia (“Y niego que seamos / materia nada más, solo energía”). La suya
es una mirada “hacia Poniente”, “no Poente” de Sophia.
Diecisiete consistentes poemas
componen La batalla de los centauros.
“Animal incompleto” se titula el primero: “que haces pesas / y necesitas botas/
y en una biblioteca guardas libros”. Observa “desde tu ángulo”, un guiño al
título de una de sus entregas más apreciadas.
En “Consejos a un poeta
cachorro”, leemos: “Lo único seguro es que el poema / es absoluto solo de amor
y de lenguaje”. “Don’t innovate. / Imitate.”, concluye.
Luego, Epicuro (y Francisco
de Asís y Yourcenar), los colegas del gimnasio, Burdeos y el vagabundo (esto
es, Europa), gente tatuada en Benidorm, centauros en bicicleta, chicos que
practican parkour (“Los obstáculos
forman parte de la belleza”), un mapamundi e Ispania, los persas de “Soneto de
amor”… Y Pablo García Baena, dedicatario del libro: “Me gusta imaginar a Dios
parecido a ti”, retratado en un poema memorable. Como él, “Será lenguaje y será
poeta / sin más, completamente”.
Con un autorretrato
(“Horacio, Epístola, 1, 20”) se cierra el libro. El lector, como el poeta
latino, puede concluir “Que, despojado / de todo, el único refugio, el único /
jardín que le quedó fue la poesía”. Porque “jardín significa paraíso”.
Nota. Esta reseña se ha publicado en la revista digital El Cuaderno.
En la imagen, Juan Antonio González Iglesias fotografiado por David Arranz.