11.12.20

Lo superfluo, según Santamaría

Alberto Santamaría (
Torrelavega, 1976) es poeta y ensayista. Se doctoró en Filosofía por la Universidad de Salamanca, de la que es profesor en la Facultad de Bellas Artes.
Entre sus ensayos, El idilio americano. Ensayos sobre la estética de lo sublime; El poema envenenado. Tentativas sobre estética y poética; La vida me sienta mal. Argumentos a favor del arte romántico previos a su triunfoArte (es) propaganda; En los límites de lo posible; Alta cultura descafeinada. Situacionismo low cost y otras escenas del arte en el cambio de sigloPolíticas de lo sensible. Líneas románticas y crítica cultural, publicado este mismo año. 
En El huésped esperado. Poesía reunida 2004-2016, agrupó sus libros anteriores (salvo el primero: El orden del mundo: cuaderno de Budapest), esto es: El hombre que salió de la tartaNotas de verano sobre ficciones del inviernoPequeños círculosInterior metafísico con galletas; y Yo, chatarra, etcétera
Tiene en su haber los premios Radio 3 de Poesía Joven, Vicente Núñez y Ciudad de Burgos. Editó durante años el blog cuaderno crítico
Lo superfluo y otros poemas, su nuevo libro, está editado, lo mismo que su poesía reunida, por La Bella Varsovia y la cubierta lleva una sugerente ilustración del japonés Taku Banai.
Se abre con un extenso epígrafe (que alude al apartamiento) de Ludwig Tieck, un hispanista alemán del Romanticismo que tradujo a su lengua materna El Quijote, autor de Lo superfluo (que aquí publicó, junto a "otras historias", Alfagüara en 1987). Hay otra cita, con un par de versos de Gil-Albert, lo que a uno siempre le alegra. 
La obra es breve. Veinticuatro poemas sin título (y sin puntos ni comas ni mayúsculas casi siempre) y dos con él (puntuados al clásico modo): "Alucinación en Salamanca (Lecciones para el hijo)" y una "Postdata": "Estar es todo [fragmento]".
Lo primero que se impone al leer es lo que señala con acierto la nota de la contracubierta (que normalmente redacta el propio autor): que este libro (que esta poesía, diría yo) "está escrito desde la mirada: una mirada que se analiza a sí misma, que recorre el territorio —esta obra tiene mucho de libro de paisaje— y lo atraviesa. La mirada de Alberto Santamaría propicia una búsqueda que no siempre da fruto en el hallazgo, sino que incide en el camino y el proceso; una mirada del descubrimiento tan cercano a lo religioso, y una mirada que reclama que la poesía atienda a aquello que pasa desapercibido". Sí, "la poesía se comprende también aquí como vislumbre y fogonazo". 
Como anotaciones de un diario (que suelen suceder por las tardes), como estampas que alguien fija en un cuaderno, entiende uno estos poemas propios de un poeta del pensamiento y, en consecuencia, complejos, aunque sin perder nunca esa claridad que procede de los sucesos de la vida cotidiana y familiar incluso (en "La legítima..." o "En la plaza..." del Mirto, un enclave salmantino), donde acecha lo sublime; de las pequeñas anécdotas y de las múltiples epifanías con las que se encuentra quien observa con la debida atención y detenimiento cuanto sucede y pasa. El tiempo: "Tiempo, esa es la piel / que nos ofreces: la venganza / de lo frágil que creemos / eterno". Mientras, "En la tarde, ciegos pájaros / atraviesan el cielo de Monfragüe". 
Poesía del pensamiento, se dijo, y del lenguaje, cabe matizar. Centrada en él, quiero decir, porque sin lenguaje no hay poesía, es obvio; al menos en rigor, no en sentido laxo. Un lenguaje retráctil. Elíptico. Minimalista en el sentido de que siempre pretender decir más con menos. Nada palabrero en suma. Sin la frialdad o el hermetismo, ya se explicó, que suele caracterizar a esta poética, en nuestra cercana tradición, de estirpe valentiana. Al fin y al cabo "he aquí una historia / real", dice, por más que se trate de ver "más allá de las cosas". "Como quien se asoma a la vida de otro / observo el lenguaje / crecer / hacia dentro". En un poema lo expresa muy bien: "La poesía / es / lenguaje / que al romperse // cruje".
Cabe añadir que, porque Santamaría es un poeta moderno, al escribir no tiene más remedio que verse al mismo tiempo a sí mismo escribiendo, como ha anotado con perspicacia otro poeta, Enrique Andrés Ruiz. Resulta inevitable ese ejercicio metapoético. La imagen del explorador, utilizada en uno de los poemas, podría servir para explicar su tarea. Una aventura. Allí leemos: "la tensa sombra / de lo que / por decir // nunca será dicho // la miseria // de quien no tiene / en su lengua / la palabra". Antes anotó: "la vida parece que dependa / incansablemente / de lo que no se escribe". 
No está de más decir que, entre versos (encabalgados, cortantes, delgados) y espacios en blanco (el silencio se impone), se deslizan aforismos, destellos de inteligencia: "la imaginación es una piedra en medio del desierto". O: "no hay placer / sin posibilidad / de desastre". Y hallazgos (morales) como este: "La verdad / no es más / que una melódica / adaptación a los hechos". O: "el viento / en el norte es un idioma / antiguo y amargo // que heredamos / sin pasión // como una alambrada". O este otro: "La belleza no sabe lo que quiere / y pesa como la fiebre" (que pertenece a un poema que relata un día de playa). 
Como es natural, los temas de estos poemas agudos e impactantes en su brevedad son los habituales en la poesía. La muerte, por ejemplo ("algún día este amor / que producimos / nada será / y eso / me aterra", "Por favor recuerda lo que aún / está por decir / la muerte / piel / que cada día / acoge / una forma de la que nada sabe / quien la nombra", "La muerte está conmigo, / padre / lo mismo que esas flores / raras // al llegar / a casa // todo sigue en orden // sin nosotros"). O el miedo: "¿Hasta dónde eres capaz / de medir el miedo / y su peso?". O la derrota: "Desesperar / tiene la forma / hueca / de un jarrón / en cuyo vacío / creemos hallar / el consuelo / del perdedor". Y añade: "Perder, eso es. / Perder". Por cierto, al vacío y a la nada se dedica algún poema (el de la página 33, por ejemplo). 
Tampoco faltan las referencias políticas, que podrían resumirse en estos versos con aire de pintada sesentayochista: "hoy / es el mañana / que ayer / nos prometían". En un poema dedicado a la cabra (animal y metáfora) leemos: "Nada nos gobierna / más que la pobreza / y esta pegajosa lujuria del petróleo". Sí, "ser cabra" para "separar / con mi lengua (...) el tiempo / del veneno, / la mentira / del amor". Y más amor: "aún hay amor / en lo que se resiste / a desaparecer". 
"Alucinación..." es un poema logrado e intenso que abrocha el libro a la perfección. Un diálogo con el padre. ¿La lección?: "No tengas miedo. Y si lo tienes / no lo conviertas / en trofeo". Lo dejó escrito "sin más" en su mono de trabajo. Y sigue: "El miedo es una distancia  / entre dos puntos / que se mide / con patas de cangrejo". Y: "He deseado para ti todo el bien / y me acompaña / la bondad del amor". Concluye: "Lo sé. / No tengas miedo / y si lo tienes / sé tú el trofeo". 
"Todo son imágenes", leemos en el poema final, ya en "Postdata". Y dos preguntas: "¿o acaso somos capaces de entender / que el desorden / es una forma de esperanza?", "¿Y la vida?". En efecto, "Todo recuerdo es una forma de aislar / la niebla". 
En la "Nota" final dice Santamaría que en los últimos cinco años, los que le ha llevado escribir este libro, no ha dejado de pensar que "la poesía no es más que una cosa que le hacemos a las palabras y que termina, en ocasiones, por ser una cosa que le hacemos a la realidad. Y ahí radica su fuerza o, al menos, eso creo". 

Lo superfluo y otros poemas
Alberto Santamaría
Córdoba, La Bella Varsovia, 2020. 64 páginas.10 €

Nota: Esta reseña se ha publicado en El Cuaderno.