LUCA MASTRANTONIO (CORRIERE DELLA SERA)
EL MUNDO. Sábado, 23 enero 2021
La poeta reflexiona sobre la pandemia, la función del arte, el sufrimiento y... las ventajas de viajar en 'jet' privado con parte del premio del Nobel de Literatura.
En la primera mitad de 2020, el coronavirus nos obligó a vivir encerrados casa. Llegamos a olvidar el mundo exterior: era primavera y apenas nos dimos cuenta. Luego, en el verano, volvimos a salir, y aunque fuera unos pocos kilómetros lejos de la cueva, nos olvidamos de nuestra vida en prisión. El otoño vino a recordárnosla, luego el invierno con sus pequeños confinamientos. Vivimos un año como Perséfone (para los latinos es Proserpina), la ninfa secuestrada por el dios del inframundo, Hades: la mitad de su existencia la pasa en el más allá, congelado el mundo, y la otra mitad, arrastrada por su madre Deméter, en la Tierra, cuando la vida despierta. El mito que explica el ciclo de las estaciones está en el centro de la obra de Louise Glück. En Averno, de 2006, el choque entre la fugacidad humana y la naturaleza cíclica de la naturaleza se materializa en Perséfone, mientras que en El iris salvaje, de 1992, canta la unión mística entre una mujer y su jardín, donde las flores le hablan y habla con dios, en el enfrentamiento entre el bien y el mal, la muerte y el renacimiento. «Esperamos que este invierno termine en 2021», nos dice Glück desde San Francisco. «Estoy aquí con mi hijo y sus dos gemelos: celebramos el Nobel».
Louise Glück (nacida en 1943) es una de las voces más apreciadas y premiadas por el público y la crítica en Estados Unidos. Su poesía es dura y despiadada, personal pero universal, una autobiografía que utiliza las máscaras del mito. Sus versos hablan a los muertos, hacen hablar a los muertos, a las plantas, incluso a dios. Se siente cercana a los poetas del pasado y escribe pensando que será leída en la posteridad.
Desde el jardín nevado de su casa en Cambridge, Massachusetts, donde recibió el Nobel, rindió homenaje a William Blake y Emily Dickinson, maestros en expresar la soledad del ser humano. Hablamos con ella el 21 de diciembre.
Desde el jardín nevado de su casa en Cambridge, Massachusetts, donde recibió el Nobel, rindió homenaje a William Blake y Emily Dickinson, maestros en expresar la soledad del ser humano. Hablamos con ella el 21 de diciembre.
PREGUNTA. En 2020 todos éramos Perséfone. El mito se convirtió en noticia. ¿Cómo vive la pandemia?
RESPUESTA. ¡Cielo! No ha habido ningún acontecimiento en mi vida comparable a lo que está pasando. Puede que no lo sepa, pero soy una persona sociable que depende en gran medida de sus amigos y familiares. Las restricciones actuales son espantosas. Ayer vi a mis nietas. No las había conocido todavía. Ahora estoy en cuarentena, aquí en San Francisco. He viajado desde Boston. Es peligroso para una persona de mi edad. Con mi hijo Noah y las nietas mantuvimos la distancia de dos metros con la mascarilla. Es desgarrador pero está bien. Invertí parte del premio Nobel en esta reunión.
P. ¿A qué se refiere?
R. Era difícil y peligroso viajar en avión para llegar aquí. Así que utilicé parte del dinero que recibí del Premio Nobel en alquilar un avión privado. Jamás en mi vida hubiera pensado que tendría que recurrir a tal solución. Pero era más seguro y entonces, ¿cómo mejor podría haber usado ese dinero?
P. ¿Qué le dijo a su hijo cuando se enteró de que había ganado el Nobel?
R. Le llamé de inmediato, aunque para él, que estaba aquí en California mientras yo estaba en Massachusetts, era de noche. Cogió el teléfono para contestarme y, bueno, recibió una llamada nocturna de su anciana madre. ¡No es difícil imaginar lo que pasó por su cabeza! Debió de pensar que me habían hospitalizado, que quizás tenía el Covid, pero, por otro lado, no tenía por qué ser tan grave, porque todavía estaba viva ya que le estaba llamando. Le dije: «Gané el Premio Nobel». Se quedó callado y luego respondió: «¡Es increíble!». Hizo una pausa y añadió: «No, es creíble». Y pensé que era bonito escucharle decir eso porque es una persona que nada tiene que ver con la vida literaria. Ha tomado un camino muy diferente.
P. En 'El iris salvaje' deja hablar a las plantas, desde el trébol hasta la amapola. Y dios le habla: ¿cómo es posible concebir la voz de dios?
R. Entre las historias que nos contaba mi padre a mi hermana y a mí, además de los mitos griegos, estaba la de Juana de Arco... Sin la parte de la hoguera. Nos dijo que escuchaba voces. Para mí era normal imaginar voces en silencio.
P. Usted sufría de anorexia, que le causó problemas en la escuela. Gracias al psicoanálisis, lo superó. Luego, con su segundo marido, John Dranow, invirtió en una escuela de cocina. ¿Cómo explica esta ambivalencia hacia la comida?
R. Mi anorexia estaba ligada a la búsqueda desesperada del control de mi vida. Tuve la suerte de ser atendida por un excelente analista que hizo que me diera cuenta de lo desesperada que era mi necesidad de control. Las personas a menudo se vuelven anoréxicas a pesar de estar fascinadas por la comida. Repudiarla es un gran sacrificio. Al mismo tiempo, sin embargo, las anoréxicas se sienten en guerra con la glotonería, temen el destino al que les puede conducir. En los años en los que me dejé morir de hambre, nunca dejé de pensar en la comida. ¡Nunca! No es casualidad que haya aprendido mucho sobre alimentación en ese tiempo. ¡Y mi madre era una cocinera espectacular! Me faltaba la comida y fui feliz de darle la bienvenida a mi vida. Conozco Italia, por ejemplo, a través de la poesía y los recetarios.
P. Leí en una entrevista reciente que escribir para usted es vengarse de las adversidades de la vida, de la mala suerte, de las pérdidas, del sufrimiento. Pienso en la hermana que murió antes de nacer y en los versos de 'Nostos': «Miremos el mundo una vez, como niños / el resto es memoria».
R. Su muerte no fue parte de mi experiencia, pero su ausencia sí lo fue. Esos versos se refieren a las muertes que dejan una huella imborrable en nuestra infancia por lo que cualquier posible revisión de las mismas, a través de la poesía, resulta difícil porque no hay lugar para discusiones ni acuerdos. No es la naturaleza misma de la memoria, feliz o infeliz, sino más bien la desgana de la memoria. En resumen, estoy eludiendo la respuesta a su pregunta.
P. ¿Hay alguna venganza poética que le parezca particularmente lograda?
R. Durante cinco años sufrí un traumatismo cervical muy grave. Fue antes de Averno. El dolor era tan fuerte que no me iba a la cama, no me concentraba y no sabía cómo iba a vivir el resto de mis días. Entonces, el dolor disminuyó y logré escribir el que creo que es uno de mis mejores poemas, dentro del volumen de Averno y se titula Octubre. Cada uno puede hacer una lectura diferente, pero sé que el elemento catalizador es el traumatismo, que en mi vida fue un tormento durante un período muy largo. Luego, escribí este poema del que estoy extremadamente orgullosa y me encontré pensando en la suerte que había tenido al sufrir de esa forma. Sin él no lo habría escrito. Estas son las cosas que necesito. Desarrollas gratitud hacia los desastres que te persiguen.
P. En su poesía, la autobiografía no es autoindulgente y la verdad duele pero salva de la mentira. Hades no le dice a Perséfone: «Te amo, te protegeré», sino: «Estás muerta, nada puede lastimarte». ¿Se puede decir la verdad así incluso fuera de la poesía?
R. Intento decir la verdad. ¡Oh, dios mío, la verdad! Intento acceder a la verdad ofreciendo mi visión sincera de las cosas. Cuando me hacen una pregunta, mi respuesta es sincera, incluso en los casos en los que no representa la respuesta deseada. A veces, si creo que la respuesta puede ser dolorosa, trato de adoptar un enfoque que la haga más llevadera. Lo que trato de hacer en los poemas es sorprenderme a mí misma y, espero, al lector. Si el lector siente que está a punto de acercarse a un final que puede imaginar, que parece coherente con el comienzo de la oración, hago que el poema dé otro giro, quiero que el lector esté un poco inquieto, que se sorprenda y que el final sea más interesante, más vivo. Escribo para mantener el asombro. La primera regla que les enseño a mis alumnos de poesía es separar las partes vivas de las muertas. Esas partes muertas son aquellas en las que un verso sigue al otro de manera predecible. No me importan tanto las metáforas, por muy bonitas que sean. Siempre existe el riesgo de que las hayan utilizado otros antes miles de veces. Un poema vivo te lleva a un lugar que antes no conocías.
Nota: Esta entrevista se ha publicado en el diario El Mundo. He preferido poner el titular que aparece en la edición de papel y no el elegido para la digital.