Un año más, tras dos sin vernos por culpa de la maldita pandemia y tres días después del cumpleaños de Ángel (que habría alcanzado los 65), nos reunimos el pasado viernes 13 de mayo en San Vicente de Alcántara para celebrar el fallo del Premio Hispano-Portugués de Poesía Joven que lleva su nombre y organiza la Asociación Cultural «Vicente Rollano» con la generosa colaboración de distintas instituciones: la Junta de Extremadura, la Asociación de Escritores Extremeños, el IES “Joaquín Sama”, los clubes rotarios de Badajoz, Mérida, Castelo Branco, Cáceres, Évora y Portalegre (INROT-6, representado por Jorge Gruart, amigo y paisano de Ángel), Izquierda Unida y Caléndula Studio. Esta era su octava edición.
Fue un viaje (desde Cáceres -ida y vuelta- en compañía de Miguel Ángel Lama, tanto tiempo después) de esos que merecen la pena, por lejos y a trasmano que para un placentino quede ese bonito pueblo rayano. El reencuentro con tantos amigos (y eso que hubo ausencias significativas: Paula y Ángela, las hijas de Ángel; los Luises, Arroyo y Leal...) fue emocionante. De los habituales, tampoco Yolanda pudo ir esta vez.
José Juan Cuño y Eva Romero, almas del premio, organizaron un acto sencillo en un sitio precioso: la ermita de Santa Ana, donde, todos lo recodamos al volver allí, en la presentación de la poesía completa de Ángel cayó del techo un cascote que nos dio a todos un buen susto.
A las palabras de los ya mencionados, del secretario y de uno, se sumaron las de los ganadores, João Rodrigues y Sara Feijoo Soriano. De Portalegre y de Plasencia, respectivamente; esta última, alumna del IES "Virgen del Puerto". Demostraron con sus intervenciones que son dos muchachos con una sensatez impropia de una edad tan turbulenta y convulsa como la suya. Y que creen en la poesía. Sara (que me recordaba de una lectura en su colegio, y mucho antes el mío, San Calixto) reconoció que la ha salvado.
Creo que el jurado que me honro en presidir acertó eligiendo esos trabajos. Sus cualificados miembros, a quienes agradecí públicamente su desinteresada y eficaz tarea, estaba formado este año por Paula Campos Fernández, hija de Ángel Campos Pámpano y profesora de Lengua Castellana y Literatura en el IES San José de Villanueva de la Serena; Ángela Campos Fernández, hija de Ángel Campos Pámpano y graduada en Humanidades en la Universidad de Salamanca; Antonio Sáez Delgado, Catedrático de Literaturas Ibéricas Comparadas y de Literatura Española en la Universidad de Évora y traductor; Jacinto Haro Ruiz, profesor de Lengua Castellana y Literatura; Alejandrina Merino Zamora, profesora de Lengua Castellana y Literatura; Luis Leal, profesor de Portugués en el IES Rodríguez-Moñino de Badajoz y traductor; Eva Mª Romero Rivero, profesora de Lengua Castellana y Literatura; Ana Isabel Bejarano Gómez, profesora de Lengua Castellana y Literatura en el IES Bárbara de Braganza de Badajoz (que leyó el acta en portugués y nos acompañó a Lama y a mí en la mesa); Mabel Dordio Gamero, profesora de Lengua Castellana y Literatura en el IES Joaquín Sama de San Vicente de Alcántara; Miguel Ángel Lama, profesor de Literatura Española en la Universidad de Extremadura y secretario.
Muy celebrada fue la idea de Eva de crear una red de centros educativos ÁCP que estará formada por institutos de Extremadura y el Instituto Español Giner de los Ríos de Lisboa en los que Ángel trabajó. El primero, oportuna elección, el "Castillo de Luna" de Alburquerque. Una profesora y dos alumnas del IES representaron al centro en el acto y hablaron de la obra de Pámpano y leyeron poemas suyos.
El contrapunto musical fue de lo más oportuno. Tres canciones bien elegidas: "El sitio de mi recreo", de Antonio Vega; "Resistiré", que en la limpia voz de Carolina, casi una niña, sonó nueva, distinta; y "Alegría", el poema de Hierro, en versión Víctor Mariñas, que cantó y tocó la guitarra.
La anécdota de la noche fue muy graciosa. Entregamos el premio al joven poeta portugués (Javier Fernández de Molina llegó con el cuadro bajo el brazo -lo más valioso- en el último momento) y dimos por hecho que me tendría que llevar a Plasencia el diploma, los libros y el dinero que le correspondían a la ganadora del accésit. En ese momento de "esto se ha terminado", una voz surgió desde el patio de butacas para decir que ella, la aludida Sara, estaba presente. Sentada junto a sus padres y su hermano. Una sorpresa, un tanto desconcertante, que alegró a todos.
Tras una animada charla por corrillos en la puerta de la ermita, la comitiva se encaminó, según costumbre, al Litri, donde degustamos las deliciosas especialidades de la casa. En esta ocasión fue en la terraza, al aire libre. Me senté al lado de Jacinto Haro, ciclista de pro, y de la madre de Sara, médico en el hospital de Plasencia, lo que no deja de tranquilizar siempre a un aprensivo. Sobró la "rebequina" que aconsejó José Juan que se llevara (y la americana, que sí porté). Cuando Miguel Ángel y yo (los primeros en salir zumbando, otro viejo ritual) íbamos en busca del coche, el termómetro marcaba 29 grados. Eras las diez y media de la noche.