18.5.22

Recobrada memoria


«Con plena seguridad, todos los que conocieron y se acercaron a Ángel Campos Pámpano pueden coincidir en que la gran humanidad suya, por naturaleza proclive a lo sencillo y compartido, no sólo podía cifrarse en esa sensación y memoria física de hombre grande que al saludarte te acogía en un cálido abrazo familiar, sino que bajo esa cordialidad espontánea suya, a su lado se volvían más fáciles las cosas». Así empieza el prólogo del libro Recobrada memoria, un libro ideado por Carlos Medrano –poeta extremeño de la diáspora, residente en Artá, Mallorca– que publica en edición no venal Vberitas, de Don Benito, el sello de Juan Ricardo Montaña donde apareció hace siete años un homenaje semejante, dedicado en aquella ocasión a Santiago Castelo: Aire por aire
Sigue Medrano a propósito de Ángel: «Su labor no fue sólo la de aportar una obra literaria propia a la espera de la mejor fortuna posible sino la incansable manera de concebir su papel de lector y creador inculcándolo de un modo exponencial en todas sus tareas. En su ideario vital estuvo la visión comprometida de elevar a su tierra enriqueciéndola a través del aprecio a las palabras que amaba y cuyo gusto y cultivo quería contagiar a todo aquel que acercara sus ojos a esa vida distinta y superior contenida en la lectura y la escritura, gracias a lo mejor de las palabras». Y, en fin: «Pocas veces la ausencia de un escritor ha concitado a lo largo de todos estos años transcurridos entre quienes lo conocieron el recuerdo emotivo de su persona y de su poesía donde una limpia y reconocible dicción volvía permanente su mundo –desde el más íntimo al físico de los lugares que hizo suyos– con esa consistencia de lo leve que él aprendió del aire y de la luz para nombrarlo».
Por eso, porque su «ausencia» no es tal, ha querido Medrano reunir en Recobrada memoria las voces de un numeroso puñado de amigos que han escrito en su memoria dos sencillos versos, siguiendo el modelo de los dísticos que él compuso para Materia del olvido, publicados, primero, por Antonio Gómez en una de las cajitas de su proyecto arco iris (en 1985), y que, después, pasaron a formar parte de la versión definitiva de Siquiera este refugio tal como quedó recogida en La vida de otro modo, su poesía completa.
«La propuesta planteada –precisa Medrano– fue elaborar un dístico sobre Ángel o cualquier detalle de su obra poética a imagen de los que componen Materia del olvido que él tanto apreció, al marcar desde ellos –y no antes– el arranque de su obra poética canónica». Y añade: «En su nombre este libro ha convocado en torno a la literatura y a la amistad (dos valores que se daban y aprendí como uno solo al asomarme a la escritura poética en Extremadura a finales de los 70) a un buen grupo de aquellos amigos y escritores de nuestra tierra que lo trataron o de los que por edad llegaron a él leyéndolo y han querido participar. A ellos se unen algunos autores más en representación de la inmensa capacidad de Ángel de conocer y relacionarse con todos los que escribían a un lado y otro de Portugal y España».
Suelo decir que el primer poema de un libro está en su cubierta. Ocurre aquí y es obra del citado Juan Ricardo Montaña. Representa una naranja pelada (que parece una flor) y hace referencia a otro de Brian Patten “La naranja robada”, traducido por Carmen Fernández y sus hijas Paula y Ángela Campos Fernández, donde indirectamente se alude a una costumbre de Ángel, desde sus años de estudiante en Salamanca, que consistía en llevar, cuando viajaba, una naranja en su equipaje o «guardar en los bolsillos una cáscara como talismán agradable a cuyo aroma podía recurrir».
Era mi talismán para ahuyentar la idea / de que no había nada luminoso o especial en el mundo, leemos en el poema de Patten.
Tras el prólogo, los dísticos de Materia del olvido con la cita del poeta mexicano José Emilio Pacheco de donde tomó el título: La poesía es la sombra de la memoria, / pero será materia del olvido. Incluido el de “Plaza de Santa Teresa”, donde está uno de los versos más felices de Ángel: De todos los milagros, el del agua.
Delante, una ilustración de Javier Fernández de Molina: “La Rabaza”; una de las que embellecen esta hermosa y sobria edición. Firmadas por sus amigos José Manuel Sánchez Paulete, Hilario Bravo, el mencionado Antonio Gómez, Laura Covarsí y Germán Grau.
Cincuenta y uno son los nombres y, por tanto, los dísticos que conforman el núcleo de esta obra. En la sección “Recupero tu imagen si te nombro”, que se abre con unos versos de Eugénio de Andrade, en la traducción pampiana: Diré entonces: / Un amigo / es el lugar de la tierra / donde las manzanas blancas son más dulces. / […] /  En mis hombros ya siento / su respiración.
Los dísticos están ordenados en orden cronológico, por la fecha de nacimiento de sus respectivos autores. El primero es de Pureza Canelo, la decana del grupo, y el último de Ángela Campos Fernández. También colabora su hermana Paula. Esta es la nómina completa: Pureza Canelo, Pablo Guerrero, José Antonio Zambrano, José María Bermejo, Perfecto Cuadrado, Juan Ricardo Montaña, José Luis García Martín, Gonzalo Hidalgo Bayal, Jean Gabriel Cosculluela, Ezequías Blanco, Manuel Vicente González, Alfonso Alegre Heitzman, Santos Domínguez, Francisca Díaz Fernández, Fernando León, Luciano Feria, Tomás Sánchez Santiago, Basilio Sánchez, José Luis Bernal Salgado, Jesús García Calderón, Elías Moro, Álvaro Valverde, María Rosa Vicente, José María Lama, Carlos Medrano, Serafín Portillo, Juan Manuel Barrado, Miguel Ángel Lama, Javier Alcaíns, María José Flores, Ada Salas, Luis Sáez Delgado, Irene Sánchez Carrón, Diego Fernández Sosa, Javier Morales Ortiz, Julián Quirós, Antonio Sáez Delgado, Suso Díaz, Antonio Reseco, Juan Ramón Santos, Mario Lourtau, José Manuel Díez, Julio César Galán, Luis Leal, Eva María Romero Rivero, Isabel Jimeno, Paula Campos Fernández, Carlos García Mera, Ángela Campos Fernández, Guadalupe Villarreal y Anónimo de Yuste. 
Puedo asegurar que el nivel de los versos es muy alto. El de algunos, excelente. Por ejemplo, los de Jesús García Calderón, de la cosecha del 59. “Paso de La Rabaza” lo titula, y dice: Me hablaron de tu casa encendida en la Raya. / Hay almas que merecen mirar dos horizontes.
Si fuera diplomático, diría que no sobra nadie. Como suele ocurrir en estos nobles empeños, tal vez falte alguien. Me consta que varios convocados nunca respondieron. A otros, por desconocimiento o despiste, no se les invitó. Mencionaré sólo a uno: Eduardo Achótegui. Seamos sensatos: como dejaba caer Medrano, si todos los amigos de Ángel hubieran sido emplazados (no sólo extremeños) y estos, a su vez, hubiesen respondido, el volumen sería ingobernable. Así era Ángel, al que, desde el cariño, llamábamos, en función del momento, de formas diferentes. De eso va lo escrito por su amigo Manolo CerebroCampos te llamaron algunos, hasta Angelito los más amigos, / Pámpano los más chistosos, alguna vez yo sonriente.
Cierran la lista Guadalupe Villarreal y Anónimo de Yuste, lo que extrañará a más de uno. No son otros que el profesor de la Universidad de Extremadura Juan Manuel Rozas, quien utilizó ambos heterónimos para su Cancionero doble. Como el sanvicenteño, nos dejó a destiempo. Hizo mucho por la poesía de esta tierra y, por eso y por cómo era, le quisimos tanto y merece figurar en este elenco. Admiró, con razón, a Ángel.
Uno de los avisados, en buena lógica, fue Luis Landero. Ya fuere porque no leyó bien lo que se le pedía para el libro, ese humilde dístico, o porque la poesía (le confesó a un amigo común) no es lo suyo (aunque por ahí empezara), el autor de Juegos de la edad tardía envió a Medrano el texto en prosa que ahora abrocha, y de qué manera, este homenaje: “Entre líneas y entre amigos”. Comienza: «En noviembre de 1989 presenté mi primera novela en Badajoz. Me acompañaba, muy gentilmente, Manuel Martínez Mediero. No recuerdo el lugar, pero sí que era muy grande, que tenía hechuras de teatro, y que habría unas doce personas, congregadas en las butacas delanteras. Un grupo entusiasta compuesto por gente de mi familia, un par de amigos de la infancia y un desconocido que resultó ser, cómo no, Ángel Campos.
Allí nos conocimos, y desde ese día, gracias a ese atajo sentimental que son las complicidades literarias, nos convertimos de golpe en viejos amigos. Como él era de San Vicente de Alcántara y yo de Alburquerque, desde el primer momento hicimos también nuestra la rivalidad inmemorial entre nuestros pueblos». Ya podéis imaginar cómo sigue.
Más adelante dice: «Fue él quien me hizo escribir lo que sin él no hubiera escrito nunca». Se refiere al libro Entre líneas, que se publicó en la colección Los Libros del Oeste, de El Oeste Ediciones, la editorial que fundó Ángel junto a Pedro Almoril y Manuel Vicente González. El texto de Landero, no hace falta decirlo, es memorable.
Termino. Conté todo esto en San Vicente hace unos días. A modo de alegre primicia. Para ello, pedí antes permiso a Carlos Medrano, artífice de este loable florilegio, quien me lo concedió con agrado. A buen seguro, le hubiera gustado estar allí. Y en realidad allí estuvo. Como Ángel, a quien algunos amigos, a sus palabras y a los hechos me remito, seguimos sin poder imaginar muerto. Por suerte, cada vez que lo recordamos o leemos un texto suyo, resucita. Bendito milagro.