4.7.22

De jubilación


Dos años (casi) después, por culpa de la maldita pandemia. No todo van a ser penas. Al final nos juntamos cinco compañeros: Luci, Javier, Teresa, Fermín y yo. Los del colegio "Alfonso VIII" que optamos por jubilarnos desde 2020 para acá. 
Según costumbre, lo celebramos en el Parador placentino, que para eso es uno de los mejores de España. Con una comida; bueno, con dos, porque los nuevos pensionistas invitamos a un copioso y animado lunch con toque extremeño en el claustro que, para algunos, hubiera hecho innecesario el menú en sí. Que el marco sea incomparable, por usar el tópico, -estuvimos en la antigua biblioteca del convento- no significa que la cocina fuera también excelsa, aunque mal tampoco estuvo. Por seguir con las tradiciones, a los postres se nos hizo entrega de un diploma que expide la Consejería de Educación y de los regalos. Tanto antiguos jubilados como maestros en ejercicio aportan una cantidad (cada cual a quien quiere) con la que los retirados nos hacemos un regalo: viajes, aparatos electrónicos, etc. Cabe añadir que, además, cada asistente (a voluntad) se paga su cubierto, salvo los que dejan la docencia y sus respectivos acompañantes (uno por persona) que son invitados por el resto. Antes, íbamos a tomar una copa o un refresco a otro sitio (la tarde es joven), pero este año decidimos que la tomaría (quien quisiera) allí. A la primera, invitábamos también nosotros. Ya se ve que la sofisticación celebratoria es máxima. ¡Organización!, como en el chiste. Y ya que la menciono, este año la mesa presidencial ha sido enorme. Amén del equipo directivo, Luci y sus dos sobrinos, los hijos de mi viejo amigo Florentino Gargantilla, todos maestros, como su madre; Teresa y su compañera; Fermín y su mujer; Javier, Maripaz, sus tres hijos y sus respectivas novias; Yolanda y yo. 
A la entrega de diplomas y regalos (no se llevan, se lee una tarjeta donde se explica en qué consiste), siguieron los discursinos. Lo primero que dije cuando empezamos a preparar el acto (grupo de guasap mediante) es que no tenía sentido que habláramos los cinco. ¡Menudo castigo! Propuse que lo hiciera en nombre de todos Javier, que unía su condición de cesante a la de (todavía) director. Y así se hizo. Como domina el asunto, de maravilla. Tuvo a bien hilar sus palabras con los versos de uno, lo que desde aquí le agradezco. Un detalle. Tomó luego el micrófono la nueva directora, Amelia, que elogió la labor y a la persona de Juanals, su antecesor en el cargo. Llegaron después los vídeos. En esta ocasión, dos. Uno sobre el quinteto (con fotografías de cada uno que van desde la más tierna infancia hasta la jubilosa actualidad) y otro dedicado a los dieciséis años de dirección de Javier. Los dos obra de Ricardo, un as del audiovisual. A todo esto, y desde que nos sentamos a comer, la novia de uno de los hijos de Javier, Ana Campo, fue entonando una bonita selección de canciones, al gusto de los más veteranos. De los Beatles a Pablo Milanés pasando, cómo no, por Serrat. No contentos con eso, hubo karaoke. Uno se atrevió, aunque en grupo: el de los hombres, con una de Raphael: "Mi gran noche", muy adecuada para esa extensa sobremesa de bailes, voces y risas. Lo pasamos muy bien. Mi hijo se extrañó de verme en una fotografía en plena carcajada. Pobre, bien sabe que le ha tocado en suerte un padre serio. 


Esta crónica no puede terminar sin que agradezca de corazón a mis queridos compañeros (sí, término que incluye, como manda la RAE, a mis compañeras, que ya alguna...), sin que agradezca, decía, su compañía en la divertida celebración (a la que acudieron la mar de elegantes) y sus muestras de afecto hacia mí, ese día y siempre. No olvido a Inmaculada y a Auxi, que no pudieron acudir por una causa común y sumamente desgraciada. Ni siquiera a quienes ni asistieron ni colaboraron en el regalo. Estuvimos muy a gusto, hablo también por Yolanda. A las próximas ya irá uno más tranquilo y emboscado. Y me iré mucho antes de que la fiesta termine. A buen seguro, nos lo volveremos a pasar bien. Con esta gente... Un lujo.