28.11.22

El libro póstumo de Cueto

De raíces asturianas, Adolfo Cueto nació en Madrid en 1969, ciudad donde murió en 2016.
Tras publicar una ópera prima bien recibida por los lectores, Diario mundo (2000), hasta una década después no aparecerá su segunda entrega: Palabras subterráneas, a la que siguieron Dragados y Construcciones (Premio Emilio Alarcos, 2011) y Diverso.es (Premio Ciudad de Burgos, 2014). De work in progress, a la manera joyceana, habló Cueto al referirse a esos tres libros; un trabajo poético en curso o en proceso, abierto, al que habría que sumar Habitar una casa en la era de Acuario, obra póstuma, escrita entre 2012 y 2016, donde ese lema (en su caso, de neta inspiración juanramoniana) vuelve a aparecer como subtítulo. En “Luz que viene de lejos”, la nota esclarecedora que lo abre, José Ramón Ripoll alude al significado de esa “leyenda” y cuenta que un “par de noches antes de morir”, Cueto le habló del volumen y le explicó que “se trataba de unir dos libros aparentemente distintos bajo un mismo título” sin que eso se notara y que “para ello usó la forma de la edificación”, mediante “epígrafes referentes a la ubicación cardinal de la casa a habitar”. De ahí la pertinencia de la cita de Emily Dickinson: “Un poema es un hogar que ha de ser perseguido”.
Cuatro son los “epígrafes” de esta obra que se inicia con los dos poemas soberbios que componen “Las puertas abiertas”: “Los cimientos del agua” y “Las paredes del aire” (“un lugar / habitable”). Dan cuenta de la identidad del personaje que protagoniza, entre “palabras y abismo” y “el temor insistente”, una frágil vida en los límites. El de la muerte, ante todos; “un concepto siempre presente en otros poemarios”, puntualiza Ripoll. Como los “seres que escriben / en el agua sus nombres”, “navegantes que insisten / entre el ser y la nada”.
“Qué cosa extraña, el mundo”, sostiene Cueto, y de eso dan buena cuenta estos versos que intentan ordenarlo y comprenderlo; versos (los de la segunda parte: “Orientación este-sur”) que se acogen a un ritmo tan personal como logrado que le debe no poco de su música al uso magistral del encabalgamiento. Y ahí, lo social, lo moral, lo político (“Declaración institucional”). Poemas llenos de dolor (del 11-M a Damasco, con escala en los espejos del viejo Callejón del Gato que le inspiran un desgarrado y hasta esperpéntico “autorretrato”, entre cóncavo y convexo) y de asco (léase “Arcadas”). “La poesía ve el rostro de los desfigurados, / averigua en silencio como un fuego extinguido”, dice en “Azul con estrellas”, un poema dedicado a la “desvencijada Europa”, “acicalada fosa / de ensombrecidos sueños”. Añade: “Hablamos / breve y roto”.
La madrileña calle Preciados le sirve para tejer una fábula comercial (“¿La franquicia o la vida?”) y “Amy” evoca el “padrenuestro / del blues”. “Redecora tu vida”, un poema clave, cierra esa ubicación. En la siguiente, “Suroeste”, “la gloria / del olivo”, una metáfora de la paciencia.
Cueto mira el mundo “con los ojos de dentro”. Quiere “durar hasta ver, / ser / este que sé / yo qué, que me crece por dentro”. “La poesía, leemos en “Cirugía”, es “válvula −válvula / de escape−; el poema, la prótesis / de esta amputación”.
El amor le ayuda a soportar el sufrimiento, que no deja de proyectar en el lector una atmósfera. A ese tema, otra constante en su poética, dedica “Bar Ayer”, “En vaso ancho” y “Sin lugar a dudas”. Personalizado, sin nombrarla, en Fátima, dedicataria del libro: “tuyo, no para ti. Tu misterio de amor ya revelado”.
En segunda persona cernudiana, se manifiesta en “Pasillos”. “Cuesta hablar / en pasado”. “De nuevo en desacuerdo / conmigo mismo”.
En “Orientación O-N”, la ciudad. La gran ciudad. Natural en esta poesía urbana. La Gran Vía, Nueva York (que suena con Tom Waits) y Hong Kong. Allí, la sordidez, la soledad, la noche… “Palabras renovándose / hacia la luz de este despojamiento”. Y de nuevo el amor, en “Superluna de Acuario”. Y las hijas, en “Trenzas”. Y la alegría, en “Aurora boreal”.
La penúltima sección, “Orientación noroeste”, se abre con un verso de Cirlot: “Vivo en la transparencia de la muerte”. Y sí, está presente, junto al amor. Haz y envés. “Aún” o “Quemaduras”, por ejemplo. “Amar / nunca envejece”, “pero la muerte, ¿qué hace?”. “No descansa ni muerta, la muerte”, afirma con humor negro, “salvo para nosotros, que somos / los que aman”. Paradójicamente, el último poema del libro se titula “Antiepitafio del 69” por más que los versos finales no engañen: “Y dejarse llevar / felizmente hasta el fin, hasta el límite último / de un silencio sin sitio”.
Asturias está en “Cabo de Peñas”, “Horizonte en la arena” y “Celorio del 69”: la vuelta a los orígenes, al verano, a la playa. En Noreña, otra localidad asturiana, fecha el 14 de septiembre de 2016 (aunque por errata se indica 2017) Habitar una casa en la era de Acuario, que dedica a su madre.  

Adolfo Cueto
Renacimiento, Sevilla, 2022. 132 páginas.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en el número 27 de la revista ANÁFORA.