17.11.22

Una luz poética. La poesía del centenario Pasolini

Pier Paolo Pasolini
nació en Bolonia hace cien años. Vivió su infancia y adolescencia en Casarsa della Delizia (en la región del Friuli, de donde era natural su madre) y fue asesinado brutalmente en Ostia en 1975 sin que hasta ahora se hayan aclarado todas las dudas que se ciernen sobre el crimen, imputado a Pino Pelosi.
En 1950 se marchó, para siempre, con su madre a Roma (“somos dos supervivientes en uno”). Su relación con la Ciudad Eterna y sus borgate, los barrios de los arrabales, ni campo ni ciudad, donde viven sus ragazzi di vita, se aprecia bien en el libro Maravillosa y mísera ciudad. Poemas romanos (Ultramarinos, 2022).
Martín López-Vega subraya su “libérrima figura intelectual”. El peso de sus opiniones en la Italia de su tiempo fue considerable; para muchos, causa directa de su muerte cruenta. Defendió la libertad y fue, en el mejor sentido, rebelde. “La revolución no es más que un sentimiento”, escribió. También un provocador, aunque su provocación, sostiene L-V, nunca fue “gratuita”.
Escándalo es otra palabra apegada a su condición de homosexual militante, aficionado al futbol y comunista “por Instinto de Conservación”, a pesar del PCI, del que fue expulsado por “indignidad moral”. Franco Buffoni se ha referido a su “descarada valentía”.
Fue, sobre todo, poeta, como sentenció Moravia. “La poesía es, con todo, el sistema nervioso de toda su producción, el laboratorio donde sus ideas se decantan y quintaesencian para luego disolverse en las distintas formas narrativas”, declara L-V.
En 1929 empezó a escribir poemas y en 1941 publicó su ópera prima: Versi a Casarsa, escrita en friulano. Siempre se interesó por ese “dialecto” (editó Poesia dialettale del Novecento). Para él, según L-V, “el friulano es el idioma de la madre, mientras que el italiano es la lengua del padre, de la burguesía”. Es “más bien un asunto ideológico”. Giorgio Agamben cree la cuestión de la lengua es “el originario núcleo incandescente del que todas las otras problemáticas pasolinianas son, por así decirlo, las manifestaciones eruptivas”. Según Buffoni, “quizás el Pasolini más verdadero esté en sus versos friulanos”.
Coincidiendo con el primer centenario de su nacimiento, Galaxia Gutenberg ha encargado al varias veces citado López-Vega la edición de esta amplia muestra. No es la primera vez que traduce al italiano. Con el título La religión de mi tiempo, publicó en 2015 un florilegio con versos suyos.
De sus libros Los confines, La mejor juventud, El ruiseñor de la Iglesia Católica, Diarios, Las cenizas de Gramsci (que se da entero), La religión de mi tiempo, Poesía en forma de rosa, Trashumanar y organizar y Sombrío entusiasmo (selección de poesía ítalo-friulana) proceden los poemas de esta recopilación que es, al decir de su editor, “una lectura por fuerza personal”. Para ello ha recurrido a los dos volúmenes (casi tres mil páginas) de Tutte le poesie (ed. Walter Siti, Mondadori, 2003).
El universo poético de Pasolini, tan autobiográfico, está habitado por el paraíso de la infancia en Friuli –que simboliza el pasado y la presencia de un mundo perdido– y los idílicos paisajes padanos y las hermosas ciudades donde aquella transcurrió, en la tradicional provincia apegada a lo rural, popular en su mejor sentido; por los inocentes “muchachos dialectales” y los ragazzi de los borgate romanos; por las noches (“que no mueren nunca”) y el sexo, sus fantasmas y peligros; por la piedad, el pecado (“no hacer el bien, he ahí lo que significa pecado”), la culpa, la pobreza, el pudor, la melancolía, el remordimiento, la tentación, el dolor (“Todo me produce dolor”) y la felicidad (de sentirse infeliz incluso); por su denuncia del poder religioso del clero y los designios de la burguesía (contra la Iglesia Católica y la Democracia Cristiana, digamos); por el pesar que siente por su amada Italia, a la que no le queda “más que su muerte marmórea”; por el amor y la muerte.
Ahí, el hombre (que “tiene deseos humildes”) y sus circunstancias, no en vano era un humanista. La vida “demasiado miserablemente humana” del pueblo (“Y el pueblo canta”, leemos a modo de estribillo en “El canto popular”), la “festiva levedad de los simples”, está en el centro de los intereses poéticos de Pasolini, que no pueden separarse de la política. Como lo está el tema de la identidad, esa decidida indagación autobiográfica.
La suya podría ser calificada de poesía neorrealista, como la corriente cinematográfica en la que se insertan sus dos primeras películas. En “A la muerte del realismo”, lo explica bien: “hablo como soy”, “estoy –todos lo saben– comprometido / por pasión, con ese estilo aniquilado”. “Las obras y los actos que el Realismo os lega/ le sobreviven. Tal es su vigor”.
Poesía “callejera”, además, propia del “caminante consumado de sus periferias” (según Andrés Catalán y María Bastianes), protagonista de la “caminata sin fin” de “Versos del Testamento”.
Hay un libro que representa a la perfección su poesía “civil” (y, en consecuencia, moral y compasiva): Las cenizas de Gramsci, donde encontramos, además del impresionante poema que da título al libro, otros como “Los Apeninos”, “La humilde Italia”, “Cuadros friulanos” (el campo, la fiesta, la fraternidad, el verano, las montañas, los paseos), “Récit” o “El llanto de la excavadora”. Todos dan fe de la riqueza de una poética donde prima la lírica. Poemas extensos compuestos con tercetos o pareados con rima que, acaso para bien, se pierde en la traducción. En todo caso, no estamos ante los versos inocentes de un mero diletante. Su poesía es compleja y experimental. La de alguien que se toma muy en serio, ironía mediante, su tarea (sobre la que reflexionó largamente). “Es el poeta más difícil que he traducido”, confiesa López-Vega.
“Me equivoqué en todo”, leemos en “Poesía en forma de rosa”. Conocía bien la frustración y el desánimo, aunque “nunca hay / desesperación sin un poco de esperanza”.
Fue al cabo un solitario. “He deseado mi soledad”, dijo, y: “La soledad: hay que ser muy fuertes / para amar la soledad”.
 
Pier Paolo Pasolini
Selección y traducción de Martín López-Vega
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2022. 640 páginas. 27 €

NOTA: En la reseña, publicada en el número 144 de la revista TURIA, no tenía cabida esta información, por lo que la añado ahora.

Si mis pesquisas son acertadas, tenemos en castellano los siguientes libros de Pasolini: Las cenizas de Gramsci, traducido por Antonio Colinas para Visor. Vio la luz en 1975, aunque luego, en la misma editorial, ese título se ha editados dos veces más: en 2001 y con traducción de Antonio Resines, y en 2009, a cargo de Stéphanie Ameri y Juan Carlos Abril. 
En la casa madrileña están también Transhumar y organizar (traducción de Ángel Sánchez-Gijón, 1981 y 2002) y Poesía en forma de rosa. 1961-1964 (traducción de Juan Antonio Méndez, 1983 y 2002).
Contamos, además, con La religión de mi tiempo (Icaria, 1997, traducción de Olvido García Valdés), Poemas (Plaza & Janés, 1999, traducción de Delfina Muschietti), Poesías (Igitur, 2004, traducción de Alessandra Merlo) y Who is me: poeta de las cenizas (DVD Ediciones, 2002, traducción de Marcelo Tombetta).
Nørdica publicó en 2015, con el título La religión de mi tiempo, un florilegio con versos suyos escritos entre 1957 y 1971, traducidos, ya se ha mencionado en la reseña, por Martín López-Vega. Pues bien, en 2022, la misma editorial aragonesa y con el mismo título vuelve a publicar una antología de poemas de Pasolini, ahora con traducción de Miguel Ángel Cuevas.