El poeta Pablo Anadón (Villa Dolores, Córdoba, Argentina, 1963), que acaba de publicar un nuevo libro de poesía en la editorial Pre-Textos (que he reseñado esta semana en El Cultural): Viejas canciones rusas y otros poemas, es el traductor de la escasa pero exigente y luminosa obra poética de la italiana Mirella Muià, "una voz apartada", hasta ahora desconocida para la mayoría de los lectores españoles (y no sólo, me temo que tampoco en su país ha sido apreciada) ya que es la primera vez que se vierten sus versos a nuestro idioma, más allá de los que Anadón ha ido adelantando, por ejemplo, en su espléndido blog de traductor El trabajo de las horas.
Titula el volumen, que también edita el sello valenciano, La Tela y otros poemas. Su prólogo, "La poeta eremita", es ejemplar porque nos permite conocer a la perfección la vida y la obra de esta mujer nacida en Siderno, Calabria, en 1947. Una vida, vaya por delante, de novela. En 1952 se traslada con su familia a Génova y allí vive hasta 1971. Fue estudiante en Alemania y Francia. En París le pilló el 68 y en La Sorbona se licenció en Letras. En los ochenta se casa y tiene una hija, Sibilla, le detectan un tumor maligno y ven la luz (en territorio francés) sus tres únicos libros publicados: La Tela (1986), Empédocle (1987) y Portrait de père inconnu (1988). En Édicions Alidades. Más tarde vuelve a su tierra. "En 1987 vive su conversión religiosa", explica Anadón, que la trató hace tres décadas, cuando ambos eran profesores en la Universidad de Calabria. Ella, en la cátedra de Literatura Francesa. "Desde 2002 -anota el prologuista- vive en la ermita de la Unitá, junto a la iglesia de Santa Maria di Monserrato", cerca de Gerace y de la costa del mar Jónico, el de su infancia, casi en la punta de bota de la península italiana. Dedicada a la oración, la reflexión y a la elaboración de iconos. En 2012 "fue consagrada monja eremita", de la orden de las monjas del Eremo dell’Unità", que ella misma fundó. En 2016 aparece su libro de meditaciones Dall'eremo. Lettera ai fratelli delle chiese d'oriente, del que, a modo de apéndice, se recoge aquí en parte, lo que, por su valor humanístico y literario, a uno le ha dejado con la miel en los labios.
En La Tela y otros poemas se incluyen los dos primeros libros, que no dejan de ser dos excelentes poemas narrativos, y una sección de inéditos. Composiciones como "Diálogo" o "El silencio y la palabra" resultan memorables. Como bien dice el traductor, todos sus versos forman parte de un libro único, aunque escrito en momentos muy distintos de su apasionante vida.
No podría mejorar la lectura que el poeta argentino hace de la despojada, ascética poesía de Muià ("una vocación difícil"), que traduce, desde el rigor y la fascinación, admirablemente. Remito al lector curioso a esas páginas. Y que luego, claro, lea los poemas, esto es, lo sustancial. Sí puedo añadir que para mí ha sido un feliz descubrimiento del que, por suerte, aún no me he recuperado. Uno de esos encuentros fortuitos (y el "fatalismo" es en su obra una clave) que nos devuelven la fe inquebrantable en la pobre, maravillosa poesía.