La hora del lobo
José Mateos
Pre-Textos, Valencia, 2022. 56 páginas.
José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963)
ha publicado recientemente, como prosista, Un año en la otra vida, El
ojo que escucha y Tratado del no sé qué; como poeta, Un sí menor
y Primavera, año cero. Este libro resalta
su importancia en el panorama poético nacional.
La viñeta de la cubierta, del propio Mateos, muestra a un sereno Caronte que avanza en su barca. Su levedad, elegancia y delicadeza son virtudes de esta poesía. El poema prologal se abre con un tajante “No volveré a escribir”, incluye una pregunta: “¿qué puede la canción del que va solo?”, y termina con el reconocimiento de que cantar es inevitable. Y eso hace. Una treintena de poemas de hospital y convalecencia escritos desde el dolor (“carcoma de la vida”) por un “herido” (“Cuerpo, no debería amarte”). El de la “Habitación 472”. “He estado en un lugar que no imaginas”. Se dirige a su conciencia. Y a la muerte. Sin aspavientos. Sin truculencia o victimismo. Al revés, con un ritmo musical sereno que participa al tiempo de lo popular y de lo clásico; en forma, a menudo, de canción.
“Porque ahora / ya no hay orillas. Todo, todo es agua” (“Oración fúnebre”), porque “Hace ya muchas noches que es de noche”, sólo el amor, la amistad y la fe proporcionan consuelo. En “Epitafio cristiano” cristaliza esa esperanza: “Hay un lugar donde la muerte acaba”.
Un grillo, el viento, una nube, los pájaros o una higuera bastan. Y los momentos felices que enumera, a lo Borges, en “Recuerdo de unos días de alquiler”, que termina: “Si la muerte es el precio, qué barato”.
“No sé si es real la vida”, afirma. Lo que le enamora “es algo que está detrás /de lo que veo”.
“Ya sé que a veces lo que canto es triste”, escribe, y, sin embargo, sus versos celebran la vida, por precaria y huidiza que sea. “He vivido”, confiesa. Entonces, “hasta es posible que morir no importe”.
En “La conversión”, el epílogo, concluye que “Al final pude ver que la alegría / del alma es un abismo que arde al fondo”.
José Mateos
Pre-Textos, Valencia, 2022. 56 páginas.
La viñeta de la cubierta, del propio Mateos, muestra a un sereno Caronte que avanza en su barca. Su levedad, elegancia y delicadeza son virtudes de esta poesía. El poema prologal se abre con un tajante “No volveré a escribir”, incluye una pregunta: “¿qué puede la canción del que va solo?”, y termina con el reconocimiento de que cantar es inevitable. Y eso hace. Una treintena de poemas de hospital y convalecencia escritos desde el dolor (“carcoma de la vida”) por un “herido” (“Cuerpo, no debería amarte”). El de la “Habitación 472”. “He estado en un lugar que no imaginas”. Se dirige a su conciencia. Y a la muerte. Sin aspavientos. Sin truculencia o victimismo. Al revés, con un ritmo musical sereno que participa al tiempo de lo popular y de lo clásico; en forma, a menudo, de canción.
“Porque ahora / ya no hay orillas. Todo, todo es agua” (“Oración fúnebre”), porque “Hace ya muchas noches que es de noche”, sólo el amor, la amistad y la fe proporcionan consuelo. En “Epitafio cristiano” cristaliza esa esperanza: “Hay un lugar donde la muerte acaba”.
Un grillo, el viento, una nube, los pájaros o una higuera bastan. Y los momentos felices que enumera, a lo Borges, en “Recuerdo de unos días de alquiler”, que termina: “Si la muerte es el precio, qué barato”.
“No sé si es real la vida”, afirma. Lo que le enamora “es algo que está detrás /de lo que veo”.
“Ya sé que a veces lo que canto es triste”, escribe, y, sin embargo, sus versos celebran la vida, por precaria y huidiza que sea. “He vivido”, confiesa. Entonces, “hasta es posible que morir no importe”.
En “La conversión”, el epílogo, concluye que “Al final pude ver que la alegría / del alma es un abismo que arde al fondo”.
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.