El pasado viernes 24 de marzo, mientras se daba el pregón de la Semana Santa en la catedral, se celebraba una feria medieval en las calles atestadas de turistas en busca del cerezo en flor, terminaba un maratón en la plaza, unos cuantos valientes inaugurábamos la edición placentina de Extremamour. Sin presencia de autoridades (la concejala de Cultura pasó a disculparse) y delante de un selecto grupo de personas, ya digo, lo suficientemente numeroso, en cantidad y calidad (cinco suizos entre ellos, además de algunos artistas de fuste), como para que los organizadores del acto (nunca oirán en mi boca la odiosa palabra "evento") nos sintiéramos honrados y satisfechos. Gracias.
Por lo demás, todo fue tan breve como intenso. Tomó primero la palabra el comisario de la muestra, el diseñador y galerista ginebrino Jorge Cañete, gestor de La Galerie Philosophique de Grandson (en Suiza, cuya embajada también apoyaba la exposición), que narró las peripecias que nos llevaron al prestigioso fotógrafo Patrice Schreyer (a quien echamos la otra noche de menos) y a mí, por iniciativa del recién citado Cañete, a materializar su idea con imágenes y versos; después, Luis Sáez, director de la Editora Regional, que habló de Extremamour, el libro; y, por fin, intervine para señalar todo lo que esta aventura ha aportado a mi vida, que no es poco (la amistad, ante todo), y para leer unos cuántos dísticos. Eso fue todo. Suficiente. Lo importante es que las fotografías de esa Extremadura distinta, a la que se refirió Sáez, nunca antes vista así, pueden contemplarse en la Sala Hebraica de Las Claras hasta el 23 de abril. Ah, y en cualquier librería, a un módico precio, puede adquirirse el libro. La edición, añado sin vergüenza, es ejemplar. Razón de más para tenerla.