Adam Zagajewski
Traducción de Xavier Farré
Acantilado, Barcelona, 2023. 80 páginas.
Tras conseguir el Premio Príncipe de Asturias y antes de
lograr el Nobel, que sus lectores esperábamos, murió hace dos años en Cracovia
(ciudad protagonista de En la belleza ajena, donde los españoles lo
descubrimos) el poeta polaco Adam Zagajewski (Leópolis, actual Ucrania, 1945).
Al mencionado libro le siguieron, en Acantilado, los de poesía Tierra del fuego, Deseo, Antenas, Mano invisible y Asimetría;
los ensayos En defensa del fervor, Dos ciudades, Solidaridad
y soledad y Releer
a Rilke; y la autobiografía Una leve exageración. De otro lado,
Pre-Textos, que está en el origen de su presencia en nuestro país, editó pronto
la antología Poemas escogidos.
Ve ahora la luz
su última entrega, publicada en Nueva York por Farrar, Straus and Giroux el año
de su fallecimiento. De nuevo el poeta catalán Xavier Farré se ocupa de verter con
elogiable solvencia sus poemas al castellano. Otra vez, su voz inconfundible es
música para nuestros oídos.
La obra se abre
con una cita muy bien traída de Lévinas: “La verdadera vida está en otro lugar,
pero nosotros estamos aquí”. A esa menuda, humilde y cierta realidad se aferra
Zagajewski. Desde la claridad de lo natural, digamos. Contra lo rebuscado,
retórico o solemne. Léase el paradigmático “Breves instantes” o “Higos”.
Desde el
principio, su inteligente ironía melancólica (su “oscura felicidad”). Como
cuando recuerda un verso de Bursa (“el poeta sufre por millones”) y celebra la
suerte de los que “sólo sufren por sí mismos”. O cuando, escuchando a Chopin,
afirma: “Es la eternidad / pero pronto terminará”.
También, como
ser bondadoso que fue, la piedad: “Sólo existe la compasión / de las personas,
animales, árboles y cuadros. / Aunque siempre con retraso”. Ahí, su mundo. El
nuestro. “Uno quisiera entrar en su corazón”, dice al ver una vieja fotografía
de su padres.
El tono es
meditativo. Transmite serenidad, sosiego. Incluso cuando asevera: “No sabemos
nada. Vivimos en la oscuridad”. “Dios está en otro lugar”, leemos, como los
versos anteriores, en “Domingo”.
Vuelve el poeta
viajero: “sólo los poetas pueden vivir donde sea”. El que visita Santiago de
Compostela, Estambul (“en el sol / del sur”), Córdoba (“Aquí la memoria es más
fuerte que el tiempo”), Siena, Sambor, Drohóbych, Bełżec, Tierra Santa (“Donde estaba la felicidad”)…
El que regresa a Leópolis, “pero la ciudad ya no estaba”. El que cruza
fronteras: “las fronteras están en todos sitios”. El del Este: “Esto es el Este
sin sol, esto, el sol / sin verano, desde aquí ya estamos cerca / de los
lugares definitivos, de los inicios, del límite, / de la tierra negra, de las
arias sin final”.
Vuelve el poeta
de la memoria. La lejana (“Calle Arkońska, 7”, “Tengo quince años”) y la
cercana, de convalecencia: “Porque un hospital en mayo, / queridos míos, no es
un hospital”. La de la guerra y el Holocausto. La de los suyos: la madre (“Día del Santo”) y el abuelo Karol
(“Pestillo”).
No faltan
biografías (“encontrarse en el bosque oscuro de una vida ajena”) y semblanzas.
De un viejo pintor anónimo o de personas reales: Gałczyński (“¿Qué hace
alguien que es poeta / en el ejército, en el hospital, en el mundo?”), Faber, CK
Williams (“La amistad es inmortal y no
necesita / muchas palabras. Es paciente y tranquila. / La amistad es la prosa
del amor”), Frénaud, Améry, Pound, Šalamun…
Ni los museos, la arqueología (“Una ciudad romana de
provincias”, un homenaje a Cavafis y a “lo divino”) y el arte (Rembrandt, por
ejemplo).
“Seguimos olvidando qué es la poesía / (o tal vez sólo me
pasa a mí)”. Y añade: “La poesía es un viento que sopla de los dioses, / dice
Cioran citando a los aztecas”. Eso sí, no siempre, precisa, lo que no hace al
caso. Después de leer estos poemas, para nosotros póstumos, me atrevo a afirmar
que, en ellos, la eternidad pronto, lo que se dice pronto, no va a terminar.
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.