Ya he contado alguna vez la anécdota aquella de Castuera. Entonces era ministra de Cultura Carmen Calvo, que asistió a un acto en el instituto de la localidad pacense donde uno daba un discursino a favor de los libros y la lectura. Se retrasaba la diputada provincial del ramo. Aquello empezó sin ella, que se incorporó al cabo de un rato. Como disculpa, esgrimió ante el consejero Paco Muñoz que Castuera estaba muy lejos. "No -zanjó enérgico Muñoz- Castuera está en su sitio". Y en su sitio está San Vicente de Alcántara, pero para uno, que vive en Plasencia, a casi dos horas de viaje en coche, en el quinto pino. Como el municipio de La Serena lo está de Olivenza, lugar de procedencia de la diputada.
Un año más, y van nueve, hasta allí me fui, tormenta va y aguacero viene, para asistir al fallo del Premio de Poesía Joven "Ángel Campos Pámpano". ¿Lo mejor? Poder dar el abrazo anual a algunos amigos. Como José Juan Cuño, por ejemplo, nuestro anfitrión, que con la Asociación Cultural «Vicente Rollano» organiza el concurso destinado a los alumnos de secundaria y bachillerato de los institutos de Extremadura y el Alentejo portugués. Con la generosa colaboración de distintas instituciones: la Junta de Extremadura, el Ayuntamiento de San Vicente (representado por el concejal de Cultura en la entrega), la Asociación de Escritores Extremeños y de los clubes rotarios (INROT) de Mérida, Castelo Branco, Cáceres, Plasencia, Évora, Beja y Portalegre a los que representa el entusiasta Jordi/Jorge Gruart, un viejo amigo de Pámpano, como José Juan.
A pesar de las ausencias, mis abrazos se extendieron, entre otros, a Miguel Ángel Lama (al que veo por suerte con frecuencia), Luis Arroyo (lo que siempre una alegría), Eduardo Achótegui (¡cuánto tiempo!), Paula Campos (tan querida, viva imagen mejorada de su padre, aunque más tímida que él), Ana Bejarano o Luis Sáez, que fue en representación de la consejera de Cultura. Después de la bienvenida de Cuño y de las palabras de presentación de Ana Bejarano, maestra de ceremonias, fue el primero en tomar la palabra. En un amplio, elegante salón de actos del Centro de Asociaciones (que uno no conocía), antiguo colegio situado al lado del parque donde siempre aparco. Hizo alusión a la importancia que tenía para Ángel unir educación y cultura (o literatura, en este caso) y en lo emocionante que resulta para quienes le conocimos celebrar un acto así. Lo pensaba mientras volvía a casa. Cómo sigue uno echando de menos a Angelito y qué difícil es superar ese dolor en presencia de sus hijas (ayer, ya dije, no estaba Ángela). Me cuesta superarlo.
Habló luego uno. Para decir que de nuevo, y me parece que con ésta van cinco, ganaba el
premio una alumna portuguesa con un poema escrito, claro está, en portugués. Me
refería a Maria Leonor Tomaz Castanho, autora de «Lugares (in)comuns», de la
Escola Secundaria de San Lorenzo, de Portalegre, centro educativo que tampoco
es la primera vez que se ve reconocido. Un hecho que le hubiera gustado especialmente a Ángel, que
amaba apasionadamente esa lengua. Sus numerosas, certeras traducciones de
poetas lusos lo demuestran de sobra, así como la divulgación por medio de
artículos y con la organización de actos culturales de cuanto tenía que ver con
la rica literatura del país hermano. Su residencia durante años en Lisboa
subraya ese poderoso fervor portugués.
Tan feliz desenlace -añadí citando a Juan Ramón Santos, con quien había cruzado algunas reflexiones al respecto- justifica lo importante que son iniciativas como
la de este concurso para que nuestros países dejen de estar definitivamente de
espaldas. Lo beneficioso que resulta su condición de transfronterizo y que los
alumnos puedan participar con poemas en ambas lenguas. Que, en fin, el
bilingüismo (y no el portuñol o el espagués) sea la auténtica lengua franca de
la frontera más antigua del mundo, La Raya; una frontera que, oh paradoja, en
realidad no lo es. Sí, es muy importante el diálogo ibérico. Por lo mucho que
pueden aprender nuestras culturas la una de la otra. Lecciones que algunos
llevan (llevamos) siglos aprendiendo.
Conté que hacía poco que había pasado por el Aula de Literatura «José Antonio
Gabriel y Galán» de Plasencia (un invento que debemos a nuestro querido Pámpano)
la prestigiosa poeta portuense Filipa Leal. Que su lectura fue deliciosa. Que su obra
no es muy extensa, más en español, con un solo libro traducido, La ciudad
líquida y otras texturas, publicado por Sequitur en edición bilingüe hace
trece años en versión de Luis González Platón (que el lector puede leer entero y de forma gratuita en internet.
Comenté que estaba tardando Juan Ramón (como Ángel, Premio de Traducción Giovanni Pontiero, que
presentó con la brillantez que acostumbra a Leal) en reunir en un volumen un
puñado de poemas que den a conocer su poesía como es debido; un trabajo que, a
la vista de lo publicado en el cuadernillo placentino, en rigor ya tiene adelantado.
Que me temía que en los últimos años la traducción de libros de
poesía de poetas portugueses se ha reducido ostensiblemente. Cité los
de Daniel Faria (en la editorial salmantina Sígueme), los últimos de la
fallecida Ana Luísa Amaral (premio “Reina Sofía”), como Mundo, y la
antología Sombras de porcelana brava: diecisiete poetas portuguesas
(1955-1987), publicado por Vaso Roto en edición de Vicente Araguas (donde
están presente, por cierto, los versos de Amaral y Leal).
Subrayé que no comprendía esa desidia, más si tenemos en cuenta que la
poesía lusa sigue manteniendo un nivel de calidad envidiable. Como mal menor, anuncié que en la colección “Voces sin tiempo”,
de la Fundación Ortega Muñoz, vamos a publicar una antología poética de Carlos
de Oliveira; otra noticia que le habría gustado a Ángel, no en vano dedicó al
autor de Trabalho poético su inconclusa tesis doctoral.
A pesar de la brevedad a que aludí con respecto a la poesía
de Filipa Leal (la cantidad en poesía no es significativa), expliqué que ésta goza de
reconocimiento en su país natal. Y es que, por suerte, en Portugal el aprecio
por la lírica sigue siendo elevado; un respeto que hace tiempo que perdimos en
España, tanto por los poemas como por los pobres poetas, relegados, como sus
libros, al oscuro rincón de lo clandestino, o casi. Paradójicamente, la parapoesía,
una suerte de falsa poesía escrita por adolescentes literarios (no necesariamente de edad) para lectores
sin criterio, sentimientos baratos convertidos en comerciales bienes de
consumo, tiene adeptos, por más que sus días parezcan cada vez más contados, al
menos en comparación con la poesía, digamos, verdadera. La que desde
hace siglos viene venciendo a los impostores y al tiempo, por mucho que un desinformado novelista de éxito haya certificado recientemente y sin empacho su muerte.
Relaté que el mencionado Juan Ramón Santos me hablaba en una reciente conversación de cómo en
Portugal (donde viaja con frecuencia y cuya lengua conoce a la perfección) la
poesía es un género más vivo, que las tiradas son más amplias, que se hacen
segundas ediciones (eso tan raro por aquí), que los poetas son más conocidos. En
consecuencia, concluía, no estaría mal que se nos contagiara algo de eso... Ojalá.
Antes de terminar, recordé que en una ocasión me atreví, con la ayuda de Luis Leal (que no
es pariente suyo a pesar del apellido común), a verter,
temerario atrevimiento, uno de los poemas de Filipa Leal que leí en voz alta porque su contenido me
parecía adecuado en ese contexto. Hubiera sido bonito que que Luis lo hubiese leído después en su lengua materna, pero...
Rematé el discursino, no sin antes dar las gracias a todos por la atención, citando la obra que ha merecido el accésit: «Desidia
delirante [y otros]», de Enrique Morejón Molina, extremeño de Valdelacalzada, que no acudió a recibir el galardón.
Felicité, en fin, a los jóvenes premiados y me despedí hasta el año próximo que será, Dios mediante, el del décimo aniversario del Premio. Palabras mayores.
Me siguió en el uso de la palabra Miguel Ángel Lama, que leyó el acta. A continuación, Paula hizo entrega del premio a Maria Castanho: dinero, un diploma conmemorativo elaborado en corcho (estábamos en el centro de ese mundo), un cuadro de Javier Fernández de Molina (que no pudo desplazarse a Sanvi por coincidir con al comida de su jubilación) y la poesía reunida del poeta. Leyó sus versos y, en compañía de la directora de su Escola, un hermoso texto que a los que conocemos el portugués de aquella manera (vamos, nada o casi) nos costó seguir. Por eso se lo pedí al finalizar la ceremonia, para poder leerlo con la debida calma y con la ayuda, si hace falta, de algún traductor.
Gruart puso punto y final. Para dar cuenta de lo que se aprecia la obra de su amigo a ambos lados de La Raya y para constatar el apoyo de los rotarios transfronterizos.
Bueno, en realidad el colofón lo puso, como el año pasado, Carolina, que cada vez canta mejor. Antes, hubo otros dos momentos musicales a cargo de otros miembros de la Escuela de Música de la localidad.
Porque El Litri ha cerrado (un disgusto, hemos pasado muy buenos momentos en ese bar y alguna vez en compañía de mi añorado amigo), el piscolabis tuvo lugar en el Casino. Pero uno no estuvo. La noche no estaba para juergas (un decir) y el viaje hasta casa, bajo el agua, iba a ser largo. Otra vez será. Esperemos.
PS. Chema Cumbreño me habla de una colección que desconocía: "Literatura de Contrabando", en la que él mismo publica ediciones bilingües de poetas portugueses contemporáneos. La dirige la traductora lisboeta Leonor López de Carrión. Dicho queda.