Basilio Sánchez
Pre-Textos, Valencia, 2023. 96 páginas. 18 €
Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) es un genuino corredor de
fondo de la poesía española. Autor de A este lado del alba, Los
bosques interiores, La mirada apacible, Al final de la tarde,
El cielo de las cosas, Para guardar el sueño, Entre una sombra
y otra, Las estaciones lentas, Cristalizaciones, He heredado
un nogal sobre la tumba de los reyes (premio Loewe y de la crítica Meléndez
Valdés) y Esperando las noticias del agua, así como de Los bosques de
la mirada. Poesía reunida 1984-2009, El cuenco de la mano y La
creación del sentido, suerte de autobiografía lírica.
A su coherente obra se añade esta entrega que se abre con un
sugestivo poema en prosa que imprime el tono (del que habla en voz baja) y la
dirección del libro: “A mi regreso a casa me invadían la alegría de los
pájaros, el fervor de lo vivo, la elocuencia sencilla de las cosas que, desde
su constancia, desde su luminosa levedad, en el baile secreto y silencioso de
sus significados, parecían sugerirme, a su manera, esas pocas verdades
esenciales que, al cabo de los años, cuando todo comienza a percibirse desde
cierta distancia, se nos vuelven de pronto imprescindibles”.
Sus lectores apreciarán cambios. Sánchez da un nuevo giro a
favor de la humildad: “me dedico a lo poco”. Abandona el versículo para
acentuar la concisión, por más que el ritmo siga siendo lento y majestuoso,
propio de un canto inspirado. Al mismo tiempo, aminora su impronta imaginativa,
surrealizante, sin perder de vista “lo indescifrable y lo secreto”, “lo que
menos comprendo”, lo “invisible”. Adopta, con naturalidad, el autorretrato. Que
la materia de la poesía es la personal experiencia se percibe aquí aún más
porque El baile de los pájaros (nótese la sencillez del titulo) está
escrito después de una situación extrema: la vivida por un médico intensivista durante
la pandemia. La atmósfera que ha logrado crear con sus versos no es ajena a esa
penosa circunstancia de “negociaciones con la muerte” (“Nadie vela a los
muertos”), aunque la discreción evite cualquier nota patética: “siempre hay
alguien que cuida”. De ahí, la casa –un “arca”, un refugio– y ese “fervor de lo
vivo” que alienta en el jardín donde dialoga, en soledad y silencio, al
atardecer, con plantas y animales (la morera, el gato), franciscanamente. “Del
pensamiento humilde de las cosas”, por ejemplo.
Otro símbolo –como el de la noche o el del bosque– centra
esta visión contemplativa y con memoria: la nieve. “Escribir es arrastrar
palabras en la nieve”, ha dicho. Meditadas palabras que por su deje sentencioso
y aforístico parecen cinceladas. Qué sólida puede ser la fragilidad:
“pertenezco al linaje de los tímidos”.
La poesía es tema esencial del conjunto. Nada extraño: todo
poeta genera una poética y la suya –humanística– es fecunda como pocas. “Fuera de la poesía es
muy difícil, / para un simple poeta, hacerse comprender”, sostiene. Es
“falla geológica”, “apuesta moral”, “suma infinita de presencias y ausencias”, “inmensa
construcción del espíritu”, “un relámpago”, “no es un logro, es un merecimiento”, “el final del
idioma”, “una alfombra para huéspedes”… “El tiempo del poema / no es el tiempo del mundo.
/ El suyo es el espacio / secreto de los signos”.
Vuelve a la reflexión sobre lo sagrado y sobre Dios (léase “Escrito
en una hoja”) sin dejar de poner en el centro la preocupación por “el otro”, en
el ético sentido léviniano.
“Escribo para alguien al que miro a los ojos”, leemos en
este libro limpio, erguido e íntimo, nocturno y sigiloso, concebido como una unidad,
donde la celebración se impone a la melancolía.
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.