Barcelona. Mapa infinito ha titulado el escritor Álex Chico (Plasencia, 1980)
este precioso paseo por la ciudad que ha elegido para vivir. “La que celebro
cada día y la que sufro en ocasiones. La que padezco y disfruto. La que amo”, declara.
Lo que tiene de breve (está editado en forma de
libreta o de agenda para que pueda llevarse en un bolsillo, incluye un plano y
unas hojas en blanco para anotaciones) le aporta intensidad. No, no estamos
ante una guía al uso, por más que sirva de tal, sino ante un genuino texto
literario.
De su capacidad reflexiva sobre la ciudad, ese
maravilloso constructo, Chico ya ha dado sobradas muestras en lo que lleva
publicado, donde esa idea es un tema central; y más que va a dar con un inminente
libro de viajes que lo confirmará como uno de los escritores más conspicuos
sobre esa materia movediza. En lo ensayístico, lo narrativo y lo poético, cabe
precisar.
No es la primera vez que cita al centenario Italo
Calvino: “Una ciudad se pierde si alguien no la escribe”. Y a ello se ha
puesto. Y con qué solvencia.
Antes de emprender la caminata, permítame el
lector que añada otro dato a favor de esta joyita: está ilustrada por el
arquitecto barcelonés Joan Ramon Farré
Burzuri
y esos excelentes dibujos aportan a la obra un complemento de belleza nada
desdeñable. Qué bien casan las palabras y las ilustraciones.
Hijo y nieto de emigrantes extremeños y andaluces
a Cataluña, dedica el ensayo a Elisa, su hija, “la primera barcelonesa”, en
rigor, de la familia.
“Busco una aguja en un pajar” es la primera frase
de un texto que va explicando su propio proceso de escritura: “espejo y ventana”.
Porque “reflejamos lo que vemos” y porque “buscamos puntos de fuga que nos
permitan dispararlos hacia otro lado”. Un libro que “es un diario, un
estado de ánimo y es también una novela”. Y una sucesión de aforismos
emboscados, diría: “Unas cuantas calles, esa es nuestra ciudad”. “Habitamos
distintos interiores de un mismo territorio”. A lo Conan Doyle: “Vivimos en la
misma ciudad, pero en diferentes mundos”. “Un lugar está hecho de muchos
lugares”. “Las ciudades pertenecen a la geografía, pero también al tiempo”. “El
centro del mundo sucede en cualquier parte y no se detiene nunca”. O, en fin,
este otro, que me resulta muy familiar: “Buscamos nuestra ciudad allá donde
vamos”. Por eso me han llegado al alma tres alusiones extremeñas (no se olvide
que Chico hizo el bachillerato en Plasencia, lo que según Max Aub...): al
Cementerio Alemán de Yuste (pág. 89), a “la alegría que me produjo ver una casa
de Plasencia en el Poble Espanyol” (pág. 95) y a sus “primeros meses en
Plasencia”, cuando se repetía a sí mismo “«Barcelona, Barcelona, Barcelona»,
como si así lograra ahuyentar todo lo que no me gustaba en este tiempo de
cambio” (pág. 97).
Cree el autor que a partir de cierta edad soñamos
“con retratar de la mejor manera la ciudad en la que vivimos”. Sin desdeñar la
crítica. A lo largo de sus páginas dialoga con personas reales (Esther
Tusquets, por ejemplo) y con numerosos escritores barceloneses: Pla,
Vila-Matas, Isabel Núñez (la del azufaifo, añorada dedicataria del volumen),
Cervantes, Brossa, Fonollosa, Perucho, Marsé, Cirlot (y su hija Victoria), etc.
El recorrido (“Así es como juzgo a esta ciudad,
como un mapa infinito”) va por barrios. Raval, La Verneda (el de su infancia),
Vallcarca, Gracia (el suyo, “un distrito literario”). Y por sitios tan
significativos como las Ramblas, Montjuic, el Parque Güell, la Estación de
Francia, el Camp Nou (es culé), la Modelo (con una deliciosa anécdota detrás),
la Sagrada Familia...
Me gustan mucho sus exploraciones de casas y
palacios abandonados, cerrados tras verjas que ocultan jardines malogrados.
Lugares a los que “sientan bien las ruinas”, que remiten a las “ciudades
destruidas” y los “paisajes devastados” de donde surgen los relatos según
Arendt (pág.69).
Comprende Chico que las ciudades deben
transformarse, que cambian, aunque denuncie que “el progreso no puede ser una
máquina destructora”. A la “ciudad en fuga”, a “la que ya no está”, a “la
melancolía y la queja porque se ha perdido la ciudad de tu infancia”, remite su
mención a la “hipoteca Baudelaire” (d’après Jorge Carrión).
Barcelona (que “no es una ciudad misteriosa,
aunque tampoco está exenta de misterio”) “es una ciudad geométrica rodeada de
laberintos” y por eso dedica un recuerdo al Plan Cerdà, el que dio forma casi
definitiva a la capital catalana; una decisión nacional que, por cierto, se
impuso a la elegida por el municipio.
De la alta calidad literaria de Barcelona. Mapa
infinito no cabe dudar, toda vez que está escrito por un poeta verdadero.
Así, un par de enumeraciones caóticas me han parecido auténticos poemas en
prosa: en las páginas 86 (su título podría ser “Objet trouvé”) y
107.
Para conquistar Barcelona, “inaccesible” e “inaprensible”,
Chico opta por cumplir con este presupuesto: “Aprehendemos una ciudad cuando la
transitamos y cuando la leemos, cuando reflexionamos sobre ella y también
cuando la escribimos”. Y escrita está.
Al finalizar la gozosa lectura, uno está deseando
volver a una ciudad por donde he pasado media docena de veces. Con la que me
vinculan, pongo por caso, un tío que residió allí durante décadas (lo que
motivó mi primera visita, ya adolescente, y varias más), algunos amigos a los
que estimo, ciertas obras y autores que admiro y el sello donde tienen a bien
publicar mi poesía: Tusquets Editores.
A pesar de todo lo sucedido últimamente,
Barcelona, una suerte de isla dentro de Cataluña, no ha renunciado a su
secular, elegante cosmopolitismo. La luminosa ciudad mediterránea resiste. ¡Qué
pequeño gran libro!
Barcelona. Mapa infinito
Chico, Alex
NOTA: Esta reseña se ha publicado en la revista digital EL CUADERNO.