20.4.24

Ayer, en la presentación de "Emboscados"

Buenas noches y muchas gracias por estar aquí.
 
Hace unos meses Nica y Juanra me pidieron que prologara un libro que iban a publicar juntos. El primero aportaría sus fotografías y el segundo un puñado de poemas; para ser precisos, de haikus, esa certera estrofa japonesa, de engañosa facilidad, que tiene tanto de inspiración como de experiencia.
No será uno quien le ponga un solo pero a esta alianza perfecta entre ambas artes, algo que se aprecia mejor cuando entre los autores hay complicidad, como hace al caso. No en vano Juanra y Nica dirigen al unísono el Aula de Literatura “José Antonio Gabriel y Galán” de esta ciudad.
También es de agradecer que el editor, en este caso Ediciones del Ambroz, cumpla con su trabajo y ponga en nuestras manos un objeto hermoso.
Ni Juan Ramón Santos ni Nicanor Gil necesitan presentación. El primero acaba de dar a la imprenta, para el catálogo de la emeritense De la Luna Libros, Río Cárdeno, que ya fuera escenario de su novela El tesoro de la isla, y ha traducido para La Umbría y la Solana un conjunto de ensayos de la añorada poeta portuguesa Ana Luísa Amaral bajo el título Arde la palabra y otros incendios que está a punto de salir.
El segundo nos descubre aquí, por extenso, su faceta de fotógrafo. De excelente fotógrafo, matizo. Hace poco que ha participado en la última exposición de Trazos. El curioso (o el interesado, tanto da) puede acercarse a su labor fotográfica a través de la página web metamorphosis.es.
Al tener el libro en las manos he podido comprobar que en él se recogen más imágenes de las que contenía el pdf. que manejé en su día. De distintas colecciones: Sierra y libertad, Guardianes del bosque, Marinas, A orillas del Jerte y Nieblas en la mar serena. Tanto mejor.
El título del invento, muy sugerente, Emboscados. De la palabra “emboscado”, el Diccionario de la Real Academia dice: “Hombre que elude el servicio militar en tiempo de guerra”. Para “emboscar” tiene dos acepciones: “Poner encubierta una partida de gente para una operación militar” y “Entrarse u ocultarse entre el ramaje”, que es la que mejor cuadra en este contexto.
Cuando me enviaron el documento al que he hecho alusión, observé y leí, con detenimiento, fotos y versos. Y con admiración creciente, porque lo que tenía delante de los ojos eran imágenes y poemas logrados, algo que ha realzado, sin duda, su impresión en papel. Ya lo dijo JRJ: “En edición diferente, los libros dicen cosa distinta”. Fue después de frecuentarlos cuando pude escribir las líneas que leeré a continuación. Por el simple hecho de que nada nuevo o mejor podría decir sobre Emboscados que lo que contiene esa breve introducción. Antes, eso sí, quiero reconocer en voz alta que ha sido un placer acompañarles, a debida distancia, en esta aventura. Gracias.
 
DESDE EL MIRADOR DE LA MEMORIA
 
Situado en la solana del Valle del Jerte, con vistas a la Sierra de Tormantos, y muy cerca del pueblo serrano de El Torno, el “Mirador de la memoria” rinde homenaje a los olvidados de la Guerra Civil española y de la dictadura franquista. Añadiría que también a los perdedores de todas las tiranías y todas las guerras. En unas montañas, por cierto, donde se ocultaron algunos maquis después de la contienda. En este lugar privilegiado –donde el paisaje, como en el poema de Leopardi, evoca el infinito– se instalaron en 2008, sobre canchos imponentes, las esculturas de Francisco Cedenilla Carrasco que representan a cuatro figuras humanas desnudas. Tres hombres –uno de ellos anciano pensativo con las manos en la espalda– y una mujer –que se lleva un brazo a la cabeza–. Todas de tamaño natural.
Son las que ha fotografiado con poesía, verdad y belleza Nicanor Gil González. En blanco y negro (salvo excepciones), que no deja de ser el verdadero color de la fotografía. Al menos el que uno (y no solo) prefiere. El más clásico y elegante, me atrevería a decir. También el más misterioso. Por añadidura, el más sobrio. En consecuencia, el más adecuado para reflejar el extrañamiento y el dolor, como hace al caso.
Además de las figuras solitarias (a pesar de mostrarse en conjunto, cada una parece ensimismada, la mirada perdida y la cabeza encorvada), Gil González retrata los árboles, el bosque y el agua.
La luz es escasa. Matizada siempre. Melancólica. O está nublado o hay niebla o amanece o anochece.
Me gustan especialmente las sugerentes, invernales imágenes de las riberas del río Jerte, convertido en pantano, al pie de los altos riscos del mirador torniego.
A esas impactantes imágenes les ha puesto palabras Juan Ramón Santos Delgado. En forma de haikus, que no deja de ser una loable manera de transcribir emociones y pensamientos sin alardes ni alharacas, con la misma concisión, sencillez y sobriedad con la que están tratadas las fotografías.
La serie, titulada “El emboscado”, contiene en paralelo una suerte de relato; una peculiaridad propia del Santos Delgado narrador. En el centro de la historia, la huida. Se aprecia, asimismo, una violencia soterrada, trágica. Se suceden las impresiones del fugitivo que, escondido en las cumbres, sobrevive a la dura intemperie. La de afuera y la de dentro, acaso la más dura. En un tiempo que parece detenido.
La naturaleza se muestra de forma omnipresente, como es lógico. Ramas (“seca”, “minúscula aliada del fugitivo”), retamas, hojas, lluvia, nieve, riachuelos, mariposas, encinas... En poemas tan orientales como “Los grillos cantan / en la noche de agosto: / tiempo infinito”. Y en otros de tono metafísico como “Somos un sueño / que sobrevive oculto / en la hojarasca” y “Suena la lluvia / y un silencio de siglos / inunda el bosque”. Algunos expresan sentimientos dolientes: “El lobo aúlla. / No es más feroz su llanto / que mi lamento”. “El mirlo canta / fúnebre, desde lo alto, / su nunca más”.
En medio de la soledad, el silencio, la desolación y el miedo, ante el amor fugaz, fulge la constatación que nos descubre el último poema: el humano consuelo de quien, muerto ya en vida, sabe que ni se le puede matar ni puede volver a morir.
 
Muchas gracias.

Fotografía de Francisco Javier Antón



Fotografías de José Antonio Fernández Merchán