3.11.24

Túa Blesa lee "Meditaciones del lugar"

 © Patrice Schreyer
Poemas que confortan y salvan 

Tras la publicación el año pasado del excelente Sobre el azar del mapa, llega ahora este Meditaciones del lugar, una antología de la obra poética de Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) que reúne toda su obra a excepción de Territorio, del libro ya mencionado, y de El reino oscuro, quizá por ser todo él un único poema. Un conjunto que da fe de la unidad profunda del pensamiento poético de Valverde, del que el lector encontrará un muy interesante prólogo de José Muñoz Millanes, quien es responsable además de la selección de los textos. 
En "Mínima poética" Valverde ha escrito que su tradición es la "poesía de la meditación", "una manera de decir que siempre ha atendido al pensamiento y que tendría en Manrique y Quevedo, en Wordsworth y Leopardi, en Unamuno (que la nombró) o Cernuda, algunos de sus más notables y certeros representantes". 
Ello quiere decir que esta escritura parte, no ya de algo fantaseado, sino de algo que se ofrece a la mirada, ya sea una arquitectura –no en pocas ocasiones deteriorada o en ruinas–, ya la naturaleza en sus variadas manifestaciones. Pero el poeta no pretende con esto hacer una descripción más o menos detallada, menos aún como adorno, sino ver en lo visible algo que está más allá, para transcender la cosa en cuestión y desvelar lo que la mirada poética trasladará a lenguaje. 
Sea lo que sea aquello en que se ha fijado la vista, el poema sale de esa estampa y de lo que habla es del sujeto. Y es que, según se , afirma, "La vida es una calle que me lleva / esta tarde de octubre hacia mí mismo", así, todo, hasta las cosas más mínimas –se habla de "la inmensa suficiencia de lo ínfimo", de que "todo expresa una múltiple, / inasible presencia"–, se transforman en un espejo en el que el yo se mira, se reconoce y encuentra un cierto conocimiento de sí mismo. El poema, entonces, funciona también como espejo que le devuelve al lector su propia imagen y le hace saber algo que le incumbe. 
"Todo fluye", dejó escrito Heráclito, verdad incontrovertible que supone el tiempo, ese fluir que desde el presente instaura el pasado y el futuro. 
En estos poemas se da noticia a menudo de la estación del año del ahora de la experiencia y al nombrar cualquiera de ellas, lo que se está diciendo –y esto es también clave en el haiku– es que se trata nada más que de un lapso en el ciclo al que pertenece, de modo que la cuestión ahí es el devenir del tiempo y, como es natural, el saber de antemano el desenlace. El poeta, muy consciente de la poesía que escribe, dejó dicho en un poema de Desde fuera, no recogido ahora, "Mis temas, ya lo veis, / son los residuos, cuanto queda / del paso fugitivo de la vida", o en "El cuarto del siroco" escribirá que es "Un lugar recogido, a modo de refugio, / en el que cobijarse / del triste pensamiento de la muerte". 
Si de "triste" se califica esa certeza, no es menos cierto que esta poesía es en el fondo gozosa, pues la contemplación de las cosas, además de que es la puerta que abre el paso a la meditación, al conocimiento, es una experiencia placentera y "Entonces la muerte", por ejemplo, lo dice en unos de sus versos: "la luz, el campo, el árbol, la montaña, / cosas tal vez vulgares o anacrónicas / pero que nos confortan y nos salvan". A lo que hay que añadir que estos poemas antologados también lo confortan y lo salvan.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL, 25 de octubre de 2024.