16.2.25

La serpiente interior

De Damián Gallego García, cacereño de Jaraicejo (1954) uno sabía poco. Colaboré hace años en uno de sus empeños, por mediación de mi amigo José Luis Bernal. Me refiero a uno de los proyectos de Extremayuda, una ONG que fundó para favorecer a los más necesitados, tanto en Cáceres, ciudad donde reside desde 1991, como en la ciudad peruana de Trujillo. 
Sabía también, por razones familiares, que era médico; ginecólogo, para ser más exacto. Y de reconocido prestigio, cabe precisar.
Más tarde de lo debido ha llegado a mis manos una novela suya. La única. La primera. En su segunda edición, por cierto, la de febrero de 2024, un año después de que se publicara la anterior. En la colección Extremadura de la madrileña Sial Pigmalión. Se titula La serpiente interior y en su cubierta aparece un paisaje fotográfico descompuesto de la dehesa extremeña. Así las cosas, empecé a leer. Con cierta prevención. Al hecho de que un médico de casi 70 años escribiera (dice que empezó a hacerlo en enero de 2022) su ópera prima se unía mi falta de seguridad en lo que respecta a la narrativa. Los cuentos y las novelas se cruzan en mi camino menos de lo deseable y por eso dudo a veces de mi propio criterio. Que el citado Bernal o Malén Álvarez y Eugenio Fuentes dejaran en la contracubierta sus elogios, ayudaba. Y la estima que, aun sin conocerlo, me suscitaba el autor, una persona a la que todos reconocen sus valores humanos y su solvencia profesional. Sin embargo, o esa es al menos mi experiencia, nada de esto influye en el momento en que te pones a leer. Quiero decir que si es libro lo merece, como hace al caso, uno lee y basta. Lo demás sobra. Apenas empecé a hacerlo, se puso en evidencia que estaba ante una novela a la que le sobraban, le sobran, esos adjetivos que uno prejuzgaba inevitables. Ni es primeriza ni está mal escrita ni aburre ni se embosca en la autoficción para que en ella se manifieste expresamente la vida privada del novelista, etc. Un milagro me parece que haya podido escribirla en un año, aunque en su cabeza, o eso sospecho, lleve bullendo más de media existencia. De lo que no cabe duda es que su condición de lector está en el origen de este paso adelante. 
Del argumento no voy a hablar. Lo hay. Álvarez lo resume así: "Una historia poblada de personajes fuertes, singulares luchadores. Una historia llena de emociones, sinsabores, triunfos. Una historia para disfrutarla de principio a fin". 
Fuentes es aún más escueto, telegráfico incluso: Dos hermanos. Dos continentes. Celos, culpa y violencia cainita. Poderosa historia familiar enmarcada en la España de la primera mitad del siglo xx".
Bernal, por último, el más explícito. Alude a "una historia cainita [inevitable adjetivo, puntualizo, en este relato protagonizado por gemelos enfrentados] en su más descarnada inocencia, pero también con la luz cegadora que la esperanza, la bondad, el tesón y la inteligencia de su protagonista, Benjamín, irradian en todo cuanto toca". Destaca, y vuelvo a lo de antes, que Gallego "se nos revela, en su primera novela, como un narrador maduro y ambicioso, capaz de levantar la peripecia vital de unos personajes subyugantes en un mundo hostil, áspero e implacable". Y que "al leer La Serpiente interior, no imaginamos estar ante el texto de un autor primerizo, pues nos sentimos ganados, ya en las primeras páginas, no solo por la fuerza de la historia contada, sino también por el fino cañamazo del lenguaje que la sostiene".
A uno le parece una novela de valores. De un profundo tono moral que no pierde de vista la psicología humana. Subraya Bernal el homenaje explícito en la obra a las mujeres, por ejemplo, dedicatarias de la novela, madres "que paren sin asistencia sanitaria" y que tendrán hijos que no escucharán cuentos. Sobresalen las figuras De Paulina, la madre; Fulgencia; María, la practicanta. Y de las jóvenes Valentina, Amalia y Anita. 
Muy destacable se me antoja también el papel del maestro y lo que representa en la trama, con una cerrada defensa de la educación que emociona. Y ya que escribo esta palabra, cuántas emociones contienen estas páginas. Y qué bien expresadas: sin alharacas ni sobreactuaciones, con el comedimiento y la hondura, con la sobriedad y el fervor que su manejo requiere. Con esa naturalidad que caracteriza una obra donde todo fluye como debe, a tenor de los acontecimientos que se cuentan. Sin esos alardes, ya digo, ni esos aspavientos a los que acaso nos tienen acostumbrados los escritores cuando de abordar una "novela rural" se trata. Y ésta, que también tiene pasajes urbanos, situados en Cádiz y Montevideo, diría que lo es. Siempre he defendido que la modernidad o no de un texto la proporciona su lenguaje y este, limpio y preciso (salvo en situaciones puntuales, donde se empina un poco, como en el encuentro amoroso de Los Pisones), aleja cualquier atisbo de ranciedad o amaneramiento. Uno se olvida de él, que no deja de ser la mejor demostración de su valía. Las historias (varias que dan en una sola) y los personajes (creíbles, bien perfilados) mandan, sin que nada perturbe la paz lectora, por más que lo narrado imponga alteraciones en la conciencia del lector cada poco. De ahí, lo comenté, la importancia que cobra el punto de vista moral, propio de un humanista. Nada extraño en quien hizo el bachillerato en el colegio San Antonio de Cáceres; como otro médico cacereño, el poeta Basilio Sánchez. Entre frases de la sabiduría popular, no necesariamente refranes, Gallego deja caer auténticos aforismos, sentencias que, sin distraer del argumento, obligan a pensar. 
Es evidente que quien ha escrito esta novela conoce bien la vida en el campo. En el campo extremeño, cabe añadir. El de la finca La Carrascosa. El que rodea Almontejo. Aunque se sitúe a principios del siglo pasado, sobre todo en la primera de las tres partes de que consta. Y es que, hasta hace no mucho, casi nada había cambiado allí. De su forzosa mecanización, precisamente, se ocupa una de las líneas argumentales de la obra. Pero ante todo de su atraso y pobreza, antes y después, metáfora y verdad, de donde proviene lo que sustancialmente somos los extremeños. Agricultores y ganaderos, hombres y mujeres, seres resistentes a la adversidad, arraigados a su tierra como a ella se aferran las encinas. De aquí podría salir una película digna de John Ford. Por su nobleza. Como surgió, en otro contexto (en esta los señores no son despiadados como en aquélla), Los santos inocentes de Mario Camus, salvadas todas las distancias. 
Me ha gustado la sencilla defensa de los libros, la lectura y hasta de la poesía (en el capítulo 25), cuando don Esteban le explica a Benjamín que "era la esencia, lo más jugoso de las letras, como el jamón lo es de la matanza". Y su relación con el amor (que ilumina esta narración de principio a fin). Si bien, añade, "la poesía es un caserón enorme en el que cabe mucho y no todo es amor; que también hay una poesía de andar por casa que al principio, antes de que hubiera libros, era la forma de «leer y contar el mundo»". En otro lugar, Benjamín la desecha, porque no estaba él para "romanticismos".  
Aunque las pasiones, de uno y otro signo, dominen la escena, Gallego sabe suavizar las pulsiones con un sutil sentido del humor y con el arma de la bondad. 
Muy oportuno me parece el guiño de la página 310, cuando pone en boca de Benjamín que su historia "no daría ni para una mala novela, desde luego nada ejemplar", y añade el narrador: "si él supiera que su azarosa vida, novelada con las atrevimiento que pericia, se tendría que enfrentar algún día al veredicto de los lectores...". 
En la 318, a partir de una leyenda que le revela la criada Guidaí, se explica el porqué del título de la novela. Bien traído. 
Confieso que he pasado muy buenos ratos con La serpiente interior. Su lectura me confirma algo que ya sabía: que debe uno leer más novelas y cuentos. Que merece la pena concluir la de algunas pendientes. Me depararán, a buen seguro, sorpresas agradables. No, no todo puede ser poesía.