Pinto lo que siento.
Soy un hombre que pinta.
Nada más, nada menos.
Habla L. S. Lowry.
El de Pendlebury.
El de Lancashire.
Nunca se reconoció como artista.
No pocos confunden
su pintura sencilla y esquemática
–la del hombre que fue–
con la de un pintor dominguero
Parece la de alguien con un hobby;
sin embargo, no fue un aficionado.
Pintaba sólo aquello que veía.
Sobre todo, escenas industriales
del frío noroeste de Inglaterra.
Podía percibir luces y atmósferas
en los lugares más inhóspitos.
Puentes, viaductos, calles…
Capturó para siempre aquella vida.
Su verdad, su crudeza.
A favor del recuerdo y en contra del olvido.
Se sabía uno más
de aquella humanidad superviviente.
Pintó tal vez para matar el tiempo,
noche tras noche, en la buhardilla,
cuando todo está inerte, decía,
y uno a salvo.
En soledad, acompañado
del penetrante olor a trementina
y el silbido del gas.
Al parecer fue un hombre solo.
Pusieron en su boca estas dos frases:
Las multitudes pueden ser
los lugares más solitarios.
Y: Me acechan las almas solitarias.
También: No necesito a nadie.
Solía subir a un páramo cercano
para observar el mundo como un pájaro.
La ciudad y el paisaje.
Vapor, humos y fuegos
que ardían en las fraguas de las fábricas.
Aunque la crítica y su madre
no creyeran en él,
Bernstein, el galerista,
subrayó que era auténtico.
Le dijo en una carta
que en su obra nada estaba creado
de forma artificial,
desde la semejanza o la representación.
Que todo estaba concebido
–le escribió– desde la pura
expresión del sentimiento.
Lo envolvía el misterio, añadió,
que él asemejó con la poesía.
Soy un hombre sencillo
que emplea materiales simples.
Y colores como el negro marfil,
el bermellón y el azul de Prusia,
el ocre amarillo o el blanco.
Me gustan los aceites, afirmó.
Sólo un hombre que pinta.
Nada más, nada menos.
no creyeran en él,
Bernstein, el galerista,
subrayó que era auténtico.
Le dijo en una carta
que en su obra nada estaba creado
de forma artificial,
desde la semejanza o la representación.
Que todo estaba concebido
–le escribió– desde la pura
expresión del sentimiento.
Lo envolvía el misterio, añadió,
que él asemejó con la poesía.
Soy un hombre sencillo
que emplea materiales simples.
Y colores como el negro marfil,
el bermellón y el azul de Prusia,
el ocre amarillo o el blanco.
Me gustan los aceites, afirmó.
Sólo un hombre que pinta.
Nada más, nada menos.
NOTA. Este poema se ha publicado en el número 153-154 de la revista Turia.
Lo ilustra un cuadro de Lowry: "Going to Work" (1943).