28.8.05

Con Fernando

Fernando, el hijo mayor de Fernando Pérez, leyó en el funeral de su padre las palabras que éste había elegido para ese momento. Son unos versos de Antonio Machado (la elección es certera y sin querer me lleva a lo que pensaba -y sigo pensando- de él: que era, en el machadiano sentido de la palabra, bueno). Pertenecen a su poema A don Fancisco Giner de los Ríos que, a su vez es el primero de Elogios, el colofón de su libro Campos de Castilla.

Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue
los muertos mueren y las sombras pasan,
lleva quien deja y vive el que ha vivido.

"Hacedme un duelo de labores y esperanzas" es, además, la frase que figuraba ayer en las esquelas familiares.
Quien ofició la ceremonia, un antiguo profesor suyo en los Maristas de Badajoz, hilvanó una homilía digna de elogio. Le conocía bien y le apreciaba, sin duda.
Ya en Santa Marta, a pleno sol, fue enterrado. Su tumba está al pie de un ciprés. Mientras el operario cerraba el nicho (¡cómo duele el áspero sonido que producen el roce del cemento, el ladrillo y la paleta!), cantaban al fondo dos tórtolas turcas (sin sentido del peligro, pues como me explicó Chema Corrales, que identificó a los pájaros, ayer se abría la veda).
Salimos de allí -un cementerio bonito, amplio y blanco como el pueblo que Fernando tantas veces me nombró- más desolados aún. Nos salvó de esa tristeza, siquiera un rato, una comida entre amigos en la que a los postres brindamos por él. Le habría gustado ese gesto, seguro. Será imposible que le olvidemos.
Al volver, entre Cáceres y Mérida, me costaba admitir que ese trayecto que hicimos juntos tan a menudo no lo haré nunca más a su lado.