Hace unos meses dábamos cuenta aquí de que el premio de poesía Unicaja había recaído en Basilio Sánchez (Cáceres, 1958), por su libro Entre una sombra y otra. El nombre del galardón, dijimos entonces, es anodino (el de la entidad que lo convoca) justo todo lo contrario que el jurado que tomó la decisión de reconocer la obra del poeta cacereño, formado por José Manuel Caballero Bonald, Felipe Benítez Reyes, Luis García Montero, Manuel Alcántara, Alfonso Canales y el editor, Jesús García Sánchez. Éste último, dijimos también, nos da la pista sobre lo mejor del premio (además de su montante económico, claro, doblado porque el año anterior había quedado desierto): su publicación en una de las mejores colecciones de poesía de España, la emblemática Visor, donde Basilio publicó su penúltimo libro y donde, por cierto, hasta ese momento los extremeños habían brillado por su (casi) ausencia. Pues bien, el libro ya está en la calle y ésta es una feliz noticia.
Como en aquél, vuelve a parecer como motivo de cubierta una reproducción de un cuadro de su padre, Basilio Sánchez Peña, titulado Al anochecer.
Como todo poeta maduro, y él lo es hace tiempo, Basilio Sánchez mantiene en esta nueva entrega buena parte de las características que han hecho de su poesía una de las más interesantes del panorama lírico español de estos últimos años. El lector habitual de su obra se encontrará ante unos versos reconocibles porque el tono general, insisto, es el suyo, el que ha logrado alcanzar y, en consecuencia, le distingue del resto de las voces y los ecos que conforman nuestra poesía contemporánea. Un tono, añado, que dibuja el mundo personal y literario (dos cosas y la misma, más en su caso) donde habita; el mismo mundo en el que invita a vivir a sus lectores.
A estas alturas, tras haber publicado A este lado del alba (1984), Los bosques interiores (1993, edición revisada de 2002), La mirada apacible (1996), Al final de la tarde (1998), El cielo de las cosas (2000) y Para guardar el sueño (2003), Basilio Sánchez no necesita demostrar nada, ni hacer alardes, ni jugar, en fin, con esas cosas importantes en las que a uno le va la vida. La impostura queda para otros. Para otros libros, digo.
No es una cuestión de repetición sino de coherencia. Uno es el que es y de eso dan cuenta, aproximadamente, los poemas que escribe. Eso es todo. O debería serlo.
De ahí la pertinencia de las palabras de la contracubierta: “A modo de diario de un día, como un paseo solitario –de una sombra a otra-, en estas páginas se medita sobre lo que uno es y sobre donde uno está”. De “meditaciones de paseante” habla el autor en otra parte para referirse a este nuevo libro y la definición me parece certera.
A la meditativa, una línea central (por encima de facciones o tendencias) en la poesía española de todos los tiempos, se adscribe con naturalidad la poesía de Basilio Sánchez. Y ya ahí, si se me permite el innecesario distingo, a otra más universal todavía, la humanista. No en vano, como precisó Czeslaw Milosz, “la poesía pertenece sin duda a la tradición del humanismo y queda indefensa ante la barbarie común”.
Hablé antes de tono (últimamente, antes tantos síntomas de “barbarie común”, ante tantas mentiras y tanto ruido, habla uno mucho de tono) y me ratifico en su importancia para cualquiera que se acerque sin temor a esta poesía. Da gusto leer estos poemas que te cobijan bajo su lúcido discurso, que te prestan esa serenidad que sólo proporciona la sabiduría. Sí, aunque Basilio Sánchez sea demasiado joven para ser un sabio, sus versos transmiten verdades que sólo la filosofía (en este caso, a través del pensamiento poético) es capaz de comunicar.
Estamos ante una poesía que, de puro clara, deslumbra. No para cegar, cuidado, sino para ver mejor: hacia dentro, a lo hondo.
Sentenciosa en el mejor sentido, precisa, dotada de un ritmo impecable, escrita con palabras sencillas, inspirada, son rasgos que la definen pero que no la agotan. A la relectura están destinados los versos de Entre una sombra y otra. Nos lleva a ello la inercia que su hipnótica lectura imprime, tan sugerente al cabo, tan cautivadora.
A uno le gusta recordar el poder consolador de la poesía, tan necesario en esta época de tribulación. Hace unos días, Joan Margarit comentaba: “para poner orden y consuelo hay muy pocas cosas: la religión para el que sea religioso, la filosofía, la pintura, la poesía…” A eso me refiero. “Entender un poema, decía el poeta catalán (con perdón), no es más que meterse en él y salir luego. Si sales más ordenado y más consolado de lo que has entrado, lo has entendido”. Ese ha sido mi caso y de esa experiencia he querido dejar aquí constancia.
(Del HOY)