Dos amigos catalanes, de Reus, Carme Pujol y Rafael Arasa, me hacen llegar el último libro de poesía de Joan Margarit, No estaba lejos, no era difícil, publicado por Visor en su colección Palabra de Honor, que dirige Luis García Montero. Desde aquí les agradezco un detalle que viene a celebrar un breve encuentro, una amena conversación, en la plaza mayor de Plasencia, la primavera pasada. Han elegido bien. Leo a Margarit desde hace mucho, desde que descubriera sus poemas en la antología Nueva Poesía Catalana, de Joaquín Marco y Jaume Pont (Plaza & Janés), que tantas veces he elogiado y que tanto bien me hizo. Es verdad, también lo ha dicho uno, que su poesía no siempre me entusiasma. Lo achaco a que me resulta bastante reiterativa y él acaso demasiado grafómano. A veces, también, un poco plana, narrativa en exceso. Puede que la traducción (que hace él mismo) tenga, en parte, la culpa. Los poemas originales suelen tener una viveza que no siempre logran mantener los traducidos. Siempre hay, eso sí, en cada uno de sus libros un puñado de poemas memorables, lo que basta y sobra para reconocer al autor de fuste que Margarit es (acaba de recoger el Premio Nacional de Poesía en su tierra). De No estaba lejos, no era difícil se puede decir casi lo mismo que de sus libros anteriores. La guerra y la infancia, su hija Joana, la arquitectura, el mar y el amor, los lugares donde ha vivido, la vejez (ahora) son algunos de esos temas recurrentes a que hacía mención. También de él se pueden entresacar algunos poemas excelentes, llenos de emoción, sí, pero asimismo del ese pensamiento sensato y común, tan apegado a la vida, que le caracteriza. Con todo, la sorpresa del libro me esperaba al final, en el hermoso texto que lo cierra y que titula, sencillamente, Epílogo. De allí entresaco estas líneas:
"No, este tiempo no es el mío, pero es ahora cuando, en gran parte gracias a la poesía, siento una alegría tranquila que años atrás desconocía".
"A la sustitución del miedo por la lucidez, lo llamo dignidad".
"No he encontrado mejor manera de amar a los demás que el ejercicio de la poesía, unas veces como lector y otras como poeta".
"... la poesía tiene la intensidad de la verdad. Lo que un poeta es, eso serán sus poemas: y no hay nadie más difícil de engañar que los buenos lectores de poesía".
"La poesía, a pesar de su exactitud y concisión, no puede ser nunca un atajo".