17.2.12

Mano invisible, de Zagajewski

De la sabia mano traductora de Xavier Farré llega a Acantilado, su editorial española más fiel, Mano invisible. Farré, en su ensayo "Breves apuntes sobre la poesía de Adam Zagajewski" escribió acerca del poeta de Lvov: "El tono y la voz poética, el carácter epifánico combinado con los elementos de carácter histórico o de carácter moral en otras ocasiones, la ironía perfectamente dosificada, el equilibro entre la cotidianeidad y el estilo elevado, la celebración y también el tono elegiaco que se transforma en canto, en celebración de nuevo, caracterizan y hacen inconfundible la poesía de Adam Zagajewski". Y también: "La voz poética de Adam Zagajewski destaca por su serenidad, por su tono conversacional que en cualquier momento puede desembocar en una súbita iluminación. Es una poesía epifánica (...) en el sentido y la función que le otorga Czeslaw Milosz: "la epifanía interrumpe el fluir del tiempo cotidiano y se adentra como un momento privilegiado en el que se produce una comprensión más profunda, más esencial de la realidad contenida en las cosas o en las personas". Esos momentos epifánicos no están para Z alejados, ya se dijo, de la vida diaria. Así, aparecen con sus recuerdos de infancia ("Primera comunión", "Clases de piano"), en sus paseos por las calles de sus ciudades del alma (Lvov, Cracovia, París), en la evocación del padre (muy presente en el libro, al que dedica varios poemas), en los viajes (Rávena, Siena, las orillas de los ríos Garona y Ródano...), en los cafés de la vieja Europa y en sus jardines... Y ya allí, en la luz, en los pájaros, en el agua... Nada menos rebuscado que la poesía de Z compuesta con una gran economía de estilo a partir de elementos comunes, de situaciones corrientes, de cuanto le puede pasar y de hecho le pasa a cualquier mujer o a cualquier hombre.
Porque en su vida diaria hay libros y cuadros, sus maestros (como él los llama) aparecen con naturalidad en sus poemas. Ya sean los pintores flamencos (tan cerca del espíritu de su poesía, como ha destacado Farré) o escritores como Milosz (al que dedica el memorable "Un gran poeta nos deja"), Seferis, Cavafis... No cabe aquí hablar de culturalismo. Como tampoco cabe denominar pomposamente metapoesía a sus reflexiones de poeta en torno a la poesía, tan frecuentes en sus libros y, cómo no, en éste. "Escribir poemas" se titula uno; "Nube", otro: "Los poetas construyen una casa para nosotros, / pero ellos / mismos no pueden vivir en ella. (...) Los poetas, invisibles como los mineros, / escondidos en las excavaciones, / construyen una casa para nosotros: / levantan habitaciones / con ventanas venecianas, / fantásticos palacios, / pero ellos mismos no pueden / vivir en ellas." En un tercero escribe: "el poema debería terminar / mejor que la vida. Para eso es", lo que da a entender, ya se dijo, cómo lo elegíaco tiende a lo hímnico, cómo el carácter del poeta propende, sí, a lo bueno y lo bello. "Hay que hacerse cargo de todo el peso del mundo / y hacerlo ligero, soportable", leemos en "Improvisación".
Pocos poetas me han impactado tanto en los últimos años como Zagajewski. Ninguno, acaso, de los extranjeros, he sentido tan cercano. Algo que siempre agradeceré a Elzbieta Bortkiewicz y Martín López-Vega (autores de la primera antología de su obra poética publicada por Pre-Textos en España), y, sobre todo, a Xavier Farré, traductor de siete libros del del autor de En la belleza ajena. Por eso me ha hecho ilusión leer, hace apenas unos días, estas palabras suyas recogidas en el mencionado ensayo sobre su poesía, que se publicó en Revisiones, Revista de crítica cultural (Universidad de Navarra. nº 3), en 2007: "Si nos centramos en el ámbito de la producción en España, el primer nombre que considero que persigue elementos comunes a los de Adam Zagajewski es el de Álvaro Valverde, con su voz serena, con sus paisajes (muy diferentes, por otra parte, de los del poeta polaco) que acompañan en la reflexión, y la hondura moral que trasluce su poesía". Como se comprenderá, todo un honor.
(Fotografía: dzieje.pl)