Para Antonio Sáez
A tres horas, te dices, otro
mundo.
Tan cerca, es verdad, pero
tan lejos
que acaso una frontera
justifique
su posición geográfica en el
mapa.
Mientras te acercas, de golpe
un espejismo:
ves el mar confundido con el
cielo.
De olivos y de viñas el
paisaje.
Y ya allí, la lenta ciudad
blanca,
detenida y ajena a cualquier
época.
Edades sucesivas se levantan
en forma de columnas y murallas.
De plazas, de conventos, de
jardines
cerrados al común de los
mortales.
Y allí ese viejo claustro
de la universidad que fue
colegio,
clausurada a la fuerza por
ideas,
razón, por lo demás, de su
existencia.
La luz es aquí todo.
Reverbera
contra los azulejos que
decoran
corredores y aulas y paredes.
Muchachos con sus capas
negras cruzan
veloces las arcadas.
Por dentro uno recorre
serenos laberintos
que la piedra envejece. Del
silencio,
estancias amparadas por la
historia.
De todas es en una donde al
cabo
te quedarías a vivir: la biblioteca.
Si miras hacia arriba no
parece
que sea un sitio cerrado. Las
ventanas
acercan el verdor de algunos
árboles.
Poblarán con sus trinos esas
mesas
donde los estudiantes leen o
escriben
sobre maderas nobles que
soportan
el brillo artificial de las pantallas.
Aquí te quedarías, cobijado
entre muros indemnes a la
prisa.
Pero la realidad se impone.
Sales,
vuelves a recorrer ese camino
que cierra tu periplo: grato,
breve.
2
Para Luis Leal
¿Podría otra ciudad
servir de réplica
a la misma en que vives?
Que tuviera murallas
y también acueducto
y plazas porticadas
y restos arqueológicos
y calles tan estrechas
como estas que transitas.
Una ciudad levítica
acompasada al ritmo
de un tañer de campanas,
al del que vaga solo
por rutas laberínticas
que conducen a un centro
que sabemos secreto.
Un lugar melancólico
donde saudade
fuera
una expresión corriente.
Existe esa ciudad,
aunque sin río,
y en ella encuentras hoy
la tuya sublimada.
Más serena y más blanca.
Misteriosa y, por eso,
envidiable y distinta.
Eres allí ese hombre
que sueña con ser otro;
desconocido para sí,
pero al que sientes
con tanta convicción
como a ti mismo.
Nota: Este poema se ha publicado en el número 51 de la revista Sibila.
La fotografía del claustro de la Universidad de Évora está tomada de aquí.