22.10.17

Évora

1

                         Para Antonio Sáez

A tres horas, te dices, otro mundo.
Tan cerca, es verdad, pero tan lejos
que acaso una frontera justifique
su posición geográfica en el mapa.
Mientras te acercas, de golpe un espejismo:
ves el mar confundido con el cielo.
De olivos y de viñas el paisaje.
Y ya allí, la lenta ciudad blanca,
detenida y ajena a cualquier época.
Edades sucesivas se levantan
en forma de columnas y murallas.
De plazas, de conventos, de jardines
cerrados al común de los mortales.
Y allí ese viejo claustro
de la universidad que fue colegio,
clausurada a la fuerza por ideas,
razón, por lo demás, de su existencia.
La luz es aquí todo. Reverbera
contra los azulejos que decoran
corredores y aulas y paredes.
Muchachos con sus capas negras cruzan
veloces las arcadas.
Por dentro uno recorre serenos laberintos
que la piedra envejece. Del silencio,
estancias amparadas por la historia.
De todas es en una donde al cabo
te quedarías a vivir: la biblioteca.
Si miras hacia arriba no parece
que sea un sitio cerrado. Las ventanas
acercan el verdor de algunos árboles.
Poblarán con sus trinos esas mesas
donde los estudiantes leen o escriben
sobre maderas nobles que soportan
el brillo artificial de las pantallas.
Aquí te quedarías, cobijado
entre muros indemnes a la prisa.
Pero la realidad se impone. Sales,
vuelves a recorrer ese camino
que cierra tu periplo: grato, breve.
A tres horas en coche de otro mundo.     



2
            Para Luis Leal
¿Podría otra ciudad
servir de réplica
a la misma en que vives?

Que tuviera murallas
y también acueducto
y plazas porticadas
y restos arqueológicos
y calles tan estrechas
como estas que transitas.

Una ciudad levítica
acompasada al ritmo
de un tañer de campanas,
al del que vaga solo
por rutas laberínticas
que conducen a un centro
que sabemos secreto.

Un lugar melancólico
donde saudade fuera
una expresión corriente.

Existe esa ciudad,
aunque sin río,
y en ella encuentras hoy
la tuya sublimada.
Más serena y más blanca.
Misteriosa y, por eso,
envidiable y distinta.

Eres allí ese hombre
que sueña con ser otro;
desconocido para sí,
pero al que sientes
con tanta convicción
como a ti mismo.

Nota: Este poema se ha publicado en el número 51 de la revista Sibila.
La fotografía del claustro de la Universidad de Évora está tomada de aquí.