20.5.18

De jardín en jardín

Me sigo fiando de la crítica. De lo que recomiendan algunos lectores con criterio, quiero decir. Unas veces, para mi gusto, aciertan y otras no. Normal. Leí un artículo de Vila-Matas en El País que me atrajo de inmediato por el título: "Paseos antiguos por lugares perdidos". Luego resultó que no era suyo, que la frase estaba tomada del libro que comentaba. Allí leemos: "Durante siete años, Teodor Cerić viajó por Europa sin rumbo fijo y trabajó en los más diversos oficios (el de jardinero entre ellos), y así fue escapando de la destrucción a la que le habían abocado. Hoy sabemos, por su libro Jardines en tiempo de guerra (Elba), que le atrae irresistiblemente la sombra, porque piensa que solo en las zonas sombreadas, en los senderos apartados de la mirada del mundo, el jardín vive su verdadera vida". Añade: "Y sabemos también que en 2003, a su regreso a Sarajevo, publicó Sólo la poética puede matar la poesía, una colección de poemas cargada de romanticismo rústico y muy hostil a todo lirismo, ampliamente celebrada en los países balcánicos y en Francia, pese a lo cual Cerić decidió buscar enseguida la sombra, retirarse a una casa con jardín en Croacia y ya no escribir ni publicar nunca nada más". 
Marco Matella, editor del libro, logró arrancarle, con todo, algunos textos para la revista Jardins que son los que conforman la obra en cuestión (él la define como Bildugsroman) y que uno compró sin dudarlo. La realidad y la metáfora del jardín, un excelente tópico literario, está muy presente en lo que uno ha leído y escrito. Además, está traducido por Ignacio Vidal-Folch, un tipo del que me fío.
Por sus páginas van pasando distintos jardines. El de Derek Jarman, director de The Garden (una película que está en la génesis de este experimento), en un cottage inglés, "lugar de la memoria y el olvido", "un lugar fraternal" con algo, como todos los jardines, de cementerio; el selvático del cretense Anatólios Smith, el loco de la cueva; el laberíntico del Monte Caprino, en Roma; el de Godot, en la casa que tuvo Samuel Beckett al lado de Ussy, en la región francesa de la Brie; el de Painshill Park, en el Surrey, Inglaterra de nuevo; el parisino de las Tullerías, con Vicent al fondo; y el entre muros de Graz, en Austria, de la solitaria y misteriosa Odile.
En una "Coda" nos habla Cerić del suyo, y lo califica de "hijo de la nostalgia". Precisa que "como todos, mi jardín está de paso". Alessandro Iovinelli, traductor de sus poemas al italiano y el primero que habló de Cerić a su editor francés, uno de los pocos que lo ha visitado, describió el paraje como "una especie de pequeña jungla, perdida en medio de los campos de trigo". 
A pesar de sus iluminaciones, entre diversas penumbras, sobre esos "recintos donde el mundo por fin se hace habitable", según Martella, el librito (espléndidamente editado, con bonitas ilustraciones de Mercedes Echevarría) no me ha convencido del todo. Con haber mucho (prefiero sus reflexiones autobiográficas), esperaba acaso más. No sé si me hubiera bastado con el artículo vila-matiano (quizá exagere), pero en todo caso no me arrepiento de haber cedido a mi primer impulso. Siquiera sea porque cada vez me pasa menos y eso, ay, rejuvenece.