24.5.18

Sánchez Carrón en EC


Micrografías
Irene Sánchez Carrón
Visor, Madrid, 2018. 72 páginas.

Irene Sánchez Carrón (Navaconcejo, Cáceres, 1967) es autora de los libros de poesía Porque no somos diosesEscenas principales de un actor secundario (Premio Adonais), Atracciones de feriaNingún mensaje nuevo (Premio Antonio Machado). Los dos primeros, que formaban parte del mismo ciclo poético, fueron reeditados bajo el título El escondite por la Editora Regional de Extremadura. Otra obra suya, sin duda curiosa, Sevillanas, con fotografías de Pedro Gato, apareció en la editorial emeritense De la Luna Libros.
El que nos ocupa fue Premio Emilio Alarcos el pasado año y, en consecuencia, viene avalado por un jurado de prestigio. Un jurado, cabe añadir, formado en su mayor parte por poetas que pertenecieron a aquella corriente denominada “poesía de la experiencia”, como García Montero y Marzal, o que, más allá del dichoso marbete, han escrito una poesía “figurativa” (rótulo acuñado por García Martín, miembro asimismo del citado tribunal), como Aurora Luque, o, en fin, de “línea clara”, que diría Luis Alberto de Cuenca, a quien, por cierto, se dedica un poema de Micrografías.
Tras una década sin publicar, Sánchez Carrón ha dado a la imprenta un libro importante que, amén de sumar en su exigente y sucinta bibliografía, la acredita como una poeta sustancial, por más que su nombre no aparezca en las numerosas antologías que dan a conocer el auge de la poesía femenina en España, lo que acaso tenga que ver con su discreto alejamiento periférico, ajeno a grupos y tendencias, pendiente tan sólo de lo que importa: la creación.
Una cita de Olvido García Valdés abre fuego: “como si no hubiese lugar / donde guarecerse”. Antes, ha dedicado el libro a un hermano muerto. El verso de otra mujer, Ingeborg Bachmann (“Oh ¡si no tuviera miedo a la muerte!”), corona el poema inaugural, “Final de la infancia”. Allí, un paisaje reconocible para sus lectores: el natal Valle del Jerte. En medio de una naturaleza paradisiaca y de las labores familiares del campo, irrumpe de golpe nuestra única certeza (léase “Diagnóstico”). La memoria, verdadera patria, vuelve desde ese lugar en poemas como “Lo que sé de los árboles”, “Mientras cogías moras”, “Tormenta” y “Yo fingía leer mientras tú te bañabas”.
Lo cotidiano (y sus imprevistos), descrito, digamos, microscópicamente (de ahí el título), fundamenta la inspiración de estos versos que se sustancian con una eficaz sencillez expresiva que no está desprovista de una cuidadosa y sensible elaboración propia de alguien que se ha formado filológicamente y ha leído mucho. Se aprecia en “La casa de los pájaros” (motivo de inspiración de la bonita ilustración de la cubierta), “Azoteas” o “Desde la ventana de un café”.
Con todo, si por algo se caracteriza el conjunto es por su sostenido tono amoroso. Algo que añade valor a la apuesta, pues no es nada fácil escribir buenos poemas de amor. A un amor particular, matizamos. El dedicatario de “Tú”, paradigma y culmen de este modo de sentir, aunque podemos mencionar otras composiciones admirables; así, “Otra vez”, “Siempre te hice trampas”, “Por qué te amo”, “Final de la jornada” o el iluminador y metapoético “Escribo para ti”.
Lo narrativo es inseparable de lo lírico en esta poética de la emoción. Basta con leer “Apartamento con una habitación”, un relato perfecto. Todo, además, está teñido de misterio, lo que quizá se aprecie mejor en los poemas más certeros y breves; en “Desasosiego”, por ejemplo.
Porque esta es una voz de mujer, Irene Sánchez Carrón se ocupa de desmontar mitos y tópicos: Eva, la Bella Durmiente y Penélope, que, al despedirse de Ítaca, nos ofrece un perfecto final para un libro “que tu presencia aguarda”.

Nota: La reseña de Micrografías apareció el pasado viernes, 18 de mayo, en El Cultural.