22.9.18

El acuario de Yang

Viniendo de Jordi Doce, ya podía uno suponer, sin temor a equivocarse, que Un acuario, ópera prima de Jeffrey Yang (Escondido, California, 1974), publicada en Estados Unidos hace diez años  (ganó el Premio PEN / Joyce Osterweil), iba a ser un libro digno de ser leído. 
No hay muchos datos acerca de la biografía de Yang. Sabemos, sí, que es de ascendencia china, vive en Nueva York y trabaja como editor en New Directions. Y que ha publicado un segundo libro, Vanishing-Line (2011).
Antes de que La Garúa editara, impecablemente, Un acuario, Doce, su traductor, ya nos había dado noticias de Yang. En el blog y en algunas revistas (Eñe, Letras Libres, Nayagua, Periódico de Poesía) Después, incluyó sus versos en Libro de los otros. Allí comentaba que conoció "el trabajo de Yang gracias a la recomendación de mi buen amigo el poeta, traductor y editor Aurelio Major. Me habló de su libro en términos tan elogiosos que a las dos horas ya me había hecho con él en Amazon. Y, desde luego, no me defraudó: una variación sobre el género del bestiario que toma los nombres de distintos seres marinos para tejer una intrincada y sorprendente malla de referencias, una red argumental tan lúcida como lúdica que salta en zigzag por los asuntos más diversos sin pararse un instante. En el libro hay un poco de todo: desde piezas epigramáticas a otras más reflexivas o meditativas, pero el tono general (no sé bien cómo definirlo) es una mezcla de distanciamiento y humor, de curiosidad y sorna inteligente, que atrapa desde la primera página y nos obliga a pensar deprisa, furiosamente, para encajar las piezas del puzzle".
La agudeza de Doce hace prescindible cualquier añadido, pero déjenme comentar algunas cosas. 
En su prólogo habla de una suerte de "diccionario personal" y de cómo los poemas están ordenados alfabéticamente. De que no sólo hay en la muestra criaturas marinas. Afirma que no desdeña el enfoque ecologista, por necesidad más que por afición. Que Yang es un tipo "obsesionado por las palabras, los nombres propios". Y, en fin, que este libro es "una de las propuestas más vivificantes de la poesía contemporánea". No miente.
Yang es original, lo que siquiera por una vez no ha de entenderse como insulto. Su mezcla de cultura (y hasta de erudición) con el tono lírico es sorprendente. En poemas, por ejemplo, como "Mola Mola", "Quincuncial" o "Pejepuerco", que algunos tildarán de experimentales. Se ve que es un lector omnímodo y ecléctico, universal y sin anteojeras. Lo mismo cita a Santa Teresa que a Pound, maestro dilecto e inspirador de esta arriesgada apuesta. 
Conviene destacar otra mezcla: la de culturas. Mitos, costumbres, lenguas... Lo cosmopolita brilla, y la sucesión de razas y de orígenes. Léase, pongo por caso, "Tiburón".
Al leer a Yang me acuerdo de Simic, de su defensa a ultranza de la imaginación. ¿Qué si no es esto? Seguro que al poeta serbio le gustarían (o le gustan, chi lo sa?) estos poemas. 
Imaginación, sí, pero al servicio de la lógica. Quiero decir que la razón ilumina poemas como "Garibaldi", "Langosta" ("La pena y el dolor / se declinan mutuamente"), "Google", "Foraminíferos" ("La poesía / es el saber definitivo"), "Cangrejo" (guiño a políticos), "Orca", "Rexroth" (un perfecto homenaje al poeta de los invernaderos), "EE.UU." (excelente), etc.  
Un puñado gira en torno a la poética. Así, "Jiang Kui" (magistral reflexión sobre la identificación y la diferenciación con respecto a "los antiguos"), "Pulpo" (acerca de la metáfora, ese "misterio"), "Tiempo (Fuera del quincunce)": "Sombra de la filosofía: poesía. Sombra / de la poesía: filosofía. Arte poética: revuelta".
Por aquello de su ascendencia (ha traducido al clásico Su Shi y al moderno Bei Dao), no faltan una serie de poemas "chinos" donde la vieja sabiduría de esa tradición se funde con los signos de estos tiempos. 
No habrá resultado sencillo traducir estos poemas que me atrevo a calificar, en el mejor sentido, de complejos. Se podrían aplicar a Doce, que triunfa en su empeño, estos versos de Yang: "¡Cuán hondo la traducción / moldea nuestros sueños" (de "Calamar"). 
El cierre del volumen, con el extenso poema (impreso en horizontal, digamos) "Zooxanthellae", no puede ser mejor. Ni estas palabras del traductor para definir su escritura: "fresca, inteligente, culta, lírica, divertida y crítica". ¡Qué descubrimiento!

Jiang Kui

Jing Wang traduce a Jiang Kui
de la dinastía Song del norte: «Al escribir poesía
es mejor aspirar a ser distintos
de los antiguos que intentar
asemejarse a ellos. Pero mejor aún
que aspirar a ser distinto es que estés destinado
a encontrar tu propia identidad con ellos,
sin aspirar a la identificación;
y que estés destinado a diferir de ellos,
sin aspirar a la identificación».