"Disculpa que te moleste esta mañana de domingo, es sólo para preguntarte si has publicado algún haiku (ortodoxo, 5/7/5). He estado buscando en tus libros que tengo en casa y no he encontrado ninguno. Gracias". Así empezó todo. Es parte de la carta que me escribió, a finales de noviembre del año pasado, el poeta Josep M. Rodríguez. Quería publicar una antología de haikus escritos por poetas que nunca habían escrito uno. O publicado, cabe matizar. El proyecto ya es realidad. Se titula ¿Y si escribieras un haiku? y se publica, con un gusto exquisito, en La Garúa.
No, nunca había intentado escribir un haiku. Bueno, tampoco un soneto. A pesar de que ha sido y es tendencia. Lo del haiku, digo. Ya lo explicó en su día Juan Bonilla: "Un fantasma recorre la poesía española: el del haiku". Lo que no obsta para que los haya leído y admirado desde siempre. Los de verdad, que no son sólo japoneses, ni sólo clásicos, ahí están los de Susana Benet, pongo por caso. Ernesto Hernández Busto acaba de publicar en Pre-Textos Hoguera y abanico. Versiones de Bashō. Como nos explica el traductor, la obra del más célebre poeta japonés "suele identificarse con el género poético llamado haiku, que en esa época aún era el hokku: estrofa inicial de un poema colectivo, que en diecisiete sílabas –o morae– intenta capturar un determinado instante de percepción sin traicionar su simplicidad y belleza. Fue Bashō quien dotó el hokku de autonomía y le otorgó su definitiva consistencia poética".
También muy reciente es el libro Trashumante (Valparaíso), del poeta y traductor (del polaco) Abel Murcia que va enlazando haikus para componer poemas en forma de variaciones que, con la fuerza del impromptu y sin perder de vista las lecciones de la poesía popular, logran una singular gracia.
Por lo demás, mi amigo Antonio Moreno, que tampoco se había cruzado con el haiku, se encontró... con un libro entero dedicado a ellos. Orlando González Esteva, es uno de los muchos poetas de ultramar que los cultiva. Donde empezó, con el mexicano Juan José Tablada, la aventura occidental de esta feliz estrofa nipona.
También muy reciente es el libro Trashumante (Valparaíso), del poeta y traductor (del polaco) Abel Murcia que va enlazando haikus para componer poemas en forma de variaciones que, con la fuerza del impromptu y sin perder de vista las lecciones de la poesía popular, logran una singular gracia.
Por lo demás, mi amigo Antonio Moreno, que tampoco se había cruzado con el haiku, se encontró... con un libro entero dedicado a ellos. Orlando González Esteva, es uno de los muchos poetas de ultramar que los cultiva. Donde empezó, con el mexicano Juan José Tablada, la aventura occidental de esta feliz estrofa nipona.
En fin, dicho y hecho. Como dije a Josep que sí (sigo sin aprender a decir que no), aproveché mis paseos a orillas del río (un ameno paisaje digno de Bashō, que definió el haiku como "sencillamente lo que sucede en un lugar y en un momento dado") para inspirarme. Di pronto con tres, que fueron los que remití al antólogo para que eligiera. Lo gracioso es que durante unos días me propuse seguir escribiéndolos. Cada paseo, uno. Hasta que ese estar "al alcance de cualquiera", según el agudo Bonilla, me disuadió de seguir. La facilidad, me dije, es mala consejera. Están en un cuaderno. Ni siquiera los he pasado al ordenador.
Volviendo a lo que importa, el editor ha logrado resumir en su prólogo, de manera luminosa, de qué va esto. La antología y el haiku. El resto, setenta y tres poemas (más uno, del propio Rodríguez) de otros tantos poetas de uno y otro lado del charco que se estrenan en ese delicado arte oriental que tendría su correspondencia española y flamenca (con rima obligatoria) en la seguidilla. Escritos en cuatro lenguas: castellano, catalán, vasco y gallego. Algunos son excelentes, impropios de principiantes.
Para abrir boca (u ojos), copio aquí, con el tácito permiso de sus autores, los haikus "extremeños" del florilegio. Por orden alfabético, que no es el de la muestra, ordenada por el compilador como si fuera un auténtico libro (donde se incluye, por cierto, una sorpresa final).
En la ventana
una habitación nueva
me perseguía.
Álex Chico
Bajo la lámpara
dos mujeres se besan.
Luz de Murano.
Isla Correyero
En el camino
todos los pensamientos
son peregrinos.
Javier Rodríguez Marcos
Oro en el agua.
Un fresno se desnuda,
tiembla el azogue.
Ada Salas
Y para terminar, el mío:
Mira esa rama.
El pájaro emboscado