Conocimos al poeta Orlando González Esteva en Santa Cruz de Tenerife. Yolanda y yo mantuvimos con él una conversación que, como bien dice este cubano residente en Miami, podría haber durado hasta hoy. Es autor de un libro sorprendente, Elogio del garabato, reeditado en España por Pre-Textos, la misma editorial que acaba de publicar su Casa de todos. Es un libro de haikus, pero cuidado: no uno de tantos. Con su permiso, reproduzco una reflexión a este propósito: "Como vivo en Miami, es decir, en otro mundo o, más bien, en un exilio múltiple, no estoy muy al tanto de las modas, como están mis amigos españoles y mexicanos que viven en sus respectivos países, de manera que nada tuvo que ver mi acercamiento al haiku con afanes que no fueran hijos de un hallazgo íntimo, hallazgo cuyo origen está en la pasión por la poesía japonesa de Aurelio Asiaín, que me invitó a seleccionar una traducción de un haiku de Matsuo Basho entre las muchas hechas por otros autores, y la lectura de algunos haikus del propio Basho, Buson, Issa, etcétera, traducidos al inglés y recopilados por el poeta norteamericano Robert Hass. Al cotejar esas traducciones al inglés con muchas de las que se han hecho al español advertí que las nuestras eran sólo eso, traducciones, en el sentido menos noble de la palabra; cápsulas verbales ajenas a toda naturalidad y, sobre todo, al pequeño milagro poético que las traducciones al inglés parecían reproducir con una frescura y una inmediatez seductoras. Vi tanto en esos poemas reunidos por Hass que decidí hacerme de mi propia pauta y, más que traducir palabras, intentar reflejar ese milagro recurriendo a los recursos de la poesía española. Durante los últimos tres o cuatro años he traducido tanto que hoy tengo varios cuadernos inéditos con versiones de poemas de un buen número de autores japoneses. La labor, claro está, me llevó a escribir mis propios poemillas, poemillas que a veces tienen algo de seguidilla y aun de greguería, pero cuya ilusión es evocar el espíritu del haiku, insinuarlo, con la esperanza de ser, si no haikus, lo que son o aspiran realmente ser: poemillas, es decir, albergues muy humildes, pero cordiales, para la poesía. Por alguna razón misteriosa, y sin ánimo de llamar la atención o irritar a mis contemporáneos, siempre he tendido a escribir lo que no se "debe" escribir: décimas, redondillas, haikus... La razón debe estar vinculada a esta suerte de aislamiento en que vivo, lejos de las grandes capitales de la cultura, a merced, única y exclusivamente, de lo que de improviso me resulta más propio, más natural, y a mi necesidad de encontrar una patria portátil en la tradición".
Esto y otras cosas me cuenta, nos cuenta, en su último e-mail, ahora que, gracias a este libro, hemos vuelto a dialogar.
Manuel Borrás, que viaja hoy hasta su "exilio múltiple", le lleva un abrazo de nuestra parte. No es para menos.