Antonio Moreno (Alicante, 1964), a mi modesto parecer, uno de nuestros mejores poetas, es autor de Intervalo, donde reunió sus primeras entregas poéticas, Nombres del árbol (que publicó Tusquets en NTS), El caudal o Cuaderno de Kurtná Hora. Además de la antología El viaje de la luz, ha publicado los diarios Mundo menor, El laberinto y el sueño y En otra casa, así como las prosas de Alrededores y Partes de un todo. Llega ahora, y por sorpresa, Unos días de invierno, en Renacimiento, un sello habitual para Moreno.
En la "Nota del autor", confiesa: «Hacía casi tres años que yo no escribía ningún verso, y de repente aparecían estos de ahora por ensalmo y casi diariamente, sin que pudiese comprender muy bien qué estaba sucediendo». Y sigue: «¿Qué es, entonces, todo esto? Diría que una plena toma de contacto con lo concreto, por intangibles que ciertas palabras de las que aquí asoman en principio puedan parecer. Palabras que, a decir verdad, aunque estén anotadas, no han sido escritas. O eso creo».
Antes, al hilo de sus anotaciones en un "cuaderno gris", alude a "un nuevo haiku, -así lo llamaremos-". Y sí, en verdad eso es lo que reúne AM en este delgado pero hermoso e intenso librito que por fuera ha cuidado con esmero Marie-Christine del Castillo, autora de la cubierta, realizada a partir de un grabado de Kipling (del que Visor acaba de publicar sus Poemas, con prólogo de Eliot y en versión de Luis Cremades).
No soy un forofo del haiku. Sí del tradicional, asentado en el tiempo; mucho menos de los que nos invaden y que algunos componen, o eso creo, sin el rigor que esa difícil estrofa oriental exige. (Hay notables excepciones, como la de Susana Benet, levantina como Moreno, o José Luis Parra, paisano también, del que Renacimiento publica, de forma póstuma, otro puñado de haikus en Hojarasca.) Pasa igual con los aforismos. La modas se imponen. No es el caso de los que se agrupan aquí. Para nada. Anotaciones, se dijo, y tono de diario; versos que no desdeñan la improvisación, lo momentáneo, diría, algo fundamental en este arte donde prima la capacidad de observación y la sensibilidad. Por eso estos haikus son genuinos, tanto como el resto de la poesía de AM. Que han surgido, y se nota, no de la ocurrencia sino de la necesidad. A pesar de, incluso. Si su poesía ya era concentrada y esencial, atenta a lo que de verdad importa, sin filigranas ni desvíos, en esta nueva medida esas virtudes se acrecientan y ofrecen al lector muestras de una rara intensidad. Dicho de otra manera: la poesía de Moreno se condensa en estas pequeñas piezas, concebidas mientras contempla, recuerda o camina, que resaltan aún más su voluntad de sencillez y humildad, donde lo sobrio o austero fulge, en contraste, con elegante naturalidad. Digo naturalidad y añado que nada le es extraño a estas epifanías mediterráneas donde lo mismo aparece el misterio de la ropa tendida que una medusa, una noche de hospital o unas hormigas.
La perplejidad de vivir salta a la vista. Lo cotidiano y, por eso, lo más extraordinario. El milagroso hecho de regar una planta o el amor que alguien dio en sus últimos días. No faltan animales (ah, los pájaros) ni árboles ni tapias ni piedras ni cielos (y nubes) ni ruinas... Ni el que escribe ni el niño que un día éste fue. En medio, un símbolo: "caracol del camino, / rey de lo frágil".
Me doy cuenta de que en vano pretende uno encerrar entre palabras lo que ha sido concebido para una lectura a la fuerza personal e intransferible. Sin embargo, no me resigno a transcribir algunos haikus (pongamos cinco) de los muchos, por no decir todos (ciento sesenta y cinco, si no he sumado mal), que han llamado mi atención. Y que cada cual juzgue. O, mejor, disfrute.
Sea tu dicha
lo mismo que el barranco:
oculta, a solas
Tabarca flota
quieta en el horizonte.
Mi tiempo pasa.
Estoy más solo,
padre: cumplo los años
que tú viviste.
Un bar de obreros.
La muchacha con bata
funda un imperio.
Primer invierno...
El mundo es menos mundo,
porque no estás.
Antes, al hilo de sus anotaciones en un "cuaderno gris", alude a "un nuevo haiku, -así lo llamaremos-". Y sí, en verdad eso es lo que reúne AM en este delgado pero hermoso e intenso librito que por fuera ha cuidado con esmero Marie-Christine del Castillo, autora de la cubierta, realizada a partir de un grabado de Kipling (del que Visor acaba de publicar sus Poemas, con prólogo de Eliot y en versión de Luis Cremades).
No soy un forofo del haiku. Sí del tradicional, asentado en el tiempo; mucho menos de los que nos invaden y que algunos componen, o eso creo, sin el rigor que esa difícil estrofa oriental exige. (Hay notables excepciones, como la de Susana Benet, levantina como Moreno, o José Luis Parra, paisano también, del que Renacimiento publica, de forma póstuma, otro puñado de haikus en Hojarasca.) Pasa igual con los aforismos. La modas se imponen. No es el caso de los que se agrupan aquí. Para nada. Anotaciones, se dijo, y tono de diario; versos que no desdeñan la improvisación, lo momentáneo, diría, algo fundamental en este arte donde prima la capacidad de observación y la sensibilidad. Por eso estos haikus son genuinos, tanto como el resto de la poesía de AM. Que han surgido, y se nota, no de la ocurrencia sino de la necesidad. A pesar de, incluso. Si su poesía ya era concentrada y esencial, atenta a lo que de verdad importa, sin filigranas ni desvíos, en esta nueva medida esas virtudes se acrecientan y ofrecen al lector muestras de una rara intensidad. Dicho de otra manera: la poesía de Moreno se condensa en estas pequeñas piezas, concebidas mientras contempla, recuerda o camina, que resaltan aún más su voluntad de sencillez y humildad, donde lo sobrio o austero fulge, en contraste, con elegante naturalidad. Digo naturalidad y añado que nada le es extraño a estas epifanías mediterráneas donde lo mismo aparece el misterio de la ropa tendida que una medusa, una noche de hospital o unas hormigas.
La perplejidad de vivir salta a la vista. Lo cotidiano y, por eso, lo más extraordinario. El milagroso hecho de regar una planta o el amor que alguien dio en sus últimos días. No faltan animales (ah, los pájaros) ni árboles ni tapias ni piedras ni cielos (y nubes) ni ruinas... Ni el que escribe ni el niño que un día éste fue. En medio, un símbolo: "caracol del camino, / rey de lo frágil".
Me doy cuenta de que en vano pretende uno encerrar entre palabras lo que ha sido concebido para una lectura a la fuerza personal e intransferible. Sin embargo, no me resigno a transcribir algunos haikus (pongamos cinco) de los muchos, por no decir todos (ciento sesenta y cinco, si no he sumado mal), que han llamado mi atención. Y que cada cual juzgue. O, mejor, disfrute.
Sea tu dicha
lo mismo que el barranco:
oculta, a solas
Tabarca flota
quieta en el horizonte.
Mi tiempo pasa.
Estoy más solo,
padre: cumplo los años
que tú viviste.
Un bar de obreros.
La muchacha con bata
funda un imperio.
Primer invierno...
El mundo es menos mundo,
porque no estás.