24.2.19

Carta (machadiana) de Sevilla

Salí del colegio, comí con Alberto en casa, llegó Yolanda y emprendimos los tres la marcha. Una novedad. Estos viajes exprés suele hacerlos uno solo. A las tres y media ya estábamos camino de Sevilla, Ruta de la Plata hacia abajo. La tarde, espléndida. Soleada y con una ligera calima que aumentaba cuanto más al sur. La conversación, fluida. En Leo, parada, dos horas y pico después. La entrada en Sevilla fue menos complicada de lo esperado. Antes de las siete ya estábamos en el aparcamiento de Plaza Concordia. Un paseo, Jesús del Gran Poder arriba, y... Espacio Santa Clara. Fue convento, y en parte, al parecer, lo sigue siendo. El patio de los naranjos impresiona, y eso que el azahar sólo apunta. Saludo a Feliciano Robles, paisano de El Torno, en la sala donde va a celebrarse el homenaje a Machado organizado por el Ayuntamiento de la ciudad en el octogésimo aniversario de su muerte en el exilio, este sí. Luego, a mi querido Miguel Veyrat, que, como perfecto y elegante caballero que es, acudió a la cita apoyado en el bastón de su abuelo. Una cita, por cierto, para la que no había comprometido, según costumbre, a nadie. 
Salgo a saludar al resto de compañeros de mesa, Amalia Iglesias (cuántos años sin vernos) y a Rafael Alarcón. También al instigador del acto, Pepe Serrallé (como le llaman todos). Ninguno de ellos sabía que uno estaba ya dentro.
Ante un salón abarrotado, moderó las intervenciones, y nos fue presentando, Ana Isabel Alvea. Alarcón, que es especialista en Manuel Machado aunque lo sabe todo de Antonio, demostró sus dotes profesorales y agotó su tiempo hablando del poeta modernista (a cada cual se nos asignó un tema previamente) y de mucho más y todo con absoluta solvencia. Muy entretenida fue la charla de Iglesias, que empezó y terminó con una anécdota muy graciosa acerca del San Antonio de su palentino pueblo natal. Además, María Zambrano (a la que ella trató y con la que habló no poco del autor de Campos de Castilla) y algunas circunstancias machadianas relacionadas con sus tareas periodísticas. Acostumbrado a cerrar actos (desde chico, por aquello de la uve de Valverde), me ajusté al tiempo previsto ya que, siguiendo las enseñanzas bayalianas, llevaba escrito el texto. Trataba de la actualidad de Machado y se publicará pronto, por lo que evito entrar en detalles. La verdad es que me abrumaba la responsabilidad contraída (como siempre, uno acepta y luego...), pero he disfrutado mucho durante meses leyendo y releyendo la poesía y la prosa del poeta, así como otros libros, artículos y ensayos sobre su magistral obra. No deja de ser casualidad que me llegara la amable invitación de Serrallé unos días después de que el mencionado Gonzalo Hidalgo Bayal dijera en la presentación placentina de El cuarto del siroco: "Lo que sí creo ahora es que ese aligeramiento y esa concreción han llevado a AV a cierto despojamiento, a un bien entendido minimalismo formal, a una eliminación de lo superfluo que tiene menos de juanramoniano (aunque hay algún homenaje al poeta de Moguer) que de machadiano, pues casi estoy por decir que los años le han vuelto machadiano, moralmente machadiano, si es que no lo era en rigor desde el principio. Digamos que al despojamiento estético del primero se antepone el sentido ético del segundo". Y por ahí empezaba, tras reconocer que no soy un especialista en Machado sino un lector suyo, por lo que a uno le agrada y le honra que vean rastros de sus versos en los míos. 
Dos preguntas cerraron la mesa redonda. Una de ellas, todo un clásico, dedicada al porqué de la tumba en Colliure. Los tres estamos de acuerdo en que siga allí, como símbolo de la exiliada España republicana a la que hasta el final fue don Antonio fiel. 
Jordi Doce ya se refiere a sus sigilosas huidas tras este tipo de veladas como "hacer un Valverde" y en esta ocasión casi repetí. No sin antes saludar, un placer, a la traductora, aforista y poeta (inédita por ahora) Victoria León, que por una vez, gracias, se saltó su sana norma lo de no asistir a saraos literarios. Tampoco conocía en persona a José Julio Cabanillas, que me ofreció generosamente y de inmediato las páginas de una nueva revista para publicar mis palabras.
Un gesto con la mano bastó para decir adiós -que me perdonen- a mis contertulios. 
Con Veyrat nos fuimos hasta el aparcamiento. Al lado, en el Bar Rioja, tomamos con él una cervecita. La siguiente parada fue de nuevo en el Leo de Monesterio, al lado de la famosa venta de El Culebrín. Mientras degustábamos un apetitoso montado de lomo entre trajeados viajantes y camioneros con cara de sueño, el Atleti ganaba a la Juventus. De vuelta a casa, la intensa luna de nieve hubiera permitido que el coche fuera con los faros apagados. Sólo un traspié en un día emocionante y completo: el radar fijo del cruce de Los Santos ha logrado, me temo, romper una racha sin multas que ya duraba décadas. Una pena. Veremos.

Nota: Las fotografías del acto son de Pintamonos. Gracias.

El bastón de Machado.