4.12.20

Salvarse con palabras

No se ha caracterizado el premio Loewe –ya lo he dicho en alguna otra ocasión– por el descubrimiento de grandes libros escritos por mujeres. Lo han ganado sólo dos: Cristina Peri Rossi y Aurora Luque. En la categoría de Creación Joven, Josefa ParraElena Medel, María Gómez Lara, Carla Badillo Coronado, Luciana ReifRaquel Vázquez. Me apresuro a decir que hay excepciones, por supuesto. A uno, por ejemplo, le encantó Contratono, de Gómez Lara (Bogotá, 1989), que forma parte de una nueva, espléndida generación de poetas colombianas, como ha destacado el crítico Ramón Cote y ella ha asumido con agrado. 
En la reseña que le dediqué, escribí que se trataba de "un libro importante de una poeta destinada a empresas líricas de envergadura. Para uno, devoto lector de la uruguaya, las palabras iluminadoras de Ida Vitale, miembro del jurado, ofrecían, antes de empezar a leer, una pista segura". También que "seguidora, según dice, de Eugenio Montejo (se ve que esta mujer sabe elegir), una vez afirmó que 'en un poema uno solo puede decir la verdad'. No miente. Aquí la hay, y mucha. Expresada mediante unos versos despojados, escuetos, sin signos de puntuación ni concesiones al adorno o a la galería, secos (en el mejor sentido), tan frescos o genuinos como, ya se dijo, cargados de lecturas, una conversación con los difuntos que no los separa, sin embargo, de la tierra". Terminaba con estas palabras: "Celebramos, sí, por más que éste no sea su primer libro, la llegada a la plural escena de la poesía escrita en español de María Gómez Lara. Sin duda, un admirable debut." Invito, en fin, a leer el poema "Emily Dickinson", su mejor maestra, que refrenda lo que digo. 
Si copio esos fragmentos es porque me sirven para introducir el comentario a su tercer libro, El lugar de las palabras que publica en este año inolvidable la valenciana Pre-Textos, de moda a su pesar por culpa del desagradable affaire Glück
La breve obra se abre con un epígrafe de Olga Orozco y consta de cuatro secciones. Lo que cuenta (utilizo deliberadamente el término) es autobiográfico, no apto para lectores demasiado hipocondriacos, y podría resumirse así: a la joven poeta le detectan un tumor en el cerebro, localizado muy cerca de la zona del lenguaje, que no es, por cierto, la misma en todas las personas. De lo que pasa por su cabeza (nunca mejor dicho), desde el momento del diagnóstico, y por el resto de su cuerpo, a causa de las pruebas consiguientes, hasta la solución del delicado problema de salud va este libro naturalmente "estremecedor", que diría Darío Jaramillo. Lo importante, con todo, no es eso. No es la historia en sí, quiero decir, que trasciende la anécdota personal (cualquiera puede ponerse en su lugar, todos somos candidatos), sino el lenguaje utilizado para expresarla, que fluye en un tono conversacional, pero exacto y controlado en extremo (se ve que esta mujer inteligente se ha formado en talleres literarios), con una alternancia buscada entre el versículo y los versos cortos, muy pendiente (algo propio de García Lara) del ritmo o la musicalidad, jugando con los espacios en blanco que marcan paradójicos silencios, sin atender a mayúsculas, puntos o comas. Con el agravante, ya que lo menciono, de que precisamente el lenguaje estuvo en el punto de mira de los especialistas, para evitar dañarlo. Lo resume ella muy bien cuando explica que asumió "el lenguaje como cuerpo". Porque podía enfermar. Y hasta morir. El hecho de que todo gire en torno al mismo tema ha logrado, además, que estemos ante un libro y no ante una mera reunión de poemas. Pero vayamos por partes. 
En "Para cubrirme la voz" se da cuenta del hallazgo: "en la pantalla una radiografía de tu cerebro // te muestra una mancha en forma de corazón perfecto // bien delimitado // lesión indeterminada en el lóbulo frontal izquierdo". Y sigue: "y el mundo se te cae al suelo de repente te desplomas / no puede ser cierta esta pesadilla oí mal que por favor ya me despierte // tengo algo en el cerebro".  Sí, "parece un mal chiste la vida (...) y eso que ya hace años / aprendiste a reírte de tristeza" (que me parece un verso perfecto). La similitud entre la "mancha" y su forma (humor e ironía "a las palabras / en cambio / les cabe la ironía" no faltan) le permite reflexionar sobre el amor, que estaba en el centro de su libro anterior, Contratono. De sobrevivir se trata: "lo tuyo fue salvarte con palabras". Entre "agujas hospitales los brazos maltratados". Al fondo, el miedo. 
Su "primer reflejo" fue comprarse "un abrigo de invierno", "de una marca canadiense / de esos que llevan en el polo", "un escudo una armadura un amuleto". 
Esta parte termina con el excelente poema "El cerebro no duele".
En "Nombrar una herida en las palabras" dialoga con el médico (que habla en el poema), "porque prefiero saber". Se cuela en la conversación la palabra "muerte". Y otras en inglés (ella vive en Harvard, donde ha estudiado -además de en Bogotá y Nueva York- y termina un doctorado), una constante a lo largo del libro. "Y luego // mis palabras // nunca pensé que estuvieran en peligro". "Yo, que he sido mi voz". Más tarde se pregunta: "¿con qué nombrar // una herida en las palabras?", "¿adónde iría a buscarlas si las pierdo?".
En esta suerte de diario de la enfermedad, llega el momento de la inevitable operación: "me van a abrir el cerebro para sacarme el corazón". "¿Voy a seguir siendo yo?". En la incertidumbre escribe: "tengo tanto tanto miedo / que no sé dónde ponerlo / no hay espacio que lo contenga se desborda no hay lugar no hay lugar no hay refugio". "Tengo tanto miedo / que no me cabe en las palabras". "No puedo empezar a nombrarlo / ni siquiera ahora / que están todas / las palabras / conmigo". En otro poema titulado "Decir tengo miedo" insiste: "tengo miedo de mí", "de que esta vez / pensar no baste", "tengo miedo de ser tan frágil // tengo miedo de ser / tan fuerte de lo triste / tan fuerte de lo rota".
"El lugar de las palabras" es un poema dedicado a uno de sus médicos, el doctor Romero, "que me encontró el lugar de las palabras". "Nunca había pensado / que las palabras ocupan un espacio en el cerebro / un rincón preciso". "Vamos a dar con el lugar de las palabras / para ver si está comprometido". Le hacen para ello una resonancia y ella tiene que pensar (no decir) en las palabras que van apareciendo. En esas y en las de su campo semántico y léxico. Se trata sobre todo de "generar verbos", indican. La prueba se realiza en inglés y en español, su idioma materno, el que domina, el que prefiere salvar, dice. "¿Dónde vivo yo si las palabras son mi casa?", se pregunta. 
En "A un centímetro" la angustia crece. Comprueban que "no hay nada de lenguaje en el tumor", pero sí a un escaso centímetro, que en el cerebro es al parecer una gran distancia. Es consciente de que "en las palabras estoy yo". Al extirpar, la zona se inflamará y, a pesar de los antiinflamatorios, puede perder palabras temporalmente: "me van a salvar del silencio con antiinflamatorios", anota. 
En "Lo que pase cuando corten mi materia", "Una cicatriz". Tiene muchas en su cuerpo (y en su alma), y, de pronto, una hipótesis: puede que la mancha con forma de corazón de su cerebro sea eso, de un antiguo golpe olvidado. "Ojalá sea solamente eso". "Una cicatriz / una marca de haber sobrevivido". 
Sigue el miedo: "con mi cerebro estoy sola". "Ahora mi cuerpo es mi casa". Sí, tiene miedo del "túnel", título de otro poema. "Y durante cinco horas van me van a abrir el cerebro". 
"Ese sonido" es para otro médico, su neurocirujano. "Pero le temo a la muerte como todos", escribe. Y allí el frío: "recuerdo que soy frágil", por más que la fortaleza no le haya abandonado en ningún momento. "María escóndete en tu abrigo". 
Tras "Palabra piel", penúltimo del libro (el que figura en el marcapáginas de la preciosa edición de La Cruz del Sur), el poema "Frida Khalo", que estuvo en duda hasta el final, según ha confesado la autora. A uno le parece un perfecto colofón. Un poema necesario. Una poética. Hace referencia a uno de los cuadros de la famosa pintora mexicana, símbolo del feminismo, que tanto padeció en vida: "Unos cuantos piquetitos". (Se puede escuchar en esta lectura de Gómez Lara (lo mismo que el citado anteriormente), que presenta Jaramillo.) Es largo y está dividido en seis fragmentos. "Si pudiera pintar como Frida Khalo...", comienza. "Hasta encontrar / ese matiz justo de lo frágil ". "Solo me queda la voz", concluye, "me queda la voz sola desprovista // sin distancia // sin más remedio / que ser al tiempo / su dolor / y su ironía". Se trata, sí, por decirlo con María Gómez Lara, de "transformar el dolor en arte". 

El lugar de las palabras
María Gómez Lara
Pre-Textos, Valencia, 2020. 88 páginas. 16.00 €

Nota: Esta reseña se ha publicado en la revista digital El Cuaderno