14.1.22

Últimas lecturas de 2021

Lo dije en la entrada que dediqué a justificar mi participación en las listas de "mejores del año": no sólo dejas libros importantes atrás (no los has leído, no caben), sino que te llegan otros o por fin reparas en alguno perdido entre los que están apilados. Para entonces, claro, la nómina ya estaba enviada. Antes de recuperar varios títulos, copio la respuesta que ha dado el nuevo director de El Cultural, Manuel Hidalgo, a una pregunta de Nuria Azancot donde sale a colación el asunto de las dichosas nóminas: 
"¡Pues me gusta mucho hacer listas, soy fanático de las listas! Ya de pequeño, lo que más me gustaba de las vacaciones de Navidad, era encerrarme a hacer las listas de mis libros, películas y discos favoritos del año. ¡Las conservo en cuadernos que me traía mi tía de Biarritz!". Mi gozo, ay, en un pozo. 
Empezaré por un libro que mis compañeros de suplemento Irazoki y Blesa han votado y que yo no voté porque las normas dictaban que no podían seleccionarse florilegios (salvo de poetas extranjeros). Me refiero a Mi lado izquierdo. Antología poética 1989-2019 (Renacimiento), de Rafael Fombellida (Torrelavega, 1959). No tengo que demostrar nada: sigo a este autor y reseño sus libros desde hace demasiado. Se puede comprobar en la bibliografía manejada por la editora del libro, Xelo Candel, que le menciona a uno en el preciso prólogo que precede a la muestra. No me cabe duda de que es un poeta imprescindible en cualquier lista (canónica o no) de la poesía española de finales del XX. Su voz es única y su independencia ejemplar. Si no se conocen sus poemas, ninguna forma mejor que la de empezar por aquí. 
Francisco J. Márquez (Jerez, 1983) reúne en Cantar de grillos (Libros Canto y Cuento) un puñado de versos sencillos (que no simples), escritos -diría él- "con minúscula", pero que tienen todo el encanto de la verdadera poesía. Así, "La terraza", "Cunetas" o "Palmera", que dedica a José Mateos, director de esta coherente colección donde uno siempre encuentra lo que espera.
Se comprende mejor después de leer otro libro de la misma casa, Mientras levanta el día, el segundo de Manuel Montero (Jerez, 1955), que va ilustrado por Ana Domínguez y lleva un prólogo (de los que conviene leer) de Pedro Sevilla, que lo sitúa lejos del "malditismo" y a favor de la esperanza, ese "anhelo activo", esa "fe de vida". Versos, sin duda, "claros y limpios, sin hojarasca", como los que componen "Identidad", "Ritmo" ("A paso lento / camino entre la gente / que tiene prisa") o "Lo vivido". Como pretendía, ha construido "un nido de palabras". Bien hermoso. 
Después de sorprendernos con su primera novela, Los montes antiguos (Periférica), Enrique Andrés Ruiz (Soria, 1961), otro nombre necesario de la Generación de los 80 o de la Democracia, publica Ríos de Babilonia (Pre-Textos), otro hallazgo. Con la hondura y la elegancia que le caracteriza, compone un breve volumen donde cada poema es un libro en sí mismo. Me han encantado "Romanticismo", "Ríos de Babilonia", "La juventud de los hombres ilustres" ("Un poeta no es nada. No tiene nada."), "A propósito de la naturaleza", "Viento seco, trastorno y apariciones"... No, la nómina de su rica promoción no se agota en los nombres de siempre. Hablo de evidencias. Son compatibles para cualquier lector de poesía los últimos libros, pongo por caso, de Fermín Herrero (aún espera la reseña de En la tierra desolada en El Cultural) y de Felipe Benítez Reyes (del que reseñaré Un mentido color para la mismo revista). 
A esa hornada pertenece por edad Juan Peña (Paradas, Sevilla, 1961), otro que va por libre, y que con Yacimiento (La Isla de Siltolá) vuelve a dar en el clavo. El título es muy adecuado porque de restos arqueológicos (terracotas, jarrones, lucernas, vasos, etc.) convertidos en alta poesía de regusto clásico van estos versos escritos con la sabia naturalidad de un poeta auténtico con alma de arqueólogo. Un botón. "Servidumbre y grandor de lo que eres": "Nunca serás la casa, / pero habitas la casa. / Nunca serás el tiempo, /  pero estás en el tiempo. / No serás inmortal, / pero lo sabes". 
José Antonio Llera (Badajoz, 1971), un poeta que no se prodiga, acaba de ganar el XL premio Leonor en Soria por su libro Tanatografía. Antes de que aparezca, RIL edita El hombre al que le zumban los oídos. Del rigor de su poesía ya teníamos cumplida noticia. Los poemas en prosa de esta nueva entrega ponen en evidencia su particular modo de proceder. Estamos ante una poesía en los límites. Sin concesiones. Dura y cortante. En torno a obsesiones muy suyas, como la enfermedad. Y con una mayor presencia, o eso me parece, de la imaginación, lo que le lleva a usar un lenguaje surrealizante que no dejará impávido al lector y que tendrá una gran aceptación entre los más jóvenes, en la línea, pongo por caso, de Mario Obrero. 
El diplomático Ignacio Cartagena (Alicante, 1977) urde en Las cataratas de Nelson (Ars Poética) un artefacto narrativo al que no le falta poesía. Lo explica muy bien en "Nota de aclaración (y de disculpa)" que abre el libro y en la "Nota final" que lo cierra. Un yo literario que es y no es él mismo explica sus peripecias personales y familiares (por medio, un divorcio) a través de una serie de poemas logrados. Como es propio de alguien que trabaja en Asuntos Exteriores, el viaje es un tema omnipresente. Dos partes tienen que ver con eso: "Los telegramas cifrados" y "Doce poemas australes". Su poder evocativo y las atmósferas que consigue fijar dan fe del acierto de su apuesta. Un libro, sí, para lectores mundanos y cosmopolitas. 
Nos ocupamos aquí del primer libro de Xavier Guillén (El Masnou, 1981), quien ahora publica en Pre-Textos Amo de casa. "¿Puede ser la poesía / nostalgia de oficio?", se pregunta al evocar el de su abuelo: zapatero. Tal vez. No le falta al poeta que ha escrito "Mi hermana me saca de casa" (en otro poema le "saca" su mujer), "Sopas completas", "Pesca en hielo", "Mar y tiempo", "Segunda residencia" o "Musgo en la nieve", una serie de ocho poemas en prosa que cierra el volumen. La claridad, la ironía y la memoria ("Devuélvete al presente") son tres de las patas sobre las que se sostiene la segunda entrega de Guillén. No se cae. 
Con Pulso solar, Diego Vaya (Sevilla, 1980) consiguió el accésit del "Jaime Gil de Biedma". De este autor ya habíamos comentado aquí un par de libros de poesía y otro de ensayo que dedicó a la obra de pintor Luis Gordillo. Este se abre con la famosa cita de Borges que celebra que todos los días estemos un instante en el paraíso. Por ejemplo, cuando uno come fruta, ve a su hijo escribir por primera vez su nombre, acaricia la piel del cuerpo de la amada o constata su amor. También al ver fotografías de su madre, que regresa. Meditativo y hasta metafísico se vuelve en las partes tituladas "Horizontes", "Paraíso en obras" y "Rescoldos de sol", que cierra el poema "Lo que importa". Dan fe de la solidez de su apuesta. 

NOTA: Ilustra esta entrada un detalle de una "librería" del escultor Manolo Valdés.