Quienes pasan por aquí habitualmente o sólo de vez en cuando ya saben que tengo un hermano cura, el que me sigue. Uno es del 59 y él del 61. Le acabo de enviar el fragmento de un poema del nuevo libro de Fabio Morábito sobre los "segundos", como él. Decía que Fernando, que así se llama (dedicatario, por cierto, del último poema de la antología de Pre-Textos que presentamos mañana), tuvo claro desde muy pronto que quería ser sacerdote y por eso se fue temprano de casa, demasiado, primero a los seminarios placentinos (Menor y Mayor), luego a Salamanca, para realizar allí sus estudios universitarios, y más tarde a numerosos lugares: Tarragona, Zaragoza, Roma, Guadix, etc. Ahora, por suerte, aunque nos vemos lo justo, es párroco en un barrio de Plasencia, rector del Seminario (aunque los escasos seminaristas estén en el de Salamanca por culpa de la crisis vocacional) y canónigo de la Catedral, entre otras tareas.
Nos informaba hace unos días (a su otro hermano y a mí) de que había muerto David, David Castaño, otro sacerdote, éste de Viandar de La Vera, el pueblo de nuestra abuela paterna. El mayor de los curas de la familia, por más que, en rigor, familia directa no fuera. Como si, y basta.
De inmediato, tras leer la mala noticia en el móvil, recordé mi infancia y, ya allí, los veranos en el pueblo verato (estancias pasajeras) donde tantas cosas descubrí de chico. Entonces corría el agua por las calles. Uno jugaba en unas lanchas de piedra que había en la puerta de la casa, a la sombra de una parra, y así las montañas de mis vaqueros de juguete eran reales. El olor de los higos (acaso mi fruta favorita) procede de aquel sitio. Como el miedo que pasé en una cama enorme (por grande y, sobre todo, por alta) donde apenas dormí mi única noche (que recuerde) viandareña. Y me acuerdo también de David, claro. Un hombre alto y delgado con una nariz muy grande y ganchuda que determinaba su modo de hablar. Diría que, a pesar de la longitud quevedesca, le costaba respirar y por eso... Era muy cariñoso. Él y toda su familia: Feliciano, su padre; Esperanza y Esperancita, su madre y su hermana, respectivamente. Y un hermano mayor, hijo del primer matrimonio de su padre, también Feliciano, casado con Sagrario, al que vimos en la televisión en blanco y negro de la época como sufrido empalao en Valverde de La Vera.
David se fue pronto a Madrid. Antes estuvo de párroco en Robledillo de La Vera, muy cerca de Viandar, donde una vez le visitamos. Ese destino sirvió para que mi tío y padrino José Antonio, Ñoño, pintara una bonita acuarela de un pintoresco rincón del pueblino. Estaba colgada en casa de mi abuela Fausta, cuando vivía, y ahora en el salón de la de mi madre, que hoy, por cierto, cumple 94 añitos.
También estuvo en Losar de la Vera. Allí le visitamos mi amigo José Luis Herrero y yo un verano. Fuimos andando desde Aldeanueva, donde teníamos montada la tienda de campaña.
En la capital desarrolló su labor pastoral. Trabajó en el colegio Montepríncipe, leo ahora. Le perdí la pista hace tiempo.
La muerte de David me lleva a otro cura, este sí de la familia: Faustino. Hijo de la tía Rosa, prima de mi abuela, huérfano de padre desde muy niño. Permaneció en la Diócesis placentina durante toda su carrera sacerdotal, que abandonó de golpe hace años, cuando era párroco de Malpartida de Plasencia. Su madre le acompañó a todos sus destinos. Los recuerdo en Majadas de Tiétar. En este pueblo y en su casa pasé, siendo adolescente o casi, una Semana Santa en compañía de mis tíos Paco e Isabel. Inolvidables los paseos por aquellos pinares.
Como es lógico, y hasta que mi hermano se ordenó, en todas las celebraciones religiosas familiares se echaba mano de él. Casaba, daba la primera comunión, bautizaba... La timidez, supongo, le hacía elevar sus ojos al techo mientras daba misa. Le costaba mucho mirar a los feligreses de frente. Al menos a nosotros. Todos le teníamos un gran respeto, en parte por eso y en parte por su talante silencioso. Su respetable abandono del sacerdocio causó en la familia sorpresa. Por inesperado. También le hemos perdido la pista.