24.4.13

Una crónica

HOY / M. N.












Como decía en la intervención que publiqué ayer en este rincón, hacía muchos años que no entraba en el vetusto caserón de la Avenida Virgen de la Montaña de Cáceres levantado en tiempos de la II República, reconvertido en un flamante edificio que alberga el Instituto de Lenguas Modernas de la UEX. La última vez no fue con motivo de mis oposiciones, sino para participar en el primer curso de gestores culturales que coordinaron Carmen Heras y Chema Corrales.
La entrada, ya desde la escaleras, ha cambiado. También los jardines, aún con algunos árboles. El vestíbulo anuncia la radical transformación de esa casa. Enfrente, un ascensor de moderno diseño. A la izquierda, el paraninfo, antes biblioteca. Cerca, o eso creo, de lo que antaño fuera cafetería. La sala es bonita, forrada de madera en tonos claros. Y estaba llena, algo sorprendente si tenemos en cuenta que se presentaba un libro, que era víspera de fiesta local (y a poco de que comenzara el desfile del dragón de San Jorge) y, en consecuencia, medio puente. Ah, y lucía el sol, las terrazas estaban puestas y eran las siete de la tarde.
Tomó la palabra en primer lugar la alcaldesa de Cáceres. Siguió el citado Chema Corrales, uno de los coordinadores de la obra. Estuvo suelto, divertido y natural, como es él. Para referirse a sus compañeros de aventura, utilizó símiles zoológicos: la nutria (Soto), la golondrina dáurica (P. Parejo) y el oso pardo (Barcia). Explicó cómo habían procedido en busca de los expedientes clasificados de algunos escritores que habían estudiado en la antigua Normal de Magisterio, hoy Facultad de Formación del Profesorado.
Después de lo mío, tomó la palabra el decano, Víctor López Ramo que tras señalar que los prólogos no suelen leerse, leyó el suyo; que, por cierto, no lo parece.
Escamado tras años y años de asistencia a plomizos actos institucionales, me temí lo peor al escuchar que le llegaba el turno a la representante de la Junta (ahora Gobierno), doña Mª Ángeles Rivero Moreno, Directora General de Personal Docente de la Consejería de Educación y Cultura. Y no, leyó unas prolijas notas manuscritas, del todo personales, donde fue recordando a numerosos maestros de su familia (uno de ellos, su abuela, depurada en plena Guerra Civil y enviada al destierro, a una escuelina serrana de la provincia de Ávila), reivindicó su condición de docente y evocó, entre otras cosas, sus vinculaciones con algunos de los incluidos en el libro, bien a través de su padre, bien como persona atenta al devenir de los acontecimientos regionales o, en fin, como compañera de uno de los elegidos: Eugenio Fuentes. Ya que lo menciono, ausente, como su amigo Leal Canales.
Cerró el acto el Rector de la Universidad de Extremadura con unas palabras bien traídas, sumamente ajustadas, que sirvieron de perfecto colofón a un acto que en nada se terminó pareciendo a lo que uno, ay, preveía. Uno, añado, y otros, según confesión de algunos asistentes.
Saludé, una de las alegrías de la tarde, a Remedios, mi querida profesora de Didáctica, a Irene Sánchez Carrón (tan tímida y encantadora como siempre), a Marisa Curiel (la simpática nieta de don Marciano), a Adolfo Maíllo y a su mujer (ya que en Plasencia no nos vemos)... De lejos vi a José Luis Bernal, a quien no llegué a saludar porque se me perdió entre la multitud y porque, como siempre, salimos de allí corriendo.