El lector incorregible ha titulado el bibliófilo, articulista, académico, estudioso y numerosas cosas más José Luis Melero (Zaragoza, 1956) su nuevo libro. Lo publica, según costumbre, Xordica, tan aragonesa como el autor de, entre otros, Leer para contarlo, Los libros de la guerra, La vida de los libros, Escritores y escrituras y El tenedor de libros. En este rincón se ha hablado de casi todos ellos y esta reciente entrega no iba a ser menos. Recoge artículos publicados entre los años 2015 y 2018 en Heraldo de Aragón, su periódico. Con voluntad literaria, cabe añadir. Para que perduren más allá de la caducidad que lleva aparejada la prensa escrita. El "Liminar" es ya una delicia. Ese lector empedernido, cambiemos el adjetivo, sabe que los prólogos (delantales, diría él) pueden ser la mejor manera de invitar al que lee a perseverar en el empeño. Los de Melero son de la mejor estirpe. De la de un Borges, pongo por caso. O, por acercarnos al presente, de la de su admirado Andrés Trapiello. Allí dice que "uno es escritor de pocos lectores". Los califica de "ejemplares", "incorregibles", "letraheridos", "cofradía de raros y chiflados", gente, en fin, ajena al ejercicio físico, esa manía de "los tiempos que corren (nunca mejor dicho)", y más propensa a la quietud del sofá. Habla de viejos libros y de viejos autores, de "escritores olvidados", lo que melancoliza cuanto escribe. Libros "en los que no vamos a encontrar recetas para triunfar sino herramientas para sobrevivir". No faltan, claro, los temas y asuntos aragoneses, ya "que a uno le gustaría que mis lectores vieran como propios, pues no hay nada más universal que esas pequeñas pasiones que cada uno de nosotros siente por sus cosas más próximas". Y eso nos ocurre. "Porque frente a tantos esfuerzos globalizadores y uniformadores -escribe-, hay pueblos que no renuncian a su singularidad". Palabras que uno lee con asentimiento, sí, pero mirando de reojo al independentismo catalán y sus falacias identitarias.
Resalta su fervor por los libros y la literatura, por "algunos pocos saberes inútiles", su "interés por no tomarme nunca demasiado en serio". Después, empieza la fiesta. Con Joyce, que no le gustaba a Benet, y eso que "siempre pensé que los amigos de lo abstruso se sentirían cómodos en la misma cofradía". Este el tono. De ahí que califique la lectura de festiva.
Hay mucho poeta por ahí suelto. En el libro, digo. Cernuda, Machado, Borges, Bergamín, Blas de Otero, Hidalgo, Lorca, Alberti, pero también paisanos como Ildefonso-Manuel Gil, Rosendo Tello y Fernando Ferreró. Y novelistas, como Wolf, Proust, Sender o Martínezde Pison. O diaristas como Torga, una debilidad compartida. Escritores, en todo caso, grandes y chicos, si vale el distingo.
No faltan, como en toda su literatura (que se mezcla con la historia), cantantes de jota, políticos decimonónicos, académicos, eruditos y catedráticos (de la vetusta Universidad de su "vicerrectora favorita", a quien dedica el libro -junto a sus dos hijos-, siempre a punto de echarle de casa por culpa de la adquisición de este o aquel costoso y raro ejemplar), ni viajes: a Oporto, Dublín, París, Barcelona..., además de visitas a pueblos y ciudades cercanas a la suya, que es a la que más viaja. Tampoco imprentas y editoriales.
Leo estos libros sobre libros con lápiz y papel, como hace Melero, y a veces pone uno un "ja, ja, ja" en el margen. Hay anécdotas hilarantes. Capítulos muy graciosos, como "Una historia escatológica" o "El libro no devuelto". O cuando relata uno de sus cameos cinematográficos. Y eso a pesar de que, como nos recuerda, hacer reír haya tenido "desde antiguo mala fama entre ciertos intelectuales". Porque la risa, o esos dicen algunos, es "plebeya". Indigna del gran arte. No es extraño que en "Contra la amargura", una de las piezas más bonitas del conjunto, defienda, como antídoto, los "pequeños gestos de cariño". En otra parte, "El primer Moncada", vuelve a retratarse: "Uno debe ser condescendiente y tolerante con las cosas que no le gustan a los demás, y no esperar que la gente a la que quieres se comporte como a ti te gustaría, sino tratar de quererla como es". Elogiable es también su ecuánime defensa de Juan Manuel Bonet, cuando fue injustamente destituido por razones políticas como director del Instituto Cervantes. Cómo no vamos a leer (¿o era querer?) a un tipo así, aunque no coincidamos con él en la afición fulbolera y zaragocista ni en su afán bibliópata. Este país necesita a Melero. ¡Qué ciudadano!
Resalta su fervor por los libros y la literatura, por "algunos pocos saberes inútiles", su "interés por no tomarme nunca demasiado en serio". Después, empieza la fiesta. Con Joyce, que no le gustaba a Benet, y eso que "siempre pensé que los amigos de lo abstruso se sentirían cómodos en la misma cofradía". Este el tono. De ahí que califique la lectura de festiva.
Hay mucho poeta por ahí suelto. En el libro, digo. Cernuda, Machado, Borges, Bergamín, Blas de Otero, Hidalgo, Lorca, Alberti, pero también paisanos como Ildefonso-Manuel Gil, Rosendo Tello y Fernando Ferreró. Y novelistas, como Wolf, Proust, Sender o Martínezde Pison. O diaristas como Torga, una debilidad compartida. Escritores, en todo caso, grandes y chicos, si vale el distingo.
No faltan, como en toda su literatura (que se mezcla con la historia), cantantes de jota, políticos decimonónicos, académicos, eruditos y catedráticos (de la vetusta Universidad de su "vicerrectora favorita", a quien dedica el libro -junto a sus dos hijos-, siempre a punto de echarle de casa por culpa de la adquisición de este o aquel costoso y raro ejemplar), ni viajes: a Oporto, Dublín, París, Barcelona..., además de visitas a pueblos y ciudades cercanas a la suya, que es a la que más viaja. Tampoco imprentas y editoriales.
Leo estos libros sobre libros con lápiz y papel, como hace Melero, y a veces pone uno un "ja, ja, ja" en el margen. Hay anécdotas hilarantes. Capítulos muy graciosos, como "Una historia escatológica" o "El libro no devuelto". O cuando relata uno de sus cameos cinematográficos. Y eso a pesar de que, como nos recuerda, hacer reír haya tenido "desde antiguo mala fama entre ciertos intelectuales". Porque la risa, o esos dicen algunos, es "plebeya". Indigna del gran arte. No es extraño que en "Contra la amargura", una de las piezas más bonitas del conjunto, defienda, como antídoto, los "pequeños gestos de cariño". En otra parte, "El primer Moncada", vuelve a retratarse: "Uno debe ser condescendiente y tolerante con las cosas que no le gustan a los demás, y no esperar que la gente a la que quieres se comporte como a ti te gustaría, sino tratar de quererla como es". Elogiable es también su ecuánime defensa de Juan Manuel Bonet, cuando fue injustamente destituido por razones políticas como director del Instituto Cervantes. Cómo no vamos a leer (¿o era querer?) a un tipo así, aunque no coincidamos con él en la afición fulbolera y zaragocista ni en su afán bibliópata. Este país necesita a Melero. ¡Qué ciudadano!