15.11.25

Lampedusa y sus lecturas españolas


Ya comenté aquí, al referirme a la correspondencia del autor de El gatopardo y su mujer, que estaba deseando leer este libro: Lampedusa y España. Lo publica, con el cuidado a que acostumbra, Acantilado. El libro es de Gioacchino Lanza Tomasi (Roma, 1934), hijo de Fabrizio Lanza Branciforte di Mazzarino, conde de Assar, y de la aristócrata española María Conchita Ramírez de Villa Urrutia y Camacho, y primo lejano del escritor siciliano, que lo acabó adoptando y al que nombró legatario. En la misma editorial, por cierto, apareció Viaje por Europa (que reseñé en la desaparecida revista Clarín), su correspondencia con otros primos, estos más cercanos: los Piccolo. Lucio, el poeta, quien verdaderamente instiga a Lampedusa, sin querer, a escribir su gran novela, y Casimiro, el artista. 
La edición corre a cargo de Alejandro Luque, un especialista en su obra y alguien que conoce muy bien Sicilia, y ha sido revisada por Nicoletta Polo Lanza Tomasi. Firma el prólogo Silvano Nigro y traduce la obra otro escritor: Andrés Barba. 
Me gusta mucho lo que dice Silvano Nigro acerca de las bibliotecas de los escritores, esa "suerte de autobiografía", como dijo Manguel (del que ahora disfruto gracias a Mientras embalo mi biblioteca, después de dar buena cuenta de Con Borges y a la espera, ya está aquí, de El envés del tapiz). 
Lo explica bien la nota editorial: "el príncipe pidió a Lanza (...) que lo ayudara a leer en la lengua de Cervantes los clásicos de la literatura hispánica. Estas páginas, dictadas por Lanza poco antes de morir, albergan no sólo un valiosísimo retrato de la vida que el maestro siciliano llevó en Palermo, sino también el privilegiado relato de formación de un muchacho que fue testigo de una aventura fascinante: el acercamiento de Lampedusa a la lengua y la literatura españolas." 
En esa aventura de leer, a A Gioacchino Lanza le acompañó Francesco Orlando, al que debemos páginas inolvidables sobre su maestro, como Recuerdo de Lampedusa. Con otra distancia.
El libro, cuenta Luque (también el autor), tiene su origen en Sevilla, del borrador (o "versión reducida") de una conferencia sobre Sicilia pronunciada por aquél en la fundación Tres Culturas y es fruto del "acercamiento de Lampedusa a la lengua y la literatura españolas". Un encuentro, cabe matizar, tardío (hablamos de los años cincuenta, entre 1955 y 1956). Para Gioacchino, "el libro de su vida", recalca el epiloguista. 
A uno le ha interesado, más que nada, amén de los atinados juicios de valor sobre algunos escritores concretos (Cervantes -al que relaciona con Montaigne-, Lope de Vega, Unamuno, Tirso de Molina, etc.), lo que tiene de biografía de Lampedusa (y ya ahí, su condición de lector, que se nos da a conocer a través de su biblioteca personal y de sus visitas a las librerías palermitanas) y, de paso, de autobiografía de Lanza Tomasi. Al fondo, como cada vez que se habla de la vocación literaria del noble siciliano, los primos Piccolo. Lucio fue uno de los participantes de aquellos diálogos, más que lecciones, y por él conoció Lampedusa a poetas como san Juan de la Cruz, Garcilaso, Quevedo, Góngora, Juan Ramón Jiménez, Guillén...
La nacionalidad española de su madre, Conchita, es capital, como la del padre de ésta: Wenceslao Ramírez, embajador de España, autor, entre otros, de Una embajada en Marruecos en 1882. Su mujer, Anita Camacho trató a Picasso y fue retratada por él. 
Muy sabrosos resultan los apuntes sobre el citado Orlando o la Princesa Lampedusa, Licy. 
No faltan menciones a Vargas Llosa y Javier Marías y a sus respectivos análisis de El gatopardo.
El Lazarillo, las Soledades, el Quijote o La Celestina suscitan comentarios iluminadores, ya decía, propios de lectores fervorosos e inteligentes. Da cuenta de ellas en los diarios, de los que se rescatan en la edición algunas páginas. 
En 1957 compró Lampedusa la obra completa de Lorca, publicada por Aguilar. Anotó: "Ni una palabra sobre su muerte ni sobre su homosexualidad". Lo que más le gustó: Poeta en Nueva York y Diván del Tamarit. Le decepcionó, por otra parte, Pérez Galdós: "Básicamente, no es más que un pesado". 
Como comprobó Lanza Tomasi en Sevilla, uno tampoco conocía el refrán español "A perro viejo no hay tus tus". Lampedusa, que trataba a sus perros como hijos, sí. 
Las páginas finales del libro son tal vez las más interesantes. Párrafos como éste: "Éstas y otras muchas cosas tuvieron su origen hace casi setenta años en una ciudad siciliana de provincias, en una ciudad destruida, en el seno de una comunidad traumatizada y aislada de los grandes centros, de los talleres donde se establecen los intereses y las modas de la época. Pero Palermo no era, como España durante su sopor franquista, una casa de muertos. Giuseppe Lampedusa o Lucio Piccolo pertenecían a la categoría de los amateurs, es decir, los diletantes, pero también a la de los sabios apartados; eran el humus de un mundo civilizado. Todas esas pésimas sociedades meridionales tenían, y siempre tendrán, alguna Perséfone que regresa a la tierra y recorre los caminos de la sabiduría".
Sí, como dice Luque, "una aventura fascinante". 

Lampedusa y España
Gioacchino Lanza Tomasi
Prólogo de Salvatore Silvano Nigro
Edición y epílogo de Alejandro Luque, 
revisada por Nicoletta Polo Lanza Tomasi
Traducción de Andrés Barba
Acantilado, Barcelona, 2025. 112 páginas. 

13.11.25

Castelo, periodista

Esto fue lo que dije en la mesa redonda de las primeras Jornada de Estudio Santiago Castelo que tuvo lugar el pasado día 8 de noviembre en la Sala Paraninfo Clara Campoamor de la Diputación de Badajoz. 
Lo llevé escrito, una lección aprendida hace mucho de mi maestro Gonzalo Hidalgo Bayal. Por si acaso. Luego vino el debate. 
De la crónica del aquella intensa mañana ya se ha ocupado su principal responsable: Carlos García Mera en su muro de Facebook. 

Buenos días y gracias por invitarme a participar en este acto, el primero del que se hace cargo la nueva directiva de la Asociación de Escritores Extremeños, presidida por la poeta placentina Sandra Benito, justa heredera de Isabel Pérez, de la saga de los Pérez González, tan cercana a José Miguel Santiago Castelo.
 
Fue precisamente aquí, en esta ciudad, donde conocí en persona a Castelo ―como la mayoría le llamaba y le llama―, en 1982, con motivo del segundo Congreso de Escritores Extremeños.
El 30 de mayo de 2015, treinta y tres años después, decía en ABC, al comienzo de mi artículo “Sólo vivir vale la pena”: “Santiago Castelo (…) fue ante todo poeta. A pesar de su decidida vocación periodística, doy por supuesto que es lo que él prefería. Por encima de todo. Que era esa condición la que más le gustaba que le reconocieran sus lectores”. Ahora, diez años más tarde, me he replanteado esa afirmación, a pesar de que cualquier escritor que haya publicado libros en distintos géneros, a la hora de elegir cuál de estos le define mejor, es muy probable que se decante por la poesía si dio a la imprenta alguno de versos; que, pese a su insignificancia real, si lo comparamos con la narrativa ―y, ya ahí, con la novela―, no habrá de importarle adornarse él o que le califiquen otros, como poeta. En el caso de la persona que nos convoca, dudo ahora qué título se atribuiría a sí mismo por encima de todos los demás, si el de poeta, como dije hace una década, lo que fue de sobra, o el de periodista, que también. Me da la impresión, después de tratarlo durante años, que cuanto menos dudaría. Dijo Julio Bravo: “Su pasión por el periodismo sólo era comparable a la que sentía por la poesía”. Podríamos dejarlo en tablas. A papá y a mamá.
No me cabe duda, sin embargo, de que su estilo periodístico era el de un poeta. Eso no puede negarse. Se dice con frecuencia que la mejor prosa está en manos de quienes escriben poesía. Se aprecia bien en el primer artículo que publicó en el diario ABC, “Siete espigas bajo el sol”, sobre su querido pueblo, Granja de Torrehermosa, de 1970, año que entró en esa santa casa: “en toda la baja Extremadura, sólo tiene derecho a veranear el sol”.
Aunque la impronta de maestros que elogiaron la retórica, como Pedro de Lorenzo, marcaron su huella, por más que lo lírico en su vertiente, si se quiere, popular y hasta folclórica aflore por momentos, sobre todo en su primera época, al final su estilo el propio de quien lee y escribe poesía, lo que significa que cada palabra cuenta y que, en consecuencia, la que no suma resta. Y mucho. El don de síntesis, al que se refirió su amigo Pere Gimferrer en un poema memorable, pesó en él a la hora de fijar un texto y no sólo por las prescritas limitaciones de espacio, sino por dar a lo escrito la precisión que la verdadera poesía exige, por poco o nada poético que sea el asunto que aborde.
Ya que hemos mencionado al ABC, bien está centrar esta intervención en lo que esa cabecera representó en la vida de Castelo, que empezó su carrera periodística en Extremadura, su tierra, a la que tanto quiso. Y lo hago no sin reparo, pues tengo a mi lado a dos personas que conocen esa faceta del granjeño mejor que yo. Para colmo, uno de ellos es, a la sazón, director de esa histórica mancheta.
“Porque eras, Niño, el retrato viviente de ABC”, escribió Antonio Burgos. Y: “Tú eras, Niño, un andante ejemplo […] del estilo de ABC. Tú, Niño, encarnabas el espíritu liberal y literario de esta Casa a la que entregaste tu vida y de la que eras símbolo vivo”. Suya es una anécdota muy graciosa, que pone en boca de El Chupa, viejo telefonista de la casa: “Señor Castelo, se pasa usted aquí más horas que el retrato de Don Torcuato”.
[Por cierto,  “Niño” (tal o cual) es como llamaban a los alumnos en prácticas del periódico. Estoy escuchando todavía su vozarrón inconfundible al otro lado del teléfono. Apenas descolgabas, oías: “¡Niño!”. A veces le bastaba un “¡Eh!”.]
Juan Manuel de Prada, con el que tuvo una íntima amistad, afirmó: que “este poetazo descomunal fue también la persona que mejor ha encarnado el espíritu de ABC”.
De su importancia en ese medio de comunicación dan buena cuenta estas pocas palabras de Jesús Lillo: “A su manera, fue un pionero de lo que ahora se conoce como recursos humanos”.
Otro amigo común, Carlos Medrano, alude a su campechanía, “su cordialidad era irreductible y no se sometía al corsé del estrés periodístico de las noticias […] ni a la diplomacia de muchas relaciones y gestiones que Castelo, con su don de gentes, llevó a cabo con enorme elegancia desde sus cargos de responsabilidad”.
En “Un hombre de lealtades hondas”, su discurso de recepción del Premio Luca de Tena, declaró: “Mi vida entera se ha desarrollado en esta Casa de ABC: aquí entré hace treinta y siete años, siendo un muchacho espigado e inquieto; aquí aprendí todo lo que sé y de aquí no he querido moverme: ésta es una escuela permanente del mejor periodismo, de la mejor literatura [conviene resaltar esta condición de periódico literario por lo que dijimos acerca de su estilo más arriba], donde se aprende a amar la verdad y la libertad en una perfecta simbiosis de nobleza y liberalidad, de respeto a los demás y de amor a la obra bien hecha. […] Yo, de niño—como tantos millares de españoles—, leía ABC en mi casa extremeña con verdadera devoción y cuando descubrí que quería ser periodista no podía imaginarme en otro sitio sino en ABC”. “He servido lealmente”, sentencia. Ni siquiera cuando Luis María Anson dejó la dirección de ABC para fundar La Razón en 1998, y le propuso que le acompañara. Conviene recalcar el concepto de “fidelidad”; en su caso, de origen monárquico, como él recordaba. En efecto, uno de los principios básicos de un defensor de la monarquía (y Castelo, desde joven, se acercó a Estoril a mostrar su lealtad y rendir su servicio a quien la representaba, Don Juan, “el Rey padre”, como él lo designaba) es la fidelidad.
Bravo precisa: “Es imposible escribir la historia reciente de ABC sin darle un lugar destacado a José Miguel Santiago Castelo, ligado a esta casa desde el año 1970, y donde mantenía su despacho después incluso de su jubilación; un despacho que fue durante años «lugar de peregrinación» para decenas de redactores y colaboradores, que encontraban siempre en él refugio, consejo o, simplemente, un oído atento y comprensivo. Castelo, como se le conocía en la Redacción de ABC, lo llamaba su «confesionario laico»”. Y sigue: “Le gustaba decir que, salvo engrasar las linotipias, había hecho de todo en ABC. […] Empezó en la sección de Sucesos y pasó por distintas secciones, desde el desaparecido Huecograbado hasta Opinión y Colaboraciones […]. Entre 1983 y 1988 se desplazó los veranos a Palma de Mallorca para cubrir la información de la isla, incluida la estancia de la Familia Real, para la sección ‘España en Vacaciones’ […]. En 1988 fue nombrado subdirector del periódico y en 2010, año de su jubilación, pasó a presidir el Consejo Asesor Editorial de ABC”.
Como ABC, era, ya se dijo, monárquico. Del controvertido Juan Carlos I, del ejemplar Felipe VI y, cómo no, de Don Juan. Su último artículo, de 3 de junio de 2014, se tituló “Una lección de grandeza histórica” y fue escrito con motivo de la abdicación del rey y en él destaca la mención a su padre en el discurso. Monárquico, pero, por encima de todo, liberal. Era su talante.
Mención aparte en su vida periodística merecen, claro está, esos veranos mallorquines de los ochenta (recaló en el céntrico Hotel Saratoga, en el Paseo de Mallorca), donde ejerció como reportero y cronista. Y no sólo. Basta con recordar su libro de poemas Siurell, y, vuelvo a recalcarlo, artículos como “La Mallorca que verán los príncipes”, donde habla por extenso de la isla en su característico estilo lírico.
Sí, a la Familia Real dedicó no pocos de esos artículos estivales. Da cuenta, pongo por caso, de un Consejo de Ministros del Gobierno de Felipe González en agosto del 83 presidido por Don Juan Carlos: “El Rey animó al Gobierno a no caer en el desánimo y el pesimismo”.
Resultan muy curiosas, en estas crónicas de sociedad dignas del Hola, sus apreciaciones sobre la vestimenta de sus protagonistas.
Pero no sólo a los reyes y su familia (la griega incluida) dedicó Castelo esos reportajes. Por ellos pasaron también numerosos personajes del deporte, la política, la cultura, la música, la farándula, etc. Así, los Príncipes de Gales, los duques de Württémberg, Camilo José Cela, María Teresa de Gelabert, la viuda de Llorenç Villalonga, a la que conoció y trató en esas estancias mallorquinas, etc. En un artículo da cuenta del mareo del presidente González por culpa del viaje de dos horas en helicóptero hasta Mallorca. En otro analizó el fenómeno del top-less:
Porque había mucho de frívolo en esa vida de cronista al sol, Castelo se permite en no pocas ocasiones echar mano del humor. Y de la ironía, tal vez porque ambos sentidos son indivisibles. Nada extraño, por otra parte, en quienes le conocimos. Sentarse a su lado en cualquier mesa estaba justificado por su entretenida conversación (hilarante a ratos, inteligente siempre) y, si hacía calor, por aprovechar las frescas, firmes sacudidas de su inseparable abanico.
El escritor mallorquín José Carlos Llop (que le dedicó el delicioso “Las terceritas de Castelo”) pensaba que “tenía un punto valleinclanesco ―monárquico y sentimental― pasado por la escuela de Manuel Machado y Foxá. Como un personaje de Lhardy, con sentido del humor”.
Es imposible hablar de él sin destacar su vinculación a Extremadura. Solía decir, “me van a reñir de lo mucho que saco en ABC a mi tierra”. Cualquier motivo ―la publicación de un libro, la concesión de un premio, una lectura o una conferencia― era excusa bastante para que un escritor extremeño apareciera allí. A última hora de la tarde recibías una llamada que te instaba a que compraras el periódico al día siguiente.  
Como recuerda Medrano, a los Congresos de Escritores asistía acompañado de un joven periodista de la redacción de Cultura, con el encargo de hacer la crónica diaria de lo ocurrido en esas jornadas. Y añade: “en ese liberalismo que le caracterizaba, siempre tuvo a bien el elogio a lo que aportaba cada uno por encima de la afinidades políticas, o de cualquier otro tipo, con el que a veces se filtran las cosas. Como él decía, somos un periódico de derechas y en el ABC Rodríguez Ibarra ha salido más veces que en El País”.
Sí, esa generosidad era amplia. En cuanto le enviabas un nuevo libro, se movilizaba y él mismo se hacía cargo de que en ABC Cultural apareciera la reseña consiguiente. Sé que no ocurría sólo conmigo, aunque me atenga a mi propia experiencia.
Si bien uno había publicado su primer artículo en ABC en 1987 y luego algunos más (casi siempre a petición suya: “¡Niño…!, ¡Eh!), algunos incluso dictados por teléfono (tan viejo soy), supongo que pasé a hacerlo con asiduidad cuando se encargó de la sección de Colaboraciones. Algunos de ellos se reunieron en El lector invisible, libro que vio la luz en 2001 con textos escritos entre 1987 y 2000 para “Tribuna Abierta”, salvo uno. Me ayudó en la selección Julián Rodríguez y publicó el libro, en la Editora Regional de Extremadura, Fernando Pérez, amigo de Castelo y director de la misma. En la preciosa colección Ensayo Literario. Se lo dediqué a él, cómo no.
Ya enfermo, batalló con Fernando Rodríguez Lafuente, coordinador de ABC Cultural, para que me ocupara de la crítica de poesía. Lo consiguió, aunque su victoria fue efímera. No aguanté los silencios y las dilaciones de los responsables y renuncié, para su disgusto, al poco tiempo.
El ejemplo ―esa virtud reivindicada para España por Javier Gomá, ya se ve que en vano― es lo mejor que he recibido de un ser tan desprendido como Castelo. Sí, era espléndido, su adjetivo predilecto. En todos los sentidos. Lo aprecié bien en cuantos jurados literarios compartimos, que no fueron pocos. Siempre mantengo una de sus enseñanza, algo malévola, pero que define bien su personalidad: la de que no gane nunca un libro por unanimidad. Que sea por mayoría. Así, explicaba sonriendo, consigues aclarar al autor, que puede ser amigo o conocido, que tú defendiste su original hasta el último momento.
Quizá su lección más honda y humana fue cuando el PP de Floriano montó el escándalo del fotógrafo Montoya, que tanto daño hizo a la trayectoria política y a la salud de nuestro común amigo Paco Muñoz, con el que Castelo viajó a La Habana. Me salpicaba el asunto porque el catálogo llevaba el sello de la Editora, que por entonces uno dirigía. Fueron varias horas de conversaciones telefónicas. Me iba informando de los movimientos que se iban sucediendo en Madrid, pues el ministro Acebes se había implicado en el invento. La tormenta amainó y no hubo nada, salvo una denuncia de Manos Limpias y la pérdida de las elecciones al Ayuntamiento de Badajoz, de las que era cabeza de cartel el mencionado Muñoz, lo que ocasionó, por su previa marcha de la Consejería, un retroceso notable en materia de política cultural.
Las muertes prematuras de los escritores extremeños son una constante dolorosa pero evidente: Ángel Campos Pámpano, Julián Rodríguez, Fernando Pérez, Antonio Franco… Tengo ahora la edad que tenía él cuando murió, y eso me impresiona.  Leo en una entrevista de 2011: “Usted, que escribe su obra, como dice Pureza Canelo, a golpe de corazón, defiende las causas preteridas. Quedan pocos paladines como Castelo”. Y éste responde: “Porque pienso que el día de mañana yo también seré un escritor preterido al que nunca faltará algún escritor que me saque del olvido”.

4.11.25

La visión está dentro

¿Es disparatado deducir que la radicalización nacionalista en Cataluña ha influido en la escasa publicación de libros de poesía escritos en catalán y traducidos al español o castellano, lengua oficial del Estado? Hace años, no pasaba. Hay excepciones. El caso de Margarit, por ejemplo. Poco más. Resulta por eso tan sorprendente como gratificante descubrir Las ocultaciones/Les ocultacions, de Anna Gual (Barcelona, 1986), su octavo título (vertido con solvencia por el poeta y editor Joan de la Vega), algunos reconocidos con premios (éste ganó el Miquel de Palol). Sus versos han sido traducidos a diversas lenguas y fue artista residente en el Palau barcelonés.
En el primer poema, “La petición”, Gual pide: “Ilumíname / lo que no veré jamás”. A esa indagación dedica el libro entero, entendido como una unidad de sentido gobernada por la idea central de buscar lo que se esconde u oculta, lo que es misterioso (como ese ser no nato, su “ocultación predilecta”), secreto u oscuro, sin que por ello su poesía sea hermética o mística. Declárase “Adicta a la claridad / de las cosas más oscuras”. Aboga por “lo real” (“realidades, no humo”, dijo Vinyoli) y usa un lenguaje diáfano y sobrio, donde cada palabra está colocada en su lugar, como cada fragmento de roca en una pared de piedra seca.
Su labor es de revelación o desvelamiento. Siempre pendiente de la genealogía. El tono, meditativo (léase “La bengala”). Una línea medular se ocupa de la reflexión sobre la poesía, que escribe “para amparar a alguien”, “para abrigaros”. Ahí, poemas como “La policefalia”, “La lechuza”, “La hiperconciencia”, “La nebulosa”, “La musa”… “Escribo sin escribir”, sostiene. Habla de “Lo absurdo de escribir” y de que “Escribo para pertenecer a los otros”. Su “animal preferido” es la “Poesía”. “Refugio” y “condena”. “Yo soy el esqueleto del poema”, concluye.
 
Anna Gual
Edición bilingüe. Traducción de Joan de la Vega
Vaso Roto, Madrid, 2025. 152 páginas. 19 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL



2.11.25

Junto al Mar del Norte

De los cinco libros publicados por Sanmartín (Zaragoza, 1959) en lo que va de década, cuatro son de poesía: Ir la Norte, Evitar la niebla, Archivo fotográfico y Costa Oeste. Poemas de Göteborg. Antes dio a la imprenta otros siete, casi tantos como suman los de su faceta narrativa. Bueno, más allá de lo didáctico, tal bicefalia no existe. Quiero decir que Sanmartín escribe y punto. Su tono es siempre el mismo, igual que su voz. Por eso en esta nueva entrega, como en todas, prima lo poético, sí, aunque estos versos no quieran parecerlo. No hacen ostentación de su lirismo y se muestran con la naturalidad propia de quien recela de la palabra estilo.
Sanmartín nos explica en una nota que pasó el verano de 2023 en la ciudad sueca de Gotemburgo gracias a una residencia artística. Fue a escribir un libro de viajes y se trajo, además, estos veinticinco poemas (sin título, con la única puntación del punto final) que son también un diario de viaje.
Si bien la escritura es “lo desconocido” (cita a Duras), a veces se convierte en un “autorretrato”. Y mucho de ello hay aquí, donde se vislumbra el verdadero rostro del autor. “Desconozco la ficción / soy”. “¿Un poema debe imitar nuestra vida?”, se pregunta con Glück. Anota lo que ve al tiempo que se asoma al que fue y mira la memoria. Convalida sus recuerdos: es. “El olvido es absurdo”, afirma.
“Lo que queda es la búsqueda. / El hallazgo pasa” (cita ahora a Chivite), de ahí que se centre en los detalles. En los que encuentra en su deambular ―mediante ferris, trenes o coches― por faros, islas, restaurantes o museos. “No me gusta la realidad”, matiza. Estamos ante un “superviviente / que se habla a sí mismo”; esto es, a todos.
 
Fernando Sanmartín
Papeles Mínimos, Madrid, 2025. 50 páginas. 15 €

NOTA: Esta reseña se ha publicada en EL CULTURAL



28.10.25

Extremeños

Hace tiempo que crece la columna de libros de poemas de autores extremeños publicados en los últimos tiempos. He leído algunos y esperan su momento otros. Las circunstancias mandan. Para poesía, ay, está uno lo justo. Y menos. A pesar de eso, quiero dar cuenta aquí de esos títulos, siquiera sea para demostrar lo que no haría falta: que el momento lírico de este rincón (se publiquen aquí esos libros o no) es espléndido, por usar el adjetivo preferido de Castelo, al que recordaremos en Badajoz a primeros de noviembre. Sin orden de prelación, digamos, enumero. 
Vida en el finde David Eloy Rodríguez (Cáceres, 1976). Del mismo autor, el prólogo y la edición de La mano en el fuego, la poesía íntegra del malogrado poeta Juan Antonio Bermúdez, que nació en Jerez de los Caballeros en 1970 y murió en Sevilla en 2022. 
Peor que pedir, de Antonio Méndez Rubio (Fuente del Arco, 1967), un libro que reseñó con solvencia Jordi Doce en El Cultural. 
Condición partisana, de Jesús García Calderón (Badajoz, 1959), que aparece al mismo tiempo que su perspicaz ensayo La era de los nombres ocultos (Sobre la intimidad vencida y la identidad digital) y que uno ha reseñado para Revista de Estudios Extremeños. 
Puer delicatus, de Ángel Borreguero (Badajoz, 1996), afianza la sorpresa que nos causó su ópera prima: Putitos. Único. 
Cantares del más acá, de Jorge Solís (Cáceres, 1991), lleva un subtítulo tan atractivo como inquietante: "Un objeto metapoético inspirado en el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz". 
Santuarios, de Tente Garrido ((Plasencia, 1980), da un paso decisivo en la ascendente carrera de este poeta por encima de todo musical. 
Tránsitos, de Jesús María Gómez y Flores (Cáceres, 1964) culmina el ciclo (trilogía). Ilustran el libro los dibujos de Matilde Granado Belvís.  
Remolinos y remansos, de Jorge Camacho Cordón (Zafra, 1966), es una antología de un poeta que hasta 2016 escribió en esperanto. Su primer libro en castellano se tituló Palestina estrangulada
Lisboa caminada, del incansable Antonio María Flórez (donbenitense de Marquetalia, 1959), vuelve a demostrar que sobre esa ciudad de la poesía todavía no está todo dicho. 
En ella vivió precisamente y sobre ella escribió un libro inolvidable, La ciudad blanca, Ángel Campos Pámpano al que Suso Díaz Estévez dedica (en gallego y a partir de versos del sanvicenteño) Diálogo en ausencia de Ángel Campos Pámpano
Cierro la lista, de momento, con Jardín cerrado, de Carlos García Mera, al que Basilio Sánchez y yo hemos puesto sendos textos en la contracubierta. Copio el mío:

García Mera podría hacer suyos los versos de Sophia de Mello Breyner Andresen: Escrevo para entender a mim mesmo. De raíz meditativa, su poesía atiende a la humildad y la lentitud. Sus versos se inspiran en la naturaleza y, desde la contemplación, construye metáforas cargadas de belleza y verdad: “El poema es una majada /donde se refugia el sol de los rebaños”.
Es alguien a la busca de “un mundo limpio”, el que se atisba a través de este lenguaje deliberadamente intemporal, de resonancias clásicas, que indaga en el “misterio de lo humano”. “Para evitar la demasía de las palabras / vivo adentro”, precisa. Aspira a “Quedarse en uno mismo, / sentarse ante la mesa / que el silencio dispone”.
Introspectivos y lúcidos (“Somos Ícaros abrasados por el idioma de la luz”), gracias a un ritmo que revela su formación musical, estos fragmentos de un único, extenso poema, se ajustan a lo expresado por la poeta portuguesa: Digo para ver.

Para terminar, necesito dar cuenta de un ensayo (sí, es más que un artículo extenso) que no merece pasar desapercibido. Lo firma el poeta Serafín Portillo y se publica en la (nueva) Revista de Estudios Extremeños que ahora dirige, con la solvencia que le caracteriza, Luis Sáez Me refiero a "La naturaleza en la poesía extremeña contemporánea". Excelente. Un hito, no me cabe duda, en la bibliografía selecta acerca de la poesía escrita por extremeños. 

19.10.25

Dónde queda casa

Nicole Brezin (Buenos Aires, 1993) ha trabajado como editora en el sello madrileño Visor tras graduarse en la universidad de su ciudad natal. El que reseñamos es su primer libro. Llega bien respaldado: con un prólogo de Luis García Montero y una nota en la contracubierta de Cristina Peri Rossi.
Ya en el primer poema alude a “la patria como un amor perdido” y al “amor como una patria ganada”, versos que nombran las dos partes de que consta el libro.
Desde el principio el tono es conversacional e íntimo: autobiográfico, de ahí que lo dicho aspire a esa “difícil sencillez” de la que habla el prologuista. Así cuando nos cuenta (el aire es inevitablemente narrativo) que es la hermana mayor de dos mellizos (la ley primera, la de los hermanos unidos), que el fuego destruyó su casa, que las heridas se adhieren a la memoria “como una mancha de aceite / en nuestro sweater preferido”, que anhela un mapa sin distancia “como una Pangea de origami”, que viene de un “sur remoto como un sueño”, que pidió una foto a su madre para observar el pasado: “Quién eras, / con qué vida soñabas”, que “nuestro dolor parirá ciudades”, que ignora si “allá lejos y al sur” existirá su ciudad, que “hay cosas / que no deben perdonarse”…
“La memoria / también es un lugar”, sostiene Brezin, quien en la segunda sección (arraigo y desarraigo) acepta un “nuevo norte ―que es él”. El amor. El que “quemó las naves”. El que expresan poemas logrados como “21 gramos”, “Luces de navidad” (“sobrellevo mis pérdidas en silencio”), “Acrópolis” (“papá siempre sabía dónde estaba casa”), “Tradición” (la boda), “Mestizo” (el hijo: “no seas extranjero”) o “Por el bien del mundo”, un precioso himno: “Amémonos por los demás”. “Por el tiempo que nos queda”.
 
Nicole Brezin
Renacimiento, Sevilla, 2025. 104 páginas. 16 €



Hijos del cosmos

Mateos Frühbeck (Madrid, 1997) es doctor en Estudios Hispánicos por la Autónoma madrileña. Sus investigaciones se centran en textos autobiográfico del Siglo de Oro. Tránsil es su primer libro.
No soy un aficionado a la ciencia-ficción ni domino el género. Poco importa. Este libro se sostiene por sí solo. La poesía verdadera lo soporta todo. Sale indemne. Además, las menciones musicales (Beatles, Zimmer, Choo, Barry B), divulgativas (Sagan, Asimov), literarias (Lope, Quevedo, Catalina de Erauso), fílmicas (Interstellar, Her) o relacionadas con el cómic (Kusamagi), están al alcance de cualquier lector, melómano o cinéfilo informado. Del curioso internauta.
El libro, riguroso, sorprende. Por la capacidad imaginativa de su autor y porque, a pesar de lo novedoso de la trama (hay un hilo narrativo) y de las sugestivas escenas que proyecta (de las que uno resulta fascinado espectador), logra expresarlo con un lenguaje tan claro como rítmico, nada pretenciosamente experimental y sí sujeto a las tradicionales leyes de la métrica. Donde lo grecolatino y lo barroco conviven.
Tránsil ―leemos en “Paisaje”― es una “sociedad”. Distópica, apocalíptica y tecnológica. “Nuestra patria” en ruinas. “Una ciudad amurallada”, donde “predomina el acero, los metales”, en la que ciborg, robots y androides coexisten “con el resto de seres y personas”. Estos viven en “la desesperanza”. Aquellos, “no aguardan el futuro”. Los más habitan protegidos en una especie de gran bóveda “de cristal y granito”, “entre estas mil paredes de cristales”. Fuera está el Yermo.
“En Tránsil el miedo es permanente”. Al fin del mundo, sobre todo. Vienen de otra caída semejante. Radiactiva, antiecológica. Los jóvenes “practican el silencio”, “contemplan muy despacio / la enfermedad telúrica del tiempo”.
En “Sociedad”, la segunda parte, el amor se abre paso. Un sentimiento complejo en ese colectivo híbrido. “Detrás de este horizonte está el abismo”, leemos. Desde Tránsil, se ve.
 
Nicolás  Mateos Frühbeck
XL Premio Hiperión de Poesía
Hiperión, Madrid, 2025. 66 Páginas. 13 €



 
 
 
 

9.10.25

3.10.25

Prosas de verano

He venido escribiendo al final del verano algo sobre las lecturas que ocuparon parte de mi tiempo durante las vacaciones, digamos, laborales. Y no porque uno leyera más, como suele afirmar la mayoría; un distingo que carece de sentido desde que uno se jubiló. Ya he comentado muchas veces, además, que el calor es para mí el enemigo número uno de esa agradable tarea. Más si, como este agosto, se presenta tórrido, tanto de día como de noche. No digamos si, para colmo, se suma a esa flama la que procede de un incendio cercano, acompañada de humo y de cenizas, como el que nos tocó padecer durante casi dos semanas, el denominado de Jarilla, y en el que vimos desaparecer delante de nuestros ojos algunos paisajes de nuestra vida. Menos, por suerte, de los que temimos en un principio. De lo que vino después, prefiero no hablar. ¡Vaya veranito! 
La lectura, insisto, exige una atmósfera y una atención que casa mal con los agobios más psicológicos acaso que reales de las altas temperaturas, aire acondicionado mediante. A pesar de eso, leer he leído. Natural. Prosa (esto es más raro), apenas poesía. Compensatoria, el nuevo y excelente libro de Fernando Pérez Fernández, que ha publicado Cumbreño en sus Ediciones Liliputienses, y poco más. Debería precisar que hablo de poesía ajena, porque la propia... A principios de septiembre entregué al editor el grueso documento que recoge la mía reunida y a su última, definitiva revisión he dedicado muchas horas de julio y agosto. Una labor tan apasionante (ahí va mi vida, o una parte sustancial de ella, aunque suene un tanto campanudo) como agotadora (por las dudas que suscita releer lo que uno ha escrito a lo largo de cuarenta años y más). No sé si por eso o porque estaba saturado de versos (la edad, imagino, toma por uno según qué decisiones), el caso es que, ya decía, la prosa ha sido el género dominante. Así, he disfrutado muchísimo con el segundo tomo de las memorias del poeta andaluz Jacobo Cortines, La edad ligera II ('Filosofía y Letras' seguido de 'Del tiempo airado'), publicado por Athenaica (qué sello, por cierto, tan interesante, donde apareció el primer volumen de sus recuerdos: La edad ligera. 'Este sol de la infancia' seguido de 'En la puerta del cielo'), con prólogo de la poeta Victoria León. En sus páginas, la familia (y sus complicaciones), las casas, el campo, los viajes, la enseñanza, la poesía, la música, la muerte (de Lilí, de tantos) y, por fin, la resurrección del amor. El libro va ganando peso a medida que avanza y su lectura, insisto, me resultó confortante y deliciosa. 
Por seguir en Andalucía, doy cuenta de otra grata lectura. Me refiero a Pueblo, un puñado de prosas del poeta de Arcos de la Frontera Julio Mariscal, al que nunca olvido. Estuvo destinado como maestro, entre 1957 y 1967, en Paterna de Rivera (también en Cádiz) y a ese pueblo y a sus gentes dedica estas estampas que se ha preocupado de recuperar la Asociación Cultural Impresiones (quienes lo editan con toda dignidad), que preside Juan Sánchez, quien tuvo a bien, gracias a la mediación de José Manuel Benítez Ariza, ponerse en contacto conmigo para enviarme un ejemplar. No siempre merece la pena rescatar según qué inéditos, lo que no hace al caso. Para colmo de bienes, le pone un prólogo Pedro Sevilla. 
Sigo leyendo la interminable, extraordinaria obra de Josep Pla, aunque no pueda hacerlo en su lengua original, como mi amigo Carlos Permanyer, que también le sigue la pista, y desde la Costa Brava, lo que tiene aún más mérito. Le ha tocado el turno a sus Cartas de Italia. Cómo resumir esas páginas. Más que lo que cuenta, ya se sabe, es cómo lo dice. Como anduvo por allí hace tanto, el sabor de época hace que sus descripciones ganen en autenticidad y sean más intensas. Del viajero más que del turista. El paseo, en todo caso, es muy completo y alcanza a todas las ciudades italianas importantes, o casi. Ah, como aclara en el prefacio, "en este libro no se habla de Roma de manera específica: se habría alargado demasiado". "Roma es una cosa aparte", remata. En ese delantal leemos: "Nunca me he sentido completamente extranjero en ningún lugar ni en ningún puerto de Mediterráneo y me gusta pensar que en ese ambiente situados frente a frente, nos entendemos todos con la mirada. Este mar ha creado un común denominador, ciertamente difícil de definir, pero antiquísimo y cierto, que se manifiesta a través de muchas formas de actitud positiva e incluso en una lúcida y general insatisfacción, más o menos resignada: la inquietud aireada a pleno sol". Y: "Los escritores que adolecemos de una falta de imaginación casi ridícula necesitamos para escribir, más que formas conocidas y familiares, fuertes estímulos externos. Si no disponemos siquiera de un gran contraste, borronear el papel nos fatiga". 
Del escritor y diplomático Luis María Marina (ahora director de Relaciones Internacionales del Instituto Cervantes) habíamos leído diarios y otros textos ensayísticos, además de su poesía y sus traducciones; con todo, me ha sorprendido gratísimamente A orillas de la labor. Lo ha publicado Editorial Cuadernos del Laberinto en su colección La valija diplomática. Reúne ensayos de marcado tono autobiográfico centrados en sus estancias, por razones de trabajo, en Portugal (ha traducido a varios poetas portugueses) y Argentina, dos países de fuerte tradición cultural y, más allá, literaria y, en concreto, poética. Lo divide en tres partes: "De Lisboa", "Interludio madrileño" y "De Buenos Aires". Apasionante me ha parecido su semblanza (y más) del brasileño Da Costa e Silva, su análisis sobre Pessoa y España a partir del libro de Antonio Sáez Delgado, los textos sobre Pomar, Lourenço, Rangel o Vaz da Cunha, así como su diario de viaje a las Azores, islas de poetas. Eso en lo que respecta a la primera parte. La tercera, dedicada a su estadía porteña, destaca por su amplio conocimiento del panorama de los últimos cien años de acciones culturales entre España y Argentina, o viceversa. Destacaría además su estudio sobre la presencia en el país americano del poeta Juan Larrea y, sobre todo, por el descubrimiento (para mí) de otro Larrea, nieto del anterior: el también poeta Vicente Luy. Las páginas diarísticas que siguen son dignas de atención. Y de disfrute. 
Leí casi todos estos libros de los que hablo al borde de una piscina (y alguno mientras ardía, para nuestra desesperación, lo alto de la sierra que teníamos enfrente). En una mañana y de una tacada, lo confieso, Juan Ramón Jiménez y las drogas, del bibliotecario de Hervás Jonás Sánchez Pedrero, publicado por El Desvelo Ediciones, del grupo Almuzara. Es admirable el rigor con el que está escrito y llama la atención lo bien documentada que está la "influencia de los fármacos en la vida y obra del poeta de Moguer", como reza el subtítulo de la obra. Parece mentira que con lo que ese hombre padeció, hipocondría mediante, lograra levantar esa imponente creación literaria que le hizo merecedor del Nobel. Todavía le aprecia uno más, a pesar de su endiablado carácter, después de conocer, con la exhaustividad debida, todo lo relativo a sus enfermedades y a los medicamentos y drogas que tomó para intentar superar sus enojosos síntomas. Chapeau! 
Que el cántabro Rafael Fombellida es uno de los mejores poetas de su generación (la mía, la de los 80 o de la Democracia, somos los dos del 59) es algo que a estas alturas debería saber cualquier lector que se precie. En Lector de medianoche. Notas sobre poética y poetas, que publica Renacimiento, agrupa algo más que "notas" sobre autores que conoce bien; tan dispares como como Vicente Aleixandre, José Luis Hidalgo, José Hierro, Joan Margarit, Pureza Canelo, Luis Alberto de Cuenca y él mismo, que no deja de ser acaso lo más sugestivo del conjunto para quienes admiramos su poesía. No cabe duda de que estamos ante un lector con agudeza y con criterio.  
Creo que la gran novela del verano es El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. La asocio a esa estación. Es tal vez la que prefiero de entre las contemporáneas. El libro en sí y cuanto le rodea, empezando por esa carambola del destino que impidió a su autor verlo impreso, me han atraído desde siempre. Como Sicilia, de lo que trata, por universal que al cabo sea. Por eso he disfrutado tanto con Un matrimonio epistolar, de Caterina Cardona (en Elba, otro sello magnífico). Analiza la correspondencia entre el citado noble siciliano y su esposa, Alessandra Wolff von Stomersee, una baronesa báltica que introdujo el psicoanálisis (y a Freud) en Italia. Vivieron durante años separados. Ella en su castillo nórdico de Stomersee, en la actual Letonia, y él en su palacio sureño de Palermo. Dos casas, dos mundos. De ahí que las cartas de Licy (o Muri) y Ton Petit sean tan importantes. Cartas escritas en francés (eran dos políglotas), rara vez en inglés (idioma reservado para las bromas privadas) o italiano. Al fondo, la madre del escritor, una sombra tan inseparable de Lampedusa como sus casas, y sus primos, los Piccolo de Capo d'Orlando. No se olvide que el arranque de esa extraordinaria novela está en su pique, digamos, con ellos, en especial con Lucio, el poeta que con su primer libro, Canti barocchi alcanza el éxito y logra el beneplácito crítico del exigente Montale, resumido en la famosa frase "tenía la certeza matemática de que yo no era más tonto que ellos". Y vaya si no lo era. El libro no tiene desperdicio, sobre todo para los muy gatopardianos. Se cierra con un epílogo de Giorgio Manganelli donde leemos, por ejemplo: "Traducir es como ocultarse, desvelarse a medias, disfrazarse; la lengua extranjera, no vivida, funciona como una preciosa máscara, que mezcla culpabilidad e inocencia, confesión y reticencia: «un acercamiento siempre blindado a las cosas de la vida». La gracia diría, traduciendo, el charme— del epistolario radica en la afectuosa inanidad del carteo entre cónyuges al mismo tiempo unidos y distantes, vinculados a lugares, a vocaciones imperativas y oscuramente discordantes. Las cartas constituyen un dibujo mental, la geometría de un espacio desierto, trazando líneas aseverativas e inestables, gestos intensos y precarios".
Ah, no veo el momento, ya que estamos, de tener en las manos Lampedusa y España, un libro de Gioacchino Lanza Tomasi que publica Acantilado y que anuncia con la alegría que merece Alejandro Luque, editor y firmante del epílogo (no existe la palabra "epiloguista"), además de un excelente conocedor de la isla y autor de Viaje a la Sicilia con un guía ciego
Termino. No sin antes señalar que no puedo dar cuenta de dos libros de los que también he disfrutado sobradamente este verano porque los he reseñado por largo para la revista TURIA. Los dos están publicados en la misma colección (textos y pre-textos de Pre-Textos): El buen lugar, de Basilio Sánchez (una poética in extenso que justifica su acreditada obra poética), y La insistencia, de Jordi Doce (un lúcido cuaderno negro, "libro de duelo y convalecencia", que aporta al lector consuelo y dignidad). Y de otro, en fin, al que he puesto prólogo: Geografía escrita, de Álex Chico, que publica el placentino de Barcelona en su editorial de referencia: Candaya.

1.10.25

I Jornada de Estudio Santiago Castelo

 
Santiago Castelo (1948-2015): un legado vivo

La celebración de esta jornada supone una oportunidad única para reflexionar sobre la importancia de la palabra escrita en un tiempo marcado por la inmediatez y la fugacidad. Santiago Castelo, poeta y periodista, supo conjugar en su obra la hondura de la poesía con la claridad del periodismo cultural, dejando un legado que invita a detenernos y a valorar el poder transformador de la literatura y de la cultura.

El encuentro reunirá a académicos, escritores, periodistas y lectores en torno a su figura, pero también servirá como espacio de diálogo para abordar los retos de la creación y la comunicación en la actualidad. Al analizar su obra poética, ensayística, periodística y cultural, no solo rendimos tributo a su memoria, sino que también reivindicamos la necesidad de un pensamiento crítico, profundo y humanista en el presente.

Esta jornada es, en definitiva, un homenaje vivo: una ocasión para que las instituciones culturales y educativas se unan en torno a la figura de Castelo y, al mismo tiempo, para proyectar su voz hacia el futuro, recordándonos que la cultura es el camino más sólido para fortalecer nuestra identidad y enriquecer nuestra sociedad.

PROGRAMA

9:30–10:00 Apertura y palabras previas
Presidenta de la Diputación de Badajoz y
Presidenta de la AEEX

10:00–11:15 Panel: Santiago Castelo, poeta
José Luis Bernal Salgado (Univ. de Extremadura)
Sergio Fernández Martínez (Univ. de Burgos)
Juan Gallego Benot (Univ. de Groningen)
Modera: Carlos García Mera

11:15–11:30 Pausa para café

11:30–12:45 Mesa redonda: Santiago Castelo, periodista y
ensayista
Julián Quirós (Director de ABC)
Álvaro Valverde (Poeta y crítico cultural)
Carmen Fernández-Daza (Real Academia de Extremadura)
Modera: Nieves Moreno

12:45–13:00 Pausa breve

13:30–14:15 Mesa redonda: Santiago Castelo y Extremadura
Juan Carlos Rodríguez Ibarra (Expresidente de la Junta de Extremadura)
Luis Sáez Delgado (Director de la Revista de Estudios Extremeños)
Antonio Reseco (Escritor y traductor)
Modera: Isabel Pérez González

14:15–14:30 Cierre y conclusiones

Comité organizador: 
José Luis Bernal Salgado • Carmen Fernández-Daza • Carlos García Mera • Nieves Moreno Horrillo • Isabel María Pérez González • Antonio Reseco • Luis Sáez Delgado

Organiza la Asociación de Escritores Extremeños y patrocina la Diputación de Badajoz. 

23.9.25

Cântico das Criaturas


El poeta Ruy Ventura mandó esta carta hace meses: "Como é do seu conhecimento, em 2025 comemoram-se os 800 anos do chamado "Cântico das Criaturas", criado por São Francisco de Assis. No decurso dessa efeméride, assumi a responsabilidade de organizar uma antologia poética de autores portugueses e do espaço ibero-americano, destinada a recordar e actualizar esse poema que, ainda hoje, nos acalenta, desafia e incomoda.
A edição estará a cargo da Officium Lectionis (Porto) e terá o apoio da Ordem dos Frades Menores e de outras congregações da Família Franciscana.
A cada um dos poetas é pedido um poema inédito que recrie livremente o "cântico" de São Francisco ou faça o seu comentário.
Neste sentido, seria uma honra para nós podermos contar com um poema seu. Convido-o, assim, a estar presente nesta antologia, que procura não só comemorar, mas também demonstrar quão actual continua o poema do Poverello.
Caso esteja ao seu alcance, o texto deverá ser-me enviado até à primeira semana de Fevereiro.
Agradeço desde já - e muito - a sua resposta, seja ela qual for.
Bem haja!
Muito cordialmente, desejando-lhe paz e bem!".

La antología acaba de salir, reúne cuarenta poemas de otros tantos poetas provenientes de tres continentes y dos lenguas, se abre con una versión del poema del santo debida al propio Ruy Ventura y un epílogo también suyo titulado "Francisco de Assis: uma língua, uma voz de fogo". 

Los interesados en adquirir el libro pueden enviar un e-mail a la dirección: officiumlectionis@gmail.com

Mi contribución, en fin, ha sido ésta:

FRANCISCANA

De forma natural he comparado
el agua y la poesía.
Porque ésta
–diré con el de Asís–,
igual que aquélla,
es «útil, casta, humilde».

Su utilidad es la de algo
que no es sólo rentable
en artes mercantiles,
que es como decir
lo más valioso.

Su castidad, la del origen
del término latino del que emana:
lo honesto, puro y continente.
Lo limpio, íntegro y entero.
Ese fruto en sazón de la modestia.

Y sí, de la humildad
proceden ambas.
Y del conocimiento
de las limitaciones.
Y de la percepción
de las debilidades.
De cuanto al fin te obliga
a obrar en consecuencia.

«Preciosa en su candor»,
como la definió León Felipe.
El agua, la poesía.

NOTA. Ilustra esta entrada el cuadro "San Francisco de Asís en éxtasis", de Anton van Dyck, que se conserva en el Museo del Prado. 

13.9.25

Un paso diferente hacia la contemplación


Por Antón Castro

A veces, en estos tiempos donde vivimos casi a la velocidad del rayo, se quedan por ahí, orillados, libros excelentes, proyectos muy aquilatados que nos recuerdan que la literatura puede ser un campo abonado a la serenidad, a la melancolía, al enigma cotidiano que, de tan desleído, no parece ni serlo. El poeta y crítico literario, y también dietarista Álvaro Valverde (Plasencia, 1959), publicaba en Pre-Textos una de esas antologías que son más que una compilación o una gavilla de versos: el prologuista José Muñoz Millanes ha ido más allá de una selección al uso y le ha dado una unidad insoslayable a Meditaciones del lugar. Antología poética 1989-2018, casi treinta años de una escritura prístina, sumamente elegante, trazada con la exactitud del hombre paciente que se atreve a soñar con los ojos abiertos, de paseo, o viendo pasar el tiempo, huidizo, etéreo y a la vez denso en situaciones y aventuras.
Medicaciones del lugar, de entrada, como apunta el antólogo, ha hurgado en los poemarios de Álvaro Valverde en busca de esos dos términos en el fondo tan polisémicos: la meditación (y también la contemplación, el paseo, el hecho de mirar, incluso la introspección tranquila), y el lugar, que puede ser muchas cosas, la casa, los recuerdos de infancia, un jardín, una ciudad, pero también el edén, la arcadia o el paraíso, abrazado a una fascinante naturaleza o a una flora sencilla, casi huesuda o desnuda.
Álvaro Valverde a veces parece conectar con el armonioso mundo de Antonio Colinas, con el Luis Cernuda de libros como Ocnos, pero también con la capacidad de narrar la sugestión de lo cotidiano con la plasticidad de Eloy Sánchez Rosillo. Y conecta con muchos más, claro, porque en él hay una filosofía de integración, de convivencia, de diálogo. En sus poemas, siempre existe también una suerte de interlocución consigo mismo (como le sucede a Luis Cernuda y también a Jaime Gil de Biedma en muchos poemas, e incluso a Vicente Aleixandre) y una especie de trayecto personal hacia la experiencia más íntima, en la que convergen el silencio, la lentitud, la lucidez y la curiosidad.
En el silencio descubre los dones musicales del entorno y de su propia escritura; la lentitud es una forma de implicarse en la tentativa de aprehender lo decisivo; la lucidez es un estado de la inteligencia y una vocación para entender y sentir el entorno con sus alfileres de  paradojas, y la curiosidad es una forma de juventud permanente y un grito de alegría que no agrede; a veces Álvaro Valverde va más allá y se atreve a crear monólogos dramáticos y darles voz a sus múltiples yoes o hacer de voces ajenas y lejanas el diamante sonoro o cristalino de su propia voz.
Este es un libro unitario, medido, sorprendente. Intenso y sereno, con resonancia propia y esa suavidad que no es débil ni nada semejante, sino la del paseante que sabe que no hay mejor manera de existir que sembrar palabras e imágenes y sensaciones, y someterlas luego al vaivén de un cernedor que genera espacios, geografías, estados de ánimo, vibraciones, invernaderos de la emoción. No vamos a recordar todos los libros de Álvaro Valverde, algunos tan penetrantes como Más allá, Tánger y El cuarto del siroco o A debida distancia.
Pero sí hay algo más que convendría resaltar: es un poeta de excelentes primeros versos. O versos-puerta de acceso al misterio. Dice, por ejemplo «Abro la verja del jardín sin nadie»; «Tiene la muerte una medida exacta»; «Habito una ciudad de la memoria»: incluso, en un poema que es casi una poética una buena parte de su poesía, «Territorio del nómada», arranca así: «Busco en vano un lugar», y cierra con mucha intención: «El viaje ―lo sé― / ha de ser para siempre».
Estas Meditaciones del lugar, un poemario hecho de otros poemarios, también son desmentidos de «mi árida vida». Es un paso diferente, con Leopardi en el bolsillo, hacia la luz.

 

Álvaro Valverde escribe a favor de la belleza y la meditación. 

NOTA: Esta reseña se ha publicado en el suplemento Artes & Letras de Heraldo de Aragón (13/9/2025). La fotografía es de Patrice Schreyer.




11.9.25

Dionisio López lee "Lecturas a poniente"

El compromiso perdurable

Lecturas a poniente, una cartografía literaria trazada con paciencia, rigor y enorme generosidad lectora, no es un libro más sobre poesía extremeña. Es el extremo de un círculo de compromiso con la creación poética que se abrió hace cuatro décadas con Abierto al aire, aquella antología que marcó un antes y un después en nuestra literatura. Además, no se trata de un círculo cerrado: la labor crítica de Valverde continúa, semana a semana, con paso marcial.
Mientras me documentaba para Los últimos del Oeste, antología sobre poetas extremeños recientes, no dejaba de encontrarme con Álvaro. «La sombra de Álvaro es alargada», me decía. Ya bromeé con el cuento de Monterroso: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Pues eso: cuando buscaba, Álvaro ya había estado allí, con una reseña lúcida, escrita a veces diez o quince años antes. Y quiero subrayarlo: yo buscaba información sobre autores de las últimas generaciones. Es decir, uno de los poetas y críticos más prestigiosos del país —que eso es Álvaro Valverde— lleva años prestando atención e incluso empujando a los nuevos nombres. Algo nada frecuente. Por eso me alegró incluir Lecturas a poniente en la bibliografía de mi libro, aunque ambos salieran con apenas un mes de diferencia. Fue la primera inclusión bibliográfica que recibió, pero estoy seguro de que será la primera de muchas. Ya no puede hacerse una historia crítica de la poesía del Oeste sin pasar por estas páginas.
Este libro es también hermano del anterior, Porque olvido. De hecho, bien podría haberse titulado así. Como lectores enfermos que somos, sabemos que llega un momento en que la lectura desborda. Igual que, tras un viaje largo, olvidamos castillos o museos, el lector acaba confundiendo autores, versos, libros. Por eso este volumen tiene valor de archivo, de diario de lectura, de antídoto contra el olvido. Porque Álvaro no se detiene en la emoción o la estética: describe, anota estructura, señala citas, menciona cubiertas... Cada reseña es cápsula de memoria. Pero Valverde no se queda en el libro reseñado. Sus textos amplían horizontes: mencionan obras y autores que conectan con lo leído. Cuando escribió sobre Los nombres de la nieve, por ejemplo, citó Los nombres del mar de Ángel Campos, Memoria de la nieve de Llamazares, Principio y fin de la nieve de Bonnefoy... También a Umbral, Bonnett, Maillard, Octavio Paz, Rimbaud, Gil de Biedma... ramificando la lectura hasta el infinito.
El trabajo del crítico no es fácil. Suele ser ingrato, porque el criterio molesta, porque el silencio duele. Y, sin embargo, ahí está su gesto valiente: el de quien sigue leyendo, escribiendo, publicando más allá de compromisos oficiales, sabiendo que no todos agradecerán sus palabras. Por eso este libro es también un ejercicio de ética literaria. Porque quien critica, cuida. Y quien reseña, comparte. Leer tiene algo de intimo, pero también de solitario. ¿Quién lee poesía? ¿Y quién ha leído justo el libro de poesía que tú has leído? Estas reseñas ocupan esa soledad y establecen una suerte de diálogo atemporal.
Por todo ello, estas Lecturas a poniente tienen tanto valor. No estaría de más —y lo sugiero aquí— que la Editora Regional reuniera también las reseñas de otros que cabalgan por el Oeste con pasión crítica, como Enrique García Fuentes o Juan Ramón Santos. Este libro no solo merece ser leído: merece ser seguido. Porque ilumina, ordena, ofrece conversación. Porque, como toda buena literatura, nos enseña a mirar mejor. Y acaso eso sea lo más valioso de Lecturas a poniente: que en este oficio silencioso, resistente y expuesto a la intemperie que es leer; hay también una forma de compañía. Y leer este libro es dejarse acompañar por una inteligencia lúcida y una sensibilidad fiel. Y eso, en estos tiempos, es un lujo.
 
Lecturas a poniente
Álvaro Valverde
Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2024

NOTA. Esta reseña ha sido publicada en el número 501 de la revista QUIMERA. 



 

9.9.25

La Plasencia del humanista Luis de Toro


Hacía años que uno albergaba la secreta esperanza de ver cómo el Excelentísimo Ayuntamiento de la Muy editaba un libro capital en lo que a la historia de Plasencia se refiere, el que tal vez recoja algunas de las páginas más hermosas escritas (en latín) sobre esta ciudad fundada "ut placeat Deo et hominibus" ("para agradar a Dios y a los hombres"), lema que le puso el rey Alfonso VIII en 1186 al establecerla. Hablo de Placentiae urbis et eiusdem episcopatus, descriptio, esto es: Descripción de la ciudad y el obispado de Plasencia, que incluye el famoso plano que se reproduce arriba, donde aparecen dibujados los principales monumentos del lugar en los últimos años del siglo XVI. En 1573 fecha su autor, el médico y humanista placentino Luis de Toro (1526-?), la obra en cuestión. 
En la edición del Ayuntamiento (publicada en colaboración con otras entidades: la Junta de Extremadura, los fondos europeos, el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia y la Universidad de Salamanca, e impresa en Gráficas Romero) se reúne en un elegante estuche el facsímil del manuscrito original —en poder de la citada institución educativa salmantina— y otro volumen que contiene una presentación, un prólogo, una nota del traductor, así como el texto de Luis de Toro en español. Vayamos por partes. De la presentación del alcalde poco cabe decir. Es muy breve (en esta ocasión no ha desplegado Fernando Pizarro su gracia verbal, ese don) y se centra en lo sustancial: que el librito se escribe en cuanto se tienen noticias de que el obispo de Tortosa, Martín de Córdoba y Mendoza, deja aquella sede episcopal para ocupar la de Plasencia y como un detalle de Luis de Toro al nuevo prelado, dedicatario de la mencionada "descripción pormenorizada" que se acompaña, ya se dijo, de un "dibujo panorámico", para que aquél conociese "cómo era Plasencia a finales del siglo XVI". No se olvida de dar las gracias a la Universidad (la vinculación de esta ciudad con aquélla —ideal para tantos de aquí— es secular y conviene ser resaltada) y dos personas fundamentales en este proyecto hecho realidad. Primero, el prologuista: el historiador placentino Jesús Manuel López Martín; después, el traductor: Juan Ramón Santos, "escritor e imprescindible agitador cultural placentino", en palabras del periodista cacereño José Ramón Alonso de la Torre. 
López Martín (que ya había analizado el plano —que tanto protagonismo cobró en la exposición Transitus, del ciclo Las Edades del Hombre— en distintas ponencias congresuales) comienza su preciso prólogo por la vida y la obra de Luis de Toro. Se basa en los estudios de su suegro, el también médico (e historiador) Marceliano Sayans Castaños, quien dedicó su tesis doctoral a "La obra del Luis de Toro, físico y médico de Plasencia del siglo XVI", como reza en la cubierta del libro que publicó —con posterioridad  a su defensa— la inolvidable librería Cervantes de Salamanca en 1961. (Ya se ve que aquí todo gira en torno a la ciudad del Tormes, donde estudió, por cierto, Luis de Toro y Sayans.) Precisamente a éste se debe una de las dos traducciones de la descripción: la impresa en La Victoria en 1961, con prólogo de Pedro Laín Entralgo. La otra (que es la que uno había leído) se debe a Domingo Sánchez Loro y está recogida en el volumen A de sus Historias placentinas inéditas, que publicó la Diputación de Cáceres en 1982. 
De la vida del médico poco hay que reseñar. Que fue un humanista convencido y que en su defensa de ese movimiento renacentista estuvo acompañado por contertulios de categoría; mecenas como Luis de Ávila y Zúñiga, Marqués de Mirabel; el obispo y bibliófilo Ponce de León, que llegó a ser Inquisidor General; y Fabián de Monroy, fundador de un colegio de juristas y teólogos. 
López Martín confirma las sospechas de que quien escribió el texto fue en realidad un "«pendolista» profesional" (un calígrafo o, como dice el diccionario de la RAE, "persona que escribe con muy buena letra"). Explica desde dónde está dibujada la panorámica, a media altura y desde Santa Bárbara (que Luis de Toro nombra como Calzones), con "orientación meridional". Pasa después a la explicación detallada de todas las partes del plano aportando datos históricos muy interesantes. Da cuenta, por fin, de los avatares del manuscrito. Primero se depositó en el convento placentino de San Vicente, en el siglo XVII estaba en Valladolid, vinculado a Fray Alonso Fernández, autor de Historia y los anales de Plasencia (Madrid, 1627). En el XVIII llega al Colegio Mayor Cuenca de Salamanca y a su Universidad vuelve en 1954 no sin antes pasar por la Biblioteca del Palacio Real. 
Juan Ramón Santos, conciso también, cuenta que ha intentado fundir las dos traducciones existentes hasta ahora y ofrecer al lector un texto lo más limpio posible. Lo cierto es se lee estupendamente, algo que no podíamos dudar quienes conocemos la labor literaria del también placentino.
Antes de entrar en materia, el manuscrito ofrece dos octavas en castellano: una de "Gómez de Hinojosa al autor" y otra titulada "Al Ilustrísimo de Plasencia, Gómez de Hinojosa"; un texto titulado "Sobre las insignias de Plasencia", acerca del pino y el castaño de su escudo (allí leemos: "Donde hubo un bosque inmenso, se plantó Plasencia", palabras que duelen en el alma al comprobar los desastres del incendio de Jarilla); y el poema "F. Hortigosa, al retrato de la ciudad de Plasencia" ("Verso falecio"). Después ya vemos el plano o "retrato" con su leyenda. El resto es, claro, el corpus del manuscrito que se abre, ay, con "El médico Luis de Toro saluda a su mecenas, el ilustre y reverendo obispo de Tortosa y electo de Plasencia". El tono anticipa el general de la obra, más hímnico, idealista y elogioso que otra cosa, con repuntes de exagerada emoción. Con todo, lo calificaría de inspirado y delicioso. La historia y el sitio: murallas, puertas (otro historiador placentino, Javier Cano, recordaba hace poco que Luis de Toro "coloca en el centro de la representación" a la de Talavera, la que mira a Madrid, que no conserva su arco original desde hace siglos), iglesias, conventos, palacios, ermitas... Especial atención merece lo relativo al pensil del palacio del Marqués de Mirabel, una de nuestras joyas patrimoniales que este placentino (como tantos, supongo) nunca ha podido visitar. En una de las lápidas allí depositadas se inspiró uno para componer un poemita de Lugar del elogio (que no deja de ser esta ciudad, basado en la lecturas de textos antiguos sobre ella, entre otros, éste) y al que Gonzalo Hidalgo Bayal dedicó un texto memorable por encargo del diario Hoy, para un coleccionable de monumentos extremeños. 
Otro fragmento magnífico es el de La Isla. O el de la Casa de don Fabián (o Colegio del Río, por cuyas románticas ruinas pasamos cuantos recorremos el paseo fluvial, cerca de la pasarela de San Juan), a orillas del Jerte, que es el personaje central de otro de los mejores párrafos del conjunto. Y ahí, el agua, gran preocupación de Luis de Toro, autor de Discursos o consideraciones sobre el arte de enfriar la bebida (1569) y de De febris epidemicae novae ... vulgo tabardillo et pintas dictur (1573). La salubridad de esas aguas (o lo contrario) y al clima destina parte de sus reflexiones. 
Sorprendente resultan sus consideraciones sobre alimentos: frutas, verduras, carnes y pescado. En lo que respeta a esto último de queda uno de piedra al leer: "En cuanto a la pesca, los placentinos no gozan de mucha abundancia al estar alejados del mar. Sin embargo, como ya he dicho [en otro momento se refirió a las truchas que poblaban el Jerte], la ciudad está bien provista de peces de río, pues, además de tencas, barbos, bogas, pececillos, anguilas, ranas, cangrejos o galápagos, suelen traer del cercano Tajo y de Alcántara lampreas que llaman sábalos, mújoles y también siluros, que, según algunos, son esturiones, y que la gente conoce como sollos. Y también nos llegan con frecuencia peces del mar, de donde vienen en cantidad lijas, rayas, sepias, sardinas, arenques o merluzas (a las que nosotros llamamos pescado cecial), así como corvinas, lenguados, almejas, besugos, ostras, agujas, congrios, bacalaos, atunes y salmones, aunque estos últimos muy rara vez". Ni ahora ni desde que tengo uso de razón ha ocurrido en Plasencia algo así. No son pocas las pescaderías y restaurantes especializados en pescado y marisco que pasaron a mejor vida por la falta de cultura gastronómica piscícola (en la segunda acepción del diccionario), que aquí se limitó casi siempre, truchas mediante, al socorrido bacalao y a la insulsa pescadilla. Poco más. 
No se olvida el humanista de los personajes importantes, eclesiásticos sobre todo, ni, siendo esta una ciudad levítica, de la Iglesia y del Obispado. A sus cuatro demarcaciones dedica sus últimas páginas. Las de Plasencia, Trujillo, Medellín y Béjar, lo que le permite mencionar localidades y lugares de esas zonas. Ya antes citó sitios tan emblemáticos como Yuste. 
Me alegro mucho, y termino, de que el lector curioso pueda acceder a este libro capital para Plasencia, por más que, según me temo, la tirada de la obra haya sido reducida y, por tanto, costosa de localizar. Animo a que el Ayuntamiento lance otra más sencilla y asequible (bastaría el texto traducido) para que la ciudadanía pudiera disfrutarla. En todo caso, celebro la iniciativa. Por hechos así sostenemos que Plasencia es una ciudad culta.