18.3.16

Mendoza en Puerto Rico

EFE
Ruiz Mantilla se hace eco en una crónica para El País enviada desde el VII Congreso Internacional de la Lengua Española de unas provocadoras reflexiones sobre "los dos molinos" a los que, según Eduardo Mendoza, todo escritor ha de enfrentarse en una reunión de esas características: "El de la necesidad de fomentar la lectura entre los jóvenes y el de impartir talleres".
"Al primero -dice el autor de La ciudad de los prodigios- siempre me niego por varias razones: primero porque es una actitud un poco mendicante. A mí me da lo mismo que la gente lea o no lea y si no lo han hecho hasta ahora no van a empezar porque yo se lo recomiende. Además, la mayoría de libros que nos rodean no sirve para nada. Son una birria".
"El de los talleres. Este es un fenómeno reciente que cobra importancia capital en el terreno de la literatura"."Sustituye en muchos casos al libro mismo. Porque el tiempo que las personas que acuden emplean para leer, lo sustituyen en ese caso por escribir su propio libro". "Producen -añade- un efecto perjudicial, equivocado". Y cuenta: "Propuse en un taller que los alumnos me escribieran una composición libre, pero en endecasílabos. Tuve que salir escoltado por la policía. A mi juicio, perdieron una experiencia única". "Yo no he escrito jamás poesía, pero la he traducido. El ejercicio complicado de enfrentarte a versos endecasílabos o alejandrinos, una vez lo vences, se convierte en una tarea mecánica y puedes acabar en el supermercado haciendo la compra en ese registro".

Nada mejor para complementar esta crónica que otra, ésta hilarante, de Fernando Aramburu, también en tierras americanas, en la que relata, entre otras historias, la divertida sesión mendocina.

17.3.16

Gómez y Flores: segunda vida

De nuevo en Vitruvio, como ocurrió con su libro anterior, el poeta cacereño Jesús María Gómez y Flores publica El tacto de lo efímero. El autor habla de sus "dos vidas", ya que una primera edición de esta obra apareció hace más de una década en la colección Alcazaba de la Diputación de Badajoz. Tras "una profunda revisión", el libro es "diferente". Se ha corregido, sí, pero también ha habido supresiones y se han incorporado nuevos poemas. 
Escritos, sobre todo, en Huelva, donde ejercía a finales de los noventa como juez, a este lector le llama la atención que estos versos tengan más de doce años. Lo digo porque el personaje que los encarna, alguien igual o muy cercano al hombre que los concibió, está más cerca de su edad actual, y de los estragos que ésta conlleva, que de la que tenía entonces. Uno, casi coetáneo suyo, así lo siente. Por eso, lo que uno aprecia en estos poemas, entre desengañados y melancólicos, es actualidad, digamos, ésa que no pierde la poesía que de verdad lo es.
Alude G. y F. a "La conciencia y la revelación de lo efímero, la necesidad de aferrarse a las personas, a los sentimientos que verdaderamente justifican el recorrido de la vida y que nos redimen del yugo de la incertidumbre". Muy cierto. Una de las partes, "Intrahistorias", dedicada a su mujer y a su hija, es, en este sentido, paradigmática. El amor filial y de pareja como tabla de salvación. Aquello que da sentido a la vida.
"La conciencia", parte inaugural (y una palabra clave del libro), da fe de que la dignidad y la coherencia deben gobernar los comportamientos de cualquiera. La noble, perturbadora existencia a la que se refiere en "Estado de sitio" y "Para no conciliar el sueño". En "Fantasmas" y "Secuencias de lo efímero" aflora el mitómano que habita en el impulsor de la asociación cultural Norvanoba; un hombre amante del cine, la literatura y la música: Janis Joplin, JRJ, Aleixandre, Greta Grabo...
Cierra el volumen "Reencuentros", un poema dedicado a su mujer: Deli Cornejo, donde el amor vuelve a justificarlo todo: "Es hora de que hablemos ese lenguaje / que sólo a nosotros nos pertenece". 

16.3.16

Aquellas conversaciones

Conversation Piece / Vanessa Bell / 1912
«Se pregunta Manuel Baixauli en Ningú no ens espera ('Nadie nos espera') si la adicción que tenemos por la lectura de dietarios, correspondencia, o entrevistas no responde al intento de cubrir un vacío desolador: el que tendría que ocupar la conversación, “el ejercicio más fructífero y natural de nuestro espíritu”, según Montaigne, que le dedicó un ensayo. Este ejercicio –coincide Baixauli con lo que pensamos tantos– decae en nuestro acelerado mundo de hoy: ¿puede darse el nombre de conversaciones a las que tenemos por correo electrónico, Twitter o móvil? Está claro que por esos medios podemos hablar de los viejos temas –muerte, Dios, arte, vida–, pero de un modo bien deficiente. (...) Hoy en día, las metafísicas se pierden por los rincones de todas partes, vivimos en el fin de las conversaciones. Y quizás por eso, en efecto, buscamos dietarios, correspondencias, entrevistas. Pero triunfan hoy las entrevistas de Bertín Osborne, forjadas con palabra de espuela vana, a carcajada suelta. Hasta en detalles así se nota que hemos ido a menos. ¿Explica esto que los atascados y deslustrados y nada ilustrados candidatos a la presidencia nos parezcan cada día más ineptos en el arte de la conversación?» Enrique Vila-Matas. "El fin de las conversaciones". El País.

15.3.16

Bishop al completo

Siento por Elizabeth Bishop, nacida en Massachusetts en 1911 y muerta en Boston en 1979, una admiración especial, si puede decirse así. Desde que leí poemas suyos traducidos por Octavio Paz en Versiones y Diversiones y, sobre todo, gracias  a aquella memorable antología ochentera del puertorriqueño Orlando José Hernández que primero publicó Mestral y luego Visor. En ella encontré versos donde reconocí como propias algunas de sus preocupaciones. La del irse o quedarse, por ejemplo, que ella se planteaba en Questions of Travel: "Continente, ciudad, país, sociedad: / la elección nunca es amplia ni libre. / Y aquí, o allí... No. ¿Tendríamos que habernos quedado en casa, / doquiera fuese?” (en versión de D. Sam Abrams y Joan Margarit, aunque uno prefiere, para el final, dondequiera que esté, pongo por caso, o dondequiera que eso quede, pues de ambas formas lo he leído). Sí, por suerte, contamos con ediciones de sus poemas en español. En Igitur (la recién citada), Lumen, Vaso Roto... Esta última publica el segundo de los dos tomos que abarcará su obra completa: Prosa. Poesía saldrá, al parecer, en mayo.
El volumen sigue la edición del poeta y crítico Lloyd Schwartz e incluye "sus cuentos –como el célebre «En la aldea»–, sus evocaciones y crónicas de Brasil –donde vivió cerca de veinte años–, sus ensayos y reseñas literarias y la correspondencia iluminadora que mantuvo con la poeta Anne Stevenson". La traducción, a buen seguro excelente, es del poeta (y ahora novelista) Mariano Peyrou.
Por cierto, y ya que lo menciono, en la misma editorial se ha publicado la novela Cuanto más te debo. El viaje interior de Elizabeth Bishop y Lota de Macedo Soares, de Michael Sledge, basada en los poemas brasileños que Bishop y que tiene como trasfondo la relación que mantuvo, en la ciudad de Santos, con Lota de Macedo Soares, "mujer vital, curiosa y sensible que le ofrece una percepción intensa del ser en el tiempo tal y como se plasma en la naturaleza, la arquitectura y la vida cotidiana."
Ni que decir tiene, vuelvo a la prosa de Bishop, que aún no he podido dar buena cuenta de sus casi ochocientas páginas, pero no quería dejar de anunciar aquí esta buena nueva. Para los lectores de poesía, un pequeño acontecimiento. Con editores así da gusto.

Día de la Poesía


14.3.16

Azúa en la RAE

El País / Carlos Rosillo
Aquí se pueden leer el discurso de ingreso de Félix de Azúa en la Real Academia Española y el de contestación de Mario Vargas Llosa. 

13.3.16

Aramburu dixit

No hay extremista compasivo.

Se ensalza la guillotina pensando en las cabezas de otros.

Lo peor no hace bueno lo malo.

Los libros, ¿cómo van a cambiar la realidad si la realidad no lee libros?

Estaba acorralado. Me tuve que alabar en defensa propia.

No he conocido a nadie que odiara con elegancia.

Uno muere bastante, incluso muere mucho, cuando se muere. Con eso y todo, se diría que la muerte definitiva no le sobreviene hasta que, pasados los años, se muere la última persona que lo conoció.

Practicando con perseverancia la crítica de la autocrítica, tienes grandes posibilidades de llegar tras largo esfuerzo a donde estabas.

Nota: De "Pequeña magnitud", aforismos de Fernando Aramburu publicados en Babelia y en Déjate de rosas, su blog.

11.3.16

LJM: Un homenaje

La veterana revista Cuadernos del matemático, vinculada al IES 'Matemático Puig Adam' de Getafe, lanza su número 54. En él, además de relatos, poemas, ensayos, reseñas, traducciones y otros artículos de interés, se incluye un encarte que no es sino un justo y necesario homenaje al poeta Luis Javier Moreno, que murió en su ciudad natal, Segovia (que todavía no le ha hecho justicia), el pasado mes de diciembre como él mismo había vaticinado: "Como para nacer, también diciembre / es un discreto mes para morirse". Tenía casi 70 años.  
No puedo citar a todos los amigos que escriben, en prosa o verso, sobre el autor de Rápida plata, pero me han gustado especialmente los textos de El Quías (Ezequías Blanco, director de la publicación y coordinador, según creo, de la muestra), José Antonio Abella (que se centra en su provincial fidelidad segoviana; nunca reconocida, ya se dijo), Ignacio Sanz (autor de la necrológica de El País) y Óscar Esquivias (que enumera lass fobias y sus filias del traductor de Lowell y de Horacio). Son los que dan un testimonio más cercano y fiable acerca del hombre que fue: apasionado, depresivo, risueño, muy suyo. El insaciable bebedor de jarras de cerveza. El lector compulsivo. El fotógrafo. El viajero. El escritor de cartas. El conversador perfecto (a eso dedica otro de sus íntimos, Fernando R. de la Flor, su sentido testimonio). Destacaría también las palabras de Ángel Luis Prieto de Paula (otro de sus compañeros de estudios en Salamanca, que evoca al inevitable Aníbal Núñez) y las de Gustavo Martín Garzo, preciosas sin paliativos. Emocionantes: "La poesía sólo era para él una casa donde vivir". "Reunir en el poema todo lo que separamos al vivir, eso fue la poesía para él". 
Entre los poemas, los de Antonio Carvajal, los de Fernández Palacios y Ripoll (sus viejos amigos gaditanos), José Luis Puerto, Tomás Sánchez Santiago, Olvido García Valdés y Miguel Casado... María Ángeles Pérez López (que acaba de publicar un nuevo libro en Vaso Roto) se atreve con unos estupendos haikus, aunque, según Esquivias, a Luis Javier no le gustaban esas "estrofa-fraude", como él decía. Moga, Mudrovic, Castrillón, Maringómez, Rodríguez Tobal, sus amigas Angélica Tanarro y Esperanza Ortega... 
Le queda a uno la pena, y pido perdón por el desahogo, de no haber sido invitado a manifestar mi admiración por una de las mejores personas con las que me he encontrado en la vida. Alguien que, por añadidura, o precisamente por eso, era y es un excelente traductor y poeta. Dicho queda.

9.3.16

De un puretas

Dentro de unos días se casa en tierras levantinas el poeta Víctor Peña Dacosta. No lo digo porque haya abierto aquí una sección de prensa rosa o del corazón, sino porque ese hecho común está íntimamente relacionado con el contenido e intención del segundo libro del poeta placentino, Diario de un puretas recién casado, que se publica en las inefables Ediciones Liliputienses
No hay mucha diferencia formal ni de tono (en el caso de que ambas cosas no sean la misma) con respecto a su ópera prima, La huida hacia delante
El título del libro determina también el citado tono. Puretas es, según el DRAE, procedente del caló puré, "viejo, anciano" y nuestro autor acaba de inaugurar la treintena. Además, juega con el rótulo de unos libros principales de Juan Ramón Jiménez que ya ha hecho antes fortuna en lo que a variaciones se refiere. El primero de los de Jon Juaristi se titulaba Diario de un poeta recién cansado, donde "cansado" sustituye al "casado" original y juanramoniano. El juego, el humor y la ironía, llevados a veces al extremo, son signos distintivos de la casa y aquí eso se aprecia de manera notoria. 
Sin haberse casado aún, Peña ha escrito unos poemas donde esa condición se da por resuelta. Con ello, el poeta asume, mal que bien ("siembre habrá un bar cerca", que diría su padre), el nuevo estatus. No es sólo la nueva cárcel de amor, que admite satisfactoriamente (al fin y al cabo estamos, como reconoce Peña en la nota final, ante una declaración amorosa), sino, y esto importa más, las consecuencias que se derivan de los estragos de la edad, exagerados ya se dijo, en función del efecto literario previsto. La acidez nunca falta en este empeño. Ni la ternura.
De librino (a la extremeña) o de plaquette (para leídos) califica su ejecutor la muestra. Por la extensión lo es, que no por el alcance. Las apariencias engañan. Su mundo lírico (que no es otro que el vital) da un nuevo paso hacia su formulación y fortalecimiento y su poesía emerge en el panorama como una de las más destacadas de nuestro inestable presente. Algún crítico babélico dejan caer su nombre. Alguna antología de próxima publicación lo incorpora a su distinguida nómina.
Con débitos poéticos claros (que antes de negar ensalza) y firme vocación de maldito ("Pero hay muchas formas de ser un maldito"), este "García casado de la vida" ha construido este pequeño artefacto de impronta netamente autobiográfica con mucha carga dentro. Peligroso, sí, a la par que divertido. Como en su primera entrega, no todo aquí es mentira. Ni sólo de risa. Que se lo digan, si no, a los lectores puretas de verdad, y, por eso, ay, cansados. ¿O era casados?

8.3.16

Piedad Bonnett dixit

© Daniel Mordzinski
La periodista Berna González Harbour ha entrevistado a la poeta colombiana Piedad Bonnett para Babelia. Recojo aquí algunas de las preguntas y respuestas de esa conversación celebrada en su país, en concreto en la ciudad de Cartagena de Indias. Las que me han parecido más significativas. 

P. ¿La poesía entonces llega, no se busca?
R. Sí, pero comienza en la mirada, es una forma de mirar que vas desarrollando.

P. ¿Con una palabra, con una idea? ¿Cómo comienza una poesía?
R. Con una percepción de sentido, algo que tiene un sentido trascendente y que jalona inmediatamente el lenguaje. Hace unos días me visitó una conocida para hablar de un proyecto. Yo sabía que ella también había perdido a un hijo, charlamos en la cocina de su proyecto y en un momento le pregunté por su duelo. Fueron cinco minutos, pero al tercer día me vino un verso: “Una cocina puede ser el mundo”. La poesía viene y reside en el lenguaje. Aparece ese verso que encierra una promesa y es como quedarse embarazada. Sabes que vas a parir y a lo mejor va a ser lindo y es una emoción intensa porque te pertenece. Pero luego tienes que buscar el momento del poema, no es como escribir una novela, que te levantas, te bañas y te sientas. No. La poesía viene.

P. ¿Cuál es el objetivo de su poesía? ¿Curarse, superar, descubrir?
R. Al lector le gusta que le digan lo que ya sabe pero de una manera que a él no se le había ocurrido. Creo que el objetivo es penetrar, penetrar un nivel de la realidad que no siempre vemos porque vamos muy rápido. Por eso el silencio es tan importante para los poetas.

P. ¿La poesía le ha servido para curar su dolor?
R. Mucho. Desde la adolescencia, cuando me internaron en un colegio a los 14 años porque era muy rebelde, el dolor empezó a convertirse en poesía. Dejé de creer en Dios, tuve una úlcera duodenal y casi muero a los 16 porque enquistaba todo dentro y enfermaba. Ahora sé que la escritura es catártica, no la de la novela, sino la de la poesía. De verdad libera.

7.3.16

Pardo y Lamillar


Carlos Pardo
Pre-Textos, Valencia, 2015. 96 páginas. 16 €

Carlos Pardo (Madrid, 1975) es un joven poeta muy reconocido, autor de los libros de poemas El invernadero, Desvelo sin paisaje y Echado a perder, siempre avalados por premios. Obras luego reunidas en Hacer pie, un volumen publicado en Uruguay. Además, son suyas las novelas Vida de Pablo y El viaje a pie de Johann Sebastian, ambas en Periférica.
Tras ocho años sin libro de versos, ve ahora la luz Los allanadores. En la “Nota del autor” leemos: “He escrito este libro como si hubiera dejado de escribir poesía”. Y más adelante: “Quizá la poesía, aunque coquetee con la autobiografía (o precisamente por ello) es una nueva disciplina de la desposesión”. Sí, puede que haya mucho de renuncia en este libro. De despojamiento retórico, por ejemplo. Muy cercano a la prosa (léase “Una novela no escrita”), su ritmo es discontinuo, gracias, entre otras razones, a su sabio manejo del encabalgamiento; abrupto a veces, léase “Lejía” (“Pero yo sólo quiero las cosas que envejecen”). O por la sugerente concisión de “Sedentario”, “Minimalismo” o “Final”.
Poemas como “Basura” (“La basura se siente bien contigo. / Hazla metáfora.”) o “Pobreza” dan también pistas acerca de la poética que subyace aquí.
La ironía, como en cualquier poeta contemporáneo que se precie, es un tono; un elemento de abdicación también, como cuando califica a los poetas como “profesionales del lamento”, esos que “carecen / de mística: oímos la voz / no la palabra / (el cuerpo, / no el espíritu)”. “Teatraliza”, dice de uno. Gente preocupada por “la superstición de la palabra justa”.
La poesía, y no sólo los poetas, es también sujeto de reflexión. Ahí, vislumbra uno, Stevens.
Aunque lo autobiográfico esté, tampoco, salvo en determinados momentos (cuando habla de sus padres –en los emocionantes “El hombre indivisible” y “Árboles”- y de la familia), es explícito. Así, al habla del amor. En poemas logrados como en el citado “Lejía” o en “Aufklärung”.
Me agrada esa manera elíptica de nombrar la naturaleza y, digamos, lo rural, distinta de la tópica. También la sutil crítica política que desliza. Y esos extensos poemas finales (los de la serie “Los armónicos”; “Mis problemas con el judaísmo”, sobre todo) que vendrían a corroborar que la poesía es “Un milagro sencillo / cuando se dan las circunstancias, / que eran lo milagroso”. Y aquí, ya lo creo, se han dado. Álvaro Valverde


Juan Lamillar
Prensas Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 2015. 72 páginas. 10 €

Después de los libros El fin de la magia (2008) y Entretiempo (2009), así como de la antología Música de cámara (2014), donde reunió poemas sobre la fotografía, Juan Lamillar (Sevilla, 1957) publica, en la bonita y modélica colección zaragozana que dirige el escritor Fernando Sanmartín, Las formas del regreso, obra que añade a su título las fechas (2005-2007), como queriendo dar a entender que se agrupan distintas series poéticas escritas a lo largo de esos años. Y así es. Siete en total componen la obra, que, con todo, no es extensa. Ni carece de unidad, a pesar de lo dicho. Al fin y al cabo, si algo tiene Lamillar es voz propia, distinguible de los ecos que pueblan el panorama. No, no hace falta ponderar la ya larga carrera literaria del sevillano, uno de los mejores poetas de su promoción, la Generación de los 80, según García Martín, o de la Democracia, que diría Prieto de Paula. Lo vuelve a demostrar aquí, y de la mejor manera.
En torno a luz “más física”, aunque en versos de inflexión metafísica (al modo de Brines, pongo por caso), giran los poemas de la primera parte (léase el logrado “Las manos tendidas”). “La vida es liberarse de las sombras”, nos dice. Nada extraño en un hombre del sur que nunca ha renunciado a la claridad (en más de un sentido) que en esos lugares resplandece.
A la música, una de sus obsesiones favoritas (tan cercana a su clásica manera de componer), la segunda. Allí alude a “la diosa solitaria / que entrega su consuelo / a todos los que habitan / la soledad del mundo”.
Piedras, “ofrendas antiguas”, vaticinios o exequias pueblan la tercera.
En “Cuerpo”, la cuarta, se impone el soneto erótico y amoroso, con ecos de Lope y Juan Ramón.
En la quinta, los protagonistas son Apeles, Montaigne (“Señor de la Montaña”), Shakespeare, Walser (personaje de un precioso poema: “Ante una foto de Robert Walser”), Miguel Ángel y Sánchez Cotán.
Estampas personales, donde mejor se aprecia el tono melancólico del conjunto (con una cesión al desenfado en “Playa nudista”) caracterizan la sexta y, por fin, el amor (y el tiempo) cierran este minucioso libro impecablemente escrito que el lector ha de degustar con el placer que sólo la lentitud y la serenidad proporcionan. Á. V.

Las reseñas de los libros de Lamillar y Pardo aparecieron publicadas en El Cultural el pasado viernes 4 de marzo.

4.3.16

Cementerio Alemán: antología

Como explica Miguel Ángel Lama en su esclarecedor prólogo, que lleva por título "Un motivo poético", la gestación de esta antología: Cementerio Alemán. Yuste, ha sido bastante larga. Precisa el profesor de la Universidad de Extremadura que anoté en este mismo blog el dos de mayo de 2005: «Un año de estos, me gustaría reunir en una antología todos los poemas que se le han dedicado a ese lugar». Diez años después, ve por fin la luz. Publicada con la sobria elegancia que la caracteriza y con el lujo de las cosas bien hechas por Ediciones La Rosa Blanca, reúne poemas -en este orden- de Juan Lamillar, José Carlos Llop, José María Micó, Santos Domínguez Ramos, Santiago Castelo, Daniel Casado, José Antonio Ramírez Lozano, Carlos Medrano, Mario Lourtau, Alfredo J. Ramos, Elías Moro, Cristián Gómez Olivares, Antonio del Camino, José Manuel Díez, Antonio Reseco y José María Muñoz Quirós. Abre la selección "Cementerio alemán, Yuste" (Una oculta razón, 1991) y la cierra "Regreso al cementerio alemán" (Desde fuera, 2008), dos poemas propios. Además, se incluye Atlas, que se abre con "Ráfaga": "Con cada disparo la fotografía recoge una pequeña prueba. La ráfaga constituye una totalidad más que un fragmento". Se trata de un documento único con casi dos centenares de fotografías y cuatro dibujos del editor, Salvador Retana, organizador de un encuentro en abril de 1995 (como ven el número cinco se repite en esta historia) en torno a la instalación La rosa blanca, donde participamos, entre otros, Julián Rodríguez, Emilio Gañán, Andrés Talavero y Javier Rodríguez Marcos. Sus imágenes, no me cabe duda, componen un extenso poema sobre ese sitio escondido en las cercanías del Monasterio de Yuste.
Otra sorpresa es el encarte que incluye: "Errata", con una cita de Gonzalo Hidalgo Bayal: "¿Qué oscuridad se esconde, o qué luz, qué juego, tras el azar de las erratas?"
Ese lugar, un cementerio donde descansan veintiocho soldados de la Primera Guerra Mundial y ciento cincuenta y cuatro de la Segunda que "pertenecieron a tripulaciones de aviones que cayeron sobre España, submarinos y otros navíos de la armada hundidos", según reza en la placa colocada en su entrada, ha dado mucho de sí poéticamente hablando. Y más que dará. Al tiempo. Sí, le sobrecoge a uno leer estas palabras del prologuista, las que abren su texto: "Tiene la muerte una medida exacta. En el principio fue el verso. Así. Aquel endecasílabo enfático, que medía con sus once sílabas un territorio exacto, ha propiciado esto: un libro de poemas sobre un lugar que para algunos no existiría como ahora existe si no hubiese sido nombrado en un poema de Álvaro Valverde. Cabría decirlo de este modo disparatado: fue primero el texto y luego el lugar. Un lugar convertido en motivo poético".
Ante ese "lugar de la duración", poco importa quien dio primero. Allí, como uno escribió, Con las últimas luces, la mirada se pierde, / luminosa de eterno. 

Cementerio alemán de Yuste, 2015. / Salvador Retana,

3.3.16

Los muertos

Siltolá Poesía publica Las voces de los muertos, de Orlando González Esteva (1952). 
Por si alguien aún no lo sabía, González Esteva es un virtuoso, alguien capaz de llevar el lenguaje a su máxima tensión, lo que conlleva, entre otras cosas, afinar la música del verso hasta hacerla clásica y a la vez insólita, tradicional y nueva, como dijo de la suya Octavio Paz. Y es que la poesía de este cubano residente desde que era niño en Miami se adapta perfectamente a esa mezcla de tradición y novedad que vendría a evocar en su famoso verso de J. V. Foix:  “M'exalta el nou i m'enamora el vell” [Me exalta lo nuevo y me enamora lo viejo]. "Muy antiguo y muy moderno", para decirlo con Rubén, ahora que celebramos el primer centenario de su muerte.
"El hombre rehúsa morir y lejos de salvarse muere más", dice el poeta en "Esquela", la nota inicial. Y añade: "Estos versos, fruto de la experiencia colectiva del exilio, la ancianidad y la muerte, ajenos al canon de la poesía en boga, no se proponen contrariar esa poesía; acaso ni ser poesía, aunque tampoco presuman de haberse escrito de espaldas a ella". En efecto, porque "la cabra tira al monte", estos versos lo son y, por eso, a pesar de lo sugerido por el autor, son poesía. Y nada menor, si es que cabe hablar en esos términos. Son versos, además, como él intuye, modernos a pesar de todo, pues que nadie puede renunciar a su época. Diría más. Uno lee esta décima o aquel soneto y esas estrofas no le suenan a rancio, todo lo contrario, de ahí mi afirmación inicial, que a más uno le ha debido parecer demasiado solemne. Además, puede que la utilización de la rima (y la amenaza del ripio) se adapten mejor al tono del libro que el uso del verso, digamos, libre.
Se encomienda Esteva a Quevedo ("y no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte"), aunque aquí, como precisó Paz, no se dé la "burla sañuda" del señor de La Torre de Juan Abad. Un fino sentido del humor (tan suyo, tan caribeño), en absoluto cruel (a pesar de la inevitable ironía), digno de una sonrisa, atraviesa la obra que, no se olvide, arranca del olvido a numerosos muertos o moribundos conocidos y tratados por él, entre los que destaco la figura de su señor padre, un empedernido fumador al que dedica "Colillas" (poemas breves con aire de haiku, un arte en el que este hombre es especialista) y al que alude en las "Notas": "El hábito de fumar de mi padre ensombreció mi vida".
"Quien anda entre muertos es un muerto", afirma González Esteva. De ahí, poemas como "Los muertos más joviales", "Y de repente todos fuimos viejos", "La flor del esqueleto" (pareados dedicado al editor Borrás), "Los muertos de la familia" ("Regresan a dar palique: / somos su único hogar"), "Nadie sabrá de ti, ya nadie sabe", "El bienestar de yacer"... Sí, "Los muertos se pasean por mi casa / como yo por la casa de los muertos". En "Uno se cansa de morirse tanto", con epígrafe de Vallejo, dice: "Uno se cansa de morirse encima". Y termina: "Uno también se cansa de morirse".
Hay más que muerte y muertos en este libro. Se calibran los efectos irreparables del paso del tiempo. Y se habla de mujeres, astros, nubes, días y noches. Cierra el volumen "Los nombres de los muertos", que no deja de ser el mejor broche para esta celebración melancólica de la vida que entenderá cualquier vivo que la lea. Y me atrevería a decir que también cualquier muerto.

1.3.16

Hurdes

Después de El último lobo, de László Krasznahorkai, y El reino de la fortuna, de Peter Sloterdijk (con el ensayo de Isidoro Reguera sobre Extremadura), la colección 'Territorios escritos', que dirige Antonio Franco para la Fundación Ortega Muñoz, publica Las Hurdes. El texto del mundo, de Fernando R. de la Flor.
Con este libro, el catedrático salmantino, rara avis del ensayismo hispano, culmina, según propia confesión, "cierta manera de conceptualizar la siempre difícil y controvertida «Materia de España»". Durante treinta años y otros tantos títulos ha llevado a cabo un proyecto intelectual "dirigido a dar testimonio de la originalidad de la cultura española, a documentarla". Sí, porque "Las Hurdes, efectivamente, han jugado un papel central en lo que podríamos denominar el «discurso de España»". "Nos encontramos ante un modo extremo y poderoso de «documentar España»", leemos. Ante una "metáfora ajustada de toda españolidad". De "lo ibérico".
A Hurdes (sin artículo delante, como suele él escribirlo), ese "enclave legendario", "espacio único" y fronterizo donde habita "una suerte de desolación sublime", "paisaje fuerte" que se resiste a lo pintoresco, aislado "confín" o "escondrijo", refugio de huidos y solitarios, habitada por seres de una dignidad primigenia, que él une indefectiblemente a las Batuecas, territorio que tan bien conoce, dedica los veintidós capítulos de la obra. Es imposible resumir aquí, al menos para uno, el verdadero alcance de sus indagaciones. La bibliografía anotada que figura a modo de apéndice al final del volumen da buena cuenta de hasta dónde han llegado sus lecturas y el abanico de asuntos que éstas abordan. Les Jurdes, el estudio de Geografía Humana de Maurice Legendre (que, aunque no se cita en la mencionada bibliografía, figura traducido en el catálogo de la Editora Regional de Extremadura), y Las Hurdes, tierra sin pan, la famosa película o, mejor, documental de Luis Buñuel ("poème de l'horreur", según Bureau), están en el centro del ensayo. Éste marca, es obvio, un antes y un después: "Todo viene (o parte) de ella". Más allá, o en torno a lo mismo, se perfila una noción de lugar, una "poética del espacio", idea esencial del libro y de la cultura actual; se analiza su condición de "mundo aparte"; se repasa su antigua leyenda, que viene de Lope; se describe su escarpada, intacta naturaleza y su exuberancia vegetal (con interesantes calas en las ideas de Thoreau y sus continuadores, los grandes naturalistas americanos) al tiempo que, paradójicamente, se recuerda la importancia de los desiertos franciscano (el de Los Ángeles, ya desaparecido) y carmelitano (el de San José de las Batuecas) y de los eremitas que a ellos se retiraron en busca, sobre todo, de silencio, un bien del que esta "geografía extrema", este "lugar de resistencia", anda sobrado. Lo mítico y lo místico. La maldición y la esperanza.
Hurdes, como "presente eterno de un pasado", como "geografía del espíritu". Hurdes de Ponz, de Madoz, de Unamuno, de Albiñana, de Marañón, de Ortega, de Legendre (enterrado en la Peña de Francia), de Buñuel (que a punto estuvo de comprar el desierto de las Batuecas, un hecho más que significativo), de Polo Benito, de Catani, de Carnicer, de Solís... También de Heidegger y de Sloterdijk. De las Misiones Pedagógicas y de Freinet. Hurdes de Alfonso XIII (1922 y 1930), de la Segunda República, de Franco (1945) y de Juan Carlos (1998). De poetas, como Gabriel y Galán y José Luis Puerto. Reino oscuro. En Extremadura, no se olvide. Al lado de Portugal, tampoco.
No contento con leer e interpretar lo que ese "lugar de memoria española" ha representado y representa, De la Flor avanza propuestas de futuro y ve en el sus soledades y en su silencio un espacio para los resistentes que buscan "una paz de vida", una "vida interior". Porque, como dijo Remo Bodei, "ya no hay desiertos, ya no hay islas. Sin embargo, las necesitamos". Paseos, meditación, retiro, contemplación. Para vivir, en "soledad fecunda", nuevas posibilidades que nos alejen y nos salven de la vorágine de una modernidad líquida y nerviosa. "Solo silencio, soledad y espacio, sea su lema".
Fernando R. de la Flor, parafraseando a Legendre, ha realizado su estudio, su "relato", su "texto del mundo", más que en las bibliotecas, "en valles salvajes". Y se nota.