12.4.14

Un laberinto madrileño

De Martín Rodríguez-Gaona (Lima, 1969) uno sólo conocía su ensayo Mejorando lo presente. Poesía española última: posmodernidad, humanismo y redes. Leo ahora, algunos meses después de publicado, Madrid, línea circular, un libro de poesía editado por La Oficina
La obra ganó el premio de poesía Cáceres Patrimonio de la Humanidad y la deriva de ese veterano galardón, que estuvo en manos de editoriales como Visor y DVD, la ha llevado hasta la exquisita casa madrileña donde unos dibujos de Jacobo Pérez-Enciso ennoblecen aún más la bonita impresión.
No es la del madrileño de adopción una poesía al uso, ni carece de ambición y de maneras. En torno a un Madrid de ahora mismo, con todos los problemas que acucian a quienes viven allí, levanta Rodríguez-Gaona su particular mapa de circunstancias, consciente de que habitamos en una encrucijada tan apasionante como peligrosa. Madrid, sí, es el pretexto, la metáfora, y las voces y los tonos que se entrecruzan en los extensos, fragmentarios poemas que lo componen quienes dan fe de la múltiple, rica e inclemente realidad que nos ha tocado vivir. Poesía civil, digamos, para una época que demanda, sobre todo, la intervención ciudadana. Del poeta también. 

Siles


11.4.14

Palabra de Antonio Moreno

Los versos del poeta alicantino (1964) vuelven en forma de antología, la que hace el número 66 de la acreditada colección a rayas (en feliz idea de Marie-Christine del Castillo) de la sevillana Renacimiento. Su título es hermoso: El viaje de la luz, y su prologuista también de lujo: el poeta Vicente Gallego, cada vez más hondo, lúcido y sereno. Quien quiera saber algo de los poemas de AM (de los escritos entre 1990 y 2012) puede adentrarse sin miedo en las páginas que le dedica su paisano. La suya es, sin duda, una lectura cabal. A mí, tras pasar con gusto y aprovechamiento por allí, me queda ahora lo mejor, con permiso de VG: leer y releer los versos de ese excelente poeta. Uno de los que más respeto y admiro. Es difícil que alguien salga decepcionado de tan luminosa aventura. 

10.4.14

Valero dixit

Samuel Sánchez / El País
“La poesía es más complicada que difícil. Lo malo es que [no] termina de tener su espacio entre los lectores en España. Conserva la pureza que el poeta espera de su propia poesía. A los novelistas no les ocurre lo mismo porque la sociedad ha ampliado su capacidad lectora hacía la narrativa. El poeta necesita explorar en el abismo de la sociedad. En España los creadores de poesía tienen una fuerza importante. Sus voces son muy potentes”, dice Vicente Valero a Aurora Intxausti, que conversó con el poeta ibicenco para El País.

9.4.14

En torno a Gaya

"Los hombres difíciles son los que aman a los sencillos, los que adoran, diríamos, la sencillez, la naturalidad o la gracia, a sabiendas de lo imposible que se les hace a ellos regresar a aquel país perdido". Así comienza Los hombres difíciles, del poeta y crítico de arte Enrique Andrés Ruiz, publicado por el Museo Ramón Gaya y la Fundación Banco de Santander. Un libro donde reúne lo escrito a propósito de la obra del pintor murciano Ramón Gaya, que es mucho, y todo con la hondura, el criterio y la claridad que el soriano deposita en cuanto da a la imprenta. Sea lo que sea. Con un poema, por ejemplo, "Nueve de marzo" -dedicado al autor de Diario de un pintor y a su mujer, Isabel Verdejo-, se cierra un volumen donde, además de analizar pormenorizadamente la obra pictórica de aquel raro genial (al que la historia del arte aún no ha concedido el alto lugar que se merece), piensa en voz alta sobre ése y otros "espíritus difíciles" del siglo veinte español, "hombres distintos", solitarios y "modernos", como su amigo José Bergamín. O Cernuda, Juan Ramón, María Zambrano... Gente destinada a "llevar la contraria", que es "llevarla a sabiendas".
Gaya siempre estuvo a favor de la vida. La pintura en su centro. Mirando siempre de reojo a Velázquez, de quien dijo acaso lo mejor que sobre el autor de La Villa Medici se haya dicho, en su libro Velázquez, pájaro solitario.
Lo define muy bien EAR cuando recuerda que «pensar en el Museo del Prado era para él como pensar en "una especie de patria"».
Mucho más, insisto, que una mera recopilación de trabajos sobre el pintor, su vida y su obra, Los hombres difíciles es ya un testimonio imprescindible para comprender el verdadero alcance de Gaya. Alguien que, a pesar de los pesares, prefirió "la puerta estrecha". Un ejemplo.

8.4.14

Abril

Sí, el mes más cruel, como escribiera el archicitado Eliot en The Waste Land. Hoy hace catorce años que murió mi padre y catorce hizo aquel mismo día mi hija Leticia.
La muerte, esa sombra. Ayer se me volvió a aparecer. Alargada, amenzante. Ignacio del Dedo me informaba del fallecimiento de nuestro común amigo Ángel Eugenio Prieto, maestro de escuela. Ni siquiera sabíamos que estuviera enfermo. Él dará un abrazo de mi parte hoy a Nieves y a sus hijos. En su bonito pueblo, El Barco de Ávila, uno de mis lugares de la memoria, donde tanto he ido y vuelvo. 
Fue nuestro compañero y también director en el Colegio Público "Ramón Cepeda" de Jerte. En su equipo directivo, con Manolo Chico, fui secretario. 
Cuando nuestros respectivos destinos laborales nos separaron, seguimos viéndonos. En Barco, por ejemplo, comiendo sus famosas judías en el Manila, o en el Peña del Alba, de Arroyomolinos de la Vera, pueblo de Baldomero Vicente, otro compañero del alma.
Se agolpan los recuerdos. Los felices. Compartiendo chuletillas y otras delicias, pongo por caso, que él bajaba de la carnicería de su hermano, buena carne avileña, para nuestras esporádicas comilonas (a la brasa) en los llamados "locales de la asociación"; esto es, un ameno trozo de campo abierto situado al pie del Puerto de Honduras donde, ya digo, algún viernes que otro, entre viandas, vinos y veras, disfrutamos juntos de lo lindo. 
La muerte, ay, esa sombra. La semana pasada se llevó a don Antonio (Martín Majadas), profesor de mi infancia calixtina, padre de mi amigo Antolín y de su hermano Javier, al que siempre he tenido por poeta secreto. Y otra vez los recuerdos. Lector de ABC, cada vez que nos veíamos, muy poco en los últimos tiempos, resaltaba, entre irónico y afectuoso, el cariño que me tenía Santiago Castelo.
Quedémonos, en fin, del lado de la vida. Por eso prefiero celebrar hoy los veintitantos años de mi adorada Leti, que es lo que a mi padre, hombre optimista y alegre por naturaleza, le hubiera gustado. 

7.4.14

Lo ganado

Que contrapongo a Lo perdido, el libro de Dulce María González, escritora mexicana de Nuevo León para mí desconocida, que acaba de publicar Vaso Roto. Pues por ganado y bien ganado tengo los versos frágiles, evocadores y sutiles que lo componen, llenos de luz caribeña, de haciendas y casas coloniales, de interiores en penumbra, de bibliotecas con hallazgos, de patios con plantas -la buganvilia, el árbol de la papaya- y de refugios encerrados dentro de una memoria familiar que uno no puede por menos que hacer suya. Como el mundo que ella escribe, habitable para quienes lo leemos. 
Madres, padres, abuelas, mujeres, niños... Lo perdido ganado para siempre, diría uno, por seguir con el juego de palabras.
Antonio Méndez Rubio añade a esta joyita un prólogo del todo pertinente que, no haría falta decirlo, expresa una verdad; esto es, que merece la pena -o la alegría, según se mire- leer a Dulce María González y dejarse llevar por la real realidad de... Lo perdido.

6.4.14

Colaboraciones

En el último número de la revista Turia (donde encontramos, entre otros hallazgos, relatos inéditos de Patrick Modiano y de Fernando Aramburu: poemas de Anne Carson, Pureza Canelo, Sánchez Rosillo, Antonio Lucas, Basilio Sánchez o Antonio Moreno; un estupendo dossier sobre Juan Eduardo Zúñiga; los diarios de Maícas; y una apasionante conversación con Chirbes) se publica, dentro de la sección "Torre de Babel", una reseña de la última novela de Gonzalo Hidalgo Bayal bajo en título "Intriga en Murania". 


Por otro lado, la revista Quimera, dentro del dossier "Geografía escrita" (coordinador por Álex Chico e ilustrado por Miquel Rof) se publica (junto a textos de José Ángel Cilleruelo, Toni Montesinos, Mireia Valls, Luis Luna, Rebeca García Nieto, Francisco José Martínez Morán, Fernando Clemot y Martha Asunción Alonso) el ensayo "En torno a la noción de lugar".

Suroeste en Madrid


5.4.14

Paseo de la identidad

Luis Bagué Quílez (Palafruguell, 1978) no para. A los libros de ensayo, las antologías, las reseñas y la coordinación de números de revistas -que edita en su condición de profesor, investigador y crítico- se suma ahora un nuevo volumen de poesía, el cuarto de los suyos, Paseo de la identidad (Visor), ganador, a su vez, de otro premio, el Emilio Alarcos, que añade a su palmarés: Ojo Crítico, Hiperión, Unicaja... 
Por abreviar, diremos que se trata de un libro muy americano. Del sur -por lo que toca a Argentina- y, sobre todo, del norte, y no sólo porque recorra lugares de aquel mítico y cinematográfico país. Me refiero a las fuentes, a las lecturas que se adivinan tras los versos que componen las tres partes que lo forman: "Mecánica terrestre", "American landscapes" y "Escala real", donde encontramos, por cierto, frecuentes citas de poetas yanquis.
Libro, sí, que transita irremediablemente por entre "las ruinas" de este fin de época al tiempo que da fe de una "identidad global". Palabras propias de alguien que, mientras viaja y se mueve por el mundo, observa con la debida atención cuanto sucede a su alrededor y, de forma descreída, no sin agotamiento y sin cansancio, con la necesaria ironía y el no menos lúcido desconcierto, acaba traduciendo cuando piensa y ve en agudos poemas desprovistos de retórica y cargados de crítica, en los que no faltan los Starbucks, Palo Alto (que da título a una serie muy significativa), homenajes al cine, una tumba de Colliure, olor a Baudelaire o el arte povera. Y todo a pesar de que ponga en boca de un personaje: "No hay más de lo que ves. / Ni rastro / de ironía, ni sombra / de argumento."
También escribe: "Cierro la eternidad con vistas al vacío. / Me asomo a mi interior.", al final de "Entorno Windows", uno de los mejores poemas del conjunto. O: "Vine a pasar contigo el fin del mundo / y no pasó absolutamente nada." O, en fin: "Las palabras que nos salvan de la vida /son las mismas que pueden condenarnos a muerte". 
Reza en la nota de la contracubierta: "Café mocca o café latte. Lobos marinos o leones marinos. Iguazú o Yosemite. América o Europa. Arte o ensayo. Una imagen o mil palabras. Todas esas disyuntivas convergen en este libro, a la vez paseo por las ruinas del capitalismo y emblema de una identidad global."
Uno, en resumidas cuentas, diría que Bagué Quílez puede estar tranquilo: parafraseando su último poema, "Lost in translation", se ve que no escribe sobre mojado. 

4.4.14

El blog de ASO

Ahora que el periodista placentino ha dejado el diario HOY, donde ha trabajado (y bien) durante muchos años, Antonio Sánchez-Ocaña, ASO o Gil Vetón, publica un blog la mar de interesante. 
Con independencia, sin ataduras ni otro compromiso que la verdad, esa cosa tan periodística, nos cuenta y nos muestra el día a día de Plasencia y su tierra. Unas veces para bien y otras, seguramente, para mal. Quiero decir que la crítica se impone, siquiera sea desde el tono elegante y razonado que le viene caracterizando. Para saber lo que pasa aquí, hay que visitar a menudo ese rincón. 

Dos poemas de "Plasencias"

© Marina Rodríguez 
En el blog del Proyecto Comenius del IES "Gabriel y Galán" de Plasencia han publicado un par de poemas de Plasencias ("La encina solitaria / That lone holm oak" y "El muro / The wall") traducidos al inglés por los profesores Piedad Marcos y Néstor Hervás. Thank you very much.

3.4.14

Ahora sólo bebo té

Andrés Catalán nació en Salamanca en 1983 y vive en Madrid. Se nos informa de que es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de su ciudad natal, donde al parecer ultima su tesis doctoral sobre relaciones entre imagen y poesía. Como poeta, es autor de Composiciones de lugar (VI Premio de Poesía Joven Félix Grande, 2010) y, junto al poeta ibicenco Ben Clark, de Mantener la cadena de frío (IV Premio de Poesía Joven RNE, 2012). Trabaja ocasionalmente como profesor de literatura para alumnos extranjeros y ha traducido a poetas como James Merrill, Robert Hass, Stephen Dunn y Philip Levine.
Como el anterior, Ahora sólo bebo té (2013), ha sido publicado por Pre-Textos en una de mis colecciones preferidas: la del Premio Emilio Prados.
Confieso que el libro me ha gustado mucho. La primera parte, que da título al conjunto, es de una intensidad y de una precisión llamativas. Poesía de los objetos, en torno a los objetos, muy a lo Stevens, que muestra un don de penetración digno de elogio; un mundo y una mirada que demuestran a las claras, nunca mejor dicho, la genuina voz de Catalán.
El mismo tono, sobrio y calculado, que encontramos en la segunda, "La réplica infinita", centrada en lo pictórico, algo de todo punto adecuado a este discurso poético donde, ya se dijo, la visión es esencial. Un culturalismo natural, digamos, dota a los versos de un plus de elegancia que también está, según creo, entre las virtudes que esta poesía ostenta.
"Como pintar en el infierno" tiene también como excusa diez cuadros madrileños de Antonio López. Y digo excusa porque en realidad lo que aquí importa son los poemas, a la altura -ya que de vistas panorámicas hablamos- del resto. La "coda", "Mirar una mirada que nos mira", es el perfecto colofón de un libro que sin duda me ha conmovido. 

2.4.14

Cruzamientos en Octavio Paz

Con Paz en Madrid, 1992
Así titula la revista mexicana Periódico de Poesía su dossier en torno al centenario de Paz, coordinado por su editor, el poeta Pedro Serrano.
Apareció el día de su cumpleaños y no sin lamentar la extraña coincidencia con la muerte de su hija, Helena Paz Garro.
"Como si fuera una fiesta sorpresa que el homenajeado no esperara, y que va adquiriendo su consistencia y fasto, su ligereza y vivacidad precisamente por la libertad con que quienes participan han ido llegando. En lugar de una celebración programada, convocamos a muchas y quienes aceptaron decidieron asistir con poemas, recuerdos, sobresaltos, anécdotas y yuxtaposiciones de todo tipo. Quitamos el pedestal en que lo querríamos encaramar y trajimos una banda de pueblo, sillas y mesas para conversar, y una pista de baile. El resultado es variopinto y festivo, aguerrido también. La rigidez de Paz tenía una inclinación al monumento, que algunas participaciones exponen, pero cuando se soltaba prefería la disipación y la risa. Paz habría dicho que la fiesta es antijerárquica y comunitaria, colectiva e individual. Su cuerpo de dragón está formado por todos los que en ella participan, y la falta de premeditación es su cumplimiento. Es esa disipación, no el monumento, lo que queremos rescatar", dicen. 
Aquí se pueden leer las colaboraciones. La de uno, "Con Octavio Paz", entre ellas.

1.4.14

Las intemperies de Antonio Lucas

Antonio Lucas (Madrid, 1975) publicó su primer libro, Antes del mundo (accésit del premio Adonais), en 1996. Le han seguido Lucernario (premio Ojo Crítico), Las Máscaras y Los mundos contrarios (premio Ciudad de Melilla). Otro premio, el de la Fundación Loewe, acaso el más prestigioso de cuantos se conceden en España, avala su última obra, Los desengaños. Su nombre hace tiempo que no falta en los habituales recuentos generacionales y, por eso, figura en distintas antologías de referencia. 
Se podría decir que con este libro su trayectoria se consolida. No porque careciera ya de un nombre, sino por lo que tiene de paso adelante, fruto de una edad madura que “sólo suma ya intemperies”, escribe en el poema inaugural, “Lo que somos”, toda una declaración de intenciones. 
Desde el principio nos encontramos con algunos rasgos que la crítica ha venido subrayando con respecto a su poesía; ante todos, esa mezcla de racionalidad e irracionalismo que, con todo, aquí se atempera y se matiza. Uno atribuye esa manera de decir no tanto a reglas de escuela cuanto a un dejarse llevar en el que, sin perder el control, la inspiración manda. No es, por tanto, escritura automática, pero si lo suficientemente dúctil como para permitir que el lenguaje irrumpa con toda su fuerza y consiga, mediante atrevidas asociaciones de palabras, metáforas brillantes o cualquier otro tipo de recurso, la sorpresa, el hallazgo (más allá, incluso, del sentido), que dé la medida de esa continua perplejidad que es el vivir.
Los poemas son largos y los versos tienden no pocas veces al versículo. Lo discursivo se acompasa a un ritmo envolvente, algo que se aprecia sobre todo en la tercera parte del libro, “Estar solo”.
A veces recurre al poema en prosa, que resuelve mediante eficaces, borgeanas enumeraciones caóticas.
Eso no impide que lo sentencioso y lo aforístico esté muy presente en el tono general del libro, lo que casa muy bien con ese aire de despedida de la juventud (“ser joven es hacerse viejo más despacio”), de constatación del fracaso, el miedo, la soledad y el dolor, que tan evidente resulta al leer Los desengaños, un título, sí, del todo adecuado. Un tono, puntualizo, que le da una marca de época, propia de los aciagos tiempos que sufrimos: “Ahora que vivir no es un verbo seguro”, escribe, o “El presente es un error de los pronósticos”. El poema “Sumisión” no deja de ser un himno de hoy.
Por otro lado, aprecia uno un patente interés humanista, diría, una preocupación esencial, que traspasa lo individual, por el hombre, una palabra que se repite: “si supiera lo que el hombre significa”, “El hombre inventó la tristeza y decretó su centro en todas partes”, “Todo hombre se cifra en sus propios despojos” o, en fin, “Eso debería ser el hombre, / un zumbido que se apoya en la piedad de un cuerpo ajeno”. Paradigmático son, en este sentido, los poemas “Herencia” y “Lejana noticia de uno mismo”, donde pone en boca de Rilke: “No saber vivir más allá de mí mismo: esa fue mi conquista.”
Hay muchas preguntas evidentes o emboscadas en este libro donde el paisaje es casi siempre interior. Sólo en la segunda parte el poeta se abre a panoramas “inciertos”: el mar (“Pues cuando un hombre observa el mar / amplía la nostalgia de sí mismo”), el Cabo de Gata, el Valle de Ordesa (que da lugar a un excelente poema romántico, en el mejor sentido, donde leemos: “La altura es lo perpetuo”), Arles…
No falta algún poema de amor (“Pareja”, por ejemplo) y, porque “La vida tiene túneles que llevan a la infancia”, se evoca en otros aquel trecho: “Siempre recordamos aquello que no vuelve”.
A pesar de lo desolado del conjunto (lo que no quiere decir que estemos ante tópicas jeremiadas de poetas lánguidos), una vez asumido que, nel mezzo del cammin, uno sólo puede ser “el sol de la derrota de sí mismo”, Lucas encuentra su tabla de salvación en la poesía: “Todo estaba pactado / menos la poesía”. Y cuando digo esto aludo a la fuerza de su lenguaje, al vigor con el que todo está aquí expresado. 

Nota: Esta reseña apareció publicada el pasado sábado en ABC Cultural