8.3.23

La Extremadura seca

Así se titula el texto que se publica en el blog Entre viñas y castaños, que coordina David Matías para la Fundación Ortega Muñoz. Puede leerse aquí

Ilustra esta nota el óleo "Tierras. 1967", de Godofredo Ortega Muñoz.

7.3.23

Jordi Doce lee "Sobre el azar del mapa"


la intimidad del extranjero

Por Jordi Doce

Desde al menos la publicación de Mecánica terrestre en 2002, toda la escritura de Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) ha sido un largo viaje hacia el aquí y ahora de lo real, de la vivencia. Lejos queda lo que cabría llamar la "poesía de ficción" de sus comienzos, la misma que hizo pensar a Octavio Paz que detrás de aquellos poemas "se escondía una novela, un argumento novelesco".
El joven poeta urdía ficciones sacadas de los libros y del arte para enriquecer un afán de vida que no se cumplía del todo en la vida misma; el medido y austero culturalismo de esos primeros textos tenía mucho de ejercicio compensatorio y también de fundación de un mundo, de cabo lanzado al muelle del futuro. La sintaxis misma de los poemas -divagatoria, entre barroca y sonámbula, "ensayando círculos", según la expresión que Valverde tomó de Joan Vinyoli- replicaba en el plano formal ese merodeo tenaz por vidas y paisajes que el autor hacía suyos para fundirlos o enlazarlos con la propia biografía.
La voz de Valverde no ha cambiado apenas, pero sí el acento, su manera de decir: más seca y declarativa, más precisa, propia de quien se considera -ahora que la vida es suficiente- un testigo. O como corresponde a un cuaderno de viaje. Porque no otra cosa son los dos conjuntos que integran este nuevo libro, Sobre el azar del mapa: álbumes que surgieron al calor del viaje y que tratan de captar la atmósfera del lugar, su genio, con trazos rápidos y detallistas.
El primero, Cuaderno de Sofía, es también el más extenso: cincuenta poemas que giran sobre "el misterio de esta ajada ciudad" que exhibe las cicatrices de su historia en el confín oriental de Europa. El segundo, Cuaderno suizo, es más breve pero no menos sugestivo: veinte poemas divididos en dos partes (Grandson y Ginebra) que encarnan a su vez dos formas de mirar: en el primer caso, el ojo paisajista del pintor o el fotógrafo; en el segundo, la capacidad del buen lector para dialogar con sus maestros y predecesores.
Valverde siempre ha sido un poeta fascinado por los nombres: de lugares, de ciudades, de poetas y creadores. Y ahora más que nunca. En Cuaderno de Sofía lo escuchamos paladear casi los nombres de iglesias y calles, de los topónimos que encuentra a su paso (las montañas de Vitosha, el jardín Knyazheska, la mezquita Banya Bashi, etc.), pero también de escritores y viajeros (en especial el gran Paddy Leigh Fermor) que lo han precedido en el intento.
Es envidiable su don para trufar los poemas de datos y detalles sin que el efecto general se resienta. El verso suele ser breve y tender a la pincelada veloz, impresionista. El conjunto funciona por acumulación, con la lenta perseverancia del que vuelve una y otra vez sobre el puzle y añade otra pieza: el frío, la nieve, el abandono ("entre ruinas se avanza en estas calles"), la belleza precaria y deslucida de una ciudad que vio mejores tiempos, la presencia de Oriente, el peso de una historia que pertenece a "los supervivientes"...
Cuaderno suizo transita por las mismas coordenadas: extrañeza y misterio, exotismo y familiaridad. El poema baraja los lugares y la ciudad ajena se convierte por unos instantes en la propia, como en un sueño. La comuna de Grandson es un símbolo de paz y armonía y su intimidad recóndita sabe prestarse a los juegos de la imaginación: "Añoro ahora el paseo que no di/ por la orilla del lago Nêuchatel".
Por el contrario, Ginebra es un palimpsesto por donde se pasean, en rápida sucesión, escritores admirados: Ramos Sucre, Borges, Zambrano, Gimferrer y Aquilino Duque, Valente y Costafreda: "Proyecciones de mujeres y hombres/ que vuelven de las nieblas del pasado [...] aún se escuchan sus voces quebradizas;/ frágiles pero firmes contra el tiempo".
El resultado es una poesía a la que no dejamos de volver porque es hospitalaria y se deja habitar; una poesía que nos habla en tono de confidencia de eso que pasa ante nosotros y a menudo no percibimos, real como la vida misma.

Poner palabras a las imágenes
Casi a la vez que este nuevo libro, se publica Extremamour, catálogo de la exposición homónima que acoge la obra del fotógrafo suizo Patrice Schreyer: un viaje sobrio y luminoso por el paisaje extremeño que rubrican los dísticos de Álvaro Valverde (la mayoría inéditos, pero también espigados de su extensa obra) en un diálogo feliz para el que parecían predestinados: "Hasta donde la vista alcance/ está mi reino".
 
NOTA: Esta reseña se ha publicado en LA LECTURA, suplemento cultural de EL MUNDO.
La fotografía que la ilustra es obra de Fernando Aramburu.

Carlos Alcorta lee "Sobre el azar del mapa"


La poesía hospitalaria de Álvaro Valverde
 
‘Sobre el azar del mapa’ confirma el compromiso del poeta placentino con la escritura limpia y clara, que no renuncia a la intensidad lírica y acoge generosamente al lector.
  
Toda la obra poética de Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) está caracterizada, desde sus primeros libros, por la intensidad lírica. En sus poemas logra trasmitir ―de una manera persuasiva, pero sigilosamente, sin necesidad de recurrir a expresiones grandilocuentes, a periclitados verbalismos ni a quiebros formales― sensaciones, experiencias, incluso ideas ―me atrevería a decir― propias, pero que forman parte del acervo de las experiencias humanas compartidas casi de manera unánime por todos. Sus poemas proceden de la vida cotidiana; de las reflexiones que el contacto diario con la realidad provoca. Ese contacto se puede realizar desde la soledad de un cuarto de trabajo propio o, como es el caso, desde un territorio ajeno, extraño que proporcionan, por ejemplo, los viajes. En ellos, en general, la falta de lugares habituales de referencia despierta la necesidad de apropiación, y esta la llevamos a cabo a través del lenguaje.
Aunque el hecho de escribir un poema sea, inicialmente, algo que la propia mente no había previsto, es gracias a él como el viajero toma conciencia final de los detalles del viaje. Da la sensación de que el viaje se completa cuando se narran aquellos momentos, aquellas escenas, aquellas sensaciones, que probablemente hayan cambiado desde entonces nuestra manera de ver las cosas; nuestra forma de relacionarnos con el entorno. El poema, en mayor medida que las fotografías o los objetos de recuerdo, parece abrir una puerta de retorno al viaje mismo y al tiempo anterior a dicho viaje; un tiempo de ilusión tan intensa o más que el viaje en sí, como nos recuerda Jorge Luis Borges, y valga esta alusión para hacer mención a que el sabio bonaerense es el protagonista ―como luego veremos― de algunos poemas de Sobre el azar del mundo. El título proviene de unos versos del primer libro (Territoriode nuestro poeta, como él mismo aclara en Nota, de la cual extraemos estos datos, acaso irrelevantes para disfrutar de la serena factura de los poemas: «Escribí en Plasencia la primera versión de Cuaderno de Sofía [una de las dos secciones del libro] en apenas dos meses de 2018, tras una breve estancia en Sofía». Unas líneas más abajo nos informa, y esto sí que es relevante para nuestro propósito, de que escribió de memoria: «No tomé ―escribe― ninguna nota durante ese viaje de invierno (aunque fuera a finales de marzo) ni llevé ningún diario». Y es relevante porque el viajero se ha dedicado a viajar, a ver ―del «goce de la simple visión» escribe en un poema―, a recorrer la ciudad, a observar lo que para sus habitantes son paisajes rutinarios, con la mirada desnuda del extranjero: «El azar ha querido/ traerte hasta Sofía,/ una ciudad que nunca/ pensaste visitar./ Te asombra este viaje/ al otro mundo». Así ha podido darse de bruces con lo extraño y de esa extrañeza, de sus consecuencias, dan cuenta los poemas que han surgido algún tiempo después de manera espontánea, poemas breves, impresiones líricas ―en ocasiones también narrativas― que poseen la frescura y la intensidad del haiku: «A vista de pájaro/ la ciudad es un mapa/ cubierto por la nieve». La nieve, símbolo de pureza, tiene mucho protagonismo en estos versos. Nieve en las ramas de los árboles, «dibujadas de blanco», en las calles, donde «Cae la nieve/ con esa parsimonia que le es propia/ a ese tiempo feliz e intempestivo». Pero la nieve también oculta las ruinas, la miseria, el deterioro, la suciedad, acaso más visible cuando esta desaparece y deja al descubierto el rastro de la desolación.
Una gran parte de los poemas de este cuaderno reflejan breves impresiones, pero otros se aventuran en describir más detalladamente paisajes o monumentos, como el poema en prosa que narra la visita a «la pequeña iglesia medieval de Boyana». Nada más alejado, sin embargo, de una guía turística. La forma de integrarnos en la ciudad, de hacerla más vívida para quienes no la conocemos se consigue, paradójicamente, con economía de palabras, pero cada una de las leemos en estos poemas nos inspira una sensación de verdad casi milagrosa, por eso nos convencen y nos hacen sentir que, lejos de estar en la posición del espectador, somos también ese visitante invisible que pasea a la vez por las aceras y por las páginas de este libro. 
La segunda sección, Cuaderno suizo, tiene un origen distinto pero un similar procedimiento de escritura: «Hay memoria, tono fragmentario, inmediatez, noción de lugar…», dice Álvaro Valverde, y un mismo efecto, ese que hace al viajero ser otro después de finalizado el viaje: «Nace, sí, la jornada/ y con ella el anuncio/ de una nueva existencia». Grandson es la ciudad que da origen a unos primeros poemas: «Con qué parsimonia/ amanece en Grandson», escribe. Aquí, más que la nieve, el protagonismo lo ostenta la falta de luz («Una luz tamizada/ enciende las estancias/ que guardan en silencio/ obras de arte y muebles/ decantados con gusto»), su levedad, una levedad que invita al recogimiento: «¿Qué puede estar pasando tiempo adentro/ en las habitaciones de esta casa?// ¿Qué secretos esconden estos cuartos/ donde vive el misterio de la noche?», se pregunta. En los poemas de la segunda parte, «Ginebra», se homenajea a diferentes escritores que tuvieron alguna relación con la ciudad, como Borges, enterrado aquí, Ramos SucreJosé Ángel ValenteMaría ZambranoAlfonso Costafreda o Aquilino Duque. A partir de ahora, y pese a que la estancia ginebrina ha sido breve, habrá que considerar a Valverde un ilustre «habitante», una «una sombra más entre estas sombras/ que pasean las calles de Ginebra». Pocos libros podemos leer hoy en día que nos dejen una confortable sensación de complicidad, de gratitud como los poemas de Sobre el azar del mapa. La poesía de Álvaro Valverde nos acoge generosamente, sin pedir nada a cambio, nos hace amar un lugar que ha pasado a formar parte de su vida. Es la suya una poesía del todo habitable, mejor aún, hospitalaria y a nosotros sus lectores solo nos queda ser sus agradecidos huéspedes.
 
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CUADERNO.

En Medellín

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4.3.23

Eugenio Bueno


Gracias a este emocionante poema, con Avilés al fondo, que José Luis García Martín ha publicado en su muro de Facebook, me he enterado de la muerte de Eugenio Bueno. Ningún apellido mejor y más pertinente para este maestro extremeño que, como tantos, vivió y trabajó fuera de su tierra. Maestro y poeta, cabe añadir, aunque casi secreto. 
Le conocimos Yolanda y yo en los ochenta del siglo pasado y con él y con su mujer, Eugenia, conversamos algunas tardes tórridas de agosto en su precioso pueblo. Cuántas ilusiones entonces y cuántos sueños. Poéticos, sobre todo. Nos carteamos durante años. Luego, nos fuimos distanciando -la vida y sus afanes- y nos perdimos la pista. Nunca, sin embargo, he olvidado su bondad y esas charlas que evoco. Descanse en paz. 

2.3.23

Túa Blesa lee "Sobre el azar del mapa"

 

LOS VERSOS DEL PEREGRINO
 
Sobre el azar del mapa: el mapa, la representación del territorio; Territorio, título en 1985 del primer libro de Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) y de un verso de ese libro procede el título del actual, lo que señala la continuidad del trayecto poético; territorio, el espacio que se recorre, por el que se viaja; el viajero como presentación y condición del yo que habla y al que importa caracterizarlas: “El viajero, / que rehúye a conciencia / el papel de turista”. Una de las citas previas del libro, de Marta Rebón, no solo recuerda que un tópico clásico es el homo viator, sino que vincula al viajero con la necesidad de escribir y lo hace homo scribens. Ese es el personaje que habla.
Ese viajero da cuenta en esta colección de poemas, siempre sugerentes aun los más breves, siempre meditativos, de su peregrinaje por el mundo en dos cuadernos de viaje: a Sofía, el primero, y a Grandson y Ginebra el segundo.
En Desde fuera, libro de 2008 de Álvaro Valverde, se leía: “No somos sino aquello que miramos”, lo que hace que el sujeto se apodere de aquello que tiene a la vista, lo interiorice y en último término se identifique con ello. Pero el mirar del viajero no es un mirar común, sino que penetra en la historia que se acumula en aquello que ve y son bastantes los poemas que la rescatan. Ante lo que fue mezquita y hoy “una casa de barro” deteriorada lo que ve es que “De todas las edades / de la Historia, y aun de antes, / hay vestigios aquí” y los enumera.
No es erudición ni nada parecido este recuerdo de lo pasado, sino una manifestación de uno de los temas fundamentales de la poesía de Álvaro Valverde: el tiempo, su devenir, un devenir que es también el de quien habla, quien al fin se sabe efímero como lo fueron las civilizaciones, las gentes que habitaron los lugares, paisajes, edificios, etc. que contempla.
Si el ahora del viajero en una plaza, frente a una iglesia, etc. atrae la evocación de lo que fue, de lo desvanecido, nada distinto sucede con la redacción de los poemas. Como informa en el epílogo del primero de los cuadernos, “He escrito de memoria / Ni un verso tan siquiera / se concibió en Sofía”, con lo que de nuevo la memoria de la vivencia, la vivencia hecha memoria, es reflejo de ese ver lo ido en el momento actual.
Que al iniciar el “Cuaderno suizo” se lea “La distancia se hizo para amar lo recóndito”, que repite unos versos anteriores, corrobora lo dicho; y más, incluso lo no vivido se hace palabra: “Añoro ahora el paseo que no di / por la orilla del lago Nêuchatel. / Consuela imaginarlo en la distancia”.
El decisivo lugar que la naturaleza tiene en la poesía del poeta extremeño se abre paso: “Como en tantas / ciudades de Europa, / el bosque forma parte / de este sitio” o “Desde el hotel, / un árbol deshojado / sostiene su belleza”; naturaleza y cultura, presente esta en menciones de escritores, artistas y, cuando se trata de Ginebra comparecen Borges, su “humilde tumba”, María ZambranoAlfonso CostafredaAquilino Duque o se retoman versos de “Invocación en Ginebra” de Pere Gimferrer.
La escritura de Álvaro Valverde es en Sobre el azar del mapa, como lo es en el conjunto de su obra, clara, sus versos, rítmicos, hablan con naturalidad para decir el gozo de vivir, palabra hecha cántico pese al recordatorio de que el ahora está ya haciéndose pasado y la certeza de que un final ha sido ya escrito. Palabra de excelencia.
 
Nota: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.

23.2.23

Escribano lee "Sobre el azar del mapa"

Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) es autor de más una decena de libros de poesía y está incluido en algunas de las mejores antologías de poesía española. Su último libro Sobre el azar del mapa, publicado por Tusquets, se presenta ante el lector modo de cartografía textual viajera, como si fuera un cuaderno de apuntes realizado durante la travesía, aunque su autor nos señala que su escritura fue posterior al viaje, siguiendo el hilo que le tendía, tiempo después, la memoria.
Estructurado en dos partes, “Cuaderno de Sofía” y “Cuaderno suizo”, cada una de ellas poetiza un recorrido. La primera está dedicada a la capital búlgara. La segunda está consagrada a las ciudades de Grandson y Ginebra. Dos travesías, también, a dos experiencias personales transformadoras. La vida como viaje, entendida por Curtius como una metáfora histórica, es uno de los tópicos que cruzan desde tiempos inmemoriales nuestra literatura. Este lugar clásico presenta, como fórmula derivada, la imagen del libro como camino, como espacio de crecimiento, puesto que, igual que todo viaje convierte a su protagonista en un Ulises que vuelve de él transformado, también así le sucede al lector de cualquier obra. De esta manera, Sobre el azar del mapa relata poéticamente el recorrido geográfico llevado a cabo por su autor, pero, al tiempo, regala a los lectores la experiencia profunda de asistir desde las páginas del libro a ese desplazamiento y, también, a la huella impresa y al aprendizaje adquirido por el escritor que, por derivación, también obtiene el lector.
La primera parte del libro está hecha de contrastes. Las descripciones no son cuadros quietos, sino que están cruzadas por la emoción y un pensamiento sutil que no juzga, sino que sólo contempla y deja que el lector comparta y sienta. El poemario refleja, así, una escritura limpia, una poesía deslumbrante en su verdad sencilla. Está cruzado por una forma de mirar intensa. Ya desde el primer poema, el sujeto lírico se encuentra con una mirada que le cuestiona: “los ojos de esa niña/ que ahora nos observa con tristeza/ desde el mural pintado en la fachada/ de una casa cualquiera de Sofía.” Igualmente, alguien desde un balcón se encuentra con los ojos del poeta: “alguien,/ asomado a un balcón, también te mira”, alguien en una calle los evita: “miradas que rehúyen/ la virtud del encuentro”. Toda la sensualidad de la que es posible una ciudad contribuye a dibujar el rostro de un lugar recién conocido, y acompaña al aprendizaje que supone el viaje, tamizado por la presencia consciente de cada estampa viva.
Con una escritura delicada, que parece que fluye, y con un ritmo melódico, que se ajusta a la mirada respetuosa y también piadosa de quien escribe, van dibujándose con palabras paisajes diversos, en los que, en ocasiones, el desconcierto se hace presente. El monasterio de Rila, rodeado de montañas con nieve y bosques, le hace decir al poeta, en una magnífica -sólo aparente- paradoja: “Lejos del mundo,/ estamos en el mundo”. También la luz, en vez de blanca, adquiere los matices de la vida del lugar visitado: “¿Qué decir de la luz?/ A uno se le antoja casi gris./ Del color/ -sucio e indefinido-/ que proyecta la vida/ a finales de invierno/ en esta capital/ que lleva el nombre/ de la sabiduría.” El autor suma, así, una poesía fruto del contemplar, con relato y reflexión, sin que en ningún momento estos últimos resten poeticidad al libro.
La segunda parte retraba un viaje realizado a Suiza, y está dividido en dos partes, “Grandson” y “Ginebra”. Este primer apartado, dedicado a la ciudad que le da nombre, deposita sobre los ojos del lector paisajes llenos de luz nítica. Así, se nos muestra el amanecer, cuyo ascenso sobre fachadas y árboles parece “el anuncio/ de una nueva existencia”, También nos regala la noche o el frío íntimo en las estancias interiores, que hacen preguntarse al poeta con esa mirada que se activa en todo viajero que recorre las calles tachonadas de ventanas encendidas: “¿Qué secretos esconden esos cuartos/ donde viven el misterio de la noche?”.
Pero, además, esta segunda parte del libro se puebla de las palabras y el pensamiento de algunos escritores que vivieron en Suiza: el venezolano José Antonio Ramos Sucre, el argentino Jorge Luis Borges, los españoles María Zambrano, José Ángel Valente, Alfonso Costafreda, Pere Gimferrer y Aquilino Duque. Como un homenaje lector, sobre todo en el apartado dedicado a “Ginebra”, van pasando enhebrados a la propia vivencia de Valverde, retazos literarios procedentes de distintos autores. Entre ellos, en un magnífico juego polifónico de cajas chinas, el poeta recoge la voz de Eugenio Montejo que relata, a su vez, la enfermedad y trágico final de “su paisano Ramos Sucre”. De igual modo, se recuerda la tumba del poeta Borges hallada junto a la de Calvino, Musil, Piaget, Hohl, o Sofiya Dostoyevski.
Es, en definitiva, Sobre el azar del mapa un libro cargado de emociones y paisajes palpitantes. Ávaro Valverde regala al lector en este libro su mejor poesía, esa que le permite compartir no sólo los espacios geográficos recorridos sino, sobre todo, el aprendizaje y las emociones experimentadas en ellos. Escribe Valverde en uno de los poemas del libro: “Si la poesía es una casa,/ esta es por demás habitable”, habría que añadir, a la luz de este poemario, que, además, la poesía de Álvaro Valverde es, también, acogedora, profundamente emocionante y verdadera.
                                                                                                       Asunción Escribano

NOTA: Esta reseña se ha publicado en la revista CULTURAMAS

19.2.23

Enrique García Fuentes lee "Extremamour"

CONMOVEDORA BELLEZA

Álvaro Valverde y Patrice Schreyer. Juntos aportan una visión muy particular de nuestra tierra que conmueve por su serenidad y su casi mística belleza

Todavía podemos regodearnos, afortunadamente, en la satisfacción inmensa de reencontrarnos con el objeto libro en su dimensión más amplia que la de mero contenedor de palabras negro sobre blanco. Encomiable la labor en este caso de la Editora Regional de Extremadura a la hora de obsequiarnos de vez en cuando con volúmenes en los que el envoltorio forma un conjunto armónico y medido con el interior que amorosamente envuelve y que está compuesto, más allá de entretenidos relatos o emocionantes versos, de vibrantes ilustraciones o evocadoras fotografías. Lo que tendrá en sus manos el lector afortunado que acceda a esta soberbia aleación de imagen fotográfica y poesía que, bajo el muy mejorable título de Extremamour se nos presenta, es, como mínimo, todo un ejercicio de buen gusto, un derroche de delicadeza y saber hacer.

Una belleza primorosa, casi cartuja, se desparrama por esta colección de fotos de lugares extremeños que el artista suizo Patrice Schreyer fue realizando durante diciembre de 2021 y enero de 2022, como aclara en la introducción Jorge Cañete, a la sazón mentor e impulsor de este primoroso hallazgo. Tal vez por ello caracteriza a una amplia mayoría de ellas un tono frío, muy típico del invierno, lo que las tiñe de un inevitable carácter melancólico y algo triste que, sin embargo, se atenúa rápidamente dado el tono apacible y sosegado que transmiten. Predominan en ellas tonos oscuros que, en algún caso, recuerdan a las instantáneas realizadas en blanco y negro, y lo mejor del caso es que el silencio meditativo al que invitan está lleno de una honda conmoción poética que apenas si alteran, al contrario, los mesurados dísticos de un muy inspirado Álvaro Valverde que completan este turbador mensaje. Plenos de calado poético, esta pequeña colección de –como el mismo autor los denomina– «impromptus» van más allá que un mero pie de foto: se insertan a veces en la imagen amplificando el silencio y recogimiento que comunican y el efecto logrado es poco menos que vivificante. Valverde acude a esa ductilidad con la que sabe dotar a los endecasílabos, de uso preferencial aquí; pero también a sus evanescentes heptasílabos que, o bien completan el dístico con el verso de once sílabas, o con otros de su categoría, y también usándose convertidos en su hermano mayor, el alejandrino, en diferentes variaciones, siempre a dos. Acompasados susurros que apenas si alteran el profundo recogimiento que la imagen nos transmite. Como curiosidad, debajo de cada instantánea recogida constan las coordenadas GPS exactas de los lugares donde fueron tomadas; de todas formas, al final del libro aparece un agradecible listado explícito de los mismos y podemos constatar en él una mayor presencia de términos de la provincia cacereña, Trujillo, Malpartida de Cáceres (Los Barruecos) o Plasencia, principalmente.

Del fotógrafo suizo Patrice Schreyer se ha destacado su enfoque artístico «cercano a la abstracción, fuertemente expresivo y con tonos muy contrastados», de ahí que sus obras suelan presentar un «aura misteriosa y espiritual debido a los colores oscuros y la ausencia de personas». La sesentena larga aquí recogida da buena fe de ello; citando a Machado cabría decir, y creo que no exagero, que en ellas late esa «honda palpitación de espíritu» que al poeta le servía para definir el arte al que se dedicaba. Hablar ahora del alcance lírico de Álvaro Valverde, insisto, especialmente inspirado en esta encomienda, me parece claramente superfluo. Juntos aportan una visión muy particular de nuestra tierra que conmueve por su serenidad, su casi mística belleza y su acertada incidencia, ya sea en ese detalle nimio que al ojo poco aplicado suele escapársele, o en la rotundidad de dehesas y cielos, plenos de un sosiego, que a veces, solo cabría calificar como fervoroso. Más exquisiteces como esta, por favor.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en el suplemento cultural TRAZOS del diario HOY.

17.2.23

Reseñables

POESÍA
Se ha vuelto insegura la columna de libros reseñables que he venido leyendo en las últimas semanas. El triunfo de la vida, por ejemplo, de Percy Bysshe Shelley (Pre- Textos), traducido por Luis Castellví Laukamp y con una introducción ejemplar de Prue Shaw. Una maravilla que gracias al mencionado prólogo y a la brillante versión pierde parte de esa presunta oscuridad que le atribuyen. 
Mucho me ha sorprendido también Del dominio, de Guillevic (Editorial Cántico), traducido por Rafael Antúnez y Juan Antonio Bernier. Una muestra de la gran poesía francesa del XX. Naturaleza en estado puro. Pura metafísica. Palabra esencial. Lo infinito en un verso. Chapeau!
En la misma colección ve la luz Cuaderno de cuatro años, de Eugenio Montale, el último gran libro, publicado en el 77, del poeta italiano, Nobel dos años antes. La traducción ha estado a cargo de Fruela Fernández y Andrés Navarro y está lleno de poemas memorables con versos que atraviesan como aforismos y que nos hieren a causa de la lúcida ironía que contienen. Por ejemplo, "Hemos dado / lo mejor de nosotros mismos para empeorar el mundo". O "La moral dispone de pocas palabras". Y "No existen vidas breves o largas / sólo vidas ciertas o muertas o afines". "Por desgracia, sólo he tenido la palabra", concluye. He echado en falta un prólogo de cierta enjundia y no una mera nota biográfica. O algunas notas. Montale no es un poeta ni simple ni sencillo. 
Por seguir con las traducciones, qué memorable despedida la de nuestro añorado Paco Uriz con Llueve en la taza, sus versiones de un puñado de poemas de Henrik Nordbrandt que edita Nórdica con ilustraciones de Kike de la Rubia y un espléndido prólogo de Juan Marqués a la altura de lo que viene después. 
De Nadie nos cuida en el sueño (Pre-Textos), de Cristóbal Domínguez Durán, habló con la solvencia que le caracteriza Jordi Doce en La Lectura. A esa reseña remito al lector curioso. No podría uno decirlo mejor. Un segundo libro que, de cara al futuro, nos apremia a prestar la atención que merecen los versos de este vejeriego.
También en el sello valenciano (y también con premio) se publica Químicamente puro, de Andrés García Cerdán, que fue premio Brines, uno de los mejores libros de poesía que uno ha leído últimamente. Lo abro ahora de nuevo y veo sus páginas llenas de signos y subrayados con lápiz, los que utilizo para destacar lo que me sale al encuentro; señal de que todo (o casi) me pareció aprovechable. 
Otro libro también premiado por jurados competentes, como los dos anteriores, y escrito por otro poeta joven es Historia del tacto, del marbellí Sergio Navarro. Se publica en la Colección Literaria de la Universidad Popular de San Sebastián de los Reyes, lo que no será obstáculo para que el lector curioso lo encuentre. Es su tercer libro y los anteriores están en Pre-Textos y Adonais/Rialp, respectivamente. Con este reafirma su condición de poeta excelente. El extenso poema "El milagro de la caridad de Luis Cernuda" (que tiene mucho que ver con el poeta sevillano, claro, pero también con la estadía de Navarro en Cambridge) justifica el calificativo que acabo de emplear. Otro tanto cabe decir de la sección "Siete casas bajo el mar", donde inserta en sus propio poemas otros de distintos poetas estadounidenses traducidos a un castellano medieval semejante al que utilizó Jorge Manrique en sus famosas Coplas. Sorprendente. Como el resto del volumen. Este hombre sabe lo que hace.
En otra colección de Pre-Textos, La Cruz del Sur, La casa del secreto, del cubano Ernesto Hernández Busto, barcelonés desde el 99. Gira en torno al soneto. Escritos por él y por otros (es un excelente traductor). Para colmo de bienes, incluye una coda sobre esa perfecta composición poética y unas notas filológicas y eruditas que abundan en su importancia. Toda una lección sonetística
Qué agradable sorpresa la de descubrir la poesía del argentino, residente en España, Walter Cassara. He leído Ladera umbría  (HDJ/Huesos de Jibia) y me ha parecido un libro potente, muy personal, escrito con un lenguaje también poderoso que, sin embargo, aborda asuntos cotidianos, de la vida ordinaria que lleva alguien que vive en un pequeño pueblo serrano, "en estas recónditas estribaciones del Guadarrama". La naturaleza montañosa ("la herida del paisaje") y lo rural ("Hombre con carretilla", "La cabra"), sí, pero tamizado por lecturas de poetas y artistas universales (De la Tour, Benjamin, Celan, Hokusai, Zurbarán, Beuys...). "No pintamos la vida, sino su extrañeza", escribe. Este hombre "mira en el silencio del ver", como el Starosta de Spinetta. 
De "un asombro discreto" y de "los quehaceres umbríos" habla Carlos Battilana en su epílogo. Sostiene que, mediante esos poemas en prosa, Cassara "se atreve a explorar esa densidad" que mezcla los "hechos cotidianos"  y el citado "asombro". "Con la misma sencillez, el mismo arte, me he entregado a la inocencia", podría resumir esta poética de la verdad.
A destiempo he leído Soñar con bicicletas, de Ángeles Mora (Tusquets). Me quedo con los poemas de las dos primeras partes, "Mi vida secreta" y "La luz del poema", por más que todo el libro esté lleno de poemas logrados. Ah, los recuerdos. 
De una pieza me ha dejado Gente que bebe, de Alberto Tesán (Milenio). Poemas en prosa, la mayoría, que Jesús Aguado califica en El Ciervo como "poemas desolados y lúcidos que se beben al lector sin misericordia". Con "Mis amigos poetas" basta. "Qué difícil no temblar", asevera Aguado. Pasen y lean. Luego...
Tampoco tiene desperdicio Los poetas feroces cuentan lobos para dormir, de Pedro Flores (Cálamo). Aunque lo parece, no es un poeta joven. Quiero decir que el desparpajo, la frescura y la ferocidad que encierran sus versos no cuadran con lo habitual en un poeta en mitad de la cincuentena. O sí, ya se ve. Juego literario de alto nivel. Para muestra, "Viejo poeta provinciano". El libro, desde luego, le ha salido redondo. Y el jurado que lo premio lo sabe. 
Justo Jorge Padrón, un poeta que llegó a sonar para el Nobel (?), falleció (a los 78 años, en 2021) sin culminar su magna obra poética: Hespérida. Canto Universal de las Islas Canarias. Sale ahora la cuarta y póstuma entrega (con prólogo de Maximiano Trapero), que lleva por subtítulo Soliloquio de Carlos V en Yuste. Recorre la vida del emperador desde su nacimiento en Gante hasta su muerte en ese precioso rincón de La Vera de Plasencia. Los dos últimos cantos hablan precisamente de Yuste: "Retiro en Yuste" y "Muerte del emperador". Su apuesta por la poesía histórica, poco habitual en nuestros día, me ha parecido tan curiosa como acertada. Será, me digo, porque siempre he sentido un amor especial por ese lugar y un aprecio por el hombre -el más poderoso del mundo entonces- que abdicó para retirarse a estas recónditas soledades nuestras.
Termino la sección lírica con las tres nuevas entregas de la exquisita colección El Leopardo de las Nieves: Mysterium lunæ, del irlandés Colm Tóibín (traducido por Enrique Juncosa, editor de la colección junto a Andrés Mengs); Una vuelta por el lado salvaje, del argentino Samuel Bossini; y Gare du Nord, del colombiano Fernando Herrera. Tres piezas poéticas de calado.

PROSA
Como si fuera a ser el último (Libros del Aire) titula Hilario Barrero el nuevo tomo de sus diarios, de la serie "Diarios de Brooklyn", que es donde vive. Corresponde al año 2016. En el prólogo a Elogio de la cordura, la última entrega de los impertinentes, pandémicos y amenos (salvo cuando habla en contra de las vacunas y de Juan Carlos I, más de medio libro) de José Luis García Martín (amigo de Barrero y personaje de sus páginas), Abelardo Linares sostiene, y con razón, que lo de la "escasez de escritos autobiográficos en la literatura española hace tiempo que ha dejado de ser cierto, si es que alguna vez lo fue". Quienes hemos frecuentado los de Barrero volvemos a encontrarnos con lugares, escritores, costumbres, aficiones y personas que nos resultan familiares. Con un pie siempre en su Toledo natal (y en la memoria), Barrero logra, con una prosa muy elaborada que no carece, a pesar de eso, de naturalidad, hacernos partícipes de su vida. De ahí que la vivamos como propia. 
¿Sus temas? El irremediable y enojoso avance de la edad, los problemas de salud, los paseos por el parque, las largas noches y los amaneceres, las pérdidas de conocidos y amigos, las visitas a las longevas vecinas y los viajeros de paso... Y, sobre todo, el amor, destinado a vencer a la mismísima muerte. 
He disfrutado con Baroja & yo. Un poco de compañía, de Andrés Trapiello. Elaborado a partir de unas cartas manuscritas inéditas de Juan Terrasa, nos permite conocer de primera mano (pocos más barojianos que el poeta de Manzaneda de Torío) anécdotas y categorías acerca de la vida y la obra de uno de nuestros clásicos. Y todo con el reconocible tono incisivo del autor de Las armas y las letras
Otro muy distinto tiene Nebrija y Extremadura, de Dionisio Á. Martín Nieto, que publica la benemérita Editora Regional de Extremadura en la prestigiosa colección Estudio con motivo del quinto centenario de su muerte y que incluye una separata de Raulowsky con llamativas ilustraciones alusivas a la obra del de Lebrija. La biografía (y más, por lo que tiene de puesta al día) da cuenta del paso del gramático por esta tierra: Villanueva de la Serena, Zalamea, Alcántara, Brozas... En Plasencia vivió, tras casarse con una paisana, uno de sus hijos: Francisco.

15.2.23

Donde la muerte acaba

La hora del lobo
José Mateos
Pre-Textos, Valencia, 2022. 56 páginas.
 
José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963) ha publicado recientemente, como prosista, Un año en la otra vida, El ojo que escucha y Tratado del no sé qué; como poeta, Un sí menor y Primavera, año cero. Este libro resalta su importancia en el panorama poético nacional.
La viñeta de la cubierta, del propio Mateos, muestra a un sereno Caronte que avanza en su barca. Su levedad, elegancia y delicadeza son virtudes de esta poesía. El poema prologal se abre con un tajante “No volveré a escribir”, incluye una pregunta: “¿qué puede la canción del que va solo?”, y termina con el reconocimiento de que cantar es inevitable. Y eso hace. Una treintena de poemas de hospital y convalecencia escritos desde el dolor (“carcoma de la vida”) por un “herido” (“Cuerpo, no debería amarte”). El de la “Habitación 472”. “He estado en un lugar que no imaginas”. Se dirige a su conciencia. Y a la muerte. Sin aspavientos. Sin truculencia o victimismo. Al revés, con un ritmo musical sereno que participa al tiempo de lo popular y de lo clásico; en forma, a menudo, de canción.
“Porque ahora / ya no hay orillas. Todo, todo es agua” (“Oración fúnebre”), porque “Hace ya muchas noches que es de noche”, sólo el amor, la amistad y la fe proporcionan consuelo. En “Epitafio cristiano” cristaliza esa esperanza: “Hay un lugar donde la muerte acaba”.
Un grillo, el viento, una nube, los pájaros o una higuera bastan. Y los momentos felices que enumera, a lo Borges, en “Recuerdo de unos días de alquiler”, que termina: “Si la muerte es el precio, qué barato”.
“No sé si es real la vida”, afirma. Lo que le enamora “es algo que está detrás /de lo que veo”.
“Ya sé que a veces lo que canto es triste”, escribe, y, sin embargo, sus versos celebran la vida, por precaria y huidiza que sea. “He vivido”, confiesa. Entonces, “hasta es posible que morir no importe”.
En “La conversión”, el epílogo, concluye que “Al final pude ver que la alegría / del alma es un abismo que arde al fondo”.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL

14.2.23

Buenos días, poesía

José Manuel Benítez Ariza
Renacimiento, Sevilla, 2022. 92 páginas. 16 €
 
Benítez Ariza (Cádiz, 1963), crítico, diarista y traductor ha publicado las novelas reunidas en Trilogía de la Transición, libros de relatos y, sobre todo, de poesía: Panorama y perfil, Arabesco y Realidad, entre otros. Su obra está antologada en Casa en construcción y Nosotros los de entonces.
En otro contexto, Mario Cesariny se refirió a “la rehabilitación de lo real cotidiano”, lo que sirve para definir esta poética alineada con la tradición anglosajona. Elegantemente autobiográfica. Que “habla de asuntos cotidianos pero buscando el lado insólito y prodigioso que tiene la realidad cuando se la mira con detenimiento”.
No podría haber elegido mejor comienzo que el poema “Buenos días”, donde saluda a los seres y las cosas con las que suele encontrarse a diario: “¿Os veo mañana?”. “Abecedario” de estructura parecida, enumera a personas y dice de qué han fallecido: “Azucena, de frío”.
La incipiente vejez sesentera está en “When I´m sixty-four” (un guiño a los Beatles) y “Dos canciones”; la segunda, “In memoriam”, dedicada a su madre.
La pobreza de un masái y la de su abuela se dan la mano en un poema donde prima la emoción. Como en “La canal”, donde regresa la infancia, o “Escayolista”, donde reconoce que las técnicas del oficio de su padre le sirve para la escritura. En “Leyendo a Montaigne”, la incertidumbre. En “Laberinto” apreciamos con qué poco –un paseo familiar– puede construirse un poema. Como en “Reencuentro” (en Cádiz) o “Días de hospital”. Basta acaso saber observar.
A los pájaros felices destina una sección. A Irlanda, un “cuaderno” en el que nos muestra su faceta de viajero y dibujante.
Un puñado de haikus abre la última parte. Allí, los amaneceres, las flores humildes de muros y cunetas, Benaocaz, la niebla, las verduras, un gato… y “La Dama”, “un buen lugar para morir”.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL

8.2.23

Una fuente


Jorge Cañete ha tenido el detalle de enviarme el sonido de una de las fuentes de Grandson. Tal vez de esta que aparece en la fotografía, situada enfrente de su casa y de la Galerie Philosophique. Una de las que suenan en mi último libro. 

5.2.23

Lo que ves

Abierto toda la noche
Charles Bukowski
Traducción Eduardo Uriarte
Visor, Madrid, 2022, 516 páginas. 

Pocos poetas toleran mejor la condición de leyenda que Bukowski. O la de poeta maldito. Nació en Alemania y murió en San Pedro, barrio portuario de Los Ángeles, ciudad californiana a la que siempre estuvo ligado. Tuvo una “infancia brutal”, vagabundeó por el país, no llegó a terminar sus estudios universitarios, tuvo empleos precarios y a principio de los 50 empezó a trabajar en el servicio de correos (Post Office tituló su primera novela, protagonizada por su alter ego Henry Chinasky), el oficio más duradero que tuvo hasta que optó por la literatura. Escribió, además, cuentos, artículos, ensayos y diarios. Se disputa con Fante la invención del realismo sucio. 
Su hospitalización en 1955 por una úlcera sangrante estimula su dedicación a la poesía. Aunque sostuvo que no era “principalmente un poeta”, esta ocupa una parte sustancial de su producción literaria. 
En España, su editorial ha sido Visor, que tiene en su catálogo una veintena de libros suyos. Este, traducido de nuevo con solvencia por Eduardo Uriarte (en una cuidada edición de Nicole Brunzin), reúne no pocos poemas inéditos de los muchos que dejó al morir, escritos en los últimos catorce años de vida.
Tanto el fiel lector de Bukowski como el casual o primerizo podrán tocar al hombre (alcohólico y depresivo) que concibió esta poética caracterizada, simplifiquemos, por la sobriedad del lenguaje (vulgar y hasta soez a ratos: “mis poemas son crudos”), cierto minimalismo (recordemos a Carver) que excluye lo retórico e innecesario, la adjetivación y lo imaginativo. Él hablaba de “estilo sencillo”. Aquí la prosaica realidad manda. La máquina de escribir Olympia, una verja española, conducir por la autopista…
“La atención infinita a uno mismo”, señalada por Jennifer Schuessler, estaría en el origen de su proverbial fecundidad versificadora que no siempre superar la categoría de inane o anecdótica. Fue, sí, un trabajador nato.  “No me gusta la mayoría de la poesía, así que escribo la mía como me gusta leerla”, afirmó. Y: “el lector es una / idea adicional”. 
La suya es narrativa, coloquial, irónica, de tono natural y espontáneo. Está llena de personajes corrientes (borrachos, drogadictos, indigentes, prostitutas, apostadores), pobres, violentos y perdedores casi siempre, a los que les suceden cosas ordinarias en esos ambientes a menudo sórdidos (“bares baratos”, hipódromos, cuartos inhabitables de casas, pensiones y moteles). Los conocía bien. Era uno de ellos. Ni inventaba ni fingía. Por ejemplo, cuando alude a las mujeres. Tuvo numerosas relaciones, se casó dos veces y tuvo una hija. Su poemas al respecto abundan. De temática sexual, no propiamente amorosa. Incorrectos políticamente; censurables, me malicio, para el comisariado de la cancelación.
Bukowski le dijo una vez a su editor que un jardín literario requiere “mucho estiércol”. Por eso destacan poemas tan logrados como “Himno desde el huracán”, “Belleza desvanecida”, “Algunos de mis padres”, “Black Sun” (“la pena, sí, tira de mí / no sé por qué”), “Bruckner” (“los de segunda fila”), “Lo que necesitamos” (“hay demasiados poetas / y demasiados poemas”), el imponente “Chatterton tomó raticida…”, “Sobre vagabundos y héroes”, “Hola”, “Una entrevista”, “Chinaski”, etc. 
En uno de los últimos leemos: “he tenido un buen viaje”. En otro confiesa que lo que más le enorgulleció fue que “la madama de una casa de putas de Nevada” le comentara que “a ella y a sus chicas / les gustaba lo mío”.  

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.

2.2.23

Bases

 


PREMIO DE POESÍA “GABRIEL Y GALÁN”
 

La “CASA-MUSEO GABRIEL Y GALÁN” de Guijo de Granadilla (Cáceres) convoca el XXXVIII Certamen regido por las siguientes bases.

      1ª Podrán optar al PREMIO DE POESÍA “GABRIEL Y GALÁN” todos los poetas de habla española que lo deseen, con originales inéditos escritos en Lengua Castellana o Dialecto Extremeño.

 

     2ª Los premios se distribuirán del modo siguiente:

- Primer premio dotado con 600 €.
- Segundo premio ó accésit de 450 €.

 

    3ª Las composiciones serán de tema libre, EXTENSIÓN MÁXIMA DE CIENTO CINCUENTA VERSOS.

 

     4ª No podrán participar en el Certamen los poetas que hubieren obtenido el PRIMER PREMIO hasta que hayan transcurrido CINCO CONVOCATORIAS.

 

     5ª Los originales deben presentarse escritos a MÁQUINA U ORDENADOR, DOBLE ESPACIO Y POR CUADRUPLICADO. Se enviarán a la siguiente dirección:

                                   
PATRONATO CASA-MUSEO “GABRIEL Y GALÁN”
Plaza de España, 11 – Tlf. 927 439082.
10665 GUIJO DE GRANADILLA (Cáceres) España.

 

     6ª El plazo de admisión de trabajos finalizará el día 28 de abril de 2023.

 

   7ª Cada autor podrá presentar UN SOLO TRABAJO y no serán devueltos los que se reciban ni se mantendrá correspondencia sobre ellos.

 

     8ª Se utilizará, preceptivamente el sistema de “LEMA” y “PLICA”.

         Serán eliminados los poemas que permitan de alguna forma la identificación del autor.

 

     9ª El fallo del Jurado será inapelable y se dará a conocer en mayo en Guijo de Granadilla, durante los actos que se celebran con motivo de la Fiesta de Exaltación de la Poesía, será el segundo domingo de mayo.

 

    10ª La CASA-MUSEO se reserva el derecho a la publicación de los trabajos presentados.

 

    11ª Cualquier duda en la interpretación de estas Bases será resuelta por el Jurado de forma inapelable.

 

    12ª El hecho de concurrir a este Premio supone la aceptación de las presentes Bases.

                                         

GUIJO DE GRANADILLA, 1 de febrero de 2023.
CASA-MUSEO “GABRIEL Y GALÁN”