Estas son las palabras que leí antes de anoche en el salón de actos del MEIAC de Badajoz con motivo de la presentación del número de la revista Turia dedicado a la literatura en Extremadura y donde se rinde homenaje a Luis Landero. Y eso fue en realidad ese multitudinario acto: un afectuoso homenaje a nuestro escritor más universal.
Cuando
Raúl Maícas, tras ofrecerme el papel de presentador de este acto (un gesto que le
agradezco), me pidió mi parecer acerca de la elección del sitio en el que iba a
celebrarse, le dije que ninguno mejor debido al carácter simbólico que el MEIAC
aporta a la cultura extremeña de las últimas décadas (debido, en gran medida, a
la cabal gestión de Antonio Franco), y no sólo en lo relativo a las artes plásticas,
también a la literatura; baste mencionar la exposición Extremadura en sus páginas o las sesiones del Aula de Poesía
Díez-Canedo. A la cultura, cabe añadir, de la modernidad, a la que esta tierra
accede, con el advenimiento de la Democracia y de la Autonomía, tras siglos de
incuria. Sorprende lo mucho que se ha avanzado desde los años ochenta del siglo
pasado, no sin constatar el retroceso que, a base de recortes y desidia, hemos
experimentado en los últimos años. Con todo, mientras haya cuadros o esculturas,
composiciones musicales y libros, esto es, artistas, músicos y escritores capaces
de idear esas obras, poco ha de importarnos que los sucesivos gobiernos se
preocupen o no de la cultura como merece, por más que resulte penoso el olvido
de su importancia a la hora de valorar lo que somos y significamos.
La
literatura extremeña (un término que, según el profesor Miguel Ángel Lama, sólo
puede aplicarse, siquiera en sentido laxo, a lo escrito y publicado después de
1983, cuando se aprueba nuestro Estatuto), la literatura, mejor, escrita por
extremeños o por personas vinculadas a Extremadura no deja de ser sino una
mínima parte de la española, a la que en rigor pertenece, tanto nacional como
ultramarina. Es, además, parafraseando al novelista Hidalgo Bayal, una
literatura absuelta; sólo depende de
sí misma, por más que nuestro secular retraso, la intrínseca pobreza, haya
requerido de ayudas públicas, ya decía, para lograr el desarrollo o normalización que a duras penas hemos
conseguido.
En
cuanto al extremeñismo literario, que uno achaca a inmemoriales complejos, esa
manía de adjetivar lo que los extremeños escriben, ya dijo Landero en un
periódico regional allá por 2005, que “no se puede hablar de literatura
extremeña o de cualquier otra región, porque esto supondría caer en el error y
en la locura de los nacionalismos”. Recordó a continuación el famoso oxímoron (que
unos atribuyen a Baroja y otros a Unamuno), esto es: o es literatura o es
extremeña.
Divagaciones
al margen, huelgan, sin embargo, las medias tintas en lo que respecta a la
salud de la poesía, el ensayo, la narrativa o el teatro que han escrito y
escriben los autores nacidos o vinculados a esta región. Buena prueba de ello
es el número doble, 121-122, de la veterana revista Turia que hoy nos reúne aquí. Una acreditada revista, preciso, de
larga trayectoria, de la que tengo a honra ser viejo colaborador, nacida en
1983 en Teruel, fundada por el citado Maícas, su director desde entonces, y que
publica el Instituto de Estudios
Turolenses de la Diputación de Teruel con el patrocinio del Ayuntamiento
de esa ciudad y el Gobierno de Aragón.
Viajamos,
pues, de una provincia aragonesa a otra extremeña. El distingo falaz entre centro
y periferia, en lo que a las letras se refiere, hace tiempo que fue superado,
lo que no obsta para que algunos sigan buscando la fama en Madrid. Otro, entre “dentro”
y “fuera”, ha lastrado, no poco, la visión de nuestro panorama. La cosa me
parece más sencilla. La emigración de los años sesenta expulsó a numerosos
paisanos que buscaron en el extranjero o en otras regiones de España el trabajo
y el bienestar que aquí faltaban. De ese éxodo son hijos dos de nuestros
escritores más prestigiosos: Luis Landero y Javier Cercas, pero también, por
ejemplo, Santiago Castelo o Pureza Canelo. El primero fue a parar con sus
padres a Madrid y el segundo, con los suyos, a Gerona. Uno desde Alburquerque,
Badajoz. El otro desde Ibahernando, Cáceres. Ambos forman parte de eso que
damos en llamar “escritores extremeños” y figuran en este número especial de Turia dedicado, ya se dijo, a
Extremadura. A la “de fuera” (por persistir en la caduca nomenclatura) y a la
“de dentro”, de la que ahora hablaremos.
Va a
ser difícil, como vaticinaba Julián Rodríguez, editor de Periférica, que un
hijo de inmigrantes pueda ofrecer a los lectores de esta tierra, la suya de
acogida, un libro escrito, digamos, “desde aquí”, donde él se habría criado. Lo
más fácil vuelve a ser que un joven extremeño, obligado de nuevo a emigrar, lo
publique en algún sello foráneo, propio de su lejano lugar de residencia. Ya ha
ocurrido.
Lo
cierto es que entre ambas situaciones, entre estas dos emigraciones que
describo, hubo una generación, a la que por azar pertenezco, que, contra lo que
era costumbre, se quedó para cultivar, de una vez por todas, aquel erial
iletrado. A algunos nos pareció necesario dejar a ratos los confortables
escritorios y bajar a la calle para contribuir a que esa lamentable situación
cambiara. Y, con una Universidad recién creada, se abrieron editoriales y bibliotecas,
se fomentó la lectura, se fundaron revistas, aulas literarias, talleres de
escritura… Y la asociación destinada a llevar a cabo buena parte de esa labor
cultural: la de Escritores Extremeños. Ese afán no fue en vano y, en gran medida,
el florecimiento actual procede de esa radical transformación realizada durante
estas últimas décadas con la ayuda, justo es decirlo, de las instituciones
públicas (Junta, diputaciones y ayuntamientos); las que propiciaron, pongo por
caso, la existencia de nuestro buque insignia en materia literaria: la Editora
Regional de Extremadura, cuyo verdadero alcance algunos todavía ignoran. Y todo
entre los de dentro y los de fuera, Bayal y Landero (que a efectos didácticos, si
no por edad, forman parte de esa misma promoción, pues empezaron a publicar
tarde), cómplices necesarios y proactivos.
Me
recordaba Maícas que este proyecto, el de dedicar un número de Turia a lo escrito por extremeños, se
inició cuando uno estaba precisamente en la Editora. Luego pasó lo que pasó y
ahora, por fin, se consigue, que es lo que al cabo importa. Con el patrocinio
económico de la Junta, la Diputación de Badajoz y la Fundación Caja Badajoz
(Obra Social Ibercaja).
Si
por algo se caracteriza nuestra pequeña literatura tal vez sea por la impronta
que tienen en ella el particular paisaje, natural y humano, que nos rodea. Ya
sea rural o urbano. Por el apego a un paisaje, como diría Landero, “hecho de historia”
y “de tiempo”. Me da que en la mayoría de nuestros escritores prima aquello de
que “lo universal es lo local sin fronteras”. Se nos da bien alrededorizar, que diría Blas de Otero.
Poco importa si el que escribe vive aquí o no. Para demostrarlo, basta con sacar
a relucir, sin ir más lejos, El balcón en
invierno, que se sitúa en Extremadura. Que es Extremadura. Como Murania y
los ásperos territorios de Hidalgo Bayal o los misteriosos poemas sierragatinos
de Basilio Sánchez. Ocurrió
también con los aludidos Castelo y Canelo, entre Granja y Moraleja. Y con el
rayano Campos Pámpano. Hace años que conseguimos quitarnos de
encima viejos tópicos que nos reducían a la situación de atrasados y paletos
que penan y malviven en un remoto secarral.
En
esa redención, la de ver por fin superada nuestra categoría de parias (y no
sólo literarios), juega un papel fundamental el citado Landero y su novela Juegos de la edad tardía. Por vez
primera la unión del sustantivo escritor y
la del adjetivo extremeño dejaba de
tener un carácter peyorativo. De ahí que me parezca tan acertado que su obra
ocupe el “Cartapacio” central de Turia,
una suerte de homenaje. Nadie nos representa mejor que él, símbolo (y más) de
nuestra forma de ser y de conducirnos. A su pesar, incluso. Puede que le
moleste y hasta le harte el adjetivo “cervantino”, que con cansina simpleza se
le adjudica, pero no creo que le agine el de “extremeño” que, por añadidura,
tantas connotaciones, de las más leves a las más profundas, incorpora. Un
título chico del que, deduzco, se
enorgullece.
De
sus sobrados merecimientos dan buena cuenta los trabajos de Elvire Gomez-Vidal
(que nos acompaña esta noche, coordinadora del dossier), perfecta introducción a la literatura landeriana donde se
habla de su “estilo inimitable”, de una obra al margen de “categorizaciones o
encasillamientos”, movida por el “afán” (una palabra clave en su vocabulario);
Luis Beltrán Almería, que se adentra en su razón narrativa; Raúl Nieto de la
Torre, quien aborda su “épica de lo cotidiano”, lo fronterizo de sus personajes
(que ha definido como “héroes de la cotidianidad” o “indefinidos”), sus
“no-lugares” (pasillos, escaleras, balcones…), la figura del padre, su “fe
laica”, el “rumor de la conversación” que se escucha al abrir sus libros;
Fernando Valls, que nos descubre al Kafka que hay en Landero; Irina Enache, que
analiza la teatralidad de su obra; Analía Vélez de Villa, que resalta “la
labilidad en la demarcación entre realidad y ficción”, nos recuerda el peso de
su infancia y, ya allí, de la figura de su abuela Frasca (ambos “concuerdan en
el lenguaje”, dice), así como el “sustento filosófico” de la literatura de
quien afirmó que “todo es vivir”; Alfonso Ruiz de Aguirre, que nos acerca al
erotismo (de Caballeros de fortuna),
a la “espontaneidad arrolladora de lo sensual”, al amor como “mentira”, a “la
ambigüedad” de “su sistema ético y estético” y a lo carnavalesco; Epicteto Díaz
Navarro, alude a “lo cervantino” en Absolución;
Natalie Noyaret y Antonio Rivas, que, cada cual por su lado, se centran en su
libro más autobiográfico, una pieza maestra: El balcón en invierno; y Gonzalo Hidalgo Bayal, “lector afín”, quien,
tras revisar el pasado verano, me consta, la obra completa de Landero, nos
ofrece en “El héroe y sus heterónimos” una lectura penetrante y clarividente a
modo de ensayo. Aunque piense que esos textos no necesitan ser interpretados
porque “ellos solos hablan por sí mismos y dicen todo lo que tienen que decir”,
esclarece que “las oposiciones son la sustancia en que se debaten sus
personajes”; que es “plenamente consciente de cuál es su mundo” (o “sus
mundos”), “un universo propio reconocible y literariamente autónomo”; que
“prefiere la experiencia” porque en ella “asoma la verdad de los hechos”; que su
obra es “la memoria literaria de la difícil aclimatación del siglo XIX rural en
el siglo XX urbano, del
ensamblaje de esos dos mundos en vías de desaparición”,
y eso si no estamos “ante
el emotivo testimonio de dos mundos extintos”; que “su primer ingrediente es la
penuria”; que sus personajes viven una “vida menuda”, la de la gente “menuda” (frente
a la “gente gorda”) con sus “tesoros” “elementales, sentimentales y tangibles”,
“también simbólicos”; y que suelen ser “nómadas”, pero de un “nomadismo
asequible” y provincial. Entiende, en fin, que el amor landeriano, que “sólo
existe mientras es imposible”, “es una ilusión sublime que conduce
inevitablemente al desengaño”.
Estos
magníficos trabajos se completan con otro texto extraordinario: “Devaneos de
lector”, que firma el propio Landero. “Yo amo los detalles”, escribe, y: “la
memoria es poética”. A continuación explica que él quería hablar “de los
mejores despojos de mi naufragio de lector”. Más en concreto, “de algunas de
las mujeres que me han seducido en la literatura”. Y eso hace. De Scherezade a
Antígona sin olvidar, entre otras, a Enma Bovary y Rosario. Ni a las mujeres de
su admirado Kafka.
En
una larga entrevista que le hace Emma Rodríguez (acababa de entregar al editor
su última novela, La
vida negociable), nuestro
autor afronta numerosos asuntos. Se reconoce resignado a su suerte. Que la
lectura es “una actividad creativa” y que hay “lectores inspirados”. Distingue
entre escritores “nómadas” (“pueden novelar no importa qué”) y “sedentarios”
(como él, “moliendo una y otra vez el mismo grano”). Habla de la educación,
aunque reconoce que fue “un escritor que en su tiempo libre daba clases”.
Concibe la novela “como un mundo autónomo” y cree que hay una “dictadura
invisible” y una “inquietante falta de libertad, de frescura” actualmente. Lee
poesía, escribe un diario (“página de obligado cumplimiento”), sigue siendo un
niño de pueblo y acaso es escritor porque ha sido capaz de prolongar su
infancia rural. Tras el éxito de su primera novela, concluye, hizo oídos sordos
a múltiples ofrecimientos (el último ha sido el de escribir la biografía de
Rocío Jurado) y, remata, “seguí haciendo mi vida”.
Cierra
el “Cartapacio” una biocronología realizada también por Ruiz de Aguirre. Se
trata, en realidad, siquiera en parte, de un esbozo de biografía, aunque no
falten datos meramente bibliográficos. Vuelve Ruiz de Aguirre sobre su
infancia, ni de aquí ni de allí; sus lugares: Valdeborrachos (la finca de
Alburquerque), y los barrios madrileños de Prosperidad y Chamberí, con una
escala en Navaleno (Soria), donde ha veraneado durante años; Tusquets, editorial
ejemplar que le ha sido fiel y a la que él ha correspondido con semejante
lealtad, y Juegos de la edad tardía;
Ángel Campos, el fútbol y Entre líneas;
Esta es mi tierra, el programa televisivo
y el libro de la Editora de nuestro añorado Fernando Pérez, etc.
Pero
no sólo de Landero da cuenta el voluminoso número de Turia. La literatura en Extremadura da, por suerte, para más. Así,
en la sección “Letras”, Domingo Ródenas se ocupa por extenso en su artículo “Larvatus prodeo: variaciones Cercas” de
la obra del autor de Soldados de Salamina,
un “novelista consciente”, según él.
En
“Taller”, el diplomático y escritor Luis María Marina rescata “25 epigramas y
un diálogo” del mexicano Carlos Díaz Dufóo, raro,
dandi, esteta, bibliófilo, casi ágrafo, suicida a los 44. “Regalaba, generosamente, las
ideas ajenas”, escribió. Y: “Murieron tristes y austeros, dejando tras de sí
hijos felices y frívolos”.
Eugenio
Fuentes deja la serie negra y se traslada a la Semana Santa con el relato
“Saeta”.
El
impertinente José Luis García Martín publica nuevas páginas de su diario, el
que empezó con Días de 1989, donde,
entre otras cosas, narra un encuentro con el mencionado Marina en su amada
Lisboa.
Manuel
Neila, consumado aforista y antólogo de aforismos, el género de moda, reúne
unos cuantos en “Pensamientos del malestar”: “Ningún país, por pequeño que sea, cabe dentro de sus
fronteras”.
Otro
tanto hace el editor liliputiense
José María Cumbreño, director de Centrifugados.
Encuentro De Literatura Periférica, aunque sus aforismos tengan mucho de
cuento o poema. “Escribir”:
“Enhebrar una aguja con los ojos cerrados”. Y Elías Moro, cónsul de
Zaragoza en Extremadura, que en vez de “morerías” presenta aquí “Guadianescas”,
con el tono zumbón que le caracteriza: “Presumía de modesto”.
En
lo que atañe al apartado de “Poesía”, se inaugura con una selección de poemas
del portugués Manuel António Pina vertidos al español por Antonio Sáez Delgado,
profesor en la Universidad de Évora y traductor, quien afirma en su
introducción que Pina es “un escritor total con una obra construida en varios
edificios paralelos con una única sede central, la poesía”, a la que aquél denomina
“la saudade de la prosa”. Me gusta que se haya elegido al de Sabugal como el
poeta extranjero de este número. No hace falta recordar los vínculos que nos unen
a Portugal, Raya mediante (donde nació Landero), la primera frontera del mundo, sí, pero, para nosotros, una linde que en realidad no lo
es.
Después,
aparecen, en este orden y en lo que a extremeños concierne, poemas de Andrés
Trapiello (autor de Capricho extremeño),
Pureza Canelo (nuestra decana, siempre al Oeste, que escribe: “El orgullo, el
mío, es discernir contemplación de allanamiento”), Basilio Sánchez (un poeta
genuino como pocos), Inma Chacón, José Antonio Zambrano (otro maestro), Santos
Domínguez, Efi Cubero (una feliz regresada), Álex Chico (un cosmopolita con
raíces), Mario Martín Gijón, María José Flores, Javier Pérez Walias e Irene
Sánchez Carrón (creadora de una poesía luminosa).
Me complace
que entre los incluidos en esa sección plural se hallen dos poetas ligados a
Extremadura por razones personales o familiares: el asturiano Jordi Doce y el catalán
Eduardo Moga, actual director de la Editora Regional y responsable del Plan de
Fomento de la Lectura.
En
“Pensamiento”, Manuel Pecellín aborda en un artículo la vida y la obra del
historiador y economista Ramón Carande, relacionado con Extremadura por su
finca “Capela”, donde residió su hijo Bernardo Víctor.
En
“Conversaciones”, Fernando del Val entrevista a Gonzalo Hidalgo Bayal y esa
rima preludia una extensa charla cómplice entre ambos (celebrada cara a cara en
Plasencia), sin duda una de las piezas fundamentales de este número lleno de
enjundia. Así, las sustanciosas palabras que logra arrancar al parco autor de Nemo del que, por cierto, parece haber
leído todo y, en consecuencia, al que conoce bien. Podría entresacar muchas
frases, pero tan sólo resaltaré unas pocas: « Faulkner me hizo pasar de los
endecasílabos a la prosa». «Dudo que la enseñanza pueda crear lectores
literarios. El momento en que alguien se hace lector convulso solo depende de
ese alguien. No se puede enseñar».
“¿Por
qué abandona la poesía?”, le pregunta Del Val. «No me surge. Para escribir más
allá de las bromas parapoéticas de mi blog tendría que esforzarme, y me parece
tramposo. Yo no tengo que esforzarme para avanzar en una novela».
«Si
es cierto lo que dijo Pla, que quien lee novela después de los cuarenta es
tonto, yo soy tontísimo». «La belleza puede ser un pecado». «La vida es una
tarea fatigosa». «Me declaro juanramoniano». «Nos configura lo que leemos». Y
algo que Landero suscribiría: «En general disponemos de cuatro ideas y sobre
ellas nos movemos, escribamos siete libros o catorce. Uno es lo que es. Da lo
que da».
Tampoco
faltan en la sección “La Torre de Babel” reseñas con nombre extremeño, tanto de
críticos como de autores.
Subrayo,
para terminar, las espléndidas ilustraciones, incluida la de la portada, auténticos
poemas visuales, obra de un pionero de la poesía experimental, Antonio Gómez.
“Soy de los que creen que vivimos tiempos que requieren individuos con sobredosis de resistencia y un poco de dignidad. (…) siempre conviene un poco de honradez, de honestidad en cuanto hacemos. Armadura ética lo llaman”, escribe Maícas en la habitual entrega de sus diarios, un clásico de Turia. Más, añadiría uno, si de literatura se trata. El ejemplo de Landero es elocuente. Sirvan esas palabras de colofón a un discursino que dura ya demasiado. Con la dicha de constatar, eso sí, querido Luis, queridos amigos, que no todos los días las letras extremeñas celebran algo con tanto jeito.
Nota: La fotografía que ilustra esta entrada es del diario HOY, de J. V. Arnelas. De derecha a izquierda, Maícas, un representante de la Fundación Caja Badajoz, la diputada de Cultura de Badajoz, Landero, la secretaria de cultura de la Junta, la hispanista Gomez-Vidal y yo.
“Soy de los que creen que vivimos tiempos que requieren individuos con sobredosis de resistencia y un poco de dignidad. (…) siempre conviene un poco de honradez, de honestidad en cuanto hacemos. Armadura ética lo llaman”, escribe Maícas en la habitual entrega de sus diarios, un clásico de Turia. Más, añadiría uno, si de literatura se trata. El ejemplo de Landero es elocuente. Sirvan esas palabras de colofón a un discursino que dura ya demasiado. Con la dicha de constatar, eso sí, querido Luis, queridos amigos, que no todos los días las letras extremeñas celebran algo con tanto jeito.
Nota: La fotografía que ilustra esta entrada es del diario HOY, de J. V. Arnelas. De derecha a izquierda, Maícas, un representante de la Fundación Caja Badajoz, la diputada de Cultura de Badajoz, Landero, la secretaria de cultura de la Junta, la hispanista Gomez-Vidal y yo.