Sergi Bellver (Barcelona, 1971) ha sido crítico literario (en distintas revistas), editor, prologuista (de libros de Kafka, Chéjov y Dostoievski), ha publicado relatos en varias obras colectivas y es autor de un libro de cuentos, Agua dura (Ediciones del Viento), y, ahora, de Variaciones en Budapest, que publica La Línea del Horizonte. Pero, sobre todo, Bellver se considera un nómada "que observa y escucha". Da cuenta aquí de uno de sus viajes. Varios meses en la capital de Hungría. Alojado en casa del amigo (Gábor) de una amiga (Katalin), en el barrio de Óbuda. En la cocina, improvisado y modesto estudio, intenta escribir una novela sobre la "huella roja", la del comunismo y sus fallidas revoluciones. Al tiempo, anota en un cuaderno lo que ahora podemos leer en este breve, enjundioso libro de bolsillo, tan transportable como su vida. Tiene que ver más con la vivencia, dice, que con la peripecia. Un libro (contra "la pesadez") que es mucho más que una guía, pues es diario íntimo, ensayo (literatura, arquitectura, fotografía), se ocupa de la historia (y sus "cicatrices"), hay relato (palabra de moda)... Sí, libro de viajes ("territorio natural en la escritura"), pero al moderno modo en que lo ideo Magris y su referencial El Danubio, maestro de este barcelonés errante, junto a Fermor (que también pasó por allí) o Brodsky (su Marca de agua veneciana es también de mención ineludible). Y ya que hablamos de escritores, cómo olvidar a Roth, Zweig, Márai, Kertész y toda una pléyade de autores húngaros que Bellver descubre (y nos descubre en un apasionante capítulo) en esa ciudad fluvial. En las salas de la biblioteca del Instituto Cervantes, entonces dirigido por nuestro admirado Iñaki Abad. Nos referimos a una literatura que aquí ha defendido la editorial Acantilado de la mano del gran Adan Kovacsics: László Krasznahorkai (del que hay un libro en la extremeña Fundación Ortega Muñoz: El último lobo), Ádám Bodor, Attila Bartis, etc.
Busca Bellver la lentitud, esa "trinchera". Y convertirse en "un vecino más", a pesar de que los húngaros (grandes lectores que tienen a los libros como cosa propia) se le resistan. Tal vez ahí, en ese intento de ser uno más, radique la diferencia entre viajero y turista. Bellver es un solitario ("cada viajero tiene su talante"), un flâneur que pasea ("en negro sobre blanco") por los suelos ("de suelo en suelo") de una ciudad en la esquina de Europa (no es extraña la alusión a Buzzati), una ciudad llena de tranvías, patios ("Budapest son los patios", dice en verso), cementerios, iglesias y sinagogas (amén de alguna escondida mezquita), puentes... Alguien que no olvida la música ("primer idioma" de Hungría), la de Bartók y Liszt. También suena para él la de los Beatles.
Hay una evidente pulsión literaria en este libro, una voluntad, digamos, de estilo. Un tono. Nada barroco, por cierto. Basado en dos estéticas: la de "repetición" (de ahí lo de "variaciones") y la de "renuncia" ("decisión ética de no verlo ni contarlo todo").
"He encontrado un lugar en el que me gustaría quedarme a mudar la piel, ensayar otra vida y jugar, muy en serio, a ser otro". Esta es acaso su "verdad". De allí se marchó "más afinado".
Presentación del libro en La Puerta de Tannhäuser |